martes, septiembre 30, 2008

 

Primera carta a Corinto. Mucha luz entre sombras

26. Primera carta a Corinto. Mucha luz entre sombras

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano
¡Los Corintios!... ¡Cómo nos suena esta palabra! Porque son muchas las veces que la oímos en las celebraciones de la Iglesia.

Las dos cartas que dirigió Pablo a la Iglesia de Corinto son un alimento sabroso y nutritivo de nuestra fe y de nuestra piedad cristiana. Hoy vamos a ver a Pablo en Éfeso dictando durante muchos días del año 56 la carta que conservamos como primera y que nos resulta interesantísima.

La carta no tiene ningún orden. Como fue escrita a ratos y en muchos días, pasa de un tema a otro sin ilación alguna. Enseña puntos de doctrina sublimes, reprende vicios, corrige, alaba virtudes, da órdenes, entusiasma…, en fin, afloran en la carta todos los sentimientos del alma de Pablo para con sus hijos queridos.

¿A qué venía esta carta?

Ya vimos lo que era Corinto: una de las ciudades más difíciles del Imperio para implantar en ella el Evangelio.

Después del fracaso de Atenas, Pablo se dijo con audacia:

- ¿A que en Corinto me va mejor? ¿A que la Cruz de Cristo se demuestra más eficaz que la sabiduría humana? Desde el primer momento, no he de predicar sino a Jesucristo, y a Jesucristo precisamente Crucificado.

Y Pablo no se equivocó. Dificultades a montones, pero fueron también admirables los frutos, como reconoce Pablo nada más iniciar la carta:

"Doy gracias a Dios sin cesar, por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús, pues en él han sido enriquecidos con todos los dones de la palabra y del conocimiento".

Entonces, ¿qué había pasado en Corinto para que venga una carta como ésta?

Pablo ha tenido noticias desagradables, en medio de tantas satisfacciones como le daba la comunidad corintia.

Y el primer disgusto fueron las discordias que se estaban creando en la comunidad:

¿Qué es eso de divisiones entre ustedes? ¿A qué viene el formar grupitos separatistas?
¿Por qué vienen unos diciendo: Yo soy de Pablo, que fue el primero que nos predicó?
¿Por qué otros se ufanan diciendo: Yo soy de Apolo, tan elocuente orador?
¿Por qué otros, venidos de Judea, y para desautorizarme a mí, se apoyan en el de más autoridad, y reclaman: Yo soy de Pedro?
¿Y por qué otros, más audaces, se han de agarrar del que es de todos, y se glorían diciendo: Pues soy de Cristo?...


Pablo puntualiza entonces:

¿Qué quieren que yo les diga? ¿Es que Cristo está dividido? ¡Hacen muy mal! Si Cristo no está dividido, ¿por qué ustedes dividen a la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo?...

Y vino otra regañada, debida a la inmoralidad. Aunque no era de extrañar del todo, pero Pablo no la podía consentir. Corinto pasaba por ser la ciudad más corrompida del Imperio. La libertad sexual campeaba por doquier. Y algunos de los bautizados recaían después en vicios inveterados.

Pablo se muestra enérgico:

- ¿Y eso otro que me cuentan, que se da entre ustedes una fornicación que ni entre los paganos?... ¡Hagan el favor de no juntarse con gente inmoral!...Y por parte de ustedes, ¿no saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿O es que van a convertir los miembros de Cristo en miembros de una prostituta? Eso, ¡de ningún modo!...

Ante estas expresiones de Pablo, cualquiera diría que toda aquella comunidad se había relajado de manera irreparable. Pero no era así. Nos lo dice claro lo que sigue de la carta, tan extensa y tan preciosa. Pablo va a responder en ella a las cuestiones que le han planteado, las cuales demuestran una Iglesia llena de los carismas mejores del Espíritu Santo.

- Felicito a los que rayan tan alto en su vida matrimonial, con toda pureza. Y felicito en especial a las valientes que se entregan del todo al Señor.Esto no se explica en Corinto sino admitiendo una gracia abundantísima del Espíritu Santo en aquella Iglesia (7.1-40)

La carta entusiasma, porque aquellos cristianos, en medio de sus problemas, rebosaban generosidad para con el Señor.

El Concilio de Jerusalén había pedido a los cristianos helenistas que no comieran carne sacrificada a los ídolos en atención a los cristianos judíos. Y los cristianos venidos del paganismo lo cumplían.

Aunque Pablo, si les anima a ser libres, les encarga a la par ser delicados de conciencia:

- No hagan caso de la carne que compran en el mercado sacrificada a los ídolos, que son dioses falsos. Coman con buen apetito esa carne, que no les hará ningún mal. Pero vayan con cuidado con los escrupulosos. Yo por mi parte, si la comida causa escándalo, no comeré carne jamás, a fin de no perjudicar la conciencia de un hermano por el que murió Cristo.

Al corregir los abusos en los banquetes sagrados, Pablo pasa a hablar de la Eucaristía hasta entusiasmarnos, aunque fustiga a los que reciben indignamente el Cuerpo del Señor.

Al poner orden en las asambleas, sigue Pablo con páginas oportunas sobre los carismas y dones que el Espíritu Santo derramaba con profusión sobre aquella Iglesia de Corinto.

Y entona un himno lírico de tal calidad al carisma del amor, que se ha dicho muchas veces que ese capítulo trece de esta carta es la página más bella de toda la Biblia.

Ante las dudas de algunos griegos, Pablo escribe magistralmente sobre la resurrección que nos espera al final de los tiempos, en todo conforme a la Resurrección de Jesucristo.

Esta carta primera a los de Corinto es de lo más fácil de leer, de entender, de saborear. Ella nos descubre de manera patente lo que era la vida cristiana en aquellos tiempos primeros de los apóstoles. Mucha fe, mucho amor al Señor, mucha generosidad, muchos dones del Espíritu Santo, mucha obediencia a los Pastores puestos por Dios al frente del rebaño.

Y también, ¿por qué no?, una Iglesia con defectos, con pecados de muchos hijos suyos, consecuencia de la debilidad humana.
Pero era una Iglesia que sabía arrepentirse de los errores, de purificarse y de caminar siempre hacia el Señor.

Una carta como ésta, Pablo la acaba de la manera más formidable, cuando escribe de su puño y letra al estampar la firma:

"¡Y el que no ame a nuestro Señor Jesucristo, que sea maldito!".

¡Bien por el desahogo de Pablo!

A los de Corinto entonces, y a nosotros ahora, nos sobra esta maldición, porque a Jesucristo lo amamos entrañablemente.

¿Verdad que sí?...



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Pedro García Cmf



    Got Game? Win Prizes in the Windows Live Hotmail Mobile Summer Games Trivia Contest Find out how.

    lunes, septiembre 29, 2008

     

    Compañeros de viaje

    Compañeros de viaje

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Teresa Fernández


    Los ángeles son mensajeros de Dios. Se encargan de cuidarnos aquí en la Tierra

    Debido a su naturaleza espiritual, los ángeles no pueden ser vistos ni captados por los sentidos. En algunas ocasiones muy especiales, con la intervención de Dios, han podido ser oídos y vistos materialmente. La reacción de las personas al verlos u oírlos ha sido de asombro y de respeto. Por ejemplo, el profeta Daniel y Zacarías.

    La misión de los ángeles es amar, servir y dar gloria a Dios, ser sus mensajeros, cuidar y ayudar a los hombres. Ellos están constantemente en la presencia de Dios, atentos a sus órdenes, orando, adorando, vigilando, cantando y alabando a Dios y pregonando sus perfecciones. Se puede decir que son mediadores, custodios, protectores y ministros de la justicia divina.

    Los ángeles nos comunican mensajes del Señor importantes en determinadas circunstancias de la vida. En momentos de dificultad, se les puede pedir luz para tomar una decisión, para solucionar un problema, actuar acertadamente, descubrir la verdad; por ejemplo tenemos las apariciones a la Virgen María, San José y Zacarías. Todos ellos recibieron mensajes de los ángeles.

    Los ángeles presentan nuestras oraciones al Señor y nos conducen a Él. Nos acompañan a lo largo de nuestra vida y nos conducirán, con toda bondad, cuando muramos, hasta el Trono de Dios para nuestro encuentro definitivo con Él. Éste será el último servicio que nos presten, pero el más importante, pues al morir no nos sentiremos solos. Como ejemplo de ello, tenemos al arcángel Rafael cuando dice a Tobías: "Cuando ustedes oraban, yo presentaba sus oraciones al Señor" (Tob 12,12-16).

    Los ángeles nos animan a ser buenos. Ellos ven continuamente el rostro de Dios, pero también ven el nuestro. Debemos tener presentes las inspiraciones de los ángeles para saber cómo obrar correctamente en todas las circunstancias de la vida. Como ejemplo de esto, tenemos el texto que nos dice: "Los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente" (Lc 15,10).

    La misión de los ángeles es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas. No se separa de él ni un solo momento. Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide. No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.

    Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está muy cerca de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos. Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.

    También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.

    Es muy fácil que nos olvidemos de la existencia de los ángeles por el ajetreo de la vida y principalmente porque no los vemos. Este olvido puede hacernos desaprovechar muchas gracias que Dios ha destinado para nosotros a través de los ángeles. Por esta razón, la Iglesia ha fijado estas dos festividades para que, al menos dos días del año, nos acordemos de los ángeles y los arcángeles, nos alegremos y agradezcamos a Dios el que nos haya asignado un ángel custodio y aprovechemos este día para pedir su ayuda.

    Actualmente se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden "angelitos" de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres. Hay que tener cuidado al comprar estos materiales, pues muchas veces dan a los ángeles atribuciones que no le corresponden y los elevan a un lugar de semi-dioses, los convierten en "amuletos" que hacen caer en la idolatría, o crean confusiones entre las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.

    Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses. No son lo único que nos puede acercar a Dios ni podemos reducir toda la enseñanza de la Iglesia a éstos. No hay que olvidar los mandamientos de Dios, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos, la oración, y otros medios que nos ayudan a vivir cerca de Dios. 






    Reveal your inner athlete and share it with friends on Windows Live. Share now!

     

    ¡Dichoso el rico... por la generosidad de su ayuda!

    ¡Dichoso el rico... por la generosidad de su ayuda!

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García, Misionero Claretiano




    Nada más oímos la palabra dinero ya nos ponemos en guardia. Porque sospechamos que se nos va a hablar muy duramente. Y, sin embargo, también se nos puede hablar muy bellamente del dinero. Todo dependerá de la parte por la que se incline el corazón. Porque el dinero es un aliado del mal como puede ser un colaborador extraordinario del bien. El Evangelio, en esto como en todo, la palabra definitiva. Con el Evangelio en mano, se iluminan todos los problemas y para todos se les halla la solución adecuada..

    La Humanidad ha caído siempre de rodillas ante el becerro de oro, contra el cual se han despedazado siempre también las tablas de la Ley de Dios. Nunca han pactado ni pactarán Dios y el dinero.

    El hombre quiere ser rico y busca el dinero sea como sea, al considerarlo como la base de su bienestar, de una vida de placer, de la soberanía política sobre los demás, de la seguridad de la vida, de todo sueño de felicidad... El demonio, que de tonto no tiene nada, se lo ofreció cínicamente a Jesús:
    - Todo esto te daré, sí, postrado en tierra, me adoras.

    En definitiva, el dinero es la máscara atractiva que el demonio se pone para ser el dios del hombre, desplazando de su sitio al Dios verdadero, del que dice la Biblia:
    - A Él sólo adorarás y a Él sólo servirás.
    Esto ha sido siempre así. Pero, en nuestros días, el dinero ha abierto esa brecha insalvable entre los hombres con la llamada cuestión social. Porque contemplamos el hecho innegable de que una parte muy pequeña de los hombres acapara casi toda la riqueza del mundo, mientras que la mayoría de las gentes, llamadas del Tercer Mundo, viven en condiciones de pobreza muchas veces desesperante.

    Viene la consecuencia natural de esa lucha social, que ha llegado tantas veces a las armas, y que ha hecho correr torrentes de sangre. Esta ha sido y sigue siendo la obra del dios oro.

    Pero está también la obra del oro de Dios. Porque el dinero, colocado en manos que lo saben manejar, se convierte en fuente de bendiciones para muchos: para los que lo reciben igual que para quienes lo manejan.

    La Biblia, en el Antiguo Testamento, nos dice unas palabras que parecen hoy desconcertantes:
    - ¡Dichoso el rico... porque la generosidad de sus donativos será proclamada por la asamblea de todos los santos!

    Jesús lo recomendará después así:
    -¡A ganarse amigos con el dinero malvado!
    O sea, el dinero que tantas veces es malo, se puede convertir, y se convierte de hecho, en una bendición.

    Se me ocurre ahora la historia de aquellas zapatillas.

    Un grupo de gente rica formaba una especie de club para ayudar a los pobres. Y aquel señor de la nobleza francesa visita a una amiga millonaria, a la que encuentra remendándose sus zapatillas.
    - Pero, ¿por qué no se compra otras nuevas?
    - Porque tengo que ahorrar para los pobres.
    - Pues, mire; por ellos venía a verle, para pedirle ayuda.
    La señora se levanta, saca del cajoncito el billete de banco más subido, y lo entrega al visitante con la mano izquierda.
    - ¿Y por qué me lo da usted con la mano izquierda?
    - Para que no se entere la derecha, y ésta no se niegue a seguir remendando zapatillas.

    Esto es dar cumplimiento a la profecía bíblica de Isaías: cuando venga Cristo, las lanzas de los soldados se convertirán en azadones y en machetes de agricultor. Como podía haber dicho: serán agujas de coser en manos de mujeres acomodadas, que es igual...
    El rico proclamado dichoso por la Biblia es el que no anda detrás del oro, no peca con él ni hace el mal; lo aprovecha para hacer cosas admirables, y, probado por las contradicciones, es hallado un hombre perfecto.

    Hoy se llevan esta gloria tantos hombres de buena voluntad, que luchan para que se imponga en el mundo una justicia social auténticamente humana y cristiana. Su puesto en la empresa o en el Gobierno es para el bien de los otros, no para provecho propio.
    Y es una gloria también volvemos la palabra a Jesús de los que, practicando siempre con pasión el amor mediante el dinero, saben granjearse con los pobres unos amigos que serán sus mejores abogados ante el Dueño de las cuentas.

    Como aquel ricachón, que decía con bondadosa humildad:
    - Yo he nacido para trabajar y ser pobre.
    Derrochaba entre sus obreros, en obras sociales y de caridad, los torrentes de dinero que ingresaban en sus arcas. Hacía con ello honor a la Palabra de Dios, la cual dice de un rico así que ha hecho maravillas. Le dio la razón al Evangelio que le decía: haceos amigos con el dinero malvado... El dinero es el dios oro, ante el que tantos se arrodillan, por desgracia. Pero es también, dichosamente, el oro de Dios, depositado enel Banco de Arriba. Depende todo de las manos en que cae y de cómo se maneja....




     



    Got Game? Win Prizes in the Windows Live Hotmail Mobile Summer Games Trivia Contest Find out how.

     

    María no falla jamás en el amor

    María no falla jamás en el amor

    Fuente: Catholioc.net
    Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

    Al contemplar la figura de la Virgen María en la historia del cristianismo nos encontramos con este hecho indiscutible: María aparece siempre como una presencia materna:
    Madre, primero, de Jesús; Madre, después, de la Iglesia.

    Convencido de ello, el pueblo cristiano se ha vuelto siempre a María como una esperanza segura que no le puede fallar, porque la Madre no falla jamás en el amor, en la ayuda, en la protección.

    Y, si no, miremos las manifestaciones de esa confianza en María.

    ¿A quién encomiendan las madres cristianas la guarda de sus hijos?... A la Virgen María.
    ¿A quién acuden las naciones católicas cuando ven amenazada su paz?... A la Virgen María.
    ¿A quién se dirige el enfermo en sus angustias?... A la Virgen María.
    ¿A quién se encomienda el pecador en su angustia?... A la Virgen María.
    ¿A quién confía el joven o la muchacha sus inquietudes?... A la Virgen María.

    Con su actitud, todos los pobres de espíritu van repitiendo la plegaria que no se les cae de los labios:
    -¡Salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra!

    Y lo hacen en oración silenciosa dentro de su corazón, en el seno de la familia o en la iglesia, en la que nunca falta la imagen de María.

    Lo manifiestan igualmente en esas peregrinaciones continuas e interminables al santuario o ermita de la Virgen, esparcidos por dondequiera se halla establecida la Iglesia.

    Con esta actitud y esta oración, no restan nada al amor y a la confianza en Jesús el Salvador, ya que invocan a María precisamente para ir con más seguridad a Jesucristo, en quien confían, a quien aman y por el que suspiran sin cesar, pues acaban suplicando:
    - ¡Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tus entrañas!

    Así aclaman a María y la confiesan Madre de Jesús y Madre nuestra amantísima.

    Una actitud semejante no puede atribuirse sino a la acción del Espíritu Santo que guía a la Iglesia y suscita la oración de los fieles. Dios ha querido, sin más, que en la Iglesia contemos con una Madre, y esta Madre no es otra que María.

    En la Iglesia Oriental de Rusia existe una imagen célebre de María, que con su manto cubre y protege la ciudad de Moscú contra todos sus enemigos. Bella representación de lo que ha sido y es María para todos los pueblos cristianos y para con todos nosotros.

    Con su manto cubre y defiende nuestras casas, nuestros pueblos, nuestras calles, nuestros campos, nuestro trabajo, todo... Es la sombra de la madre, que en la casa y en la familia lo llena todo con su calor, sus cuidados, su solicitud, su ayuda y su consuelo.

    Este, y no otro, es el papel de María en la Iglesia.

    Es curioso observar cómo en todas las naciones católicas --las más tradicionales de Europa y las más recientes de nuestra América--, en todas se le invoca a la Virgen como salvadora de la patria. Todas tienen una u otra historia dolorosa que contar, para decirnos después que la Virgen María fue su salvación. Y no se equivocan en esta su interpretación de los hechos. A esos pueblos cristianos, Dios les ha concedido siempre su benevolencia y su salvación por medio de la Virgen María, invocada con tanta fe.

    Si queremos salvar al mundo, miremos que se extienda y arraigue la fe en Jesucristo. Sólo esta fe guiará al mundo hacia su salvación y su esplendor.

    Una tradición de la Iglesia en Rusia expresa de manera muy bella la salvación traída por Jesucristo:

    Antiguamente, con toda la asamblea cristiana reunida delante del templo, se escuchaba el diálogo del Angel con la Virgen. María pronunciaba aquella su aceptación de la Palabra de Dios:
    - Sí, hágase en mí según tu palabra.

    Se abría entonces una jaula y se dejaba salir libre al pájaro encerrado, que se lanzaba gozoso hacia el cielo disfrutando de la libertad recuperada.

    Esto es la Humanidad. Un pájaro encerrado dentro de su propia culpa. Si recibe al Hijo de Dios, que nos viene por medio de María, se ve libre de Satanás que lo esclavizaba y ya no le queda sino la paz y el gozo de Jesucristo.

    A la Virgen nos dirigimos con plegarias de los primeros siglos de la Iglesia;
    - María, Madre de Dios, Tú has traído entre tus brazos la esperanza a nuestras almas. Tú eres la mayor esperanza del mundo. Por eso nosotros suplicamos tu protección poderosa. Compadécete del pueblo que se desvía. Pide a Dios misericordioso que libre nuestras almas de toda adversidad, ¡Oh Virgen bendita!...


     



    Got Game? Win Prizes in the Windows Live Hotmail Mobile Summer Games Trivia Contest Find out how.

    viernes, septiembre 26, 2008

     

    Saber decir ... ¡adiós!



    Saber decir ... ¡adiós!

    Fuente: Catholic.net
    Autor: María Esther de Ariño


    Cuando hay un dolor profundo, el corazón pesa. Se siente su abatimiento y es como si una enorme losa nos aplastara el pecho. Con esa sensación mortificante y amarga el dolor sube hasta nuestros labios y se convierte en oración:

    'Tú lo sabes Señor, lo sabes mejor que nosotros porque Tú conoces a la perfección el corazón de los hombres. Y Tú sabes lo adolorido que está este pobre corazón porque tiene que decir adiós'.

    Decir adiós es una cosa y saber decir adiós es otra. Decir adiós es abandonarse a ese dolor que tiene sabor a muerte.

    Decir adiós es sumergirse en esa profunda pena que nos brota del corazón y se asoma a nuestros ojos convertida en lágrimas.

    Decir adiós es quedarse con un hueco en el pecho... es levantar la mano en señal de despedida y darnos cuenta que es el aire, lo único que acarició nuestra piel.

    Es volver a casa y ver tantas y tantas cosas del ser amado y junto a esas cosas, un sitio vacío. Es llorar, desesperarse, vivir en la tristeza de un recuerdo.

    ¡Decir adiós es tan triste y hay muchos adioses en nuestras vidas! El adiós al ser querido que se nos adelantó, el adiós de las madres a sus hijos en países en guerra, el adiós a quién amamos y se aleja del hogar... el adiós que se le da a la tierra que nos vio nacer...

    ¿Cómo lograremos saber decir adiós, dónde encontraremos una forma diferente para que este adiós nos sea más soportable?

    Para saber decir adiós nos ayudaremos con el recuerdo o más bien con la meditación de cómo debió de ser el adiós entre María y su hijo Jesús. A mí en lo personal me gusta pensar que fue después de una comida. Nada nos dicen los Evangelio de estas escenas, ya que fueron escritos después, bastante tiempo después. Jesús vivió tres años fuera de su hogar dedicado a su misión de predicar.

    Solos estaban ya la Madre y el Hijo puesto que ya habían dado el adiós a José tiempo atrás. Comida de despedida, de miradas llenas de ternura, de silencios cargados de amor más que de frases. La madre solícita y tierna y al mismo tiempo firme y serena. El Hijo empezando a sentir el primer dolor con un adiós para ir al encuentro de la Redención de la Humanidad.

    La tarde es calurosa y el camino polvoriento. Por él van un hombre y una mujer. Una madre y un hijo que se despiden, que tienen que decirse adiós...

    Y yo creo que María acompañó a Jesús hasta el final del sendero donde el hijo tomaría el camino definitivo. Nada sabemos de lo que hablaron, nada sabemos de lo que se dijeron... pero tuvo que ser un adiós de inconmensurable grandeza y amor. También de dolor. Dolor que se hace incienso y sube hasta el Padre Eterno.

    Otra vez en los labios de María el SÍ y en los de Jesús el primer sorbo del amargo cáliz que beberá hasta la última gota. Pero serenos y firmes, llenos de amor el uno por el otro, cumpliendo, aceptando en sus corazones la Voluntad del Altísimo: Saben como hay que decir adiós.

    Así nosotros, con este ejemplo de despedida hemos de saber decir adiós. Renunciación, olvido de uno mismo y oración por el que se va. Un abrazo, corazón con corazón y si se puede... una sonrisa.

    Y nuestra oración termina así:

    'Señor, sabes que me duele el corazón pero Tú me vas a enseñar a 'saber decir adiós'.



  • Preguntas o comentarios al autor
  • Ma. Esther de Ariño











     



    Got Game? Win Prizes in the Windows Live Hotmail Mobile Summer Games Trivia Contest Find out how.

    jueves, septiembre 25, 2008

     

    Eucaristía, Pan partido para tu salvación



    Eucaristía, Pan partido para tu salvación

    Fuente: Catholioc.net
    Autor: SS Benedicto XVI

    ¡Queridos hermanos y hermanas!


    Que grande debe ser nuestra alegría sabiendo que en el altar,(...) cada día se ofrecerá el sacrificio de Cristo; sobre este altar Él seguirá inmolándose, en el sacramento de la Eucaristía, para nuestra salvación y la del mundo entero. En el Misterio eucarístico, que se renueva en cada altar, Jesús se hace realmente presente. La suya es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él; nos atrae con la fuerza de su amor haciéndonos salir de nosotros mismos para unirnos a Él, haciendo de nosotros una sola cosa con Él.

    La presencia real de Cristo hace de cada uno de nosotros su 'casa', y todos juntos formamos su Iglesia, el edificio espiritual del que habla también san Pedro. 'Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios -escribe el apóstol-, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo' (1 Pe 2, 4-5).

    Casi desarrollando esta bella metáfora, san Agustín observa que mediante la fe los hombres son como maderos y piedras cogidos de los bosques y de los montes para la construcción; mediante el bautismo, la catequesis y la predicación se van desbastando, escuadrando y puliendo; pero se convierten en casa del Señor sólo cuando se acompañan por la caridad. Cuando los creyentes se ponen en contacto en un orden determinado, se yuxtaponen y cohesionan mutua y estrechamente, cuando todos están unidos con la caridad se convierten verdaderamente en casa de Dios que no teme derrumbarse (cfr Serm., 336).

    Es por tanto el amor de Cristo, la caridad que 'no tendrá fin' (1 Cor 13,8), la energía espiritual que une a cuantos participan del mismo sacrificio y se nutren del único Pan partido para la salvación del mundo. De hecho ¿es posible estar en comunión con el Señor si no estamos en comunión entre nosotros? ¿Cómo podemos presentarnos ante el altar de Dios divididos, lejanos unos de otros? Este altar, sobre el cual dentro de poco se renueva el sacrificio del Señor, sea para vosotros, queridos hermanos y hermanas, una constante invitación al amor; a él os debéis acercar siempre con el corazón dispuesto a acoger el amor de Cristo y a difundirlo, a recibir y a conceder el perdón.

    (...) Cada vez que os acerquéis al altar para la celebración eucarística, vuestra alma debe abrirse al perdón y a la reconciliación fraterna, dispuestos a aceptar las excusas de cuantos os hayan herido y dispuestos, por vuestra parte, a perdonar.

    En la liturgia romana el sacerdote, tras presentar la ofrenda del pan y del vino, inclinado hacia el altar, reza en sumisamente:

    'Humildes y arrepentidos acógenos, Señor: acepta nuestro sacrificio que hoy te presentamos'.

    Se prepara así a entrar, con toda la asamblea de los fieles, en el corazón del misterio eucarístico, en el corazón de esa liturgia celeste a la que se refiere la segunda lectura, tomada del Apocalipsis. San Juan presenta a un ángel que ofrece 'muchos perfumes para que, con las oraciones de los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono' (cfr Ap 8, 3). El altar del sacrificio se convierte, de cierta forma, en punto de encuentro entre el Cielo y la tierra; el centro, podríamos decir, de la única Iglesia que es celeste y al mismo tiempo peregrina en la tierra, donde, entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios, los discípulos del Señor anuncian su pasión y muerte hasta que vuelva en la gloria (cfr Lumen gentium, 8). Es más, cada celebración eucarística anticipa el triunfo de Cristo sobre el pecado y sobre el mundo, y muestra en el misterio el fulgor de la Iglesia, 'esposa inmaculada del Cordero sin mancha, Esposa que Cristo a amado y por la que se ha entregado, a fin de hacerla santa' (ibid., 6).


    Es necesario que toda la comunidad crezca en la caridad y en la dedicación apostólica y misionera. Concretamente se trata de dar testimonio con la vida de vuestra fe en Cristo y la confianza total que ponéis en él. Se trata también de cultivar la comunión eclesial que es ante todo un don, fruto del amor libre y gratuito de Dios, y que por tanto es divinamente eficaz, y está siempre presente y operante en la historia, más allá de cualquier apariencia contraria.

    La comunión eclesial es también una tarea confiada a la responsabilidad de cada uno. Que el Señor os conceda una comunión cada vez más convencida y operante, en la colaboración y en la corresponsabilidad en todos los niveles: entre presbíteros, consagrados y laicos, entre las distintas comunidades cristianas de vuestro territorio, entre las distintas agrupaciones de laicos. (...)


    Homilía del Papa en la dedicación del altar de la catedral de Albano, el lunes 22 de septiembre de 2008.


     



    Get Windows Live and get whatever you need, wherever you are. Start here.

    miércoles, septiembre 24, 2008

     

    Éfeso. Un centro misionero sin igual

    25. Éfeso. Un centro misionero sin igual

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García Misionero Claretiano

    El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

    En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.




    Dos años largos nos esperan con Pablo en Éfeso. Interesantes a más no poder.
    Camino de Jerusalén, se había detenido aquí, y les prometió:

    - Me voy, pero estén seguros de que vuelvo…

    Y sí, volvió. Vino el encuentro con aquel grupo de doce sobre los que bajó tan sonoramente el Espíritu Santo, y todo hacía prever unos comienzos felices (Hch 19,8-20)

    Pero pronto asomó en el horizonte la tempestad. Tres meses predicando cada sábado en la sinagoga, y los judíos, tan aquiescentes y obsequiosos la primera vez, ahora se volvieron las fieras que cabía esperar:

    ¡No! Ese Cristo no nos interesa. Ese "camino" tan torcido enseñas tú a los paganos que buscan a nuestro Dios Yahvé? ¡Deja en paz con nosotros a los prosélitos y temerosos de Dios, y lárgate de aquí!...
    Pablo entonces, con tanto dolor como energía, les desafió:

    - ¿Así lo quieren y así me lo piden? Pues, rompo con ustedes. En la sinagoga se queden, que yo me voy a los gentiles. Ellos aceptarán la salvación que ustedes rechazan.

    Y Pablo se fue. Pero un tal Tirano, que bien podía ser un simpatizante, le alquiló el local de su escuela. Tirano, retórico griego o maestro dedicado a la enseñanza, ejercía el magisterio desde el amanecer hasta el medio día, y dejaba libre por la tarde el local.

    Para Pablo, esto resultaba magnífico. Con lo madrugadores que eran los griegos y romanos, trabajaban desde muy de mañana, y la tarde la dedicaban al ocio, a la diversión, a la vida social. Los judíos se dedicaban a sus labores todo el día, y Pablo en Éfeso supo combinar muy bien sus dos trabajos.

    Muy de mañanita, se ponía a trabajar duro en el taller de Áquila y Priscila, confeccionando lonas para ganarse el sustento de cada día. Y la tarde entera, desde el mediodía, la consagró a evangelizar a cuantos quisieran escucharle en el aula espaciosa de aquella escuela que le resultó providencial.

    A Pablo se le empezó a complicar algo la vida por lo que menos podía esperarse, como dicen los Hechos:

    "Dios obraba por medio de Pablo milagros no comunes, de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado, y se alejaban de los pacientes las enfermedades y espíritus malos".

    Por lo que indica esta observación de Los Hechos, nos podemos figurar muchas escenas.
    Si estaba Pablo en el taller, venía la gente a buscar retazos de lo que Pablo había tejido. En la escuela, acudían a interrumpir las clases implorando clemencia para los enfermos. Iba Pablo por la calle, y se le echaban muchos encima, suplicando: - ¡Cúrame!... Todo igual que lo de Jesús en Galilea. Hasta que vino el hecho tan grave como cómico.

    Los magos y los brujos, malos todos ellos, merodeaban por Éfeso y sus contornos.
    Y entre los judíos, en Éfeso -igual que en Palestina, como sabemos por los evangelios─, actuaban exorcistas que expulsaban demonios en el nombre de Dios. Muy bien esto.

    Pero vino lo inesperado con unos exorcistas ambulantes judíos, que debían obrar por intereses bastardos, y adivinaron el negocio:

    - Si Pablo expulsa los demonios en nombre de Jesús, ¿por qué no hacemos nosotros lo mismo? ¡Usemos ese nombre, que por lo visto le da miedo al demonio!...

    Y sí, lo hicieron. Eran nada menos que siete hermanos los que ejercían este oficio de exorcistas, hijos de un tal Esceva, importante sacerdote judío, y lo hacían en grupo con toda solemnidad. Uno de ellos se planta frente al pobre endemoniado, y conmina al espíritu:

    - Te conjuro por Jesús, a quien predica Pablo, que salgas de aquí.

    Sólo que el demonio respondió como si tal:

    - Conozco a ese Jesús y sé quién es Pablo. Pero ustedes, ¿quiénes son?

    Y arrojándose el endemoniado contra todos ellos, pudo más que los siete juntos, les quitó los vestidos descaradamente, y de forma tan poco elegante tuvieron que escaparse a su casa, desnudos y cubiertos de heridas. El hecho corrió por toda la ciudad y sus contornos, se apoderó de la gente un gran temor, y el nombre de Jesús corrió veloz de boca en boca.

    Vino entonces algo más serio. Eran muchos los que en Éfeso practicaban la magia, y ahora, prevenidos y avisados por semejante suceso, se acercaban temblorosos a confesar sus malas artes:

    - ¿Qué tenemos que hacer, Pablo?...

    No lo decían por comedia, pues venían con puñados de libros que arrojaban a las llamas delante de todos. Fueron tantos los libros que acabaron en la hoguera, que, según los Hechos, "calcularon el precio y hallaron que subía a cincuenta mil monedas de plata".

    ¡Ya paró bien la broma del demonio con los pobres exorcistas!...

    Durante los tres años de Éfeso, Pablo ha escrito varias de las cartas que hoy poseemos, y en las cuales encontramos expresiones conmovedoras:

    "Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser como la basura del mundo y el deshecho de todos" (1Co 4,12-13)

    Esto lo escribía Pablo desde Éfeso. Y añadirá algo después:

    "No quiero que lo ignoren, hermanos. La tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, muy por encima de nuestras fuerzas, tanto que perdí toda esperanza de salir con vida, como si tuviera encima la sentencia capital" (2Co 1,8-9)

    Pero Dios, rico en bondad, en medio de las tribulaciones que Pablo nos narraba, escritas desde Éfeso en estos tres años de apostolado asombroso, le colma de consuelos inefables, pues escribe también al lado mismo de aquellos párrafos estremecedores:

    "Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando me siento débil, entonces soy más fuerte que nunca" (2Co 12,9-10)

    Esas tribulaciones eran la paga de su apostolado en medio de triunfos resonantes, ya que, como dicen los Hechos, "la palabra del Señor crecía y se difundía poderosamente".

    No han acabado las proezas de Pablo en Éfeso, pues aún hemos de presenciar algunas aventuras más de este héroe legendario, que todavía nos sigue repitiendo después de dos mil años:

    - ¿Quieren jugarse por alguien la vida?

    ¡Juéguensela por Jesucristo!...



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Pedro García Cmf








    Your PC, mobile phone, and online services work together like never before. See how Windows® fits your life.

    martes, septiembre 23, 2008

     

    Si Dios me concediese ver mi alma...


    Si Dios me concediese ver mi alma...

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Fernando Pascual LC


    Si Dios me concediese ver mi alma tal cual es, quizá sentiría una pena profunda al descubrirla tan llena de egoísmo, de maldad, de pecados. Quizá me dominaría un sentimiento de terror ante tanta oscuridad, tanta miseria, tantas cobardías.

    Pero si Dios me concediera ver mi alma plenamente, en toda su pobreza y en toda su riqueza, descubriría también que está envuelta por un Amor inmenso, misericordioso, magnífico. Vería con claridad que Dios me ama.

    Me ama, porque me ha creado. Me ama, porque me ha redimido. Me ama, porque conoce que soy débil. Me ama, porque quiere sacarme del pecado. Me ama, porque me ha enseñado el camino del Reino. Me ama entrañablemente, con amor de Padre, y por eso me pide que también yo empiece a amar a mis hermanos.

    Debe ser una gracia maravillosa: descubrir que Dios, Amor, está más dentro que lo íntimo de mi alma, y que está por encima de lo más alto de mis pensamientos. Lo decía san Agustín, y podemos experimentarlo cada uno si podemos ver, desde la luz del Espíritu Santo, nuestra propia alma.

    Si Dios me concediese ver mi alma tal cual es, le pediría simplemente que me ayudase a fijarme más en su mirada que en mis miserias. Y que me concediese también la gracia de poder susurrar, los días que me queden de vida, a tantos corazones que están a mi lado que también ellos tienen en los cielos un Padre misericordioso que los busca, que los espera, que los ama.

    Su mirada sostiene mis pasos. Su amor explica mi vida. Su verdad me enseña el camino. Su misericordia perdona mis pecados. Su justicia me pide acabar con el egoísmo. Su paciencia salva muchas almas y me pide un poco de paciencia y comprensión para ese familiar, ese amigo, esa persona que me ha hecho tanto daño...

    Si Dios me concediese ver mi alma...


  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Fernando Pascual LC


     



    Reveal your inner athlete and share it with friends on Windows Live. Share now!

    lunes, septiembre 22, 2008

     

    Entre la segunda y tercera misión. Dejando por ahora Corinto


    24. Entre la segunda y tercera misión. Dejando por ahora Corinto

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García Misionero Claretiano



    El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

    En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.




    Un día corrió la alarma por la Iglesia de Corinto:

    -¿No lo saben? Pablo se va, Pablo nos deja. Se ha rapado completamente la cabeza, y esto en un judío significa que ha de ir a Jerusalén para cumplir en el Templo el voto que ha ofrecido.

    Les preguntan a Áquila y Priscila, que no pueden mentir:
    -Sí, es cierto. Y nosotros marchamos con él hasta Éfeso, donde nos vamos a quedar, mientras que él seguirá su viaje, aunque nos dice que vendrá a Éfeso después de Jerusalén.

    ¿Cómo es que Pablo deja Corinto? Ha fundado allí una iglesia fuerte, ejemplar, luchadora, que ha crecido prodigiosamente.

    La fuerza de la Cruz se ha mostrado vigorosa en la ciudad llena de vicio, y los creyentes quedan bien atendidos por presbíteros y jefes ejemplares.

    Pablo puede reflexionar confiado:

    -¿Qué sigo haciendo aquí después de año y medio? En Grecia, sin ninguna ciudad importante fuera de Atenas y Corinto, ya no me queda nada que hacer. Roma..., Roma…, y después hasta España, en el fin de la tierra. Pero antes he de visitar y fortalecer las iglesias fundadas en Galacia. Y, antes que Roma, está Éfeso y las ciudades costeras del Asia. ¿Me va a impedir por tercera vez el Espíritu Santo establecer en Éfeso la Iglesia?...

    Pablo se decide:

    -¡A Éfeso! Pero, antes, una rápida visita a Jerusalén, Antioquía e iglesias de Galacia.
    En Éfeso, al desembarcar con Áquila y Priscila, tiene la confirmación de su propósito, cuando oye después de predicar alguna vez que otra en la sinagoga:
    -¡Quédate aquí, Pablo!...
    -Sí, volveré, si Dios quiere, se lo prometo; pero déjenme ir antes a Jerusalén.

    Desembarca ahora en Cesarea, y de allí "sube" a Jerusalén, donde tiene por lo visto una acogida fría o indiferente:

    -¡Ya está aquí Pablo! El que no quiere la circuncisión ni la Ley de Moisés, el que amplía la Iglesia con paganos y más paganos…
    Pablo no es insensible a estas críticas, y lo siente.

    Por más que los judeocristianos de Jerusalén no podían quejarse mucho esta vez.

    Ven cómo Pablo ha venido desde muy lejos hasta la Iglesia madre para cumplir un voto conforme a las costumbres judías, que no le obligaban para nada. Pablo lo hizo libremente.

    Y con esto podían ver sus adversarios que Pablo no rechazaba las costumbres piadosas de su pueblo.

    Pablo, como escribirá él mismo después, se hacía "judío con los judíos" a fin de ganarlos a todos para Cristo (1Co 9,20). Lo que rechazaba era la circuncisión y la Ley como obligatorias para los que habían recibido la fe y el Bautismo del Señor Jesús.

    Una vez cumplido su voto en el Tempo, Pablo se despide, y se encamina otra vez hacia Antioquía, donde, al revés de Jerusalén, todo es acogida, todo es cariño, todo es estímulo:

    -¡Adelante, Pablo! Visita a los hermanos de Galacia, y a ver si esta vez te deja el Espíritu caer por fin en Éfeso.
    Empezaba la tercera misión de Pablo (Hch 18,22-28; 19,1-10)

    Era a finales del año 52, ó ya la primavera del 53, cuando Pablo atravesaba de nuevo la cordillera del Tauro para visitar las iglesias de Galacia confortando a los hermanos.

    Y por fin, ¡esta vez, sí!, por fin Éfeso, la grande y bella ciudad de Éfeso, rodeada de otras ciudades que serán célebres en la historia apostólica, en especial con las cartas que Juan les dirigirá en el Apocalipsis.

    Nada más llegar, Pablo escucha con interés lo que le cuentan algunos:
    -Teníamos aquí con nosotros a Apolo, un admirable judío de Alejandría. ¡Hay que ver cómo domina las Escrituras! ¡Hay que ver con qué elocuencia habla! ¡Hay que ver qué testimonio da del Señor Jesús!...

    Áquila y Priscila le confirman todo a Pablo:
    -Sí, es cierto; pero no conocía al Señor Jesús más que por lo de Juan el Bautista en el Jordán. Nosotros le instruimos mejor, y marchó a Corinto mucho más preparado. Los hermanos de aquí le dieron carta de recomendación y a Corinto que se fue…

    Pablo, de corazón grande, no siente nada de envidia; al contrario, se goza de que el nombre del Señor Jesús sea más y más conocido por evangelizadores que surgen en la Iglesia como la mayor bendición de Dos.

    Igual que Apolo, estaban aquellos doce creyentes, a los que pregunta Pablo:
    -¿Recibieron al Espíritu Santo cuando abrazaron la fe?
    Los doce del grupo dieron una respuesta extraña por demás:
    -¿El Espíritu Santo? ¿Y quién es? Ni sabemos que exista un Espíritu Santo.
    Prosiguió Pablo con no menor extrañeza:
    -Entonces, ¿qué bautismo han recibido ustedes?
    -El bautismo de Juan el Bautista.

    Pablo tuvo bastante. Algunos discípulos de Juan, después de recibir en el Jordán el bautismo, habían regresado a sus casas, lejos de Judea, y seguían realizando el rito del Profeta.

    Adivinando abierta de par en par la puerta para evangelizar en Éfeso, Pablo contesta:
    -Muy bien lo que dicen. Pero aquello de Juan no era sino una preparación para lo que había de venir. Como decía el mismo Juan, Jesús instituyó el único y definitivo bautismo.
    -¿Y lo podemos recibir nosotros?
    -Si creen en el Señor Jesús, ¡claro que lo pueden recibir!

    Pablo los ve dispuestos, les instruye algo más, hace que se bauticen los doce, y, es de suponer, que con sus mujeres e hijos también.
    Bautizados, les impone las manos, y el Espíritu Santo bajaba clamorosamente haciéndoles hablar en lenguas extrañas; profetizaban, hablaban de Jesús, entusiasmaban a todos…

    Este hecho de los doce que ignoraban al Espíritu Santo lo hemos tomado también como una fina advertencia de Dios a la Iglesia de siempre.
    ¿Cómo es posible ignorar al Espíritu Santo? ¿Cómo es posible desplazarlo en la Iglesia del lugar que le corresponde?...
    El Espíritu Santo, tan calladito, tan delicado, es el gran motor de la Iglesia para llevar adelante la obra del Señor Jesús hasta el fin.

    Pablo adivina todo el provenir:
    -Antes, todo eran dificultades. En Galacia, se me cerraban todos los caminos del Asia, y ahora se me abre de par en par una puerta enorme y prometedora (1Co 16,9)

    El Espíritu Santo, de manera tan sorpresiva e interesante, abría la brecha para el Evangelio en Éfeso. Veremos hasta dónde llegará…



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Pedro García Cmf



    Get more from your digital life. Find out how.

     

    Ser como Ella


    Ser como Ella

    Fuente: www.reinadelcielo.org
    Autor: Oscar Schmidt



    ¿Cómo hacerlo?. ¿Cómo puedo ser aunque más no sea un poco parecido a Ella?. Parece tan difícil, tan inalcanzable, tanta distancia hay entre la Pureza infinita de la Madre de Dios y nuestras debilidades cotidianas.

    Y sin embargo, se puede. Y justamente ese "se puede" esconde una parte enorme del misterio de la reconciliación de Dios con el hombre. María pudo, y tuvo un origen humano como todos nosotros, más allá de que Dios puso en Su Predilecta un origen Inmaculado que la elevó sobre el resto de la Creación. Pero Ella sigue siendo en su origen tan humana como tú, como yo. María es la felicidad de Dios encarnada, ya que más allá de todos los fracasos que hemos tenido los hombres a lo largo de los siglos en darle felicidad al Creador, Ella es el Santuario que recuerda a todo el Cielo que merecemos la Misericordia de Dios, porque si Ella pudo, otros podremos también.

    María fue el Arca de la Nueva Alianza, porque tuvo al Espíritu Santo en Ella desde siempre, y luego acogió al Verbo Encarnado, al que le dio vida como Hombre. María fue la Casa de Dios, el Hogar Perfecto para el mismo Divino Niño. Y así nosotros también tenemos que ser la Casa de Dios: nuestro corazón debe ser el hogar del Espíritu Santo, refugio de Dios, como lo fue María en su tiempo en la tierra.

    Y la Virgen también fue y es verdadera Corredentora, porque entregó todo al Padre, entregó a su Hijo Amado, y vivió místicamente lo que Jesús sufrió frente a sus propios ojos. Ninguna Criatura llevó jamás una Cruz más pesada que la de la Crucifixión de su Hijo. Sólo la Cruz de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre supera, y por mucha distancia, el sufrimiento de la Virgen. Y así tenemos que ser nosotros también corredentores, siguiendo el camino que María nos muestra. Tomar nuestra pequeña o gran cruz y seguirla, porque Ella nos lleva a Su Hijo, que nos espera, sabiendo que estamos en las mejores manos.

    María es la omnipotencia suplicante, es la oración hecha persona. Ella siempre oró a Dios, con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. Todo en María fue un canto al Creador. Y ahora más que nunca, en un mundo que parece no darse cuenta del peligro que lo acecha, Ella se nos presenta en muchos lugares para pedirnos oración: "oren hijitos míos, oren por los pecadores". ¿Cuántas veces escuchamos este pedido?. Seamos como Ella una potencia suplicante, una oración cotidiana, un canto con el corazón abierto e inflamado de amor por Cristo, nuestro amado Jesús.

    María al pié de la Cruz, junto al Redentor. Y donde está el Cuerpo del Hijo, está la Madre. Ella nos lleva a la Eucaristía, al Milagro más admirado por los ángeles. ¿Y nosotros no nos damos cuenta de la majestuosidad del Dios de los hombres hecho Pan y Vino entre nosotros?. María nos lleva al Cuerpo y Sangre de Jesús, para que lleguemos como Ella al pie de la Cruz, cada día, en todos los Tabernáculos de la tierra.

    María, Reina de la Creación, lleva bajo Tu Manto a todos tus pequeños niños, para que sepamos imitarte como el verdadero modelo que Dios nos legó. Seamos como vos nos querés moldear, seamos dóciles y humildes alumnos de tu maternal escuela. Madre, deja que seamos a vos lo que Dios quiso que sea la naturaleza humana de Jesús: tu fiel reflejo.




  • Preguntas o comentarios al autor
  • Oscar Schmidt


    Got Game? Win Prizes in the Windows Live Hotmail Mobile Summer Games Trivia Contest Find out how.

     

    Mateo, de publicano a santo


    Mateo, de publicano a santo

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Juan J. Ferrán

    Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.

    Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: 'Sígueme' (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido en esta lucha.

    Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.

    'Él se levantó y le siguió' (Mt 9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: 'Se levantó', como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y 'le siguió', es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de remordimiento.

    'No he venido a llamar a justos sino a pecadores' (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: 'No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio' (Mt 9, 10-13).

    Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos mismos que se consideraban justos. 




    Get more from your digital life. Find out how.

    viernes, septiembre 19, 2008

     

    El vía crucis, resumen de toda una vida



    El vía crucis, resumen de toda una vida

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Antonio Izquierdo, L.C.



    Es fácil que alguna vez nos hayamos preguntado por qué el dolor que purifica, eleva y sostiene a unos, amarga y destruye a otros. ¿Qué es lo que da sentido en un caso al dolor y contrasentido en otro? ¿Depende de la cantidad del dolor? ¿Depende del tipo de personas que sufren? ¿Depende de la postura que unos y otros adopten ante el sufrimiento? ¿Depende de darle un significado al dolor?

    El hecho es que son muchos los hombres que han entendido que el sufrimiento tiene un valor. No se necesita ser cristiano para entenderlo. Una cita: "El que no ha sufrido, no sabe nada, no conoce ni el bien ni el mal, ni a los hombres, ni a sí mismo. No existe nadie más infortunado que un hombre que no haya que tenido que sufrir".

    A los cristianos el modo de ver y de aceptar el dolor nos lo ha enseñado Cristo. Siguiendo las huellas de Cristo, es como damos al dolor un sentido. Lo sufrimos y lo podemos sufrir con serenidad, incluso con alegría.


    El vía crucis de Jesucristo

    Contemplemos el momento en que Pilatos toma la decisión de entregar en manos de los fariseos y de los sumos sacerdotes a Jesús para que lo crucifiquen. Pilatos pone punto final a un proceso que ha comenzado al inicio de su vida. Jesucristo, el Hijo de Dios, no es bien recibido en este mundo: "Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron", lo condenaron a muerte.

    Jesucristo acepta la cruz, la condenación y el desenlace final, como había aceptado a lo largo de su existencia ser perseguido, odiado, calumniado, tenido como un blasfemo, como un amigo de pecadores, de borrachos. La aceptación de la cruz final no es sino el culmen de la aceptación permanente, a lo largo de toda su vida. Lo que Jesús nos pide a los cristianos: "Toma tu cruz de cada día", él lo hizo primero. Tomó su cruz de cada día y terminó en la cruz del Calvario.
    ... ...

    Jesucristo cae tres veces. Caídas que son expresión de su naturaleza humana, frágil como la nuestra: Ha perdido la sangre, tiene toda la espalda hecha polvo, lleva horas y horas de cansancio, ha vivido la noche más trágica de la historia. ¡Cómo no va caer!

    Jesús ha vivido a lo largo de su vida esa misma debilidad: ha aceptado ser débil, estar cansado. Por ejemplo, junto al pozo de Jacob, después de haber estado caminando todo el día desde Jerusalén hasta Siquén. En otra ocasión les dice a los discípulos:"Vamos a un lugar solitario para descansar".
    ... ...

    El encuentro con su madre.¡Qué alivio debió ser para Jesús encontrarse con María en el camino de la cruz! ¡Qué consuelo para su corazón de hijo! A la vez, ¡qué dolor! ¡cómo sufre viendo sufrir a su madre! ¡cuántos recuerdos de su niñez, de su adolescencia y de su juventud! ¡cuántos recuerdos de los ratos a solas con María!
    ... ...

    La ayuda del cirineo, de la verónica, de las santas mujeres. Jesucristo también recibe ayuda de los hombres. No todo es malo, no todo es crimen, no todos son soldados que abofetean, escupen a Jesús. Hay gente buena que suaviza la cruz, que le ayuda a llevarla, que le anima, le alienta. Está el cirineo, que la lleva inicialmente a regañadientes, pero, siguiendo tras Jesús, pasa poco a poco a llevarla con gusto. Está la verónica enjugando el rostro de Jesús. Están las mujeres queriendo consolarle.

    También a lo largo de su vida pública, Jesús había tenido personas que lo habían ayudado: Los discípulos que, en medio de su flaqueza humana, colaboraron en su misión, lo acompañaron, estuvieron con él, compartieron su vida, sus preocupaciones, sus intereses, sus fatigas; la familia de Betanía: Lázaro, María, Marta, que le da acogida a Jesús en su casa cuando viene a Jerusalén; algunas mujeres que le acompañaban y le servían.
    ... ...

    Jesús es despojado de sus vestiduras, como antes había sido despojado de su fama y de su dignidad a lo largo de su vida pública. Jesucristo es clavado en la cruz, como había vivido clavado en la cruz de cada día a lo largo de toda su existencia. No existe una sola cruz, existen muchas cruces de cada día. Como si cada cruz fuese un pedacito de madera que se incrusta día tras día en la gran cruz del Calvario. Jesús muere en la cruz, más bien termina de morir.

    El "vía crucis" de Jesús es, efectivamente, un resumen de toda su vida, el coronamiento de toda su existencia: Alegrías y penas, consuelos y dolor, ayuda y desprecios; todo junto en esa hora y media de caminar con la cruz hasta el Calvario.


    El vía crucis del cristiano

    Contemplemos el "vía crucis" del cristiano, también como resumen de toda la vida, a la luz del "vía crucis" de Jesús. También nosotros podemos ser condenados a muerte, al desprecio, al aborrecimiento. Podemos sentir el silencio que hiere, y que es una condenación de nuestra fidelidad cristiana.

    También nosotros somos invitados a aceptar la cruz, la que Dios nos mande cada día. También en nuestra vida hay caídas, fragilidad, cansancio. También en nuestra vida hay una madre que nos acompaña, que se encuentra diariamente con nosotros, que nos alivia nuestro dolor. ¡Cuántos cirineos en nuestras vidas, cuántas verónicas, cuántas personas que buscan auxiliarnos, hacernos el bien!

    También nosotros podemos sentirnos despojados de nuestra fama, del aprecio de los hombres, de nuestra dignidad, de nuestro honor. También hay momentos en la vida en que sentimos que se nos clavan en la carne los clavos del dolor. También nosotros tenemos que prepararnos para terminar de morir.


    El vía crucis desde la fe

    El camino de la cruz de Cristo y el nuestro es un camino de salvación y de misión, porque somos enviados a colaborar en la salvación de otros hermanos nuestros. Mi cruz me salva a mí y también a muchos hombres.

    ¡Qué importante considerar que habrá momentos en nuestra vida en que tengamos que vivir el misterio de la cruz! No sabemos los destinos de Dios, pero hay personas que hacen un gran apostolado desde su cruz: Inútiles humanamente hablando, están salvando al mundo.

    Mientras tengamos ojos para ver la cruz de Cristo, mientras no nos sintamos indiferentes, sino que nos veamos envueltos en el misterio de la cruz, la cruz tendrá un valor, la podremos mirar con serenidad y con gozo. Muchos hombres preguntan: "¿Por qué el dolor? ¿Por qué la cruz? ¿Por qué a mí?". Mira a Cristo camino de la cruz, mira la cruz sobre el Gólgota. Ahí está la única verdadera respuesta.



    Reveal your inner athlete and share it with friends on Windows Live. Share now!

     

    Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza.

    Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza.

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Antonio Rivero LC

    Hoy se está perdiendo mucho la esperanza, esa virtud que nos da alegría, optimismo, ánimo, que nos hace tender la vista hacia el cielo, donde se realizarán todas las promesas. La esperanza es la virtud del caminante.

    ¡La esperanza!

    La esperanza causa en nosotros el deseo del cielo y de la posesión de Dios. Pero el deseo comunica al alma el ansia, el impulso, el ardor necesario para aspirar a ese bien deseado y sostiene las energías hasta que alcanzamos lo que deseamos.

    Además acrecienta nuestras fuerzas con la consideración del premio que excederá con mucho a nuestros trabajos. Si las gentes trabajan con tanto ardor para conseguir riquezas que mueren y perecen; si los atletas se obligan voluntariamente a practicar ejercicios tan trabajosos de entrenamiento, si hacen desesperados esfuerzos para alcanzar una medalla o corona corruptible, ¿cuánto más no deberíamos trabajar y sufrir nosotros por algo inmortal?

    La esperanza nos da el ánimo y la constancia que aseguran el triunfo. Así como no hay cosa que más desaliente que el luchar sin esperanza de conseguir la victoria, tampoco hay cosa que multiplique las fuerzas tanto como la seguridad del triunfo. Esta certeza nos da la esperanza.

    Esta esperanza es atacada por dos enemigos:

  • Presunción: consiste en esperar de Dios el cielo y todas las gracias necesarias para llegar a Él sin poner de nuestra parte los medios que nos ha mandado. Se dice "Dios es demasiado bueno para condenarme" y descuidamos el cumplimiento de los Mandamientos. Olvidamos que además de bueno, es serio, justo y santo. Presumimos también de nuestras propias fuerzas, por soberbia, y nos ponemos en medio de los peligros y ocasiones de pecado. Sí, el Señor nos promete la victoria, pero con la condición de que hemos de velar y orar y poner todos los medios de nuestra parte.

  • Desaliento y desesperación: Harto tentados y a veces vencidos en la lucha, o atormentados por los escrúpulos, algunos se desaniman, y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su salvación. "Yo ya no puedo".

    La esperanza es una de las características de la Iglesia, como pueblo de Dios que camina hacia la Jerusalén celestial. Todo el Antiguo Testamento está centrado en la espera del Mesías. Vivían en continua espera. ¡Cuántas frases podríamos entresacar de la Biblia! "Dichoso el que confía en el Señor, y cuya esperanza es el Señor...Dios mío confío en Ti...No dejes confundida mi esperanza...Tú eres mi esperanza, Tú eres mi refugio, en tu Palabra espero...No quedará frustrada la esperanza del necesitado...Mi alma espera en el Señor, como el centinela la aurora".

    También el Nuevo Testamento es un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra esperanza. Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. La promesa que Él nos hizo fue ésta "quien me coma vivirá para siempre, tendrá la Vida Eterna".

    ¿Cómo unir esperanza y Eucaristía?

    La eucaristía es un adelanto de esos bienes del cielo, que poseeremos después de esta vida, pues la Eucaristía es el Pan bajado del cielo. No esperó a nuestra ansia, Él bajó. No esperó a nuestro deseo, Él bajó a satisfacerlo ya. Es verdad que en el cielo quedaremos saciados completamente.

    La Eucaristía se nos da para fortalecer nuestra esperanza, para despertar nuestro recuerdo, para acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades y como testimonio de nuestra salvación y de las promesas contenidas en el Nuevo Testamento.

    Mientras haya una Iglesia abierta con el Santísimo, hay ilusión, amistad. Mientras haya un sacerdote que celebre misa, la esperanza sigue viva. Mientras haya una Hostia que brille en la custodia, todavía Dios mira a esta tierra.

    Dijimos que los dos grandes errores contra la esperanza son la presunción y la desesperación. A estos dos errores responde también la eucaristía.

    ¿Qué tiene que decir la eucaristía a la presunción?

    "Sin mi pan, no podrás caminar, sin mi fuerza no podrás hacer el bien, sin mi sostén caerás en los lazos de engaños del enemigo. Tú decías que podías todo. ¿Seguro? ¿Cómo podrías hacer el bien sin Mí, que soy el Bien supremo? Y a Mí se me recibe en la eucaristía. ¿Cómo podrías adquirir las virtudes tú solo, sin Mí, que doy el empuje a la santidad? Quien come mi carne irá raudo y veloz por el camino de la santidad".

    ¿Y qué tiene que decir la eucaristía a la desesperación?

    "¿Por qué desesperas, si estoy a tu lado como Amigo, Compañero? ¿Por qué desesperas si Yo estaré contigo hasta el fin de los tiempos? ¿Por qué desesperas a causa de tus males y desgracias, si yo te daré la fuerza?".

    El cardenal Nguyen van Thuan, obispo que pasó trece años en las cárceles del Vietnam, nueve de ellos en régimen de aislamiento, nos cuenta su experiencia de la eucaristía en la cárcel. De ella sacaba la fuerza de su esperanza.

    Estas son sus palabras: "He pasado nueve años aislado. Durante ese tiempo celebro la misa todos los días hacia las tres de la tarde, la hora en que Jesús estaba agonizando en el cruz. Estoy solo, puedo cantar mi misa como quiera, en latín, francés, vietnamita...Llevo siempre conmigo la bolsita que contiene el Santísimo Sacramento: "Tú en mí, y yo en Ti". Han sido las misas más bellas de mi vida. Por la noche, entre las nueve y las diez, realizo una hora de adoración...a pesar del ruido del altavoz que dura desde las cinco de la mañana hasta las once y media de la noche. Siento una singular paz de espíritu y de corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de Jesús, de María y de José".

    Y le eleva esta oración hermosa a Dios: "Amadísimo Jesús, esta noche, en el fondo de mi celda, sin luz, sin ventana, calentísima, pienso con intensa nostalgia en mi vida pastoral. Ocho años de obispo, en esa residencia a sólo dos kilómetros de mi celda de prisión, en la misma calle, en la misma playa...Oigo las olas del Pacífico, las campanas de la catedral. Antes celebraba con patena y cáliz dorados; ahora tu sangre está en la palma de mi mano. Antes recorría el mundo dando conferencias y reuniones; ahora estoy recluido en una celda estrecha, sin ventana. Antes iba a visitarte al Sagrario; ahora te llevo conmigo, día y noche, en mi bolsillo. Antes celebraba la misa ante miles de fieles; ahora, en la oscuridad de la noche, dando la comunión por debajo de los mosquiteros. Antes predicaba ejercicios espirituales a sacerdotes, a religiosos, a laicos...; ahora un sacerdote, también él prisionero, me predica los Ejercicios de san Ignacio a través de las grietas de la madera. Antes daba la bendición solemne con el Santísimo en la catedral; ahora hago la adoración eucarística cada noche a las nueve, en silencio, cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta breve oración: "Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos: todas las tristezas, los sufrimientos, las angustias, hasta mi misma muerte. Amén" .

    Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza.


  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Antonio Rivero LC.





    Get Windows Live and get whatever you need, wherever you are. Start here.

    jueves, septiembre 18, 2008

     

    El Señor volverá. Otra misiva a Tesalónica


    22. El Señor volverá. Otra misiva a Tesalónica

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García Misionero Claretiano

    Pablo, mientras evangelizaba en Corinto, les pidió con urgencia a Timoteo y Silas:

    - ¡Pronto! Necesito más papel, tinta y plumas. Y ustedes, prepárense para otra carta que les tengo que dictar.

    Se inició un diálogo nervioso entre los tres, al preguntar Timoteo:

    - Pablo, ¿qué pasa pues?

    - Nada malo. Pero quiero tranquilizar a los de Tesalónica. Como tú me decías, Timoteo, no entendieron eso de la resurrección de los muertos. Por una parte están llenos de esperanza, pero por otra han sacado malas consecuencias. Me han informado algunos hermanos llegados de allí, que bastantes discípulos se han dicho: Si el Señor está cerca, ¿para qué molestarse en lo poco que nos queda de vida aquí?...

    - O sea, ahora a vivir tranquilos, a mariposear por el ágora, a no trabajar y a dedicarse al ocio, en el que los griegos son tan especialistas.

    - Dices muy bien, Silas. Por eso, es tan importante aclararles este punto sin dejarles dudas. Al acabar el trabajo en el taller, y después de predicar al Señor Jesús en el grupo que nos viene cada día, hemos de escribir de nuevo.


    Silas y Timoteo se dieron cuenta del trabajo que les venía otra vez encima.
    Pablo, discurriendo mientras daba vueltas por la estancia, les iba a dictar a los dos las ideas que le llenaban la cabeza. Sentados uno y otro en el suelo ─con los papiros egipcios en la mano, y turnándose, pues el escribano difícilmente aguantaba más de dos horas─, irían escribiendo la segunda carta a los de Tesalónica. Más breve ésta que la anterior, pero también llena de enseñanzas y de cariño.

    No habían pasado más que unos dos meses desde la primera carta, y viene esta segunda como una emergencia, originada por la cuestión de los difuntos.

    Algunos tesalonicenses, interpretando mal lo que Pablo les había escrito, sacaron una mala consecuencia:

    - Si el Señor está cerca, si va a venir pronto para el Juicio, ¿vale la pena preocuparse por el porvenir?, ¿vale incluso la pena trabajar?...

    Pablo reprende. Con cariño, pero amonesta como debe:

    - A los haraganes, que viven entre ustedes "sin trabajar nada, pero metiéndose en todo", les aviso en serio: "si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma" (3,10-11)

    Y se pone como ejemplo:

    - Ustedes saben cómo deben vivir para imitarnos: no hemos vivido entre ustedes sin trabajar; no pedimos a nadie un pan sin haberlo ganado, sino que trabajamos y nos fatigamos día y noche a fin de no ser carga para ninguno de ustedes. Y no es que no tuviéramos derecho para pedir; pero quisimos darles un ejemplo que imitar. (3,7-9)

    Vemos cómo no dice "yo", sino que la carta pone bien claro "nosotros". Los compañeros de Pablo trabajaban, cada uno en su oficio, igual que el maestro.

    Como se dice vulgarmente, hemos empezado por el tejado, por la consecuencia que Pablo quería extraer de la doctrina sobre la Segunda Venida del Señor, llamada técnicamente "La Parusía". ¿Queremos saber ante todo el significado de esta palabra?

    "Parusía" era una palabra griega que designaba la visita que el emperador o un legado suyo hacía a alguna provincia o ciudad de su dominio.

    Iba siempre, como es de suponer, acompañado de todo su séquito, desplegando magnificencia, y era recibido por el pueblo, con las autoridades a la cabeza, en medio de grandes festejos. Así era en la antigüedad, en los pueblos orientales como en la misma Roma.

    Y de ahí vino el término de la comparación:

    - ¿Les gusta esa pompa, esa grandiosidad, ese despliegue de fuerzas del emperador o del rey?... Pues esto es lo que va a acontecer cuando vuelva el Señor Jesús al final de los tiempos. ¡Aquello sí que será espectacular!

    Todos recordaban con esta palabra lo que había dicho Jesús, y que Pablo les había expuesto: "Verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad" (Mt 24,30)

    La Vuelta del Señor lleva consigo aparejada la resurrección de todos los muertos y la comparecencia ante el tribunal de Jesucristo de todos los ángeles, los del cielo y los del infierno, conforme a la palabra del mismo Pablo:

    - ¿No saben que nosotros vamos a juzgar a los ángeles? (1Co 6,3)

    Es decir, la Parusía, o Día del Señor, reunirá ante Jesús a todas las gentes de todos los tiempos, con la comparecencia también de todos los ángeles del cielo y todos los demonios del infierno.

    Los muertos resucitarán aquel día, pero, ¿y los que vivan cuando el Señor venga? ¿qué ocurrirá con ellos?... Esta era la cuestión que preocupaba a los tesalonicenses.

    Pablo es también muy claro: "No todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al último sonido de trompeta que tocará, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados" (1Co 15,51-52)

    Parece que en la primitiva Iglesia se pensó que la vuelta del Señor estaba inminente. Cuestión de años. Pero pronto se convencieron de que la cosa iba para largo.
    Los años se podían convertir en siglos y en bastantes milenios. Como así ha sido. Es muy posible que estemos en la aurora de la salvación, en el puro amanecer, y que falten aún muchas horas del día.


    En esta carta segunda a los de Tesalónica Pablo apunta un signo de la venida del Señor: la apostasía general y la aparición del Anticristo. Venía a decir lo mismo que Jesús:

    "Y cuando yo vuelva, ¿encontraré fe en la tierra?" (Lc 18,8)

    Esta cuestión de la Vuelta del Señor había suscitado en Tesalónica muchos falsos profetas, que iban proclamando, de viva voz y por cartas falsificadas, como escritas por Pablo:

    - ¡El Señor está por llegar!... Prepárense, porque el Señor viene!...

    Tanto San Pablo, como antes Jesús, desengañan a todos los falsarios, que hasta señalan fechas concretas:

    - Nadie sabe cuándo será. Lo que interesa es estar preparados para cuando el Señor llame a cada uno.

    Aquel ¡Volverá! de la Ascensión lo tenemos muy metido en la mente y en el corazón.
    El día grandioso del final de los tiempos les hace exclamar de continuo a los hijos de la Iglesia con el Apocalipsis: ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,20)

    Con esta carta volvió la paz a la Iglesia de Tesalónica.

    Y qué paz da también hoy el seguir repitiendo con fe:

    ¡Volverá!... ¡Ven, Señor Jesús!...



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Pedro García Cmf




     



    Get more from your digital life. Find out how.

    miércoles, septiembre 17, 2008

     

    ¡Lean, tesalonicenses! Una súplica de Pablo



     
    alfo      
    23. ¡Lean, tesalonicenses! Una súplica de Pablo

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García Misionero Claretiano

    Ha salido de la pluma de Pablo la primera de sus cartas. Y, al final de la misma, les grita casi a sus queridos tesalonicenses:

    - ¡Léanme! ¡Les conjuro por el Señor que lean esta carta todos los hermanos! (1Ts 5,27)

    ¿Sospechaba Pablo que esa su carta, sus dos primeras cartas - primeros escritos del Nuevo Testamento-, los íbamos a leer con fruición en la Iglesia durante siglos y siglos?...

    Y al leer esas sus dos cartas a los de Tesalónica, ¿con qué nos encontramos?...
    Aparte de lo que ya tenemos comentado en meditaciones anteriores, vemos a Pablo volcar su corazón ante aquellos hijos que eran su gloria por la fidelidad al Evangelio.

    ¿Cómo no va a estar orgulloso Pablo de ellos, si se han convertido en modelo de todas las Iglesias? Así se lo dice sin complejos ni regateos:

    "Han abrazado la palabra de Dios con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones. De esta manera se han convertido en modelo de todos los creyentes. Pues partiendo de ustedes, ha resonado la palabra del Señor por todas partes" (1Ts 1,7-8)

    Pablo, ufano por sus hijos, no solamente los colma de felicitaciones, sino que pasa a darles unos consejos que son para nosotros, todavía hoy, grandemente orientadores en nuestra vida cristiana.

    Y nada más empezar, Pablo nos cita por primera vez lo que son la fe, la esperanza y el amor: esa tríada gloriosa que encierra toda nuestra salvación, cuando escribe:

    "Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre el obrar de su fe, el trabajo difícil de su caridad, y la tenacidad de su esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1Ts 1,3)

    ¡Que elogio el contenido en estas palabras! ¡Quién lo pudiera merecer siempre! No hay cristiano que se pueda perder cuando vive estas tres virtudes recibidas en el bautismo.

    Y no se puede perder, sencillamente, porque esa fe, esa esperanza y ese amor son la armadura más fuerte con que está pertrechado para recibir los ataques de Satanás, pues les comenta Pablo:

    "Estamos revestidos con la coraza de la fe y de la caridad, y con el casco de la esperanza de la salvación" (5,8)

    Pero, ¿por qué viven los tesalonicenses con semejante fidelidad el Evangelio?
    Pablo reconoce que esto se debe a dos razones poderosas, encerradas en estas palabras:

    "¡Han llegado a ser para mí entrañables! Porque, al recibir la palabra de Dios que les prediqué, la acogieron, no como palabra de hombre, sino como palabra de Dios, como lo es en verdad, y esa palabra permanece activa en ustedes" (1Ts 2,8 y 13)

    Aquí está la razón de la fuerza de una Iglesia concreta y de un cristiano en particular.

    La palabra que escucha, salida de labios elocuentes o de otros labios muy pobres, es Palabra de Dios, no palabra de hombre, que engendra y alimenta la fe.

    Y recibida la Palabra con fe, ¿se queda en una fe muerta, sin obras? ¡No! Porque se traduce en obras vivas, activas siempre, tal como dice el mismo Pablo: "Es una fe que actúa siempre movida por el amor" (Gal 5,6)

    El apóstol Santiago se vio en la precisión de corregir a algunos que tergiversaban ciertas expresiones de Pablo sobre la fe.
    Y refiriéndose a la Palabra de Dios, que leían en la Biblia o escuchaban en la Comunidad, escudándose en que tenían bastante con la fe, el austero apóstol les avisa serio y les pone una graciosa comparación:

    "Pongan por obra la palabra y no se contenten sólo con oírla, engañándose a ustedes mismos. Porque si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra, se parece al que contemplaba su cara en el espejo; efectivamente, se contempló, pero dio media vuelta y se olvidó de cómo era" (St. 1,22-24)

    Los discípulos de Pablo hacían todo de manera muy diferente: la Palabra que habían escuchado la ponían por obra, y de este modo convirtieron a su Iglesia en modelo de todas las comunidades cristianas.

    Ante esta realidad, Pablo, en vez de corregir, anima a los suyos a seguir adelante:

    "Dios los haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos" (1Ts 3,12)

    ¡El amor, siempre el amor lo primero!

    Como los tesalonicenses estaban tan inquietos por el Día del Señor, Pablo les insiste:

    - No se preocupen de cuándo vendrá ese día. Lo que importa es estar siempre preparados. Vigilancia, oración, sobriedad de vida. Somos hijos del día y de la luz, y Dios no nos ha destinado para la ira y el castigo, sino que nos ha elegido para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo. (1Ts 5,4-11)

    En las dos cartas se muestra Pablo ciertamente orgulloso de sus queridos tesalonicenses. Pero los tesalonicenses, a su vez, estaban orgullosos de Pablo.

    ¿Por qué acogieron de aquella manera tan firme la Palabra de Dios traída por Pablo, y por qué ahora constituían una Iglesia tan fervorosa?

    ¿Por qué aguantaban ahora tanta persecución, sin flaquear en su fe?

    ¿Por qué Pablo les alaba el que se han vuelto unos fieles imitadores suyos?

    En el ejemplo de Pablo estuvo uno de los grandes secretos de aquella fe y aquella vida cristiana de esta Iglesia. Pablo llegó de Filipos perseguido, cubierto de llagas por los azotes de los lictores, pobre, y proclamaba su doctrina sin pedir ni exigir nada.

    Los oyentes de Pablo lo veían, examinaban su proceder, y se convencieron de la verdad que aquel extraño predicador proclamaba:

    - ¡A este sí, a éste le podemos creer!
    Y le creyeron y se entregaron incondicionalmente a Pablo, y por Pablo al Señor Jesús.

    Al escribir ahora a los de Tesalónica, Pablo pone fin a las dos cartas con unos consejos que son actuales para la Iglesia de todos los tiempos:

    "Manténganse firmes y conserven las tradiciones que han aprendido de nosotros, de viva voz o por carta" (2Ts 2,15).

    "Mantengan vivo al Espíritu Santo", el cual actúa tanto entre ustedes con sus carismas. Estén siempre alegres. Oren continuamente, dando gracias a Dios, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús" (1Ts 5,16-19)

    ¡Lean esta carta todos!, pedía Pablo. Estas dos cartas a los de Tesalónica, tan sencillas y familiares, nos enseñan mucho sobre la vida cristiana.

    Las seguimos leyendo con gusto, al ver que nos piden alegría, oración, trabajo, esperanza y amor…

    Escritos como éstos, ¡que nos vengan muchos!



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Pedro García Cmf







    Get Windows Live and get whatever you need, wherever you are. Start here.

    lunes, septiembre 15, 2008

     

    Convivencia Jor 64 de Varones

    El 7 de septiembre, al cumplirse un mes de la Jornada 64 de Varones, realizamos una convivencia en Nuestra Señora de Caacupé para los jornadistas, los auxiliares y el Sacerdote, P. Julio. Luego de compartir la misa de la comunidad, llegó el turno de los patys a la parrilla. Entre todos compartimos como va el 4 día, las RGO que se formaron y recuerdos de la Jornada.
    Gracias a todos los que participaron!

     

    María, la Virgen dolorosa

    María, la Virgen dolorosa

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Marcelino de Andrés


    El dolor, desde que entró el pecado en el mundo, se ha aficionado a nosotros. Es compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. Y no nos pide permiso para pasar. Entra y sale como si fuese uno más de casa.

    El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial. La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella es la Virgen dolorosa.

    Asomémonos de nuevo a la vida de María. Descubramos y repasemos algunos de sus padecimientos. Y sobre todo, apreciemos detrás de cada sufrimiento el amor que le permitió vivirlos como lo hizo.

    El dolor ante las palabras de Simeón.

    El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: "este niño será puesto como signo de contradicción, -le aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma".
    María, a esas alturas, sabía de sobra que todo lo que se le dijese con relación a su Hijo iba muy en serio. Ya bastantes signos había tenido que admirar y no pocos acontecimientos asombrosos se habían verificado, como para tomarse a la ligera las palabras inspiradas del sabio Simeón.

    Seguramente María tuvo esa sensación que nos asalta cuando se nos pronostica algo que nos va a costar horrores. Como cuando nos anuncian un sufrimiento, un dolor, una enfermedad terrible, o la muerte cercana... Algo similar debió sentir María ante semejantes presagios.

    Pero en su corazón no acampó la desconfianza, el desasosiego, la desesperación. En lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios. Y en su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad el fiat aquel lleno de amor de la anunciación.

    Para nosotros Cristo mismo predijo no pocos males, dolores y sufrimientos. Cristo nos pidió como condición de su seguimiento el negarse a uno mismo y el tomar la propia cruz cada día. Nos prometió persecuciones por causa suya. Nos aseguró que seríamos objeto de todo género de mal por ser sus discípulos; que nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían; que nos darían muerte. ¡Qué importante es, ante estas exigencias, recordar el ejemplo de nuestra Madre! El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se amedrenta ni se echa atrás ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor.

    El dolor ante la matanza de los inocentes por Herodes.

    María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes. La matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de sensibilidad no sufriría ante esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué Madre! ¡con qué corazón! ¡con qué sensibilidad! ¿Cómo no le iba a doler a María el asesinato de esos niños indefensos? Además, seguramente, María conocía a muchos de esos pequeñines. Conocía a sus madres... Sí, es muy diverso cuando te dicen que murieron X personas en un atentado en Medio Oriente, a cuando te comunican que han matado a uno o varios amigos y conocidos tuyos... Entonces la cosa cambia.

    A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido. Y eso agudizaría su dolor. Quizá comprendió que aún no había llegado el momento de ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeñines (Dios no lo dispuso así). Quizá también en la mente de María surgió la eterna pregunta: ¿por qué el mal, el sufrimiento, la muerte de los inocentes? Sabemos que en este caso la respuesta podría ser otra pregunta: ¿porqué la prepotencia, maldad y crueldad demoniaca de Herodes...?

    Ciertamente rezaría por ellos y, sobre todo por sus inconsolables madres. Se unió a su sufrimiento, que no le era ajeno (eran quizá los primeros mártires de Cristo), e hizo así fecundo su propio padecer.

    También nuestro corazón cristiano ha de mostrarse sensible al sufrimiento ajeno. Compadecerse. Socorrer. O al menos, consolar. Como alguien dijo -y con razón- "si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar, consolad". Siempre estaremos en grado de ofrecer un poco de consuelo y también de rezar por los que sufren.

    El dolor de haber perdido al Niño.

    ¡Cómo sufre una madre cuando se le ha perdido su niño! Sufre angustiada por la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿cómo estará? ¿le habrá pasado algo? ¿estará en peligro? ¿le habrá atropellado un coche? ¿lo habrán raptado? ¿estará llorado desconsolado porque no nos encuentra? Todo eso pasaría por la mente de María. Y más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos...

    Pues imaginemos a María. La más sensible de la madres, la más responsable, la más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que suficiente para angustiarla terriblemente. Aparte de que no era un hijo cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios... ¡Qué apuro el de María!

    ¡Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja! ¿Habrá dormido María esos días? Seguro que no. Desde luego que no durmió. ¿Cómo va a dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Pero sí rezó y mucho. Sí confió en Dios. Sí ofreció su sufrimiento con amor porque era Dios el que permitía esa situación.

    No termina todo aquí. A todo esto siguió otro dolor, y quizá aún mayor que el anterior. La incompresible e inesperada respuesta de Jesús: "¿porqué me buscabais...?" ¡Qué efecto habrán causado esas palabras en el corazón de su Madre, María...!

    Tratemos de meternos en el corazón de una madre o de un padre en esas circunstancias. Llevan tres días y tres noches buscando angustiados a su Hijo. Temiéndose lo peor. Y de repente, lo encuentran tan contento, sentadito en medio de la flor y nata intelectual de Jerusalén, dándoles unas lecciones de catecismo y de Sagrada Escritura... Y además, les responde de esa manera...

    Es verdad, por una parte, sentirían un gran alivio: "¡ahí está! ¡está bien! ¡por fin lo hemos encontrado!" Pero, acto seguido, cuenta el evangelio, María tuvo la reacción normal de una madre: "Hijo, mío. ¿Por qué nos has hecho esto?" (se merecía una regañina, aunque fuera leve).Y por otra parte, asegura el evangelista que "ellos no comprendieron la respuesta que les dio". El dolor de esa incomprensión calaría hondo en el alma de sus padres.

    Y María, en vez de enfadarse con el crío (con perdón y todo respeto), no dijo nada. Lo sufrió todo en su corazón y lo llevó todo a la oración. Quién sabe si en la intimidad de su alma ya comenzaría a comprender que Cristo no iba a poder estar siempre con Ella. Que su misión requeriría un día la inevitable separación...

    A veces en nuestra vida puede sucedernos algo parecido. De repente Cristo se nos esconde. "Desaparece". Y entonces puede invadirnos la angustia y el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no falla, volverá a aparecer.

    Otras veces el problema es que nosotros olvidamos con quién deberíamos ir. Dejamos de lado a Cristo. Nos escondemos de El. Nos sorprendemos buscándonos sólo a nosotros mismos y nuestras cosillas. Y, claro, nos perdemos. Incluso nos atrevemos a echárselo en cara a Cristo, teniendo nosotros la culpa. Aquí la solución es otra. Hay que salir de sí mismo. Volver a buscar a Cristo. Volver a mirarlo y ponerse a amarlo de nuevo.

    El dolor de la separación y la primera soledad.

    Llegó el día. Después de pasar treinta años juntos. Treinta años de experiencias inolvidables, vividos en ese ambiente tan increíblemente divino y a la vez tan increíblemente humano de Nazaret. Treinta años de silencio, trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor. Treinta años de familia unida y maravillosa.

    ¡Qué momento aquel! ¡Lástima de video para volver a verlo enterito ahora...! Fue temprano. Muy de mañana. En el pueblo, dormido aún, nadie se enteró de lo que estaba ocurriendo. Pocas palabras. Abundantes e intensos sentimientos. "Adiós, Hijo. Adiós, madre..."

    Todos hemos intuido lo que pasa por el corazón de una madre en una despedida así. Lo hemos visto quizá en los ojos de nuestra madre en alguna ocasión...

    María volvió a casa con el corazón oprimiéndosele un poco a cada paso. Y al entrar, fue la primera vez que sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa terrible sensación de saber que ya no se oirían en la casa otros pasos que suyos; que ningún objeto cambiaría de sitio, a menos que Ella misma lo moviese.

    La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos, pues hemos nacido para vivir en compañía de los demás. ¡Qué dura fue la soledad de María, después de estar con quien estuvo y por tanto tiempo! Sí, la soledad de la Virgen comenzó mucho antes del Viernes Santo y duró mucho más...

    María también supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la soledad con amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obediente a la voluntad de Dios. Ofreciéndolo por ese Hijo suyo que comenzaba su vida pública y que tanto iba a necesitar del sostén de sus oraciones y sacrificios.

    Necesitamos, como María, ser fuertes en la soledad y en las despedidas. Fuertes por el amor que hace llevadero todo sacrificio y renuncia. Fuertes por la fe y la confianza en Dios. Fuertes por la oración y el ofrecimiento.


    El dolor del vía crucis y la pasión junto a su Hijo.

    La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan extraordinariamente duro para una madre! ¿Lo habremos meditado y contemplado lo suficiente?

    ¡Que fortaleza interior la de María! ¡Qué temple el de su delicada alma de mujer fuerte! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía de lo duro que sería seguir de cerca a su Jesús camino del calvario (eso hubiera quebrado el ánimo a muchas madres). Pero decide hacerlo. Y lo hace. Su amor era más fuerte que el miedo al dolor atroz que le producía presenciar la suerte ignominiosa de Jesús. Ella tenía conciencia de que había llegado el momento en el que la espada de dolor se hendiría despiadada en su corazón. Era contemplar la pasión y muerte de su propio Hijo. No se esconde para no verlo. Ahí estaba. Muy cerca y en pie.

    Contemplemos por un instante ese encuentro entre Hijo y Madre. Ese cruzarse silencioso de miradas. Ese vaivén intensísimo de dolor y amor mutuo. Qué insondables sentimientos inundarían esos dos corazones igualmente insondables. Ambos salieron confirmados en el querer de Dios con una confianza en Él tan infinita y profunda como su mismo dolor.

    Nuestra vida a veces también es un duro viacrucis. No suframos sin sentido, con mera resignación. Busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada amorosa y confortante de María, nuestra Madre. Ahí estará Ella siempre que queramos encontrarla. Ahí estará acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. "La suave Madre -afirma Luis M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas".

    María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él. Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: "Los latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado, flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al Hijo y a la Madre".

    El dolor de la muerte de su Hijo.

    Terrible episodio. Una madre que ve morir a su Hijo. Que lo ve morir de esa manera. Que lo ve morir en esas circunstancias...

    Nunca podremos ni remotamente sospechar lo que significó de dolor para su corazón de Madre el contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella, su Madre. Ella, que sabía perfectamente quién era Él. Ella que humanamente habría querido anunciar a voz en grito la nefanda tragedia de aquel gesto deicida, en un intento de arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos. Ella, que en último término habría preferido suplantar a su Jesús... Ella tuvo que callar, y sufrir, y obedecer. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón sangrante y desgarrado, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin palabras, en la más pura de las obediencias, "hágase tu voluntad".

    ¡Hasta dónde tuvo que llegar María en su amor de Madre! ¿De verdad no habrá amor más grande que el de dar la propia vida? Alguien se ha atrevido a decir que sí; que sí hay un amor más grande. Casi como corrigiendo al mismo Cristo, alguien ha osado afirmar que sí lo hay y ha escrito esto:

    "... porque el padecer, el morir, no son la cumbre del amor, porque no son el colmo del sacrificio. El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres amados. La más alta cumbre del amor, cuando, por ejemplo, se trata de una madre, no está en dar la propia vida a Jesucristo, sino en darle la vida del hijo. Lo que una mujer, una madre debe padecer en un caso semejante, jamás lengua humana podrá decirlo; compréndese únicamente que, para recompensar sacrificios tales, no será demasiado darles una dicha eterna, con sus hijos en sus brazos" (Mons. Bougaud).

    Son una y la misma la cumbre del amor y la cumbre del dolor. Y en lo alto de esa cumbre, el ejemplo de nuestra Madre brilla ahora más luminoso aún. ¡Qué pequeños somos a su lado! ¿Qué son nuestras ridículas cruces frente a ese colmo de su sacrificio? ¡Qué raquítico es tantas veces nuestro amor ante esa cima de su amor! ¡Quién supiera amar así!


    Dolor ante el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús.

    Otra escena conmovedora. Jesús muerto en los brazos de su Madre que lloraba su muerte. No cabe duda, aunque cueste creerlo. Está muerto. Él, que era el Hijo del Altísimo. Él, que era el Salvador de Israel. Él, cuyo reino no tendría fin. Él, que era la Vida. Él está muerto.

    Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas esas promesas, yace ahora cadáver en su regazo. En el alma de María se irguió una oscura borrasca que amenazaba apagar la llama de su fe aún palpitante. Pero su fe no se extinguió. Siguió encendida y luminosa.

    ¡Qué fuerte es María! Es la única que ha sostenido en sus brazos todo el peso de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto (que era su Hijo). Hemos de pedirle a Ella que aumenta nuestra fe. Que la proteja para que no sucumba ante las tempestades que nos asaltan en la vida amenazando aniquilarla.

    El dolor de una nueva soledad.

    ¡Qué días también aquellos antes de la resurrección! Su Hijo entonces no estaba perdido. Estaba muerto ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida de Nazaret, hacía tres años! Es la soledad tremenda que deja la muerte del último ser querido que quedada a nuestro lado.

    Así la describía Lope de Vega con gran realismo: "Sin esposo, porque estaba José / de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde; / sin Hijo, porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol; / sin voz, porque muere el Verbo; / sin alma, ausente la suya; / sin cuerpo, enterrado el cuerpo; / sin tierra, que todo es sangre; / sin aire, que todo es fuego; / sin fuego, que todo es agua; / sin agua, que todo es hielo..."

    Pero ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando y amando Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección.

    Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura.



  • Preguntas o comentarios al autor
  • Marcelino de Andrés LC



    Your PC, mobile phone, and online services work together like never before. See how Windows® fits your life.

    This page is powered by Blogger. Isn't yours?