sábado, mayo 31, 2008
Dos mujeres excepcionales
Dos mujeres excepcionales
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
La fiesta de La Visitación está llena de encantos, de un idilio, de una ternura inigualables. Dos mujeres encinta que se encuentran, que se saludan, que se llenan de Dios y de alegría. Las dos primas, María e Isabel, convertidas en mamás las dos milagrosamente, se nos llevan también a nosotros todos los cariños.
Sólo María, después de la Ascensión del Señor en la Iglesia primitiva, pudo ser la fuente de esta información que hoy no sería capaz de presentar el reportero más avispado. Sin grabadoras ni cámaras de televisión, Lucas recogió los datos suministrados anteriormente por María, y en la visitación de María a Isabel nos ofrece una de las escenas más sublimes de toda la Biblia.
- ¡Isabel! ¡Isabel! ¿Cómo estás, cómo te encuentro?...
- Pero, María, ¿cómo vienes hasta aquí?...
María se ha enterado del estado de Isabel por el Angel:
- Tu pariente Isabel, en su ancianidad, ha concebido un hijo, y ya está en su sexto mes la que siempre ha sido estéril, porque para Dios no hay nada imposible.
Más de ciento veinte kilómetros separan Nazaret de Ain Karim. Pero María, audaz, valiente, sin complejos ni miedos ¡qué muchachita ésta, y vaya mujer liberada!, emprende el camino desde Galilea hasta la montaña de Judea.
Isabel, nada más oír el saludo de su jovencita prima y antes de que ésta le comunique nada, se da cuenta de la maternidad de María, por iluminación del Espíritu Santo:
- ¿Pero, cómo es esto? ¿Llevas en tu seno a mi Señor, y vienes hasta mí? ¡Si noto que hasta el niño que se encierra en mis entrañas está dando saltos de gozo con solo oír tu voz!
María recibe la primera bienaventuranza del Evangelio:
- ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá en ti todo lo que te ha dicho el Señor!
¡Hay que ver qué encuentro el de estas dos mujeres madres! La Liturgia de la Iglesia nos lo presenta hoy para que veamos lo que nos espera a nosotros en la próxima Navidad, que ya la tocamos con la mano.
María nos trae al Hijo de Dios, hecho hombre en su seno bendito.
Jesús se encuentra con nosotros para llenarnos de su Espíritu Santo, como a Isabel, como a Juan.
El Espíritu Santo nos llena de su alegría y de sus dones, porque donde entra el Espíritu de Dios no hay más que gozo, paz y vida divina y eterna.
Si nos ponemos a analizar este hecho de la visitación de María a Isabel, no sabemos por dónde empezar ni por donde acabar de tantas cosas como podemos decir, ya que se trata de una escena de riquezas inmensas. Igual nos habla de las dos naturalezas de Jesús, divina y humana, que de la mediación de María. Como nos dice también de la diligencia del apóstol, dispuesto a dar siempre ese Jesús que lleva dentro.
¿Quién es el Jesús que María lleva en su seno? Dios, ciertamente. Isabel lo reconoce: - ¿Cómo viene a visitarme la madre de mi Señor?... Y El Señor, para un judío, era solamente Dios.
¿Quién es el Jesús, hijo de María? Es hombre perfecto. Nacido de mujer, dirá San Pablo. Un Jesús hombre que tomará el pecho de la mamá como cualquier bebé.
Un Jesús que jugará y enredará y será educado como cualquier otro niño. Un Jesús que se desarrollará joven bello y de prendas singulares, como nos dice el Evangelio, e irá creciendo en estatura, en conocimientos y en gracia y atractivos ante los hombres lo mismo que ante Dios. Un Jesús que amará como nosotros; que trabajará y se cansará y padecerá hambre y sed; que gozará y sufrirá como sus hermanos los hombres, y que llegará a morir verdaderamente como cualquiera de nosotros.
¿Por medio de quién viene a nosotros este Jesús? Es la cosa tan evidente, que no necesita comentarios. Dios ha querido servirse de María, que ha dado su consentimiento consciente, libre y amorosamente al plan de Dios.
Y María sigue realizando hoy su misión de darnos a Jesús lo mismo que hizo con Isabel y el Bautista o lo veremos pronto con los Magos.
No va a ninguna parte María sin su Jesús. No se mete María con su amor y devoción en ningún alma sin meter bien dentro de ella al mismo Jesús. Venir a nosotros María o ir nosotros a María y no encontrarse con Jesús resulta un imposible. María, como Madre, es una Medianera natural entre Jesucristo y nosotros. De María aprendemos también una lección importante para nuestra vida cristiana.
¿Podemos quedarnos para nosotros ese Jesús que llevamos dentro? ¿No tenemos obligación de darlo a los demás?...
Por la fe de Abraham empezó la Historia de la Salvación. Por la fe de María –¡Sí, que se cumpla en mí tu palabra!– se realizó definitivamente el plan de salvación trazado y prometido por Dios. María nos enseña a ser creyentes, a aceptar la Palabra, a decir siempre SÍ a Dios.
¡María! ¡Gracias por tu fe! ¡Gracias, porque tu generosidad arrancó del seno de Dios a Nuestro Salvador el Señor Jesucristo! ¡Gracias, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel! ¡Gracias, porque con tu Jesús vives también en nuestros corazones!....
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Conoce acerca de Fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima Isabel
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viernes, mayo 30, 2008
El Sagrado Corazón de Jesús
El Sagrado Corazón de Jesús
Fuente:
Autor: Guillermo Juan Morado
Una devoción permanente y actual
La Iglesia celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús el viernes posterior al II domingo de pentecostés. Todo el mes de junio está, de algún modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo.
Hay quien podría pensar que la devoción al Sagrado Corazón es algo trasnochado, propio de otras épocas, pero ya superado en el momento actual. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, en la carta entregada al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, en la Capilla de San Claudio de la Colombière, el 5 de octubre de 1986, en Paray-le-Monial, animaba a los Jesuitas a impulsar esta devoción:
"Sé con cuánta generosidad la Compañía de Jesús ha acogido esta admirable misión y con cuánto ardor ha buscado cumplirla lo mejor posible en el curso de estos tres últimos siglos: ahora bien, yo deseo, en esta ocasión solemne, exhortar a todos los miembros de la Compañía a que promuevan con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo".
Esta exhortación a promover con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo, se fundamenta, según el pensamiento del Papa, en dos motivos, principalmente:
1) Los elementos esenciales de esta devoción "pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia", pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado "el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo".
2) Tal como afirma el Vaticano II, el mensaje de Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó "con corazón de hombre", lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre (cf Gaudium et spes, 21). Es decir, junto al Corazón de Cristo, "el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino".
Se trata, por consiguiente, de una devoción a la vez permanente y actual.
Esta exhortación de Juan Pablo II enlaza con la enseñanza de sus predecesores. Como es sabido, existe un rico magisterio pontificio dedicado a explicar los fundamentos y a promover la devoción al Corazón de Jesús: desde las encíclica "Annum Sacrum" y "Tametsi futura", de León XIII; pasando por "Quas primas" y "Miserentissimus Redemptor", de Pío XI; hasta "Summi Pontificatus" y "Haurietis aquas", del Papa Pío XII. Igualmente, Pablo VI dirigió en 1965 una Carta Apostólica a los Obispos del orbe católico, "Investigabiles divitias". En ella animaba a:
"actuar de forma que el culto al Sagrado Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado en algunos, florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma noble y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II especialmente, se viene insistentemente pidiendo..."
Al honrar el corazón de Jesús, la Iglesia venera y adora, en palabras de Pío XII, "el símbolo y casi la expresión de la caridad divina" . Poco después del Gran Jubileo de los 2000 años del nacimiento de Jesucristo, meditar sobre la devoción al Corazón de Jesús es un medio propicio para secundar la iniciativa del Papa que nos invitaba a contemplar el acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano.
El fundamento del culto al Corazón de Jesús: la Encarnación
El fundamento del culto al Corazón de Jesús lo encontramos precisamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, quien, siendo "consustancial al Padre", "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre".
Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación. El Corazón de Jesús es un corazón humano que simboliza el amor divino. La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en manifestación del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16). Es el misterio de la condescendencia divina, del anonadamiento de Aquel que "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 6 ss).
El Corazón de Cristo transparenta el amor del Padre
En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9): "Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino..." ("Dei Verbum", 4).
Toda su existencia terrena remite al misterio de un Dios que es Amor, comunión de Amor, Trinidad de Personas unidas por el recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida.
La ternura de Jesús
El Evangelio deja constancia de la ternura de Jesús. Él es "manso y humilde de corazón". Es compasivo con las necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Su amor privilegia a los enfermos, a los pobres, a los que padecen necesidad, pues "no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos".
La parábola del hijo pródigo resume muy bien su enseñanza acerca de la misericordia de Dios. El Señor, con su actitud de acogida con respecto a los pecadores, da testimonio del Padre, que es "rico en misericordia" y está dispuesto a perdonar siempre al hijo que sabe reconocerse culpable. "Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, ha podido revelarnos el abismo de su misericordia de una manera a la vez tan sencilla y tan bella" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1439).
La parábola del hijo pródigo es, a la vez, una profunda enseñanza acerca de la condición humana. El hombre corre el riesgo de olvidarse del amor de Dios y de optar por una libertad ilusoria. Por el pecado se aleja de la casa del Padre, donde era querido y apreciado, para ir a vivir entre extraños. El mal seduce prometiendo una felicidad a corto plazo. El hombre sigue así un camino que lleva a la esclavitud y a la humillación.
Nuestra época constituye un testimonio claro de este engaño. Vivimos en una cultura que margina positivamente lo religioso, que, dejando a Dios de lado, prefiere rendir culto a los ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero fácil.
Es importante - lo recordaba el Papa - ayudar a descubrir en la propia alma la "nostalgia de Dios". En el fondo de todo hombre resuena una llamada del Amor; una llamada que no debe ser desoída. Quizá el ruido externo no permite captarla y por eso es urgente crear espacios que no ahoguen la dimensión espiritual que todo ser humano posee en tanto que creado por Dios y llamado a la comunión de vida con Él.
Nuestras iglesias, nuestras comunidades, pueden ser uno de estos espacios propicios para escuchar la brisa en la que Dios se manifiesta. Al entrar en una iglesia, el hombre de nuestro tiempo debe tener aún la posibilidad de preguntarse sobre el motivo que anima a quienes la frecuentan. La vida de los cristianos debe ser para todos un indicador que apunta hacia Dios, una señal de que por encima de todo está Él.
El misterio de la Cruz
"Con amor eterno nos ha amado Dios; por eso, al ser elevado sobre la tierra, nos ha atraído hacia su corazón, compadeciéndose de nosotros" (Antífona 1 de las I Vísperas del Sagrado Corazón).
La Cruz del Señor es el momento supremo de la manifestación de su inmenso amor al Padre en favor nuestro. El Señor nos "amó hasta el extremo"(Jn 13,1), ya que "nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
Su Corazón es un corazón traspasado a causa de nuestros pecados y por nuestra salvación. Un corazón que nos ama personalmente a cada uno. Toda la humanidad está incluida en ese corazón infinitamente dilatado. Ya nadie puede sentirse solo o desamparado, pues al ser amado por Cristo es amado por Dios.
No hay fronteras ni límites que contengan el alcance de la redención: Él se ha puesto en nuestro lugar, ha cargado con todo el pecado y la culpa de la humanidad, para expiar con su muerte nuestro alejamiento de Dios. Él es el Cordero Inmaculado que con su entrega obediente repara nuestra desobediencia.
En el sufrimiento y en la muerte, "su humanidad se convierte en el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. De hecho, Él ha aceptado libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: `Nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente' (Jn 10, 18)" (Catecismo de la Iglesia Católica, 609) .
En la Cruz se expresa la "riqueza insondable que es Cristo". En la Cruz se comprende "lo que trasciende toda filosofía": el amor cristiano, un amor que, muriendo, da la vida.
Una inagotable abundancia de gracia
En la oración colecta de la Misa del Corazón de Jesús se pide a Dios todopoderoso que, al recordar los beneficios de su amor para con nosotros, nos conceda recibir de la fuente divina del Corazón de su Unigénito "una inagotable abundancia de gracia". Del Corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz brotan el agua y la sangre, dando nacimiento a la Iglesia y a los sacramentos de la Iglesia.
La Iglesia, Esposa de Cristo, es hoy presencia viva en el mundo del amor compasivo de Dios. A imagen de su Señor, la Iglesia debe hacerse obediente hasta la muerte, sirviendo a los hombres para que puedan "acercarse al corazón abierto del Salvador" y "beber con gozo de la fuente de la salvación".
El motor que mueve a la Iglesia no es otro que el amor. Lo expresó bellamente Teresa de Lisieux en sus "Manuscritos autobiográficos":
"Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, un corazón ardiente de Amor. Comprendí que sólo el Amor impulsa a la acción a los miembros de la Iglesia y que, apagado este Amor, los Apóstoles ya no habrían anunciado el Evangelio, los Mártires ya no habrían vertido su sangre... Comprendí que el Amor abrazaba en sí todas las vocaciones, que el Amor era todo, que se extendía a todos los tiempos y a todos los lugares... en una palabra, que el Amor es eterno" ("Manuscritos autobiográficos", B 3v).
Los sacramentos
Los sacramentos que edifican la Iglesia son los cauces de gracia a través de los cuales nos llega la vida nueva de la redención.
El agua del bautismo nos purifica y nos hace miembros del Cuerpo de Cristo. Dios infunde en nuestra alma las virtudes teologales para que podamos conocerle por la fe, amarle por la caridad, tender hacia Él como meta de nuestra existencia por la esperanza.
Dios es el que nos otorga, por pura gracia, la posibilidad de amarle sobre todas las cosas y de amar a los hermanos por amor a Él. Si somos dóciles y no obstaculizamos la acción del Espíritu Santo, la caridad irá poco a poco informando nuestra vida, animándola con un principio nuevo que unificará nuestra acción, a fin de que nuestro corazón se vaya asimilando progresivamente al de Cristo.
De este modo será un corazón engrandecido en el que todos tendrán cabida, pues nos dolerán las almas y desearemos ardientemente que todos conozcan el amor de Dios.
La Eucaristía nos alimenta con el pan de la inmortalidad. Dentro de poco celebraremos la Solemnidad del Corpus Christi. En este "sacramento admirable" el Señor quiso dejarnos el "memorial de su Pasión". La Eucaristía es una muestra excelsa de los "beneficios del amor de Dios para con nosotros". El Señor quiso dejarnos esta prueba de su amor, quiso quedarse con nosotros, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, para hacernos partícipes de su Pascua.
La Penitencia renueva nuestra alma para que podamos presentarnos ante Dios, cuando Él nos llame, limpios de nuestros pecados. Igualmente, el sacerdocio es un don del Corazón de Jesús.
El envío del Espíritu Santo
Acerquémonos al Corazón de Cristo. Respondamos con amor al Amor. Que nuestra vida sea un homenaje - callado y humilde - de amor y de cumplida reparación. "Quiero gastarme sólo por tu Amor", escribía Santa Teresita del Niño Jesús.
También nosotros le pedimos al Señor la gracia de corresponder - en la medida de nuestras pobres fuerzas - a su infinita compasión para con el mundo. Señor, ¡qué nos gastemos sólo por tu Amor". Qué prendamos en las almas el fuego de tu Amor.
La primera señal del amor del Salvador es la misión del Espíritu Santo a los discípulos, después de la Ascensión del Señor al cielo, recuerda Pío XII ("Haurietis aquas", 23). El Espíritu Santo es el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, y es enviado por ambos para infundir en el alma de los discípulos la abundancia de la caridad divina. Esta infusión de la caridad divina brota también del Corazón del Salvador, en el cual "están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3).
Al Espíritu Santo se debe el nacimiento de la Iglesia y su admirable propagación. Este amor divino, don del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es el que dio a los apóstoles y a los mártires la fortaleza para predicar la verdad y testimoniarla con su sangre.
A este amor divino, que redunda del Corazón del Verbo encarnado y se difunde por obra del Espíritu Santo en las almas de los creyentes, San Pablo entonó aquel himno que ensalza el triunfo de Cristo y el de los miembros de su Cuerpo: "¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el riesgo?, ¿la persecución?, ¿la espada?... Mas en todas estas cosas triunfamos soberanamente por obra de Aquel que nos amó. Porque estoy seguro de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni lo futuro, ni poderíos, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna será capaz de apartarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo nuestro Señor" (Rm 8, 35.37-39).
El Espíritu Santo nos ayudará a conocer íntimamente al Señor y a descubrir, junto al Corazón de Cristo, el sentido verdadero de nuestra vida, a comprender el valor de la vida verdaderamente cristiana, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. "Así - como pedía el Papa Juan Pablo II - sobre las ruinas acumuladas del odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo" (Carta al P. Kolvenbach).
Comentarios al autor en guillermojuan@msn.com
Ternura del Sagrado Corazón con los hombres
Fuente: Archicofradía Guardia de Honor S. C. de Jesús
Autor: Pbro. Patricio Romero
I. Jesús es nuestro amigo
Del amor a Dios procede necesariamente el amor a los hombres que son hijos suyos. Jesús tiene para nosotros Corazón de amigo; así quiere Él mismo llamarse, y con razón, pues tiene de amigo el afecto, la fidelidad y el incesante desvelo. ¡Oh, palabra dulce! ¡Oh título amable! ¿Qué cosa hay incomparable con este amigo fiel? ni ¿qué es todo el oro y plata su comparación? (Eccl. 6).
Discípulo afortunado que reclinásteis vuestra cabeza sobre el Corazón de Jesús, y fuísteis objeto de su predilección, decidnos si el divino Salvador sabe amar a sus amigos, y si Él mismo es aquel amigo fiel que da la vida y la inmortalidad, sirviendo al mismo tiempo de defensa y baluarte a sus amigos (Ibid). Jesús es en efecto al amigo verdadero que no nos abandona en la desgracia ni aún en la muerte; que mira por nuestros intereses y nos ama con un amor puro y desinteresado. ¡Oh! ¡cuán mal he correspondido yo hasta aquí a su amistad divina! Dios mío, ¡cuán sensible es mi corazón para con las criaturas y cuán duro para Vos! ¡Ah! ¡Si al menos no hubiese yo jamás abandonado a este amigo!... ¡Si no le hubiese hecho traición!... ¡Oh Jesús mío! perdonad mi infidelidad.
II. Es nuestro hermano
El Corazón de Jesús es el Corazón de un hermano. Al título de amigo junta el Salvador otro todavía más tierno; el título de hermano. ¿Qué cosa hay más dulce que el amor fraternal? ¿Que cosa más íntima que los lazos que unen entre sí a los hermanos? "Id a mis hermanos, dijo Jesús a la Magdalena, y decidles de mi parte: suba a mi Padre y vuestro Padre" (Jo.20). Por otra parte este título no es en los labios de Jesús un nombre vano; puesto que en esta cualidad quiere que participemos de sus bienes haciéndonos coherederos de Él. Cohœeredes Christi (Rom. 8).
Pero lo que más hace resaltar la fuerza de este amor, es nuestra indignidad e ingratitud; por cuanto nosotros le hemos tenido en poco, le hemos rechazado, ultrajado y hasta entregado a la muerte, y a pesar de esto Él nos ha amado buscándonos para rescatarnos del infierno, y de infelices desterrados que éramos nos ha hecho hijos de Dios, abriéndonos las puertas del cielo.
Ahora bien: ¿Queréis dar al Salvador una prueba de agradecimiento al favor insigne que os dispensa recibiéndoos por hermanos? Amad a vuestro prójimo, y socorred a Jesucristo en sus pobres, seguros de que mirará como hecho a su persona lo que hicieseis con el más pequeño de los suyos. ¡Qué felices sois pudiendo de este modo pagar a Jesucristo lo mucho que le debéis!
III. Es nuestro Padre
El Corazón de Jesús es para nosotros un Corazón de Padre. Los vínculos que unen al Padre con los hijos son más íntimos aún que los que unen entre sí a los hermanos. Pues bien: Jesucristo ha querido tomar el nombre de Padre de sus escogidos, y amarles con una ternura paternal. "Heme constituido Padre de Israel, reconociendo a Efraín como a mi primogénito. Yo trataré con respeto a Efraín" (Jer. 31). Este Padre amantísimo a derramado su sangre para darnos la vida, y aún ahora nos alimenta con su preciosa carne, de manera que le pertenecemos con más justo título que los hijos pertenecen a su madre natural. "Heme aquí, dice el Salvador, y conmigo los hijos que Dios me ha dado" (Heb. 2) ¿Qué deben a su padre los hijos más queridos? ¿Qué debo yo a Jesucristo? ¿Qué me toca hacer por Él?
IV. Es nuestro esposo
El Corazón de Jesús es para nosotros Corazón de esposo. Sobre la unión de los hermanos entre sí, y la de un padre con sus hijos, hay otra todavía de mayor excelencia y que identifica más: esta unión es la de los esposos. ¿Quién es capaz de comprender, y menos aún de explicar lo que encierra la mística alianza de la criatura con el Creador? ¿Quién habría podido persuadirse jamás que el Hijo de Dios llegara a tal exceso de amor para con el hombre caído, ni de que nuestro corazón, desfigurado por la culpa, lleno de imperfecciones, despreciable en sus afectos y desarreglado en sus deseos, había de celebrar una unión tan estrecha con su Dios? Y sin embargo, es así. "Habéis herido mi Corazón, hermana mía, Esposa mía, dice el alma fiel. Vulnerasti cor meum, soror mea, sponsa" (Can. 4).
Yo me regocijaré con sumo gozo en el Señor, dice el profeta, y el alma mía se llenará de placer en mi Dios; porque me ha cubierto con el manto de la justicia, como a esposo ceñido de corona, y como esposa ataviada con sus joyas (Is. 61). En esta unión que se celebra entre el Corazón de Jesús y el corazón del hombre, la caridad sirve de lazo. Mi amado para mí: yo para Él. Dilectus meus mihi, et ego ili (Cant. 2). Mas ¡oh Dios! ¡quién podrá aspirar a una amistad tan íntima? La justicia, la pureza y la humildad nos disponen a ella. Dios nos las concede por su bondad, y sólo con una constante fidelidad se conserva.
Escucha, alma mía, lo que te dice el Señor: Te desposaré conmigo para siempre mediante la justicia, la misericordia y la fidelidad, y conocerás que Yo soy el Señor (Os. 2).
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Ternura del Sagrado Corazón con los hombres
Ternura del Sagrado Corazón con los hombres
Fuente: Archicofradía Guardia de Honor S. C. de Jesús
Autor: Pbro. Patricio Romero
I. Jesús es nuestro amigo
Del amor a Dios procede necesariamente el amor a los hombres que son hijos suyos. Jesús tiene para nosotros Corazón de amigo; así quiere Él mismo llamarse, y con razón, pues tiene de amigo el afecto, la fidelidad y el incesante desvelo. ¡Oh, palabra dulce! ¡Oh título amable! ¿Qué cosa hay incomparable con este amigo fiel? ni ¿qué es todo el oro y plata su comparación? (Eccl. 6).
Discípulo afortunado que reclinásteis vuestra cabeza sobre el Corazón de Jesús, y fuísteis objeto de su predilección, decidnos si el divino Salvador sabe amar a sus amigos, y si Él mismo es aquel amigo fiel que da la vida y la inmortalidad, sirviendo al mismo tiempo de defensa y baluarte a sus amigos (Ibid). Jesús es en efecto al amigo verdadero que no nos abandona en la desgracia ni aún en la muerte; que mira por nuestros intereses y nos ama con un amor puro y desinteresado. ¡Oh! ¡cuán mal he correspondido yo hasta aquí a su amistad divina! Dios mío, ¡cuán sensible es mi corazón para con las criaturas y cuán duro para Vos! ¡Ah! ¡Si al menos no hubiese yo jamás abandonado a este amigo!... ¡Si no le hubiese hecho traición!... ¡Oh Jesús mío! perdonad mi infidelidad.
II. Es nuestro hermano
El Corazón de Jesús es el Corazón de un hermano. Al título de amigo junta el Salvador otro todavía más tierno; el título de hermano. ¿Qué cosa hay más dulce que el amor fraternal? ¿Que cosa más íntima que los lazos que unen entre sí a los hermanos? "Id a mis hermanos, dijo Jesús a la Magdalena, y decidles de mi parte: suba a mi Padre y vuestro Padre" (Jo.20). Por otra parte este título no es en los labios de Jesús un nombre vano; puesto que en esta cualidad quiere que participemos de sus bienes haciéndonos coherederos de Él. Cohœeredes Christi (Rom. 8).
Pero lo que más hace resaltar la fuerza de este amor, es nuestra indignidad e ingratitud; por cuanto nosotros le hemos tenido en poco, le hemos rechazado, ultrajado y hasta entregado a la muerte, y a pesar de esto Él nos ha amado buscándonos para rescatarnos del infierno, y de infelices desterrados que éramos nos ha hecho hijos de Dios, abriéndonos las puertas del cielo.
Ahora bien: ¿Queréis dar al Salvador una prueba de agradecimiento al favor insigne que os dispensa recibiéndoos por hermanos? Amad a vuestro prójimo, y socorred a Jesucristo en sus pobres, seguros de que mirará como hecho a su persona lo que hicieseis con el más pequeño de los suyos. ¡Qué felices sois pudiendo de este modo pagar a Jesucristo lo mucho que le debéis!
III. Es nuestro Padre
El Corazón de Jesús es para nosotros un Corazón de Padre. Los vínculos que unen al Padre con los hijos son más íntimos aún que los que unen entre sí a los hermanos. Pues bien: Jesucristo ha querido tomar el nombre de Padre de sus escogidos, y amarles con una ternura paternal. "Heme constituido Padre de Israel, reconociendo a Efraín como a mi primogénito. Yo trataré con respeto a Efraín" (Jer. 31). Este Padre amantísimo a derramado su sangre para darnos la vida, y aún ahora nos alimenta con su preciosa carne, de manera que le pertenecemos con más justo título que los hijos pertenecen a su madre natural. "Heme aquí, dice el Salvador, y conmigo los hijos que Dios me ha dado" (Heb. 2) ¿Qué deben a su padre los hijos más queridos? ¿Qué debo yo a Jesucristo? ¿Qué me toca hacer por Él?
IV. Es nuestro esposo
El Corazón de Jesús es para nosotros Corazón de esposo. Sobre la unión de los hermanos entre sí, y la de un padre con sus hijos, hay otra todavía de mayor excelencia y que identifica más: esta unión es la de los esposos. ¿Quién es capaz de comprender, y menos aún de explicar lo que encierra la mística alianza de la criatura con el Creador? ¿Quién habría podido persuadirse jamás que el Hijo de Dios llegara a tal exceso de amor para con el hombre caído, ni de que nuestro corazón, desfigurado por la culpa, lleno de imperfecciones, despreciable en sus afectos y desarreglado en sus deseos, había de celebrar una unión tan estrecha con su Dios? Y sin embargo, es así. "Habéis herido mi Corazón, hermana mía, Esposa mía, dice el alma fiel. Vulnerasti cor meum, soror mea, sponsa" (Can. 4).
Yo me regocijaré con sumo gozo en el Señor, dice el profeta, y el alma mía se llenará de placer en mi Dios; porque me ha cubierto con el manto de la justicia, como a esposo ceñido de corona, y como esposa ataviada con sus joyas (Is. 61). En esta unión que se celebra entre el Corazón de Jesús y el corazón del hombre, la caridad sirve de lazo. Mi amado para mí: yo para Él. Dilectus meus mihi, et ego ili (Cant. 2). Mas ¡oh Dios! ¡quién podrá aspirar a una amistad tan íntima? La justicia, la pureza y la humildad nos disponen a ella. Dios nos las concede por su bondad, y sólo con una constante fidelidad se conserva.
Escucha, alma mía, lo que te dice el Señor: Te desposaré conmigo para siempre mediante la justicia, la misericordia y la fidelidad, y conocerás que Yo soy el Señor (Os. 2).
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Una presencia transformante
Una presencia transformante
Fuente: Gama-Virtudes y Valores
Autor: Carlos Padilla, L.C.
Su madre murió cuando él tenía ocho años. Sin embargo, Lolek no quedó huérfano. La madre que yacía en la tumba dejaba la tierra, pero Otra le bajaba del cielo para acompañar sus pasos y brindarle cariño en la gélida Wadowice.
Cuando entró al seminario se dejó conquistar por la Mujer Perfecta y su sacerdocio no fue otra cosa que una tierna relación con Ella. La Providencia le colocó como obispo y después como cardenal. Finalmente, cuando Karol Wojtyla salió al balcón del mundo, anunció en su lema papal lo que era el gran secreto de su vida "Totus tuus ego sum María", "Soy todo tuyo, María".
En la vida de Juan Pablo II la presencia de la Virgen fue verdaderamente transformante. Karol contempló a María, la amó y después la imitó. Su relación con Ella no era un pietismo fácil o una simple devoción de rezos y plegarias superficiales. María para él fue Madre, Compañera, y también Maestra de virtudes.
De ella aprendió la total entrega a la misión, la atrevida y radical apuesta por la fe, la caridad ardiente por los hombres y la sencillez de saberse Siervo del Señor.
Su regla de correspondencia en el amor siempre fue ésta: "Se logra corresponder al amor, cuando la persona amada logra transformarnos y nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos". "El mejor amor exige la mejor respuesta". La presencia maternal, femenina y corredentora de la Virgen le inspiró al Papa una de las aventuras más intrépidas en la historia del cristianismo. En su pontificado el Evangelio recorrió cientos de naciones, millones reencontraron la fe, la Iglesia fortaleció su mensaje y Cristo fue más conocido gracias a los pies del peregrino de la esperanza.
Pero ¿qué veía en María Juan Pablo II? ¿Por qué es tan transformante la presencia de la Virgen?
El Papa veía en Ella la "Puerta del Cielo". El sí de la Virgen a la encarnación fue la llave para que el Salvador entrara al mundo transformándolo en Reino de amor.
La historia se repite hoy: cada vez que un hombre invita a María a su vida Ella se encarga de entrar a aquel corazón portando a Cristo en su vientre. En resumen, Ella no nos muestra un camino: Ella nos trae a quien es El Camino, La Verdad y La Vida. María nos hace dar lo mejor porque nos trae al Mejor: a Cristo.
El secreto de María es que todo en su vida nos habla de Dios. Su historia es la hazaña de una fe sin cortapisas, es esa su gran virtud. La fe de María fue la apuesta arriesgada y valiente a la palabra de un ángel. Dios le dio el don y también el regalo de mantenerlo. Gabriel sólo se le apareció una vez y después la dejó para que organizara su existencia a partir de ese salvífico anuncio que no entendía del todo.
Ella comprendió que su vocación no era la de entenderlo todo perfectamente, sino la de amar incondicionalmente ese plan lleno de paradojas. Su Hijo era Rey de las naciones pero la Providencia le designaba el nacer en un pesebre. Era el Hijo de Dios pero viviría en la pobre Nazaret. A pesar de que era el Mesías esperado permanecía trabajando en la humilde carpintería. Sin fe, ¿cómo no dudar de aquel misterioso mensaje?
Su respuesta al don de la fe fue más grande. Derrotó toda duda, siempre con la gracia de Dios, y terminó pronunciando: "Mi alma Glorifica al Señor mi Dios, mi espíritu se llena de gozo, al contemplar la bondad de Dios mi Salvador".
En la Virgen también destaca su sencillez. Jamás hubo soberbia o presunción por el hecho de ser la doncella elegida, la mujer preservada del pecado original o la Reina de los apóstoles. Los dones recibidos fueron para Ella motivos para alabar a Dios. Nunca en sus ojos existió un espació para ver su grandeza, ni en su corazón hubo un rincón para la arrogancia. ¡Todo fue un darse en María!
No se puede dejar de mencionar la caridad de María. Jean Galot decía que cuando el niño Jesús contempló los ojos de María había en ellos un resplandor que había visto antes en su Padre Eterno; los ojos de su Madre transmitían una ternura y un amor tal que no podían ser otra cosa que el corazón de Dios hecho Mamá.
Pero la caridad de María no se redujo a un cariño simplón; su amor fue puesto a prueba en la huida a Egipto, en la partida de Cristo a la misión, en las persecuciones que Él y, por consiguiente, Ella sufrían. Por último perseveró en el amor ante la gran prueba de la cruz.
Se podrían seguir enumerando las grandezas de la Virgen, porque sin duda es María Modelo de todas las virtudes. Su vida es una armónica sinfonía de simplicidad y grandeza. Lo apuntó muy bien Romano Guardini: "en María hay una admirable plenitud de vida, rica de fuerza vital, vigorosa y delicada; noble, valiente y humilde hasta el fondo".
Es indudable que cuando Ella toma posesión de un grupo o de una iniciativa su presencia llena aquel entorno de ternura, de esperanza y de fe. Pero, sobre todo, cuando María se hace cargo de la vida de un cristiano su presencia es transformante, porque Ella lo dirige hacía lo mejor… Hacia El Mejor.
¡Vence el mal con el bien!
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jueves, mayo 29, 2008
Reina y Madre de sus queridos hijos
Reina y Madre de sus queridos hijos
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Mariano de Blas LC
Voy a escribir una carta destinada a la Virgen María en el cielo. Una forma muy sencilla y profunda de manifestar el aprecio y cariño a una persona es a través de una carta. Lo importante no es mi carta sino la que tú escribas a María desde el fondo de tu corazón.
Querida y respetable señora, queridísima madre:
Sé que estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo.
Y esto me hace temblar de regocijo, de amor y de respeto.
Cuántas mujeres en el mundo, queriendo parecerse a ti, llevan con orgullo santo el dulce nombre de María. Cuantas iglesias dedicadas a tu nombre.
Tú eres toda amor, amor total a Dios y amor misericordiosísimo a los hombres, tus pobres hijos. Eres el lado misericordioso y tierno del amor de Dios a los hombres, como si tu fueses la especie sacramental a través de la cual Dios se revela y se da como ternura, amor y misericordia.
Estoy escribiendo una carta a la Madre de Dios: Esa es tu grandeza incomparable. Eres la gota de rocío que engendra a la nube de la que Tú procedes.
Me mereces un respeto total, al considerar que la sangre que tu hijo derramó en el Calvario es la sangre de una mártir, es tu propia sangre; porque Dios, tu hijo, lleva en sus venas tu sangre, María.
Pero el respeto que me mereces como Madre de Dios se transforma en ímpetu de amor, al saber que eres mi madre desde Belén, desde el Calvario, y para siempre.
Y por eso, después de Dios me quieres como nadie. Yo sé que todos los amores juntos de la tierra no igualan al que Tú tienes por mí. Si esto es verdad, no puedo resistir la alegría tremenda que siento dentro de mi corazón.
Pero ese amor es algo muy especial, porque soy otro Jesús en el mundo, alter Christus.
Tú lo supiste esto antes que ningún teólogo, desde el principio de la redención. No puedo creer que me mires con mucho respeto.
Para ti un sacerdote es algo sagrado. Agradezco a tu Hijo, al Niño aquél, maravilla del mundo, que todavía contemplo reclinado en tus brazos, su sonrisa, su caricia y su abrazo que quedaron impresos a fuego en mi corazón para siempre.
Oh bendito Niño que nos vino a salvar.
Oh bendita Madre que nos lo trajiste.
Contigo nos han venido todas las gracias, por voluntad de ese Niño. Todo lo bueno y hermoso que me ha hecho, me hace y me hará feliz, tendrá que ver contigo. Por eso te llamamos con uno de los nombres más entrañables: Causa de nuestra alegría.
He sabido que tu Hijo dijo un día: "Alegraos más bien de que vuestos nombres estén escritos en el cielo" Sí. Escritos en el cielo por tu mano, Madre amorosísima. Cuando dijiste sí a Dios, escribiste nuestos nombres en la lista de los redimidos. Y esta alegría nos acompaña siempre, porque Tú tambien como Jesús estás y estarás con nosotros todos los días de nuestra vida.
¡Qué hermosa es la vida contigo, junto a ti, escuchándote, contemplando tus ojos dulcísimos y tu sonrisa infinita! También como a Dios, yo te quiero con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.
Sigo escribiendo mi carta a la que es puerta del cielo. ¡Cómo he soñado desde aquel día,
en que experimenté el cielo en aquella cueva, en vivir eternamente en ese paraíso! Junto a Dios y junto a ti, porque eso es el cielo. La puerta de la felicidad eterna, sin fin, tiene una llave que se llama María.
Cuanto anhelo ese momento en que tu mano purísima me abra esa puerta del cielo eterno y feliz.
Oh Madre amantísima, eres digna de todo mi amor, por lo buena que eres, por lo santa, santísima que eres, la Inmaculada, la llena de gracia, por ser mi Madre, por lo que te debo: una deuda infinita, porque, después de Dios, nadie me quiere tanto, por tu encantadora sencillez.
Yo sé, Madre mía, que, después de ver a Dios, el éxtasis más sublime del cielo será mirarte a los ojos y escuchar que me dices: Hijo mío, Y sorprenderme a mí mismo diciendo: Madre bendita, te quiero por toda la eternidad.
Oh Virgen clementísima, Madre del hijo pródigo -Yo soy el hijo pródigo de la parábla de tu hijo- que aprendiste de Jesús el inefable oficio de curar heridas, consolar las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar todo. Perdóname todo y para siempre, oh Madre.
Bellísima reina, Madre del amor hermoso, toda hermosa eres,María. Eres la delicia de Dios, eres la flor más bella que ha producido la tierra. Tu nombre es dulzura, es miel de colmena. Dios te hizo en molde de diamantes y rubíes. Y después de crearte, rompió el molde. Le saliste hermosísima, adornada de todas las virtudes, con sonrisa celestial...
Y cuando Él moría en la cruz, nos la regaló.
Por eso, Tú eres toda de Jesús por derecho.
y toda de nosotros por regalo.
Todo tuyo y para siempre.
CONCLUSIÓN:
Asistimos hoy al desamparo de muchas madres que sufren antes de crear hijos, que siguen sufriendo al engendrarlos, y sufren mucho más al tener que educarlos, por no mencionar a las madres que suprimen a algún hijo. Todas tienen una Abogada en el cielo, que les ayuda misericordiosamente por ser Ella también mujer y madre. Todas las que deseen saber cómo es, cómo ama y cómo se realiza una mujer deben mirar al cielo y contemplar a su celestial patrona e intercesora, la redentora de la mujer, de su maternidad, de su amor y de su felicidad en la tierra y en el cielo.
Oración:
El cielo es tu sitio, Virgen María. Y el cielo es también el sitio para tus hijos. No permitas que los hijos de una madre que vivió y murió de amor, vivan y mueran de hastío. Llévanos al cielo. Haznos vivir en la tierra como quienes están de paso hacia la felicidad eterna. Que dejemos pasar lo pasajero y nos aferremos a lo eterno. Amén.
Preguntas o comentarios al autor P. Mariano de Blas LC
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miércoles, mayo 28, 2008
María es inmensamente feliz en el cielo
María es inmensamente feliz en el cielo
Fuente: Catholic.net
Autor: P Mariano de Blas
Su vida consistió en amar.
La mujer que podemos definir como Amor vivió en este mundo sólo amando: amando a Dios, a su Hijo Jesús desde que lo llevaba en su seno hasta que lo tuvo en brazos desclavado de la cruz. Amó a su querido esposo san José, y amó a todos y cada uno de sus hijos desde que Jesús la proclamó madre de todos ellos.
María fue una mujer inmensamente feliz...Su presupuesto era de dos reales. No tenía dinero, coche, lavadora, televisor ni computadora, ni títulos académicos. No era Directora del jardín de niños de Nazareth, tampoco presumía de nombramientos, como Miss. Nazareth. María a secas. No salió en la televisión ni en los periódicos.
Pero poseía una sólida base de fe, esperanza, amor y de todas las virtudes. Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada le falta.
La Virgen no se quejaba: de ir a Egipto, de que Dios le pidiera tanto. La sonrisa de la Virgen era lo mejor de su rostro. ¿Cómo reaccionaría ante las adversidades, dificultades, cólera de sus vecinos?
María veía la providencia en todo: en los lirios del campo, en los amaneceres...en la tormenta. Cuando no había dinero. Cuando tenía que ausentarse. Cuando alguna vecina se ponía necia y molestaba.
Lo más admirable de María era el amor. Lo más grande de la mujer debe ser el amor. El amor es un talismán que transforma todo en maravilla. Dios te ha dado este don en abundancia. Si lo emplearas bien, haría de ti una gran mujer, una ferviente cristiana, una esposa y madre admirable. Pero, si dejas que el amor se corrompa en ti, ¡pobre mujer!
María Magdalena tenía una gran capacidad de amar. La empleó mal, y se convirtió en una mujer de mala vida. Pero, después de encontrarse con Jesucristo, utilizó aquella capacidad para amar apasionadamente a Dios y a los demás, y hoy es una gran santa y una gran mujer.
Desde su asunción a los cielos ha seguido amando durante dos mil años a Dios y a los hombres: Es un amor muy largo y profundo. Y apenas ha comenzado la eternidad de su amor.
Dentro de ese océano de ternura que es el Corazón de María estamos tú y yo para alegrarnos infinitamente. Desde el cielo una Madre nos ama con singular predilección. La fe en este amor debe llenar nuestra vida de alegría, de paz y de esperanza.
Subió al cielo en cuerpo y alma
Dios adelantó el reloj de la eternidad para que María pudiese inaugurar con su hijo nuestra eternidad. Mientras nosotros esperamos, Ella goza de Dios con su cuerpo inmaculado, el que fue cuna de Jesús durante nueve meses.
María, nuestra Madre, es inmensamente feliz en el cielo. Nosotros, sus hijos, nos congratulamos infinitamente por su felicidad. Ella, como buena madre, no quiere gozar sola; nos quiere ver a nosotros felices con Ella, eternamente gozosos con Ella y con Jesús en el cielo. El único anhelo todavía no cumplido de María es lograr nuestra felicidad eterna. Su oración para lograrla es diaria, muy intensa, hasta conseguirlo.
El cuerpo en el que Dios habitó es digno de todo respeto. Está eternizado en el cielo, incorrupto, feliz como estará un día el nuestro. El cuerpo que vivirá eternamente en el cielo es digno de todo respeto. No se debe degradar lo que será tan dignamente tratado. Pasará por la corrupción, pero sólo para resucitar en nueva espiga y nuevo cuerpo inmortal, incorrupto, puro y santo.
Es una motivación muy seria ésta. Nuestro cuerpo, que fue templo de Dios en la tierra y eternamente gozará de Dios en el cielo, es digno de que sea respetado, purificado.
Voy a prepararos un lugar:
Así hablaba Jesús a los apóstoles con emoción contenida. Personalmente se encargaría de tener listo ese lugar. Pero sabemos quién le ayudaría cariñosamente a preparar dicho lugar: María Santísima. Ella le ayudó -y de qué manera tan eficaz- en sus primeros pasos a la Iglesia militante. Ella sigue ayudando con su amorosa intercesión a la Iglesia purgante y, de manera muy particular, a preparar la definitiva estancia a la Iglesia triunfante.
Podremos estar seguros de ver un ramo de flores con una tarjeta y nuestro nombre: Hijo, hija, cuánto me costaste. Pero ya estás aquí. También habrá un crucifijo con esta leyenda: "Te amé y me entregué a la muerte por ti". Jesús. Habrá un ramo de almendro florido colocado por Jesús de parte de María.
Voy a prepararos un lugar. También María nos dice que ha ido a prepararnos un lugar. La mejor Madre con todo el cariño preparando un sitio para toda la eternidad a sus hijos. ¡Gracias, Madre, por el interés y el amor demostrado! ¿Cómo pagarte? Imposible. En deuda estaremos eternamente contigo.
El premio de los justos es el cielo, la felicidad eterna.
Poco lo pensamos. Mucho lo ponemos en peligro. "Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo". Sabremos entonces por qué decía Jesús estas solemnes palabras, cuando veamos con los ojos extasiados lo que ha preparado Dios a sus hijos. Si les dio su sangre y su vida, ¿no les iba a dar el cielo?
Pero aquí andamos distraídos, perdidos, olvidados, comiendo los frutos agraces del pecado que pudre la sangre y envenena el alma. Cuantas veces emprendimos el camino del infierno, tantas otras una mano cariñosa y firme nos hizo volver al camino del cielo. Pensamos en todo menos en lo mejor y lo más hermoso. ¡Pobres ignorantes, ingratos, desconsiderados!
Dios premia dando el cielo. Se lo ha dado a María, a los santos. Lo ofreció al joven rico, y lo rehusó. Lo ganó pagando el precio de la cruz y de la vida. El cielo es nuestro; nos lo han regalado. Pero, a la fuerza nadie entrará allí. Es necesario pedirlo, merecerlo de alguna manera. El mismo Jesús proclamaba: "El Reino de los cielos se gana luchando, y sólo los que luchan lo arrebatan."
Si ganar el cielo es lo más grande que podamos lograr, perderlo es lo más triste y trágico que nos pueda suceder. Ambas cosas están sucediendo de continuo: los que están ganando la gloria y los que están ganando la perdición. Y tú, ¿qué estás ganando?
¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? Jesús sabe lo que dice.¡Cuantas veces empleamos los mejores años, las mejores energías, en conseguir lo pasajero, hipotecando lo eterno! Así, nos convertimos en los peores perdedores, porque perdemos lo único necesario.
El cielo es cielo por Dios y María
Al fin nos encontraremos cara a cara con los dos más grandes amores de nuestra vida. Entonces sabremos lo que es estar locamente enamorados y para siempre de las personas más dignas de ser amadas. Enamorados de Dios, en un éxtasis eterno de amor: amados por el Amor Infinito, la Bondad Infinita.
Ahí comprenderemos los misterios del amor aquí muy poco comprendidos. Volveremos a Belén a amar infinitamente, eternamente a aquel Dios hecho niño por nosotros. Volveremos a la fuente de Nazareth donde Jesús llenó el cántaro de María tantas veces.
Volveremos al Cenáculo a quedar de rodillas y extasiados ante la institución de la Eucaristía, y comprenderemos las palabras del evangelista Juan: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo".
Volveremos al Calvario y querremos quedarnos allí mucho, mucho tiempo, siglos, para contemplar con el corazón en llamas el amor más grande, la ternura más delicada, y comprenderemos cada uno lo que Pablo gritaba: "Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo".
Pediremos permiso de bajar a la tierra para visitar los Santos lugares no como turistas sino como locamente enamorados.
Volveremos a leer el Evangelio con el corazón en éxtasis de amor. Todo esto por mí, por amor a mí. Agradeceremos a María su "fiat", su "hágase en mí según tu palabra", y le diremos con amoroso acento: "Gracias, Madre, por haber dicho que sí."
Releeremos una y otra vez aquella escena del Calvario, cuando Jesús moría: "Ahí tienes a tu Madre". Ahí la tengo, junto a mí, en el cielo, para siempre...
¡Gracias, Jesús, por haberme dado tu Rosa, tu joya más preciosa. ¡Gracias, por haberme dado a tu Madre como madre mía! Te quiero mucho, te quiero tanto por María...
Volveremos a Belén, a aquella cueva bendita donde nació el Amor hecho niño por mí. Besaremos el pesebre, las pajas. Y nos quedaremos allí durante muchas horas, y con ganas de volver mil veces.
Volveremos a Nazareth, a la humilde casita de la dulce María. Tú nos enseñarás cada rincón de la casa. "Aquí estuvo el arcángel, y le respondí que sí. Aquí estaba el taller de José, mi queridísimo José. Aquí la cocina en la que pasé tantas horas entre los pucheros. Aquí el huerto, en el que me extasiaba con las flores".
Y querremos quedarnos en esa casita años y años, en aquel rincón del cielo...
Al cielo subió la Puerta del cielo
Sueño en ese momento en que tocaré a la puerta. Y saldrá a abrirme con los brazos abiertos y una sonrisa celestial María Santísima. Tendré que sostenerme para no morir otra vez, pero de puro gozo al ver sus ojos de cielo, su rostro bellísimo, su amor increíble pero real.
Tenía tantos deseos de verte, OH Madre mía; tantas veces te recé la Salve y recé el rosario –aunque a veces distraído. En el cielo recitaré de nuevo todos los rosarios mal rezados, como un serafín. ¡Qué pena que en la tierra te conocí tan poco y tan poco te amé! En el cielo te amaré por lo que no te amé en la tierra.
María es la mujer triunfadora por excelencia. La humilde esclava del Señor ha logrado lo que ninguna mujer famosa ha conseguido. Eligió como meta cumplir la voluntad de Dios; como motivación el amor. El Premio: La Asunción los cielos en cuerpo y alma. Así nos enseña de forma contundente la mejor forma de vivir.
Oración:
Oh María, Puerta del cielo, no permitas que tu hijo pródigo prefiera comer las bellotas y apacentar los puercos cuando ha sido llamado al amor eterno y a la felicidad suprema en el cielo junto con Dios y junto a Ti. Haz lo que sea, no importa qué cosa, para obtener ese cielo que tiene una morada para mí, preparada con tanto cariño por Jesús y por ti, Madre.
Preguntas o comentarios al autor P. Mariano de Blas LC
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María, ahora es todo luz
Fuente: Catholic.net
Autor: P Mariano de Blas LC
No dudo que la primera aparición fue para ti, Madre Corredentora. ¡Qué distinto del Cristo deshecho sobre tus brazos en el Calvario, Ahora es todo de luz. Le quedan cinco heridas, pero heridas de amor. Lo abrazas todavía con cuidado, temiendo hacerle daño por las heridas del Viernes. Tu mente no se hace a la idea de que se curen tan pronto tan terribles heridas. El dolor había sido tan profundo que necesita mucho tiempo para curarse.
Tan honda y despiadadamente había entrado la espada en tu alma que extraerla supuso un esfuerzo impresionante. ¿Es posible en tan corto espacio de tiempo pasar del abismo de dolor al abismo de gozo? ¿Qué te dijo tu hijo resucitado? Lo adivinamos: "¡Gracias, Madre, por tu ayuda, por tu oración, por tu presencia. Gracias a mi Madre pude realizar la redención. Gracias, porque no sólo me ayudaste a nacer, sino también a morir".
Jesús, una vez resucitado, resucita a los apóstoles: A Pedro le cura el temor mortal de sus negaciones mediante una aparición a él solo. A los dos de Emaús les hace exclamar: "¿No ardía nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" A Tomás le arrancó su racionalismo infundiéndole la fe. María completa la tarea. Me la imagino muy bien animando con sus mejores formas a Pedro, haciéndole ser humilde pero confiado.
¡Qué palabras diría a Tomás, el incrédulo, Ella que había aprendido a creer heroicamente, aquella Mujer de la que se dijo: "Dichosa Tú que has creído". Ella completaría la explicación de la Escritura a Cleofás y a su amigo, al narrarles cómo Ella llevaba años meditando en su corazón los misterios de Jesús.
Jesús se les aparecía de vez en cuando iluminándolos como un relámpago en la noche; pero luego les dejaba el vacío de su ausencia. María era una luz de día y de noche: A todas horas disponible, para responder a todas las preguntas, para iluminar las conciencias, para fortalecerles en la futura vida apostólica. La presencia y solicitud de María fue algo único, irrepetible en la vida de los apóstoles.¡Qué envidia de la buena!
María ya no era la mujer discreta y oculta que dejaba actuar a su Hijo. Ahora Ella comenzaba a ejercer su plena maternidad sobre la Iglesia niña, comenzaba a ser Madre de la Iglesia.
Resucítanos, OH Madre, como a los primeros apóstoles; acompáñanos ahora que lo necesitamos como entonces o más que entonces; sigue ejerciendo tu maravillosa y oportuna maternidad sobre estos hijos tuyos que deben vivir rodeados de lobos y de constantes peligros. OH Madre bendita de la Pascua, infúndenos la alegría de vivir, de ser tuyos y de Jesús de tal forma que llenemos de alegría pascual al mundo entero.
Preguntas o comentarios al autor P. Mariano de Blas LC
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Treinta días de oración a la Reina del Cielo. A lo largo del mes de mayo, tengamos a María presente en nuestro corazón y en nuestros hogares, entregándole un ramo de Rosas de oración.
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martes, mayo 27, 2008
Madre enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías
Madre enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías
Fuente: Catholic.net
Autor: P Mariano de Blas LC
Como la gallina a sus pollitos estabas con aquellos apóstoles asustados, infundiéndoles la fortaleza y el valor de una Madre. Les enseñaste a rezar, como Jesús les había enseñado, pues Tú eras una maestra insigne. Única. Bajo tu ejemplo ellos aprendieron a gustar la oración, a hacerlo de manera semejante a como Tú lo hacías. "Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la predicación" diría más adelante Pedro a la comunidad de forma contundente.
Orar con María: Cuanto hubiera disfrutado estando allí, viéndola orar, asimilando por contagio la oración de la criatura más santa y humilde: contemplar su rostro, sus ojos cerrados o semicerrados o mirando hacia lo alto; escuchar su corazón cantando con su bellísima voz, imitar su forma de arrodillarse, de cerrar sus manos. Orar con Ella, junto a Ella, ¡qué gran privilegio!
Me imagino a los apóstoles, al verla orar tan extáticamente, suplicándole: "Enséñanos a orar contigo y como tú lo haces". Oh Madre, yo también te digo: "Enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías". A los cristianos que se aburren en la oración o en la Misa, alcánzales el amor de los enamorados para que disfruten la alegría de orar.
Tú obtuviste la gracia del Espíritu Santo a los apóstoles. Pedro te necesitaba más que nadie. Después de las negaciones se había roto; estaba herido y necesitaba los cuidados de una Madre para con su hijo enfermo. Pedro necesitaba de una Madre como Juan Pablo II. También él llevaba, si no en su escudo, sí en su corazón, el "Totus tuus" del actual Vicario de tu Hijo.
Juan era el más parecido. Él de alguna manera compensaba y llenaba el hueco dejado por Jesús. "Ahí tienes a tu Madre". Este encargo, hecho a todos, él se lo tomó infinitamente en serio.
Tomás: Yo sé que convertiste a aquel hombre duro para creer en un hijo de fe, por la forma tan bella como Tú le enseñaste a creer.
María Magdalena: Ya había comenzado su conversión, pero ella como mujer que era, y apasionada, copió mejor que los hombres tu hoguera de amor. Aquella que se había acostado en los basureros tenía ante sí un ejemplo de mujer pura, santa y toda amor. María Magdalena te copió con todas las fuerzas de su ser. Tu presencia la purificó totalmente y le hizo amar locamente la pureza y abominar del pecado.
Debes repetir el milagro de Pentecostés en la Iglesia y en cada uno de nosotros, en mí. Aunque no sea vea la llama de fuego, que me abrase todo; aunque no haya terremoto externo, que vibre por dentro y me vuelva loco de amor por Él y por Ti. Te lo pido encarecidamente. No te pido mas, pero no te pido menos.
Pusiste de rodillas a la Iglesia primitiva y así, de rodillas, recibió la fuerza del Espíritu Santo. Hoy debes también enseñar a rezar a los sacerdotes y religiosos, a los fieles, para salir del atolladero.
Salieron a predicar como leones. Pedro era un león, sentía dentro la fuerza de un león, ávido de presas. Echó las redes de su palabra en nombre de Cristo, y tres mil hombres quedaron atrapados. Los primeros cristianos entraron a la Iglesia por contagio de amor, de aquel amor que ardía en el corazón de los apóstoles. Así comenzó con buen pie la religión del amor, amando y haciendo amar, hasta el punto de arrancar a sus mismos enemigos la mejor alabanza que se pueda decir jamás de los cristianos: "Mirad cómo se aman". Aprendieron muy bien la lección de Jesús.
Hoy... en muchos casos, ya no es así. La religión del amor se ha convertido para muchos en la religión del aburrimiento. Porque no aman, porque se han olvidado del amor que Cristo les ha demostrado. Tienes que hacernos como hiciste a los primeros, para seguir convenciendo a los hombres fríos de hoy. La religión del amor se contagia por calor, no por gélidas ideas.
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lunes, mayo 26, 2008
Amplia se hace la vida de quien la vive con Dios
Amplia se hace la vida de quien la vive con Dios
Fuente: Zenit.org
Autor: S.S. Benedicto XVI
Una vida que excluye a Dios está limitada a lo "finito", observa Benedicto XVI en el Mensaje que ha escrito con motivo del 97º Katholikentag alemán.
La "Jornada de los Católicos", que este año está teniendo lugar en Osnabrück, se prolongará hasta el 25 de mayo y prevé 1.200 eventos en sesenta plazas y lugares característicos, con la participación de más de treinta mil personas y dos mil voluntarios.
Recordando el tema del encuentro, "Tú nos conduces fuera mar adentro" (Sal 18,20), el Papa se ha preguntado qué es el "'mar adentro' al que nos conduce el encuentro con Dios, la fe".
Hoy, reconoce, no pocas personas "tienen miedo de que la fe pueda limitar su vida, que puedan ser constreñidas en el envoltorio de los mandamientos y las enseñanzas de la Iglesia y que no puedan ya ser libres de moverse en el 'mar adentro' de la vida y del pensamiento de hoy".
Según el Pontífice, estas personas se sienten como el hijo pródigo, "obligadas a partir, dejando a un lado a Dios para saborear todo el 'mar adentro' del universo. Al final, sin embargo, este 'mar adentro' se hace estrecho y vacío".
"Sólo cuando nuestra vida logre subir al corazón de Dios –constata--, habrá encontrado aquél 'mar adentro' para el que hemos sido creados".
Una vida sin Dios, observa Benedicto XVI, "no se hace más libre y más amplia". Quien deja de lado a Dios "limita la vida y el mundo a lo 'finito', a lo que nosotros mismos podemos hacer y pensar, y esto es siempre demasiado poco".
Dios, en cambio, "ensancha nuestro corazón para que no pensemos sólo en nosotros mismos", de modo que el hombre no tenga ya necesidad de "buscar, temeroso, su felicidad, su éxito o de dar peso a la opinión de los otros".
"Es ahora libre y generoso, abierto a la llamada de Dios. Con confianza puede donarse todo él mismo porque sabe –donde vaya- que está seguro en las manos de Dios".
El "mar adentro" del lema, añade el Papa, no es sólo el que está en nosotros, "sino también el 'mar adentro' del futuro".
El lema del Katholikentag, por tanto, "llama a reforzar en nosotros la confianza en Dios, la confianza en que Dios nos conducirá a un futuro bueno".
"Aunque a veces el presente nos sopla tempestuoso en el rostro y nos entra gran miedo por el futuro –reconoce Benedicto XVI--, nunca debemos perder la confianza, no debemos tener miedo porque Dios nos viene al encuentro".
Si comprendemos el futuro de este modo, sugiere, podremos recoger el desafío que nos presenta y disfrutar las posibilidades que ofrece.
"¡No dejéis que sean sólo los otros los que plasmen el futuro, sino introducíos con fantasía y capacidad de persuasión en los debates del presente!", exhorta a los participantes del Katholikentag.
"Con el Evangelio como parámetro, participad activamente en la vida política y social de vuestro país. ¡Como laicos católicos, atreveos a participar en la formación del futuro, en unión con los sacerdotes y con los obispos!".
"Con Dios como respaldo podéis actuar con valor, porque es El el que nos asegura: 'Quiero daros un futuro y una esperanza' (Ger 29,11)".
El Pontífice concluye su mensaje dirigiéndose a los jóvenes que participan en el Katholikentag, mostrándose contento de que se reúnan en Osnabrück para reforzarse "mutuamente en la fe, en la esperanza y en el amor".
"¡Disfrutad esta ocasión y dejaros conducir por el mensaje del Katholikentag al 'mar adentro' de las posibilidades que os ofrece Dios! –les exhorta--. Dios quiere impregnar toda vuestra vida y quiere mostraros lo grande que es la libertad de quienes ponen su vida en sus manos".
"¡Amplia se hace la vida de quien vive su vida con Dios!".
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(Traducido del italiano por Nieves San Martín)
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Un corazón intuitivo (Caná)
Fuente: Equipo Gama-Virtudes y Valores
Autor: Fernando Tamayo, L.C.
Los reflejos del corazón de María considerados hasta ahora han aparecido principalmente desde la anunciación hasta la vida oculta del Señor. Nos corresponde ahora contemplar este corazón de Madre en la vida pública de su Hijo, incluida su pasión y su muerte.
Un primer reflejo de este corazón de María en la vida pública de su Hijo es el de un corazón intuitivo. Doy aquí a la palabra "intuición" el sentido de "ver de inmediato más allá de las apariencias". Y ver de modo diferente, más ajustado a la verdad profunda de las cosas, de las personas y de las situaciones. Así es como "ve" el corazón intuitivo de María.
Un pasaje donde aparece este corazón intuitivo de María es el de las bodas de Caná.
La intuición de María está hecha de cercanía. Se trata de una cercanía física pero, sobre todo, una cercanía psicológica, moral y espiritual. María ha aceptado la invitación a la boda. Esta aceptación le permite estar junto a los nuevos esposos, a sus familiares, a los invitados y vivir con empatía la misma situación de todos ellos: la común alegría, el gozo de unos momentos y unos días inolvidables. Su amor le lleva a aceptar la invitación no sólo para convivir sintonizando con los demás, sino para ver con ojo vigilante y atento sus necesidades. María trata de comprender la vida de los demás, de ponerse en su lugar y en sus circunstancias.
Y está hecha también de comprensión. Su amor y su sano interés por los demás le da unos ojos especiales que le permiten intuir, captar con agilidad y acierto lo que funciona en las personas y en las situaciones humanas, y lo que no funciona. Y aquí advierte que algo no funciona: a los esposos se les ha acabado el vino, parte tan importante en la alegría y en el menú de una boda.
Los demás invitados a la boda simplemente están disfrutando y acompañándose unos a otros en esa convivencia entre parientes, amigos y conocidos, comiendo y bebiendo los platos y caldos que les van ofreciendo los servidores. María disfruta también con los demás por su cercanía, pero tiene otro modo de mirar, más profundo, amplio y auténtico. María capta y comprende que falta el vino, sin necesidad de que alguien se lo indique. Tiene muy vivo y desarrollado ese especial sentido para advertir la carencia del momento.
Su intuición también es compasión. Advertir una carencia o una necesidad no implica de inmediato querer solucionarla. De suyo, lo más fácil en situaciones semejantes es la crítica a los organizadores, el llevarse las manos a la cabeza preguntándose que cómo es posible tal falta de previsión... Pero el corazón de María es compasivo. Le apena que los esposos y su familia queden mal ante los invitados. Sufre con los organizadores en esos momentos en que ha quedado en evidencia esa imprevisión.
Y es delicadeza con los esposos, con la familia, con los servidores. No echa más leña al fuego, no los critica, no los humilla. De ella no sale ni un gesto, ni una palabra de reproche, ni una señal de ironía, ninguna muestra de sarcasmo. Se pone en el lugar de ese matrimonio recién celebrado y de su familia y los acoge y juzga internamente con la bondad de un corazón creyente, con la finura a la que está acostumbrada en su propia vida familiar y en su trato con Dios.
El siguiente texto de Mons. Ramón Ángel Jara, obispo chileno, capta bien distintas facetas de la intuición de un corazón materno, esa experiencia de finura y fortaleza que hemos podido disfrutar en la propia familia y en el conocimiento y trato con distintas mujeres:
Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que, siendo joven tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud; la mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que siendo rica, daría con gusto su tesoro para no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que siendo débil se reviste a veces con la bravura del león. (...) De esa mujer no me exijas el nombre (...) Yo la vi pasar en mi camino. [Es] un boceto del retrato de la madre.
Su corazón intuitivo está también hecho de decisión. No se suma a los que critican o mueven la cabeza como muestra de desaprobación. Se pone de parte de los que buscan una solución y decide actuar.
Por ello, apunta a la auténtica solución que ve en su Hijo, invitado también a la boda con sus discípulos. Sabe que es el Hijo del Altísimo, Dios mismo, el Omnipotente que puede resolver todos los problemas, de cualquier índole que sean. Se dirige, pues, a él con agilidad, objetividad y sin cargar para nada las tintas, en una ejemplar oración de súplica y de confianza compuesta sólo por tres palabras: "No tienen vino" (Jn 2, 3).
La respuesta que le da su Hijo, aunque a nosotros nos extrañe y nos parezca propia de alguien que quiere desentenderse del problema, no confunde a María. Lo conoce demasiado bien por el trato diario de treinta años de convivencia entre Madre e Hijo para intuir -también aquí- la voluntad profunda de Jesús. Ella ha sugerido un camino y sabe muy bien que su Hijo lo recorrerá.
Después de este paso María se dirige a los servidores y su intuición se manifiesta también como claridad, concisión y espíritu práctico: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). María marca de este modo una consigna breve que concluye con el milagro de la transformación del agua en vino. Un vino abundante y de la mejor calidad, como atestigua el maestresala: "Todo el mundo sirve primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora" ( Jn 2, 10).
La intuición de su corazón se hace también humildad: María, logrado su objetivo, desaparece de la escena, como su propio Hijo. Nadie, excepto los servidores, se habían dado cuenta del milagro, ni de su autor, ni de la intercesora para que se diera el milagro. Y ella, "esclava del Señor" (Lc 2, 37), no reclama menciones honoríficas, ni agradecimientos. Se contenta íntimamente con ese acto de amor de su corazón intuitivo, que contribuye a la primera manifestación pública del poder que su Hijo tiene sobre la naturaleza.
Todos los anteriores ingredientes del corazón intuitivo de María los recibió de Dios Creador con gran previsión amorosa y detallada, según puede deducirse de la siguiente parábola moderna. Nos pinta a Dios mientras está creando a una madre en presencia de un grupo de ángeles y se puede aplicar -purificada- a su misma Madre. Con agudeza y sensibilidad el autor de esta narración da a conocer muchas cualidades de esas mujeres que tienen un poco de todo y explican esa peculiar intuición que suele distinguirlas y ennoblecerlas:
Estaba Dios en su taller de orfebre trabajando arduamente en su ultima creación, cuando un grupo de ángeles, intrigados por su afanosa entrega se atrevió a interrogarle:
- ¿Qué haces?
- La más grande de mis obras maestras.
- ¿En qué consiste? - preguntaron.
- En un ser con cuatro pares de ojos y seis brazos.
Sorprendidos exclamaron:
- ¿Y para qué le van a servir cuatro pares de ojos?
- Un par de ojos es para que pueda apreciar la belleza que lo rodea; uno más para comprender cada acción que realicen mis hijos; el tercero para leer los pensamientos, las palabras no pronunciadas, con unos ojos que puedan ver los corazones y ante los cuales no pueda haber secretos; y el ultimo para apreciar la presencia de Dios en la paz de un niño durmiendo.
- ¿Y para qué tantos brazos?
- Los dos primeros son para servir, desde esforzarse en el trabajo más arduo hasta cultivar la flor más delicada; dos más serán para acunar a cada uno de mis hijos y llenarlos de caricias, de ternura y amor; y los últimos para levantarlos y luchar ante la injusticia y el abandono.
- Señor, este nuevo ser, ¿será inteligente?
- Tendrá la capacidad ilimitada para abordar los temas más intrincados y poseerá la sensibilidad del poeta, el pensamiento mágico de la fantasía y sabrá encontrar estrellas y esperanzas en los campos áridos y desiertos.
Los ángeles cada vez más intrigados de lo que hacía su Señor no cesaban de preguntar:
- ¿Este ser tan raro tendrá una función especial?
- Con un solo beso podrá mitigar el llanto de un pequeño, perdonar la falta más grave, dar aliento a un valiente, acariciar el alma de un anciano, seducir al guerrero más poderoso y dar compañía con sólo recordarlo en la soledad.
Uno de los ángeles tocó el modelo en proceso y exclamó:
- ¡Parece muy débil!
- Su aspecto es frágil - contestó Dios - pero su fortaleza es incalculable: puede soportar hambre, miseria, dolor, abandono, pero jamás se dará por vencido, sabe hacer milagros con los alimentos y jamás dejará a uno de mis hijos con hambre. Lo dará todo y tendrá la virtud de sonreír en medio de la adversidad.
- Nunca te habíamos visto trabajar tanto en un ser, ¿por qué es tan importante?
- El mundo cada día crece más y no puedo estar en todas partes, necesito hoy más que nunca que alguien me ayude a conservar y engrandecer mi creación, a llevar mi bondad y presencia a todos los seres humanos.
Uno de los ángeles tocó el rostro y para sorpresa se dio cuenta que tenía una lágrima.
- ¿Qué es? - preguntó el ángel.
- El bálsamo del amor, es su expresión sublime ante el dolor de mis hijos, es su aflicción ante el sufrimiento que manifiesta la sensibilidad de su espíritu y brota en forma incontenible ante las penas y alegrías.
Los ángeles finalmente preguntaron:
- ¿Cómo le llamarás?
- Será reconocida por ser forjadora de seres humanos extraordinarios, su aroma permanecerá por siempre y su nombre estará escrito en forma indeleble en la historia de la humanidad. Finalmente hizo una larga pausa como meditando el nombre que le daría y sonriendo ante lo más sublime de la creación exclamó:
- La llamaré: ¡Madre!
¡Vence el mal con el bien!
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Los éxitos del Hijo son también de su madre
Los éxitos del Hijo son también de su madre
Fuente: Catholic.net
Autor: P Mariano de Blas LC
Tú estuviste allí, no podías faltar. Con los apóstoles: tus nuevos hijos, la Iglesia naciente que Jesús dejó a tu cuidado.
Lo viste subir, triunfar para siempre. Subía y regresaba al cielo como triunfador. Derrotados quedaban sus enemigos: la muerte, el demonio, el mundo.
Era tu triunfo también. Si los éxitos del hijo son también de su madre, la ascensión de Jesús tú la vivías como propia; era el anticipo de tu asunción.
Aquel Hijo tuyo, nacido en Belén, que había venido a la tierra a través de tu carne, ahora se iba a la patria definitiva. Aquel hijo, perdido durante la eternidad de tres días en el templo, ahora no sabías cuantos años estarías sin verlo. ¡Qué dolor, dolor nuevo, que hacía casi intolerable, insufrible, la separación del Hijo amado!
A partir de entonces tu corazón estaría más en el cielo que en la tierra. Allí estaba José, tu esposo, el compañero maravilloso de la infancia y juventud de Jesús. ¡Qué ratos tan inefables, tan difíciles también, en su compañía! Él se te había adelantado. Él vería llegar a Jesús al cielo, y recibiría de Él las más sentidas gracias por haber cumplido tan perfectamente su misión de padre. Allí estaría desde ese momento Jesús. Pero Tú te quedabas en la tierra sola, muy sola. Porque tu amor se iba, y te dejaba sola en la tierra.
Sólo quien ha estado locamente enamorado y pierde a la persona amada sabe de este dolor. Tú eras la enamorada por excelencia de Jesús. Por eso, tu dolor no tenía límites ni comparación.
Pero tu voluntad no se sumergía en la tristeza, porque Jesús te había entregado una nueva misión: la Iglesia naciente. Con cuánto amor repetiste tu oración favorita: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra".
Con tu oración, tu amor, tus consejos y tu prudencia, la Iglesia niña crecía incontenible. Crecía en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres, como en otro tiempo tu Jesús. ¡OH Madre de la Iglesia, que acunaste nuevamente en tus brazos aquella criatura que Jesús te entregó!
Se mezclaban la nostalgia –la fuerza que te lanzaba hacia el cielo- y el amor a la Iglesia que necesitaba tu cariño, tu presencia, tu oración. La nostalgia era desgarradora, la esperanza larguísima. Tú veías en la Iglesia la continuación de Jesús en la historia como ningún teólogo lo ha visto. Toda la Iglesia estaba llena de la presencia de Jesús.
Tus nuevos hijos eran más débiles que Jesús. Los lobos acechaban. Satanás, que había devorado a Judas, seguía esperando matar a toda la grey, cuando aún era débil e indefensa. Pero contaba con tu defensa irresistible. Nostalgia, espera y certeza de llegar al cielo para ti y tus hijos. Él ya, faltamos nosotros...
Ahora Tú también estás en el cielo. Faltamos nosotros...Acuérdate de nosotros.
Nueva etapa de fe: Volviste a encender la lámpara que había alumbrado tu caminar por la vida, con aceite nuevo, con nuevo vigor. Era el comienzo fresco y pujante del cristianismo. Tú eras la primera cristiana, la que debías vivir y contagiar a todos la alegría recién estrenada del hombre y mujer nuevos, del nuevo estilo de vida, la religión del amor.
Oh Madre, se nos ha olvidado muy pronto que la religión fundada por tu Hijo es la religión del amor, la religión de las bienaventuranzas. Nos hemos quedado con unas pocas ideas rancias y con un aburrimiento vital. Resucita en nosotros la alegría del "mirad cómo se aman" que avasalló a los primeros.
¿Qué hemos hecho de la religión del amor? Los cristianos hemos vaciado la religión del amor para quedarnos con los mandamientos mal cumplidos. Y nos resulta aburrida, pesada, inaguantable.
La misma religión que a los primeros los entusiasmó hasta el extremo, los arrastró hasta el martirio sin pestañear, a nosotros nos resulta sosa y aburrida. ¿No será que hemos perdido la savia vital? Y ¿qué somos, que queda de nosotros si nos falta el amor? Nada. Pura fachada.
Tú comulgabas con más fe que ninguno, llegando a sentir a Jesús en tus entrañas como cuando crecía en tu seno. Te absorbías, te elevabas de la tierra, te ibas...Vivías de la comunión anterior y vivías para la siguiente, como la enamorada que no puede separarse del Amado.
Enséñanos a comulgar con el fervor con que Tú lo hacías en los años de tu soledad. Los cristianos observaban con respeto y emoción tu actitud. Y seguro que, como a Jesús, te pedían: "Enséñanos a comulgar con el fervor con que Tú lo haces".En la forma de recibir a Jesús se confirma el amor o la indiferencia de los cristianos de hoy.
Quiero imaginar las palabras que dirigías a los apóstoles: El primer evangelio pasado por la mente y el corazón de su Madre. Y así entendían de manera entrañable las enseñanzas de Jesús: Tú les abrías el sentido, pero, sobre todo, encendías sus corazones. Cuantas veces Pedro, Juan y los demás debían comentar como los discípulos de Emaús: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba María los misterios de la vida de Jesús?"
Cuanto necesitamos, María, que nos vuelvas a explicar los misterios y la enseñanza de Jesús, sobre todo el amor que nos tiene, para que nuestro corazón arda de amor por Él y por Ti. ¡Cómo motivarías a Pedro, cada vez que el pesimismo y las dificultades de guiar a la Iglesia querían doblarlo! ¡Qué firme y gentil pastora guiaba al primer Papa, lo mismo que al actual Juan Pablo II! ¡Cómo les hablarías del cielo, repitiéndoles con apasionado acento las palabras de Jesús: "Alegraos de que vuestros nombres están escritos en el cielo"! Hay que merecerlo, hay que ganarlo. Ahí estaremos juntos para siempre...
Preguntas o comentarios al autor P. Mariano de Blas LC
Escucha al Padre Mariano de Blas Audios en mp3.
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Los fenómenos sobrenaturales
Los fenómenos sobrenaturales
Fuente: Virtudes y Valores
Autor: Jorge Enrique Mújica
En la vida de san Juan María Vianney, cura de Ars, escrita por Francis Trochu leemos lo siguiente: «Un joven de Lyon se había apenas confesado cuando el santo le dice:
- Amigo, no has dicho todo.
- Ayudadme vos, Padre: no puedo recordar todas mis faltas.
- ¿Y aquellas candelas que robaste de la iglesia de San Vicente?. Era verdad, pero lo había olvidado».
En otra ocasión, una mañana durante la misa, una señora se presentó a recibir la comunión. El santo pasó dos veces cerca de ella sin dársela. A la tercera vez le dice la señora en voz baja:
- «Padre mío, no me has dado la comunión».
- «No hija mía; esta mañana has comido algo».
Entonces la señora se acordó de haber comido un poco de pan.
A fines del s. XIX, el doctor Imbert, profesor de medicina en Clermont-Ferrand, describió ampliamente un testimonio acerca de Luisa de Lasteau, hoy beata, y su facilidad sobrenatural para reconocer los objetos sagrados (ierognosis): «Se le presentaba una reliquia, aunque fuese de un siervo de Dios no beatificado, y sonreía satisfacida, pronta a besarla. Lo mismo hacía con los objetos benditos aunque tuvieran forma profana, mientras se mostraba insensible por los objetos no bendecidos aunque fuesen imágenes sacras. Un sacerdote vestido de civil, le presentó un crucifijo sin bendecir y no le causó impresión. Después, con su mano consagrada, trazó sobre la cruz la bendición y se lo volvió a mostrar; entonces Luisa mostró su característica sonrisa al sacerdote. Los presentes exclamaron: ¡qué sublime es la bendición del sacerdote!»
Es común hallar en librerías una abundante literatura que intenta explicar, acertada o erróneamente, fenómenos sobrenaturales extraordinarios que por su relación con la fe, su impacto real, atractivo o de simple curiosidad, llaman enormemente la atención. Y no es para menos: profecía, poder de sanación, discernimiento de espíritus, don de lenguas, visiones, revelaciones, habilidad infusa para el ejercicio de las artes, ciencia, estigmas, lágrimas o sudor de sangre, privación del sueño, bilocación, levitaciones, sutilezas, luminosidad… son temas que dejan un deseo de profundización mayor.
Al referirnos a fenómenos sobrenaturales hacemos relación a lo que trasciende lo natural, lo que está más allá de las leyes normales como el no poder volar por nosotros mismos o conocer lenguas sin antes haberlas estudiado. La causa sólo puede ser Dios aunque la propia naturaleza o el Demonio pueden imitar algunos de estos fenómenos para confundir cuando en realidad no son tales.
Los fenómenos sobrenaturales se manifiestan con los así llamados fenómenos místicos. Estos de deben a gracias regaladas por Dios que quiere ofrecer una posibilidad de unión más íntima con él al alma que los recibe o manifestar externamente al mundo el misterio de su acción omnipotente no explicable a la ciencia.
Las causas puramente naturales tienen como fuente elementos de orden fisiológico (temperamento, sexo, edad), la imaginación, los estados depresivos del espíritu (trabajo intelectual absorbente, meditación religiosa mal regulada, excesiva austeridad) y las enfermedades. Estas llevan a confundir con fenómenos "sobrenaturales" lo que en realidad se puede explicar naturalmente.
Es de fe que existen los demonios quienes, por permisión divina, influyen sobre algunos hombres. Sin embargo, la voluntad humana permanece siempre libre. El demonio no puede producir verdaderos fenómenos pues es gracia exclusiva de Dios (resucitar un muerto, curar instantáneamente heridas, traslocaciones, profecías, conocer los pensamientos, crear, violar las leyes de la naturaleza como la gravedad, etc.) pero sí puede falsificar visiones, éxtasis, esplendores y rigidez en el cuerpo, ardores en el corazón, curación de enfermedades producidas por él mismo, hacer aparecer estigmas, esconder objetos y moverlos.
La acción divina, que es de donde provienen los auténticos fenómenos, se desarrolla principalmente en el intelecto, en la voluntad y en el organismo de aquellos que la experimentan. De ahí que los grandes fenómenos se clasifiquen en tres grupos: de orden cognoscitivo, de orden corporal y de orden afectivo.
Fenómenos de orden cognoscitivo
Las visiones, referidas estrictamente al sentido de la vista, son percepciones de objetos mediante los ojos corporales. Hay tres tipos de visiones:
1) las externas o corporales, llamadas apariciones, donde se percibe una realidad objetiva naturalmente invisible al hombre
2) las imaginarias, que son representaciones sensibles internas circunscritas a la imaginación
3) las intelectuales, en las que se produce la visión por medio de la inteligencia, sin impresión o imagen sensible.Las locuciones son fórmulas que enuncian afirmaciones o deseos. Se dividen en:
1) auriculares (percibidas por medio del oído)
2) imaginarias (se perciben con la imaginación durante el sueño o la vigilia)
3) intelectuales (las que se dejan oír directamente en el intelecto sin el concurso de los sentidos) que es como se comunican los ángeles.Las revelaciones son las manifestaciones sobrenaturales de una verdad oculta o un secreto divino hecho por Dios para el bien general de la Iglesia o para la utilidad de quien la recibe. Son de dos tipos:
1) privadas: hechas a un individuo y que no entran en el depósito de la fe
Las primeras nunca contradicen a las segundas si son auténticas. Sólo a la Iglesia corresponde declarar si un mensaje es o no revelación privada
2) universal: la dada por la Sagrada Escritura.
Por discernimiento de los espíritus se entiende el conocimiento sobrenatural de los secretos del corazón comunicados por Dios a sus siervos. Fue el caso del cura de Ars. En esta categoría también entra el descifrar y aclarar si otros fenómenos vienen o no de Dios.
La ierognosis es el conocimiento de lo que es sagrado manifestado en el poder o facultad que tuvieron algunos santos para reconocer las cosas santas y distinguirlas de las profanas. Este fue el caso de la beata Luisa Lausteau.
Otros fenómenos de conocimiento son la ciencia infusa universal (como el caso de Gregorio López (1562-1596) que sin estudio alguno, poseía un bastísimo conocimiento de la Sagrada Escritura, la historia de la Iglesia y los principios de la vida espiritual), el conocimiento sobrenatural de teología (los casos de santa Gertrudis y santa Catalina de Siena, luminarias de la mística), habilidad infusa para el ejercicio de las artes (por ejemplo san Francisco de Asís y Jacopone da Tordi, compositor del «Stabat Mater», para la poesía; santa Catalina de Bolonia, para la música; el beato Angélico da Fiesole para la pintura, etc.)
Fenómenos místicos de orden corporal
El primer caso documentado de una persona estigmatizada fue el San Francisco de Asís, quien recibió los estigmas en un éxtasis que tuvo el 17 de septiembre de 1224. Después de él se han multiplicado los casos. Quizá hubieron estigmatizados antes de San Francisco. No lo sabemos.
En 1894 se publicó en París el libro «La estigmatisation». En él, el doctor Imbert-Gourtbeyre, quien estudió con competencia y atención el tema, enumera hasta 321 casos de estigmatizaciones verdaderas en la historia. De esos 321 estigmatizados 62 fueron canonizados (42 hombres y 9 mujeres). Por el tiempo y por la resonancia, nos es muy cercano el caso de San Pío de Pietrelcina, de cuyas llagas emanaba, además, un olor muy agradable.
Estamos ahora de frente a los fenómenos místicos de orden corporal. Éstos se reflejan principalmente sobre el organismo, en cualquiera de sus funciones vitales o en diferentes aspectos de su actividad y manifestaciones exteriores, como recuerda el P. Royo Marín. Estos son los principales:
Los estigmas consisten en la aparición espontánea de llagas sanguinolentas en manos, pies, costado izquierdo, en la cabeza o en la espalda. Pueden ser visibles o invisibles. Muchos han tratado de dar una explicación racionalista al fenómeno atribuyéndolo al fanatismo. Es verdad que la imaginación puede ejercer una posible influencia psíquica, pero jamás será capaz de producir heridas físicas visibles. Bastaría hacer un ejercicio simple para darse cuenta de la imposibilidad: si se fija la vista en alguna parte del cuerpo y se piensa, con todas las fuerzas, que se quiere una herida visible en el costado; se podrá pasar todo un día y no se logrará. Los hechos hablan por sí solos.
También existen los estigmas diabólicos. ¡Sí, el demonio es capaz de producirlos! Si en el orden natural, en base a la hipnosis y a la sugestión, se han llegado a producir manifestaciones similares en sujetos desequilibrados, neuróticos o histéricos, cómo no iba a poder producirlos el demonio.
El sudor de sangre consiste en la expulsión, en cantidad considerable, de líquido sanguinolento a través de los poros de la piel, particularmente los de la cara. Las lágrimas de sangre son una efusión sanguinolenta a través de la mucosa de los ojos.
En el caso del sudor de sangre, el hecho histórico por excelencia es el de Nuestro Señor Jesucristo referido por San Lucas en el capítulo 22, versículo 44, de su Evangelio. Tras Jesucristo, un número pequeño de santos y personas pías han tenido sudor de sangre: santa Ludgarda (1182-1246), la beata Cristina di Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Domenica Lazzari (1815-1848), Caterina Putigny (1803-1885).
Los casos de lágrimas de sangre son más raros aunque hay registrados dos casos muy famosos, el de Rosa María Andriani (1786-1845) y el de Teresa Neumann a mediados del siglo pasado.
La renovación o cambio de corazón es un fenómeno registrado en la historia de la mística y muy sorprendente. Consiste en la extracción del corazón de carne y en la sustitución con otro que es el de Cristo mismo.
Son famosos los casos de las santas Catalina de Siena, Ludgarda, Gertrudis, María Magdalena de Pazzi, Caterina de Ricci, Juana de Valois o Margarita María de Alacoque.
Así describía el confesor de santa Catalina de Siena el fenómeno de la sustitución de corazón: «Se encontraba un día en la capilla de la iglesia de los hermanos predicadores en Siena… Recuperada del éxtasis se puso de pie para regresar a casa. Una luz del cielo la envolvió y en la luz apareció el Señor que tenía en su mano un corazón humano, verdadero y esplendoroso… El Señor se le acercó, abrió el pecho de ella por la parte izquierda e, introduciéndole Él mismo el corazón que tenía en las manos, le dice: "Querida hijita, como el otro día tomé tu corazón, he aquí que te doy el mío con el cual siempre viviréis". De lo dicho queda la apertura que le hizo en el costado; en signo del milagro ha quedado en aquel lugar un cicatriz, como me han asegurado a mí las compañeras que han podido verla. Queriendo saber la verdad de lo sucedido, ella misma fue obligada a confesármelo».
El ayuno absoluto. Está demostrado que el hombre puede sobrevivir naturalmente en una abstinencia total de alimento prolongada sólo por algunas semanas. En 1831 un condenado a muerte, Garnié, rehusó tomar alimentos a excepción de un poco de agua. Murió después de 63 días. Pesaba sólo 26 kilos. En la Iglesia, los casos más notables de ayuno absoluto son los de santa Catalina de Siena (cerca de ocho años), santa Ludovina de Schiedman (28 años), las beatas Caterina de Raconigi (diez años), Domenica Lazzari y Luisa Lasteau (14 años). Todas ellas llevaban una vida normal e incluso muy activa. Sin embargo el ayuno por sí mismo no prueba la santidad pero sí la Iglesia reconoce en algunos de sus santos un privilegio similar dado por Dios como recompensa por sus virtudes.
La vigilia o privación prolongada del sueño es análogo al precedente. Los casos más notables son los de san Macario de Alejandría quien pasó 20 años continuos sin dormir. Santa Coleta dormía una hora a la semana y una vez en su vida permaneció un año sin dormir. San Pedro de Alcántara dormía hora y media al día por cuarenta años, como testimonió santa Teresa de Jesús. Santa Rosa de Lima limitaba a dos horas el tiempo concedido para el reposo y santa Catarina de Ricci no dormía más que dos o tres horas por noche. Los médicos y los fisiólogos coinciden en el decir que sin salir de las leyes normales de la naturaleza orgánica no se puede privar a una persona del sueño. Las largas vigilias y abstinencias se encuentran sobre todo entre los contemplativos.
La agilidad consiste en la traslación corporal casi instantánea de un lugar a otro, a veces remotísimo del primero. Es diferente a la bilocación porque no hay simultaneidad de presencia en ambos lugares sino únicamente traslación de un lugar a otro.
En la mismísima Biblia leemos que el diácono Felipe fue trasportado por el Espíritu de Dios a la ciudad de Azoto después que instruyó y bautizó sobre el camino de Jerusalén a Gaza al eunuco Candace (Hechos de los apóstoles 8, 39-40) aunque quizá sea más famosos el caso de Habacuc, trasportado por el ángel de Judea a Babilonia para que llevase alimento a Daniel en la fosa de los leones (Dan 14, 33-39).
Otros santos conocidos también la ha tenido: santa Teresa contaba que san Pedro de Alcántara se le aparecía, aún viviente, varias veces. También san Felipe Neri se aparecío muchas veces mientras estaba en vida. San Antonio de Padua llegó a hacer, en una sola noche, el viaje de Padua a Lisboa; y regresó en la misma noche. En la vida de san Martín de Porres se narran prodigios de este tipo.
La bilocación es uno de los fenómenos más sorprendentes de la mística y uno de los más difíciles de explicar a menos que se recurra al milagro. Consiste en la presencia simultánea de una misma persona en dos lugares diversos. Se han dado muchos casos en la historia de la vida de los santos. Entre los más conocidos están los de san Francisco de Asís, san Antonio de Padua, san Francisco Xavier, san Martín de Porres, san José de Cupertino o san Alfonso María de Ligorio.
De san Alfonso María se lee en su proceso de canonización que el 21 de septiembre de 1774, mientras estaba en Arienzo, pequeña villa de su diócesis, cae en una especia de desvanecimiento. Permanece cerca de dos días inmerso en un dulce y profundo sueño, sentado sobre un sillón. Uno de sus siervos habría querido despertarlo, pero su vicario general, D. G. Nicola de Rubino, ordenó que lo dejaran reposar. Cuando se despertó, el santo sonó la campana. Acudieron prontamente sus familiares. Viéndolo grandemente agitado le preguntaron:
-«¿Qué te sucede?, son dos días en que no has hablado ni dado ninguna señal de vida».
Él respondió asegurando que había ido a asistir al Papa que acababa de morir hace una hora. Poco tiempo después llegó la noticia de la muerte de Clemente XIV, acaecida el 22 de septiembre a la una de la tarde, momento preciso en el que el santo había sonado la campanilla. San Alfonso fue visto en ambos lugares contemporáneamente por una multitud de testigos.
Las levitaciones consiste en la elevación espontánea del suelo y en el mantenimiento del cuerpo humano sin ningún apoyo y sin causa natural visible. Por regla, le levitación mística se verifica mientras el paciente está en éxtasis y, si el cuerpo se eleva un poco, se llama éxtasis ascensional; si se eleva a gran altura, recibe el nombre de vuelo extático; y si comienza a andar velozmente a ras del suelo, pero sin tocarlo, se llama marcha extática.
En el proceso de canonización de san José de Cupertino se registran más de sesenta casos de levitación. Fue visto volar sobre el púlpito de la iglesia, por los muros y delante de un crucifijo o una imagen pía; aterrizar sobre el altar o cerca del tabernáculo; sostenerse como un pájaro sobre ramas débiles; hacer saltos de grandes distancias. Una palabra, una mirada, la mínima cosa en relación con la piedad, le producía estos transportes. En un periodo de su vida llegaron a ser tan frecuentes que sus superiores debieron exceptuarlo del rezo común en el coro para que, contra su voluntad, no interrumpiera ni perturbase las ceremonias de la comunidad con sus vuelos extáticos de los cuales muchas personas fueron testigos, entre ellos el Papa Urbano VIII y el príncipe protestante Juan Federico de Brunswick, el cual no sólo quedó impresionado sino que se convirtió al catolicismo y vistió el sayal franciscano.
Está claro que la simple naturaleza no puede alterar las leyes de la gravedad, siempre fijas y constantes. La Iglesia ha explicado este fenómeno como una anticipación del don de agilidad propia de los cuerpos gloriosos.
Las sutilezas consisten en el paso de un cuerpo a través de otro. En el momento del tránsito supone la compenetración o coexistencia de los dos cuerpos en un mismo lugar. Este prodigio se verificó en la persona de Jesús cuando a puertas cerradas se presentó a sus discípulos, como narra san Juan en los versículos 20-26 del capítulo 19 de su Evangelio. También es célebre el caso de san Raymundo de Peñafort que entró en su convento de Barcelona a puertas cerradas.
Las luces o esplendores son ciertos esplendores que algunas veces irradian los cuerpos de los santos sobre todo durante la contemplación o el éxtasis. Este fenómeno se verificó en san Luis Beltrán, san Ignacio de Loyola, san Francisco de Paula, san Felipe Neri, san Francisco de Sales, san Carlos Borromeo, san Juan María Vianey, etc. Es uno de los más frecuentes entres los grandes santos.
El perfume sobrenatural (osmogenesia) consiste en un cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que emana del cuerpo mortal de los santos o del sepulcro donde reposan sus restos. Se trata de un aroma singular que nada tiene de común con los perfumes terrenos. Los testigos que lo han experimentado no encontraron analogías para hacer entender la suavidad y fragancia de un aroma inconfundible jamás sentido en la tierra.
El perfumero de la corte de Saboya fue enviado un día al convento de la beata María de los Ángeles para que buscase individuar la naturaleza del olor que la sierva de Dios emanaba. Debió confesar que no se asemejaba a ninguno de los perfumes de esta tierra. Las religiosas, sus compañeras, lo llamaban "olor de paraíso o de santidad".
Han exhalado suave olor las reliquias o los sepulcros de san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, santo Tomás de Aquino, santa Rosa de Lima, santa Teresa, santa Francisca Romana, etc.
Fenómenos de orden afectivo
Quedan aún por explicar un tercer tipo de fenómenos, los de orden afectivo. Se consideran tales, prevalentemente, dos tipos: los éxtasis místicos y los incendios de amor. Algunos estudiosos llaman a este tercer tipo de fenómenos, psico-fisiológicos pues tienen, en buena medida, su raíz principal en la voluntad; de ahí que algunos autores los clasifiquen entre los fenómenos de orden orgánico.
Los éxtasis místicos no son gracias gratis dadas por Dios. Entran en el desarrollo normal de los grados de oración mística y constituyen un fenómeno normal en el desarrollo de la vida cristiana. Pero como su aspecto exterior es espectacular, presenta ciertas semejanzas con los fenómenos de tipo extraordinario que se han mencionado.
Los incendios de amor son un hecho comprobado en la vida de algunos santos en los que el amor hacia Dios se manifiesta algunas veces hacia el exterior bajo la forma de fuego que quema, incluso materialmente, la carne y la ropa cercana al corazón. Esta manifestación se produce en grados diversos:
1) Simple calor intenso: es un extraordinario calor del corazón que se dilata; este calor se expande a todo el organismo. Es clásico el episodio de la vida de san Wenceslao, duque de Bohemia. De noche visitaba la iglesia a pies descalzos. Al siervo que le acompañaba le recomendaba meter los pies en los zapatos que él dejaba para no congelarse.
Existe sin duda una estrecha relación entre el amor y el fuego producido.
2) Ardores intensísimos: el fuego del amor divino puede llegar a tal intensidad que a veces es necesario recorrer a refrigerantes para poderlo soportar. Se cuenta de san Estanislao de Kotska, que era tan fuerte el fuego que lo consumía, que en pleno invierno era necesario aplicarle sobre el pecho paños empapados de agua helada. Santa Caterina de Génova no podía acercar su mano al corazón sin experimentar un calor intolerable.
3) La quemadura material: cuando el fuego del amor llega a producir incandescencias, las quemaduras se realizan plenamente. Es lo que se llama a pleno título incendios de amor. El corazón de san Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, ardía de tal manera, que más de una vez su túnica de lana aparecía completamente quemada por la parte del corazón. El beato Nicolás Factor, religioso franciscano, incapaz de soportar el fuego que ardía en su corazón, se hechó un vaso de agua helada en pleno invierno. Consta en su proceso de beatificación que el agua, inmediatamente, se evaporó.
La naturaleza prodigiosa de todos estos fenómenos exige recurrir a lo sobrenatural para poder ser explicados. Este recurso, indiscutiblemente, demuestra la grandeza infinita de Dios el cual esparce a manos llenas sus tesoros. Es fácil recurrir a lecturas que intentan, acertada o erradamente, para bien o para confusión del lector, explicar estos casos que son verdaderamente atrayentes. Este texto es una buena guía para no perder el norte y tampoco dejarse engañar.
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BIBLIOGRAFÍA:
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El respeto al misterio. Revista Alférez. Madrid, 30 de abril de 1948 Año II, números 14 y 15 [página 10]
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