domingo, agosto 31, 2008
Madre de Dios
Madre de Dios
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo y Florian Rodero
Nacer es tener una madre. Así ha sido y es para todo hombre; así ha sido para el mismo Dios, que se hizo hombre en el seno de una Virgen. Por eso, el título mariano de 'Madre de Dios' es una de las verdades más consoladoras y más ennoblecedoras de la humanidad. El cristianismo no teme en afirmar que Dios se ha acunado en los brazos de una mujer. Una mujer, María de Nazaret, que es madre en su cuerpo y sobre todo madre en su corazón, como bellamente nos enseña san Agustín.
1. Al ritmo de la vida de Cristo. Entre la vida de Jesús y la de María hay una estupenda sincronía y un paralelismo magnífico de misterio y de donación. Junto a la Encarnación del Verbo está la Inmaculada Concepción; con el nacimiento de Jesús se relaciona inseparablemente la maternidad de María; a los pies de la cruz del Redentor se halla de pie, firme en su dolor, María, la corredentora; la ascensión de Jesús a los cielos tiene su paralelo en la asunción de María en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Vivir al ritmo de Cristo es vivir a ritmo de redención. Así vivió y vive en el cielo María. Ella se desvivió por Jesús en su vida terrena y vive con Jesús y por Jesús en el cielo. Ella no se pertenece, sino que es toda de su Hijo. Su misión es su Hijo, en la historia y en el siempre de la eternidad.
2. Múltiples relaciones. María mantiene diversas relaciones con la Iglesia. Es modelo de virtudes para todos los cristianos. Es Madre de la Iglesia, como la proclamó Pablo VI, pues ésta prolonga a Jesucristo místicamente en la historia. Es, al igual que la Iglesia, esposa del Espíritu y virgen fecunda que engendra continuamente hijos para Dios. Es espejo radiante de gracia y santidad, es pastora solícita del rebaño de Cristo, es abogada y protectora de los pecadores. Estas relaciones de María con la Iglesia y con sus hijos son relaciones vivas, ardientes, profundamente enclavadas en el alma cristiana, como se puede ver acudiendo a los santuarios de devoción mariana. ¿Y nuestras relaciones con María?
La Iglesia nos recomienda una veneración profunda hacia María. Una veneración que entraña una mezcla de algo sagrado y filial, cercano y misterioso. Sí, porque María es nuestra madre, pero al mismo tiempo está toda ella envuelta en el misterio de Dios. Una veneración, por ello, que nace de la profundidad de la fe, pero que toca también la superficie de nuestra sensibilidad. Es toda nuestra persona la que venera a María.
3. Madre del Hijo de Dios. María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. En su seno Dios se instaló, creció, se hizo bebé. En sus brazos se acunó, en sus ojos se miró, sobre su pecho se durmió. Cogido de su mano comenzó a dar los primeros pasos por el mundo. Con sus besos María lo ungió de cariño y ternura, con sus labios le habló y le enseñó el lenguaje de su pueblo. Con su corazón lo amó, como sólo una madre puede amar.
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¡No quites el crucifijo!
¡No quites el crucifijo!
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual
Una escena imaginada. El funcionario llega, entre aburrido y molesto, a cumplir órdenes.
Entra en un aula. Sube encima de una silla. Retira el crucifijo. Lo mete en un saco de correos. Luego, al aula siguiente, a repetir la misma maniobra.
En una de las clases hay una niña de 10 años. Se pone en la puerta y mira a los ojos al funcionario, con aire entre suplicante y retador.
"Señor, no lo haga, se lo suplico".
"¿Por qué, mocosa?"
"Porque es mi Amigo, porque es mi esperanza, porque Jesús murió en una cruz por usted y por mí. ¡No quites el crucifijo!".
"Tengo que cumplir órdenes. Venga, apártate y ve a jugar con los demás niños".
La niña queda a un lado. El funcionario entra, sube a la silla, toma el crucifijo y lo mete en la bolsa.
Siente que unos ojos le observan, le taladran. Por unos momentos, ha recordado que él, de niño, aprendió a rezar con las manos juntas ante una cruz que tenía junto a la cama.
Casi empieza a sentir vergüenza de su gesto. Pero se repone y baja de la silla.
Camina hacia la puerta. La niña sigue allí. Sus ojos están rojos. Las lágrimas han dejado manchadas las mejillas.
El funcionario nota que un escalofrío baja por su espalda. Se acerca a la niña. Con un pañuelo de papel, le seca las lágrimas.
"Mira, hija, en la vida todos tenemos que cumplir órdenes. A mí me ha tocado este trabajo. A ti te toca estudiar. Además, ¿verdad que para vosotros esa cruz ya no decía nada? ¿No tienes entre tus amigos niños musulmanes o de otras religiones? Es que el mundo cambia..."
La niña murmura, con voz entrecortada, lo que tiene en su corazón: "Jesús me ama, le ama a usted, ama a los musulmanes, ama a los ateos. Es bueno, tan bueno que muere en la cruz. ¿No podría volver a poner el crucifijo en la pared, por favor? ¿No nota lo triste y vacía que queda la clase sin tener la cruz?"
Los gritos aumentan por el pasillo. Pronto el pequeño ejército de niños ocupará los asientos de la clase. Casi todos notarán un nuevo y extraño vacío en la pared que está junto a la pizarra.
Una niña estará en clase entre lágrimas, mientras un funcionario lleva hacia el coche, con un respeto al que hacía tiempo no estaba acostumbrado, un saco lleno de cruces.
Esas cruces esconden una larga historia. Porque durante años y años, en España y en tantos rincones del planeta, millones de niños podían mirar en el aula hacia una cruz. Recordaban así que hubo un Hombre muy bueno que murió por los pecadores. Se llamaba Jesús, el Hijo del Padre y el Hijo de María.
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Autor: P. Fernando Pascual
Una escena imaginada. El funcionario llega, entre aburrido y molesto, a cumplir órdenes.
Entra en un aula. Sube encima de una silla. Retira el crucifijo. Lo mete en un saco de correos. Luego, al aula siguiente, a repetir la misma maniobra.
En una de las clases hay una niña de 10 años. Se pone en la puerta y mira a los ojos al funcionario, con aire entre suplicante y retador.
"Señor, no lo haga, se lo suplico".
"¿Por qué, mocosa?"
"Porque es mi Amigo, porque es mi esperanza, porque Jesús murió en una cruz por usted y por mí. ¡No quites el crucifijo!".
"Tengo que cumplir órdenes. Venga, apártate y ve a jugar con los demás niños".
La niña queda a un lado. El funcionario entra, sube a la silla, toma el crucifijo y lo mete en la bolsa.
Siente que unos ojos le observan, le taladran. Por unos momentos, ha recordado que él, de niño, aprendió a rezar con las manos juntas ante una cruz que tenía junto a la cama.
Casi empieza a sentir vergüenza de su gesto. Pero se repone y baja de la silla.
Camina hacia la puerta. La niña sigue allí. Sus ojos están rojos. Las lágrimas han dejado manchadas las mejillas.
El funcionario nota que un escalofrío baja por su espalda. Se acerca a la niña. Con un pañuelo de papel, le seca las lágrimas.
"Mira, hija, en la vida todos tenemos que cumplir órdenes. A mí me ha tocado este trabajo. A ti te toca estudiar. Además, ¿verdad que para vosotros esa cruz ya no decía nada? ¿No tienes entre tus amigos niños musulmanes o de otras religiones? Es que el mundo cambia..."
La niña murmura, con voz entrecortada, lo que tiene en su corazón: "Jesús me ama, le ama a usted, ama a los musulmanes, ama a los ateos. Es bueno, tan bueno que muere en la cruz. ¿No podría volver a poner el crucifijo en la pared, por favor? ¿No nota lo triste y vacía que queda la clase sin tener la cruz?"
Los gritos aumentan por el pasillo. Pronto el pequeño ejército de niños ocupará los asientos de la clase. Casi todos notarán un nuevo y extraño vacío en la pared que está junto a la pizarra.
Una niña estará en clase entre lágrimas, mientras un funcionario lleva hacia el coche, con un respeto al que hacía tiempo no estaba acostumbrado, un saco lleno de cruces.
Esas cruces esconden una larga historia. Porque durante años y años, en España y en tantos rincones del planeta, millones de niños podían mirar en el aula hacia una cruz. Recordaban así que hubo un Hombre muy bueno que murió por los pecadores. Se llamaba Jesús, el Hijo del Padre y el Hijo de María.
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viernes, agosto 29, 2008
¿Puede un hombre condenarse cuando Dios lo ama tanto?
¿Puede un hombre condenarse cuando Dios lo ama tanto?
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Mariano de Blas LC
El pecado ha crucificado a Cristo: el pecado es terrible, terrible: un Dios crucificado, azotado, escupido, golpeado; terrible. No hay palabras; el corazón prefiere callar: sólo el amor de un Dios pudo permitir esto a los hombres: realmente los amaba.
¿Pero todavía puede un hombre condenarse cuando Dios lo ama tanto? ¿Habrá realmente gente en el infierno? Sí consta que hay gente allí: hay ángeles convertidos en demonios; lo lógico es que también haya hombres; si se quiere, únicamente los que despreciaron hasta el final el amor y la redención.
El pecado dispara al hombre hacía el infierno, lo arroja del Paraíso; por donde pasa deja una desolación de muerte, arrasa con todo, mata todo brote de vida; sólo si pasa detrás la sangre de Cristo, ese valle de muerte recupera su esplendor.
El paso del pecado por una alma es desolador, pero el paso de Cristo Redentor por la misma alma resucita todo: 'Yo soy la resurrección y la vida'. Muchas almas se parecen a Sodoma después del fuego del cielo: se eleva de sus ruinas el hedor de los cadáveres y el humo de los tizones.
Es necesario el paso de Cristo por tantos valles de la muerte, para que la vida surja de nuevo. ¿Fuiste un valle del Paraíso o un valle de la muerte?
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jueves, agosto 28, 2008
Intenciones en la comunión
Intenciones en la comunión
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cristóforo Fernández
Pensar en la Santa Misa –momento de Jesús en la Cruz, adelantado sacramentalmente en la Última Cena-, es tener millares de gracias de Dios. ¿Cuándo Cristo pudo esta dispuesto a hacernos más bienes que en ese cenit de Su amor, que le llevó a derramar Su preciosa sangre por nosotros? ¿Cuándo pudo sentirse con mayor intensidad Salvador del mundo? ¿Cuándo fue más rápido en conceder el Reino a quienes se lo pidieron como el buen Ladrón e, incluso, a quienes no se lo pedían como los mismos que le crucificaron?.... También fue en ese momento cuando nos regaló a su misma Madre como Madre, la "Bendita entre las mujeres", y en quien se resume toda la gracia y la ternura hacia nosotros.
Así lo ha captado la Iglesia en su liturgia de la misa. Se puede ver que en los momentos que siguen a la consagración, ora por las necesidades mayores que tiene y por sus intenciones más entrañables.
Por tanto, cuando recibo a Jesús en al comunión, aprovecharé esos momentos de la acción de gracias para pedir por mis intenciones íntimas. ¡No seré parco en pedir!, seguro de estar entonces ante la fuente misma de todas las bendiciones. ¡Abriré el corazón a la esperanza más cierta! ¡Mi confianza será completa! El ofrecimiento del cáliz de mi ser y vida, unido al de Jesús, deberá convertirse ahora en oración de súplica y de petición según las más nobles, cristianas y fervientes intenciones.
Se tratan de aquellas que son fundamentales, que nunca deberían faltar; sin duda merecen ser antepuestas a las personales, por más urgentes e inmediatas que pudieran parecer.
"Perdona nuestras ofensas": ¿Cómo, por ejemplo, tendía mayor interés por pedir la gracia de obtener una virtud, sin antes adelantar la causa –y perorarla lo mejor posible- de que mis muchos pecado sean perdonados? El Buen Ladrón comenzó por reconocer y por confesar el mal que había hecho, sólo luego pidió con confianza la apertura de las puertas del paraíso. La Iglesia misma en sus plegarias litúrgicas adelanta siempre el reconocimiento de las culpas como preparación al rito del sacramento.
"Perdona nuestras ofensas": así nos enseñó el Señor a orar.... Es la plegaria permanente, porque el recuerdo de nuestra incorrespondencia al amor no puede olvidarse. Mas su memoria me lleva a desear la enmienda: es decir, su desaparición; en ese momento de total confianza, expreso al Señor mi deseo de ser perdonado y de satisfacer por mis pecados; es decir, ofrezco el entero contenido del cáliz de mi vida en satisfacción por ellos y me acojo con serenidad a Su infinita misericordia.
Abierta ya la puerta de la gracia, presento las peticiones por aquellas causas que más me importan.
En primer lugar, pido por el advenimiento del Reino de Dios, porque para mi alma de apóstol nada me importa más.
Y luego interesa la Iglesia con sus grandes asuntos: las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada; el gran deseo de su unidad – "Ut sint unum"- por la que Jesús oró expresamente en la Cena; el Santo Padre, con las preocupaciones que lleva en su corazón de Pastor Supremo.
Finalmente, hago presentes también las intenciones personales y particulares. Allí no podrán faltar las grandes preocupaciones de mi pueblo y de mi patria; las necesidades de cuantos me han sido encomendados por el Señor y que me son tan queridos.
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Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cristóforo Fernández
Pensar en la Santa Misa –momento de Jesús en la Cruz, adelantado sacramentalmente en la Última Cena-, es tener millares de gracias de Dios. ¿Cuándo Cristo pudo esta dispuesto a hacernos más bienes que en ese cenit de Su amor, que le llevó a derramar Su preciosa sangre por nosotros? ¿Cuándo pudo sentirse con mayor intensidad Salvador del mundo? ¿Cuándo fue más rápido en conceder el Reino a quienes se lo pidieron como el buen Ladrón e, incluso, a quienes no se lo pedían como los mismos que le crucificaron?.... También fue en ese momento cuando nos regaló a su misma Madre como Madre, la "Bendita entre las mujeres", y en quien se resume toda la gracia y la ternura hacia nosotros.
Así lo ha captado la Iglesia en su liturgia de la misa. Se puede ver que en los momentos que siguen a la consagración, ora por las necesidades mayores que tiene y por sus intenciones más entrañables.
Por tanto, cuando recibo a Jesús en al comunión, aprovecharé esos momentos de la acción de gracias para pedir por mis intenciones íntimas. ¡No seré parco en pedir!, seguro de estar entonces ante la fuente misma de todas las bendiciones. ¡Abriré el corazón a la esperanza más cierta! ¡Mi confianza será completa! El ofrecimiento del cáliz de mi ser y vida, unido al de Jesús, deberá convertirse ahora en oración de súplica y de petición según las más nobles, cristianas y fervientes intenciones.
Se tratan de aquellas que son fundamentales, que nunca deberían faltar; sin duda merecen ser antepuestas a las personales, por más urgentes e inmediatas que pudieran parecer.
"Perdona nuestras ofensas": ¿Cómo, por ejemplo, tendía mayor interés por pedir la gracia de obtener una virtud, sin antes adelantar la causa –y perorarla lo mejor posible- de que mis muchos pecado sean perdonados? El Buen Ladrón comenzó por reconocer y por confesar el mal que había hecho, sólo luego pidió con confianza la apertura de las puertas del paraíso. La Iglesia misma en sus plegarias litúrgicas adelanta siempre el reconocimiento de las culpas como preparación al rito del sacramento.
"Perdona nuestras ofensas": así nos enseñó el Señor a orar.... Es la plegaria permanente, porque el recuerdo de nuestra incorrespondencia al amor no puede olvidarse. Mas su memoria me lleva a desear la enmienda: es decir, su desaparición; en ese momento de total confianza, expreso al Señor mi deseo de ser perdonado y de satisfacer por mis pecados; es decir, ofrezco el entero contenido del cáliz de mi vida en satisfacción por ellos y me acojo con serenidad a Su infinita misericordia.
Abierta ya la puerta de la gracia, presento las peticiones por aquellas causas que más me importan.
En primer lugar, pido por el advenimiento del Reino de Dios, porque para mi alma de apóstol nada me importa más.
Y luego interesa la Iglesia con sus grandes asuntos: las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada; el gran deseo de su unidad – "Ut sint unum"- por la que Jesús oró expresamente en la Cena; el Santo Padre, con las preocupaciones que lleva en su corazón de Pastor Supremo.
Finalmente, hago presentes también las intenciones personales y particulares. Allí no podrán faltar las grandes preocupaciones de mi pueblo y de mi patria; las necesidades de cuantos me han sido encomendados por el Señor y que me son tan queridos.
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miércoles, agosto 27, 2008
El Pescador de hombres
El Pescador de hombres
Fuente: reinadelcielo.org
Autor: Oscar Schmidt
El hombre se despertó de madrugada en esa ciudad que no era la suya, a la que había ido tantas veces. No podía dormir. Pensó, ¿dónde estoy? con esa extraña sensación del que viaja demasiado y termina perdiendo sentido de tiempo y lugar. Ah, se dijo a si mismo algo confundido, aquí estoy, en esta ciudad tan bendecida por la Mano de Dios. Pero no puedo dormir.
El Rosario sobre la mesita de luz del hotel llamó su atención. Es bueno rezar a estas horas, el Señor siempre lo necesita porque es el horario en que más cosas feas pasan y los buenos están durmiendo, así que es importarte llenar este espacio oscuro con oraciones ofrecidas simplemente por las intenciones del Señor, que El las use a Su mejor conveniencia.
El pensamiento atravesó su mente, "de paso ayudo a bendecir un poco esta ciudad". El rechazo a la idea fue inmediato, ¿qué clase de bendiciones puedo pedir yo al Señor, si es que soy literalmente "un pecado" que camina? El Señor le respondió, muy breve y conciso: "eres un pescado". Nuestro amigo se quedó sorprendido, estupefacto. Pero Señor, yo dije que soy un "pecado que camina", ¿y cómo es que Tú me dices que soy un pescado? El Señor le volvió a responder, tan breve y con el mismo tono de la vez anterior: "yo te pesqué".
El señor de nuestra historia rió, y el Señor de la Historia rió también. Rieron juntos. Si, soy tu pescado, le dijo, y Tú, nadie menos que Tú, eres mi Pescador. Nuestro amigo se quedó absorto en sus pensamientos, alegre de saber que él mismo era la presa de Jesús. Y entonces recordó el signo, aquel signo que precedió a la Cruz, y que fue la forma en que se reconoció al pueblo cristiano y a Cristo mismo durante los primeros siglos de la Iglesia: el Pez. Aquel signo representaba lo que él era, no un pez, sino un pescado. Y se sintió parte de esa Iglesia primitiva, se sintió en una catacumba viendo ese signo pintado una y otra vez en las paredes alumbradas por la tenue luz de las lámparas de aceite.
Y luego recordó cómo había sido pescado por Jesús. Se imaginó al Señor pensando cual era la mejor estrategia para atrapar a Su presa, para que ese pez que andaba suelto por las peligrosas aguas del mar del mundo, mordiera su anzuelo y fuera recogido a su barca, la misma barca que San Juan Bosco viera en sus sueños, la gran Barca de la Iglesia. Jesús pensó: tengo que usar el mejor señuelo, el que tenga el color y el sabor adecuados, el que mejor llame la atención de Mi presa. El estudió al hombre, miró sus costumbres, sus gustos, sus hábitos, y trazó Su plan.
El buen pescador sabe muy bien que debe tener absolutamente todo en cuenta antes de abordar su desafío: el horario del día, la transparencia y temperatura del agua, la profundidad a la que hay que buscar a la presa, y en función de ello elige su señuelo. Los que son realmente buenos pescadores diseñan y construyen ellos mismos sus señuelos, utilizando materiales que encuentran aquí y allá. Ellos miran y sopesan una y otra vez de qué modo serán capaces de atraer la atención del pez buscado, y luego se lanzan a su misión con perseverancia, hasta hacer morder el anzuelo a su presa. ¡Entonces la alegría vale doble!
Jesús sabía muy bien lo que Su presa necesitaba, la había observado durante demasiados años nadar lejos de El. De tal modo que esta vez eligió utilizar el mejor señuelo del que disponía, uno literalmente irresistible. El lo llama de diversos modos, como Señuelo Santo, o Estrella de la Mañana, o también Rosa Mística, aunque lo más habitual es que lo llame simplemente Mamá. Con gran expectativa nuestro Pescador de hombres lanzó a las aguas del mundo a Su Gran Señuelo, y atrapó a Su presa esta vez. El pequeño hombre mordió el anzuelo con ganas, y aunque luego se resistió como todo buen pez que no quiere volverse pescado, no lo soltó nunca más.
Y así fue como se transformó en un orgulloso pescado, presa del Pescador de hombres, atrapado por no poder resistir el llamado del Señuelo Santo, de la Madrecita del mismo Dios. Nuestro amigo vio todo esto con tanta claridad que no pudo más que sonreír, abrazarse a la Cruz del Rosario, y sentirse feliz de comprender la profundidad de aquel signo que nos representa, el Pez, Ictis, símbolo de Jesucristo, Pescador de hombres. Así lo conocieron, así se presentó al mundo El desde la barca de Pedro, la misma Barca que dos mil años después sigue transportándolo por los mares del mundo, mientras El sigue pescando a hombres y mujeres de buena voluntad.
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Cómo salir del agujero
Cómo salir del agujero
Fuente: Almudi.org
Autor: Enrique Monasterio
No hablo de salir del armario para evitar equívocos; pero es cierto que hay demasiados cristianos voluntariamente escondidos en el guetto; católicos apocados que ocultan su fe como si se tratara de una neurosis y viven en su gazapera, aconejados, sin atreverse a enseñar la oreja. Les han dicho que la fe es algo íntimo y personal; que han de ser respetuosos incluso con los que no lo son. De acuerdo; pero también el embarazo es íntimo y se luce con orgullo sin el menor recato. Tal como se están poniendo las cosas, los católicos tenemos la obligación de no escondernos. Cuando el silencio se interpreta como aquiescencia, es un deber moral dar la cara, y, sin agredir a nadie, cantar las cuarenta al lucero del alba.
¿Y qué haremos para salir del agujero? ¿Cómo daremos la nota? Mi amigo Kloster, que es un hombre sabio y no tiene pelos en la pluma, dictó estas sabias recetas que transcribo sin más preámbulos:
- Cuando vayas de turista a una catedral, saluda ante todo al Dueño y Señor de la casa, que vive en la Capilla del Santísimo. No te limites a admirar las vidrieras. No olvides que las iglesias son Sagrarios, no meros edificios de interés cultural.
- No te importe quedar con tus amigos 'después de Misa'. A lo mejor alguno se anima y queda contigo 'antes'.
- Limpia y enriquece tu lenguaje. Nada tengo contra el taco como interjección lírica, que, usado con moderación, sosiega el ánimo; pero la mugre sobra. ¿Para qué tantas referencias glandulares, tanta alusión al presunto oficio de la madre de un tercero, tanta basura sexual? No sé si la cara es el espejo del alma (espero que no), pero el idioma sí que lo es.
- Y hablando del lenguaje, no es preciso que digas 'Jesús' cada vez que oigas un estornudo, pero habrá que poner de moda algunas viejas y entrañables expresiones: 'si Dios quiere', 'con la ayuda de Dios', 'adiós'... Sustituirán con ventaja al 'hasta luego' que todo el mundo profiere aunque se despidan para la eternidad.
- Di a tu novia que se tape el ombligo y sus alrededores; que prefieres mirarla a los ojos, porque es lo único que no envejece. A lo mejor se ruboriza de gusto. Y tú, no es preciso que exhibas la etiqueta de tu ropa interior. Esos pantalones, que ya utilizaba Cantinflas hace cincuenta años, francamente, son una horterada.
- Cuando empieces a salir con una 'niña supermona' (o un 'niño supermono'), pregúntale qué piensa sobre Dios, la Iglesia, la familia, los hijos... Y no olvides que el noviazgo está para conocerse, no para enrollarse.
- Si vas al restaurante un viernes de cuaresma, pregunta al camarero si en ese establecimiento respetan a los clientes que desean guardar la vigilia. Si no lo entiende, llama el chef y se lo explicas. Y, antes de comer, bendice la mesa. Si se dan cuenta los vecinos, mejor para ellos.
- Cuando estés de viaje y llegues al hotel en una ciudad desconocida, di en recepción que te informen sobre los horarios de Misas de las iglesias más cercanas. Si son buenos profesionales, harán la gestión sin mover un músculo. Cosas más insólitas les piden cada día.
- Cuando hables de tu novia con tus amigos evita la terminología culinaria o troglodita: Fulanita no 'está buena' porque no es objeto de consumo. Te sugeriría dos docenas de alternativas, pero sonarían un poco antiguas. Seguro que tú mismo sabrás inventar otras. Sé creativo.
- No toleres la blasfemia en tu entorno. Si la atmósfera se pone apestosa, basta con una frase ingeniosa y contundente, como la que empleó mi amiga Natalia hace años: 'Oye, tío, ¿por qué no insultas a tu padre y dejas al mío en paz?' Natalia tiene una voz aguda y un tanto chillona. A su 'amigo' se le atragantó el refresco.
- Y si el estudio de la tele se convierte en un zoo, en un catre o en un retrete (sin perdón, que así se llama), tira de la cadena y coge un libro. O refúgiate en la 2, donde los animalitos son más limpios y honrados.
- Manda un mail a tu periódico, a tu emisora o a tu columnista favorito, sobre todo cuando hacen las cosas bien. Levántales el ánimo, que buena falta hace.
- Utiliza Internet sin miedo y echa la red -es decir la web- para pescar: participa en los debates, da doctrina, difunde los links cristianos. Forma un grupo de amigos cibernautas y llévales el mensaje de Jesucristo.
- Pero no te olvides de poner un filtro para que no entre en tu casa la basura cibernética. No se trata sólo de proteger a los niños. Los adultos estamos igual de indefensos porque todos somos corruptibles y capaces de las mayores aberraciones. Si tuvieses siempre sobre la mesa un montón de revistas pornográficas, ¿estás seguro de que nunca echarías una ojeada?.
- ¿Y que ocurriría si, sobre esa mesa de trabajo, hubiese una imagen de la Virgen? A Luisa, cuando la puso por primera vez en su oficina, se la rompieron. Volvió a poner otra, y la pintarrajearon. La tercera fue sustituida por una foto pornográfica...; pero la guerra no duró mucho. Desde hace más de un año, nadie toca su imagen de la Virgen de Guadalupe. Y su amiga Marijose ha puesto otra.
- En tu casa, piso o apartamento también podrías poner un buen cuadro de Santa María. Es fácil encontrar uno que sintonice con su estilo: los hay para todos los gustos.
- En Navidad, felicita con temas cristianos, no con anodinas bolitas de colores. Vive la costumbre cristiana de la corona de Adviento. No dejes de instalar el Belén. Explica a los tuyos el significado del árbol de Navidad, recuerdo del Árbol de la Vida -la Cruz- en que Cristo nos ha librado del fruto maléfico del Árbol de la ciencia del bien y del mal. Cantad villancicos ante el Belén. Y no dejéis de leer ante él los pasajes del Evangelio que se corresponden con las distintas fiestas navideñas.
- Quítate ese colmillo de gorila que llevas al cuello. Cualquiera diría que se lo arrancaste a una amiga de la infancia. Una medalla-escapulario es mucho más práctica. Ahora muchos chavales se cuelgan el rosario como si fuera un collar. Aprovecha la ocasión para explicarles cómo se usa.
- Visita a tu párroco alguna vez. Necesita sentir el afecto de sus feligreses. Dale ideas, cuéntale el último chiste, tomaos un café juntos, y escúchale, que a veces está muy sólo.
- En el cestillo de la Misa echa papel moneda. La calderilla está bien para las propinas o los parquímetros, pero en la Iglesia necesitan algo más que las sobras. Y en el mes de junio pon la equis donde tú sabes.
- En verano, llévate a Jesús de vacaciones. Él solía ir también a la montaña y a la playa. Y comía pescado a la brasa al anochecer. Aprende a descansar a su lado, sin huir. No lo mandes a un asilo ni lo abandones en la primera gasolinera.
- Habla de Dios a tus amigos. 'Hablar de' es hablar de uno mismo, de lo que Él ha hecho contigo. Por eso cuesta. Hacer apostolado es quedarse a la intemperie, pero vale la pena.
- Y si es necesario, sal a la calle con una pancarta. Algunas veces los cristianos tenemos que manifestarnos, hacer bulto y gritar fuerte, llenando las avenidas y las plazas de las grandes ciudades. No quemes papeleras ni estropees el mobiliario urbano. Lleva a los viejos y a los niños, que somos gentes de paz y no correrán riesgos.
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A partir del Areópago. Un fracaso y una lección
17. A partir del Areópago. Un fracaso y una lección
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano
¿Recordamos la inquietud y la impaciencia de la última charla? ¡Corinto a la vista!...
Sí, y de Corinto nos tocaba hoy hablar. Pero vamos a hacer una pequeña parada antes de asistir a la fundación de una Iglesia que llena de ilusión.
Debemos volver la mirada a Atenas, de la que vimos salir a Pablo muy apesadumbrado, y de la que nosotros mismos nos pudimos llevar una mala impresión.
Pablo pensó:
- Atenas, fracaso con los judíos, ¿por qué?... Atenas, fracaso con los griegos, ¿por qué?... ¿Es que el Evangelio no tiene fuerza? ¿A qué se debe lo que me ha ocurrido?...
Pablo, como lo hemos visto desde el principio, era un judío de pies a cabeza, y en todas partes se las tenía que ver con los de su raza.
Si los judíos admitían el Evangelio, en ellos encontraba colaboradores magníficos como Silas o Timoteo, o bien formaban los judíos, a la par que los gentiles, una Iglesia tan preciosa como la de Berea.
Pablo contaba siempre con la persecución.
Pero lo de los judíos de Atenas fue peor que los azotes o la expulsión de la ciudad.
Ni una conversión. Ningún interés por el Evangelio. Frialdad por todas partes. Apatía por doquier. Indiferencia absoluta.
Aquellos judíos, por lo visto, se habían acomodo a la manera floja de vivir de los atenienses, y Dios y el prometido Cristo no les importaron nada. Como si se dijeran:
- Adoramos al Dios Yahvé sin preocupaciones; ¿por qué nos vienen ahora a molestarnos tontamente?... Dejemos a todos en paz, y que cada uno siga adorando a su dios como le venga bien. ¿A qué meternos con los demás?...
Fracasado con los judíos, Pablo, tan judío, se pasó a los gentiles. Pero, ¿estaba preparado para meterse con el mundo griego?...
Dios había tenido una providencia grandísima con Pablo. Cuando lo escogió, sabía Dios a quién elegía. El judío completo, era también un griego y un romano completo.
Pablo, como hombre, encarnaba en su persona lo más rico del mundo de entonces.
Dentro de pocos años. Pablo escribirá en una de sus cartas:
"Yo soy el más pequeño de los apóstoles. Pero, por la gracia de Dios soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos los demás apóstoles, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1Co 15,9-10).
Naturalmente que pudo desarrollar una actividad asombrosa y muy diferente de la llevada a cabo por los demás.
Porque ninguno de los otros apóstoles tuvo la formación que le tocó en suerte tener a Pablo.
Como judío, era un brillante maestro de la Biblia, graduado en las escuelas superiores de Jerusalén.
Como griego, era un helenista nacido y educado en Tarso, ciudad muy notable por su saber, en la que asimiló la cultura griega y pudo estar en contacto pacífico con el derecho romano y muchas costumbres del Imperio.
El discurso que Pablo pronunció en Atenas ante el Areópago no se improvisaba fácilmente.
Semejante pieza oratoria indicaba una formación griega muy valiosa, asimilada en Tarso, ciudad que marcó a Pablo con sello indeleble en su rica formación humana y social.
Aunque la fuente de su ciencia sea la Biblia, Pablo sabe también y repite dichos y sentencias de filósofos, poetas y escritores griegos.
Conoce los juegos olímpicos y en sus cartas hace alusiones estupendas a ellos, aplicando a la vida cristiana los esfuerzos y triunfos de los atletas. Está al tanto de costumbres militares, y nos describe al detalle la armadura romana.
Veremos después cómo sus cartas están llenas de alusiones a la vida griega y romana, aprendido todo durante su niñez y juventud.
Es cierto que Pablo pensaba ante todo y sobre todo con la Biblia, y que todo lo que estuviera en oposición a las Sagradas Escrituras lo rechazaba de manera fulminante.
Por poner un caso, Pablo pudo leer en Tarso la inscripción asiria junto a la estatua de Sardanápalo: "Caminante, come, bebe y pásala bien, que todo lo demás no vale la pena".
¿Qué pensaba Pablo ante semejante brutalidad? Pues, se diría:
- ¿Eso? Los que así piensan y hablan son malos, pero discurren como tontos más que como pecadores. Ya me lo dice mi Biblia: "Los impíos, razonando neciamente, se dicen…:"Vengan y disfrutemos… gocemos de lo presente…, coronémonos de rosas antes de que de se marchiten" (Sb 2,1-8)
Aunque, junto a esa barbaridad, pudo aprende dichos como éste, de un gran filósofo de Tarso: "Para todo ser humano su conciencia es su Dios" (Atenodoro)
En la misma Atenas y sobre la Acrópolis pudo Pablo recordar las palabras de un poeta dirigidas a Zeus, el Júpiter de los griegos:
-¡Oh Zeus, yo te saludo! Toda carne puede elevar su voz a ti, pues somos de tu estirpe. Por esto quiero con gozo elevar a ti mi canto de alabanza, cantar eternamente tu alabanza" (Coleantes, en Holzner)
Por palabras de filósofos y poetas como éstos pudo valorar Pablo lo que el Espíritu de Dios había depositado en la naturaleza humana, buena como salida de la mano de Dios, aunque estropeada tan lastimosamente por obra del Maligno.
Hay que decir que Pablo dio muestras de tener un espíritu muy abierto, muy amplio, y que admitía y asimilaba todo lo que viera de bueno, de honesto, de enriquecedor.
Con todo esto vemos cómo la religión y la moral - que enseñaban los espíritus más rectos entre aquellos paganos -, bien consideradas, eran un camino abierto para el Evangelio.
¿Qué es lo que faltaba? Lo que les dijo Pablo: "Convertirse".
¡Dejen a ese Júpiter el padre de los dioses, y vuélvanse al Dios que creó todas las cosas!
¡Dejen a muchos de sus maestros, y acudan al Maestro que yo les indico, el hombre Jesús, que un día juzgará a todos los muertos que habrán resucitado!
¡Crean en este Hombre Jesús, y vayan sin miedo a Él, que está autorizado por Dios con la resurrección de entre los muertos!
¿Dónde radicó el fracaso de Pablo en Atenas?
En la indiferencia de los judíos y en la soberbia fatua de los griegos. Pablo no pudo presentarse con más autoridad y hablar mejor a los griegos y a los judíos.
En el Pablo de Atenas aprendió también la Iglesia la gran lección del apostolado.
Todo apóstol se presenta con una preparación religiosa y humana completas. Pero ante la indiferencia que puede encontrar o ante el rechazo que le oponga la soberbia de los oyentes, siempre tendrá el apóstol cristiano - como arma eficaz - la Cruz de Cristo, que es sabiduría de Dios y fuerza de Dios para todos los que se han de salvar.
Preguntas o comentarios al autor P. Pedro García Cmf
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Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano
¿Recordamos la inquietud y la impaciencia de la última charla? ¡Corinto a la vista!...
Sí, y de Corinto nos tocaba hoy hablar. Pero vamos a hacer una pequeña parada antes de asistir a la fundación de una Iglesia que llena de ilusión.
Debemos volver la mirada a Atenas, de la que vimos salir a Pablo muy apesadumbrado, y de la que nosotros mismos nos pudimos llevar una mala impresión.
Pablo pensó:
- Atenas, fracaso con los judíos, ¿por qué?... Atenas, fracaso con los griegos, ¿por qué?... ¿Es que el Evangelio no tiene fuerza? ¿A qué se debe lo que me ha ocurrido?...
Pablo, como lo hemos visto desde el principio, era un judío de pies a cabeza, y en todas partes se las tenía que ver con los de su raza.
Si los judíos admitían el Evangelio, en ellos encontraba colaboradores magníficos como Silas o Timoteo, o bien formaban los judíos, a la par que los gentiles, una Iglesia tan preciosa como la de Berea.
Pablo contaba siempre con la persecución.
Pero lo de los judíos de Atenas fue peor que los azotes o la expulsión de la ciudad.
Ni una conversión. Ningún interés por el Evangelio. Frialdad por todas partes. Apatía por doquier. Indiferencia absoluta.
Aquellos judíos, por lo visto, se habían acomodo a la manera floja de vivir de los atenienses, y Dios y el prometido Cristo no les importaron nada. Como si se dijeran:
- Adoramos al Dios Yahvé sin preocupaciones; ¿por qué nos vienen ahora a molestarnos tontamente?... Dejemos a todos en paz, y que cada uno siga adorando a su dios como le venga bien. ¿A qué meternos con los demás?...
Fracasado con los judíos, Pablo, tan judío, se pasó a los gentiles. Pero, ¿estaba preparado para meterse con el mundo griego?...
Dios había tenido una providencia grandísima con Pablo. Cuando lo escogió, sabía Dios a quién elegía. El judío completo, era también un griego y un romano completo.
Pablo, como hombre, encarnaba en su persona lo más rico del mundo de entonces.
Dentro de pocos años. Pablo escribirá en una de sus cartas:
"Yo soy el más pequeño de los apóstoles. Pero, por la gracia de Dios soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos los demás apóstoles, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1Co 15,9-10).
Naturalmente que pudo desarrollar una actividad asombrosa y muy diferente de la llevada a cabo por los demás.
Porque ninguno de los otros apóstoles tuvo la formación que le tocó en suerte tener a Pablo.
Como judío, era un brillante maestro de la Biblia, graduado en las escuelas superiores de Jerusalén.
Como griego, era un helenista nacido y educado en Tarso, ciudad muy notable por su saber, en la que asimiló la cultura griega y pudo estar en contacto pacífico con el derecho romano y muchas costumbres del Imperio.
El discurso que Pablo pronunció en Atenas ante el Areópago no se improvisaba fácilmente.
Semejante pieza oratoria indicaba una formación griega muy valiosa, asimilada en Tarso, ciudad que marcó a Pablo con sello indeleble en su rica formación humana y social.
Aunque la fuente de su ciencia sea la Biblia, Pablo sabe también y repite dichos y sentencias de filósofos, poetas y escritores griegos.
Conoce los juegos olímpicos y en sus cartas hace alusiones estupendas a ellos, aplicando a la vida cristiana los esfuerzos y triunfos de los atletas. Está al tanto de costumbres militares, y nos describe al detalle la armadura romana.
Veremos después cómo sus cartas están llenas de alusiones a la vida griega y romana, aprendido todo durante su niñez y juventud.
Es cierto que Pablo pensaba ante todo y sobre todo con la Biblia, y que todo lo que estuviera en oposición a las Sagradas Escrituras lo rechazaba de manera fulminante.
Por poner un caso, Pablo pudo leer en Tarso la inscripción asiria junto a la estatua de Sardanápalo: "Caminante, come, bebe y pásala bien, que todo lo demás no vale la pena".
¿Qué pensaba Pablo ante semejante brutalidad? Pues, se diría:
- ¿Eso? Los que así piensan y hablan son malos, pero discurren como tontos más que como pecadores. Ya me lo dice mi Biblia: "Los impíos, razonando neciamente, se dicen…:"Vengan y disfrutemos… gocemos de lo presente…, coronémonos de rosas antes de que de se marchiten" (Sb 2,1-8)
Aunque, junto a esa barbaridad, pudo aprende dichos como éste, de un gran filósofo de Tarso: "Para todo ser humano su conciencia es su Dios" (Atenodoro)
En la misma Atenas y sobre la Acrópolis pudo Pablo recordar las palabras de un poeta dirigidas a Zeus, el Júpiter de los griegos:
-¡Oh Zeus, yo te saludo! Toda carne puede elevar su voz a ti, pues somos de tu estirpe. Por esto quiero con gozo elevar a ti mi canto de alabanza, cantar eternamente tu alabanza" (Coleantes, en Holzner)
Por palabras de filósofos y poetas como éstos pudo valorar Pablo lo que el Espíritu de Dios había depositado en la naturaleza humana, buena como salida de la mano de Dios, aunque estropeada tan lastimosamente por obra del Maligno.
Hay que decir que Pablo dio muestras de tener un espíritu muy abierto, muy amplio, y que admitía y asimilaba todo lo que viera de bueno, de honesto, de enriquecedor.
Con todo esto vemos cómo la religión y la moral - que enseñaban los espíritus más rectos entre aquellos paganos -, bien consideradas, eran un camino abierto para el Evangelio.
¿Qué es lo que faltaba? Lo que les dijo Pablo: "Convertirse".
¡Dejen a ese Júpiter el padre de los dioses, y vuélvanse al Dios que creó todas las cosas!
¡Dejen a muchos de sus maestros, y acudan al Maestro que yo les indico, el hombre Jesús, que un día juzgará a todos los muertos que habrán resucitado!
¡Crean en este Hombre Jesús, y vayan sin miedo a Él, que está autorizado por Dios con la resurrección de entre los muertos!
¿Dónde radicó el fracaso de Pablo en Atenas?
En la indiferencia de los judíos y en la soberbia fatua de los griegos. Pablo no pudo presentarse con más autoridad y hablar mejor a los griegos y a los judíos.
En el Pablo de Atenas aprendió también la Iglesia la gran lección del apostolado.
Todo apóstol se presenta con una preparación religiosa y humana completas. Pero ante la indiferencia que puede encontrar o ante el rechazo que le oponga la soberbia de los oyentes, siempre tendrá el apóstol cristiano - como arma eficaz - la Cruz de Cristo, que es sabiduría de Dios y fuerza de Dios para todos los que se han de salvar.
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lunes, agosto 25, 2008
Atenas. Frialdad e indiferencia
16. Atenas. Frialdad e indiferencia
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano
¡Buen viaje el que vamos a hacer hoy con Pablo! Nada menos que a la soñada Atenas, el emporio del saber, del arte, de la belleza, la cuna de la cultura occidental.
Corre la primavera del año 51, y los de Berea no se atreven a dejar solo a Pablo -pues parece que está otra vez enfermo o no bien recuperado en su salud-, y lo llevan hasta Atenas. Allí, les dice Pablo agradecido:
- ¡Gracias, queridos! ¡Qué buenos son! Marchen a Berea, pero encarguen a Silas y Timoteo que vengan lo antes posible a Atenas, pues aquí me encuentro muy solo. (Hch 17,15-34)
Pablo se quedó en Atenas con el ánimo bajo los pies. Un judío como él no tenía para menos. ¡Cuántos ídolos! ¡Cuánta superstición! ¡Cuántos templos y altares a dioses falsos!
Un conocido escritor romano que visitó Atenas en aquellos mismos días, escribía irónicamente: "Está todo esto tan lleno de dioses que resulta más fácil encontrar un dios que un hombre".
Mientras esperaba a Timoteo y Silas, nos dicen los Hechos, "Pablo estaba interiormente que explotaba, indignado al contemplar la ciudad tan llena de ídolos".
Como en todas partes, empieza por la sinagoga, pues se dice:
- ¡Al menos aquí adorarán fervientemente a Dios!
Pero Pablo se lleva también una desilusión con los judíos. Eran pocos en Atenas, y parece que se habían amoldado a la manera floja de vivir de los atenienses.
Pablo no sería Pablo si se hubiera quedado quieto. Cada día iba al ágora, la plaza pública en que se mezclaban, de manera simpática y desesperante a la vez, toda clase de gentes.
Abundaban en ella, sobre todo, los filósofos baratos y los oyentes ociosos, que se preguntaban cada día: - ¿Qué hay de nuevo hoy?...
Los grandes sabios como Sócrates, Diógenes, Platón o Aristóteles, habían desaparecido hacía ya muchos años.
Ahora, dicen los Hechos, merodeaban los estoicos y los epicúreos, que al oír a Pablo comentaban de manera divertida:
-¿Qué dice ese charlatán, ese pajarraco que se come todos los granos esparcidos por el suelo?...
Era esto lo que en Atenas decía la gente de los filósofos baratones que se presentaban cada día. Porque eran unos sabios muy pobres, que recogían cuatro sentencias que habían escuchado de otros, y las vendían como sabiduría propia.
¡Esto es ese predicador tan curioso que nos viene con nuevos dioses, ese Jesús y esa Resurrección!...
Si no lo dijera así Lucas, que se luce en su narración, nosotros no tendríamos imaginación para inventarlo.
Como todos los dioses del Olimpo griego eran casados o se unían para engendrar otros dioses, aquí viene este Pablo ahora a predicar un dios masculino, Jesús, y una compañera femenina, Resurrección. ¡No deja de ser curiosa esta pareja de dioses!...
Así piensan los oyentes de Pablo, y para aclarar mejor las cosas, le proponen:
- ¿No podríamos oírte de esto más detenidamente en el Areópago?
La proposición era muy seria. El Areópago era el tribunal que examinaba la legitimidad de la religión y, si era preciso, juzgaba a los propagandistas de nuevos dioses. El Areópago había juzgado y condenado a muerte por impío nada menos que a Sócrates, el filósofo y el hombre más grande de Grecia.
¿Qué hará el Areópago ahora con Pablo, ese anunciador de nuevas divinidades?...
No va a hacer nada, afortunadamente. Lo de hoy no va a ser un juicio, sino un escuchar al expositor de la nueva religión.
Pablo está de pie ante sus oyentes, que le invitan:
- ¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que tú expones? Pues te oímos decir cosas extrañas y querríamos saber qué es lo que significan.
Todo es cortesía, todo es educación. Y Pablo, en su exposición, va a rayar a gran altura desde el primer momento, cuando comienza:
- Atenienses, veo que ustedes son, bajo todos los aspectos, los más respetuosos de la divinidad.
Con este comienzo, Pablo se demuestra un orador consumado, y Lucas un historiador excepcional al darnos un resumen de las mismas palabras de Pablo.
Magnífico, bello y muy profundo todo, desde luego.
El auditorio escucha con placer una filosofía semejante, y más cuando la ve confirmada por lo que dijeron algunos pensadores y poetas griegos, como lo reconoce Pablo:
- Porque somos del linaje de Dios. Y si somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad es algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el genio de los hombres.
Pablo está formidable. Pero viene lo malo, cuando anuncia:
- Ese Dios creador, que ha tolerado hasta ahora la ignorancia, quiere que todos se conviertan, porque todos van a ser juzgados un día por un hombre determinado, a quien Dios ha garantizado resucitándolo de entre los muertos.
Aquí se acabó el escuchar con agrado a este soñador.
¿La conversión?... No les gustaba.
¿La resurrección de los muertos? A un griego no le entraba en la cabeza.
Pero siguieron todos en su educación, y dijeron cortésmente al orador:
- Pablo, te escucharemos con gusto otra vez.
No volvieron a escucharle, porque ni ellos estaban interesados ni Pablo tenía ganas de perder más el tiempo:
- Aquí no hay nada que hacer. Estos griegos atenienses buscan sólo sabiduría, y yo no enseño más sabiduría que la de la Cruz.
No todo, sin embargo, se había perdido, como anota Lucas:
"Algunos hombres se adhirieron a Pablo y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos".
Éstos fueron la semilla de una nueva Iglesia en Atenas, pequeña, pero allí quedaba la semilla enterrada.
Pablo, siguen diciendo los Hechos, dejando Atenas se fue a Corinto.
Esta vez no se marchaba perseguido.
Fracasado, sí.
Los pocos judíos de Atenas seguían en su indiferencia, los filosofantes griegos en su incredulidad, y Pablo con una convicción: ¡Basta de ciencia! La Cruz y nada más...
Lo va a demostrar en el nuevo campo.
¡Corinto a la vista!...
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domingo, agosto 24, 2008
Bartolomé, el hombre que se entusiasmó por Cristo
Bartolomé, el hombre que se entusiasmó por Cristo
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan P. Ferrer
Vamos a contemplar en la figura del Apóstol Bartolomé el entusiasmo por Cristo de un hombre que poco antes, ante las palabras de Felipe, había dicho: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?.
1. Los hombres de todos los tiempos se han preguntado una y otra vez por la felicidad, aunque tal vez nunca comprendieran qué es realmente eso de la felicidad. Y se han dedicado siempre a buscarla por todos los conductos y todos los medios. Han elaborado teorías tan variopintas que entre unas y otras se dan profundas contradicciones. Y, siempre al final, se tiene la impresión de que no se acaba de acertar: ni la vida fácil, ni el estudio de la filosofía, ni el dinero, ni la fama, ni el progreso, ni muchas otras cosas son capaces de llenar el corazón infinito del hombre. Por ello, es que muchos seres humanos al vuelto los ojos hacia la figura de Cristo y le han preguntado si él puede de veras llenar el corazón humano de paz y de gozo. Hoy se lo queremos preguntar nosotros.
¿Eres tú, Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera? Todos sabemos por la historia que Jesús era un hombre excepcional, pero eso no basta para llenar el corazón humano. Juan Bautista envió a Cristo una legación para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3). Éste es el interrogante que siempre se plantea el ser humano. Cristo responde afirmativamente a la pregunta de Juan Bautista, explayándose sobre sus propias obras que constituyen la prueba ineludible de los tiempos mesiánicos. Él, por tanto, afirma que es lo que el hombre de antaño, de hoy, y de mañana ha esperado, espera y esperará.
¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el corazón humano. ¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.
Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.
En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida del corazón humano.
2. San Juan nos trasmite una historia bellísima en el relato de la vocación de los primeros discípulos (Jn 1, 45-51). Felipe, a quien poco antes el Señor había llamado a su seguimiento, se encuentra con Natanael y le dice lleno de gozo: AAquel de quien, escribió Moisés en la ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret. El bueno de Natanael le responde con un cierto aire de desconfianza: ¿De Nazaret puede haber cosa buena?. Poco después tras el encuentro de Jesús y Natanael, éste último exclama con ilusión y fuera de sí: "Rabbi, tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel", y todo porque el Maestro le había dicho que lo había visto debajo de la higuera. Parece una escena surrealista, pero encierra una gran verdad, que vamos a comentar.
¿De Nazaret puede haber cosa buena? (Jn 1,46). Natanael, tal vez acostumbrado ya a tantos falsos mesías que habían salido como estrellas fugaces en la historia del pueblo de Israel, se extraña de aquellas palabras tan encendidas de Felipe en las que le comunica que un tal Jesús, de Nazaret, hijo de José, es el anunciado por Moisés y los profetas. No es rara esta experiencia para el hombre de hoy y de siempre, que lo ha esperado todo de todo y de todos y casi siempre se ha visto a sí mismo sorprendido por la inconsistencia de las cosas. Por eso, Natanael se sorprende y responde con esa pregunta: ¿De Nazaret puede haber cosa buena?. Este tipo de repuestas se encuentran en los labios de muchos hombres de hoy a propósito de cualquier nueva proposición de dicha ofrecida por la sociedad o por un amigo. La desilusión y la desconfianza se han instalado en ese corazón ya un poco seco y pasota del hombre moderno.
"Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel" (Jn 1,49). Después de que Felipe le invite a acercarse a Cristo y de que Cristo hable de su honradez y rectitud, son esas palabras de Cristo: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi", (Jn 1,48), las que mueven de una forma terrible el interior de Natanael y en un grito de admiración y de reconocimiento llama a Jesús "Hijo de Dios". Para Natanael, tal vez un inquieto rabino o estudioso de las Escrituras, de repente la vida se ha iluminado con la presencia de aquel hombre que le ha presentado su amigo Felipe. En él ha encontrado de repente y de golpe a quien buscaba y lo que buscaba en una armoniosa síntesis. Es como si una vida ya al borde del desencanto se encontrara de repente con esa verdad que lo explica todo y llena de paz y felicidad el corazón. Todavía no sabe cómo, pero Natanael intuye que aquel hombre va a colmar todas sus expectativas.
"Has de ver cosas mayores" (Jn 1,50). Jesús le anuncia que aquella primera experiencia se va a multiplicar. Es como si le dijese: si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. Y es que Dios es mucho más de lo que el hombre puede imaginarse. En realidad la felicidad que el hombre busca no es nada al lado de lo que Dios le ofrece. Dios siempre supera toda expectativa, todo deseo, toda esperanza. Natanael, el desconfiado, de repente ha quedado cogido por Cristo y un sentimiento de entusiasmo se apodera de él. En adelante será un don, una gracia, un privilegio servir a aquel Maestro que ya le había visto cuando estaba debajo de la higuera. Si nosotros dejáramos a Dios entrar en nuestro corazón a fondo, si nosotros hiciéramos una experiencia auténtica de Dios, si nosotros nos liberáramos del miedo a abrir las puertas del corazón a Dios, también diríamos, llenos de entusiasmo y gozo, "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".
3. Este Apóstol, con su admiración por Cristo, nos puede enseñar a nosotros, hombres de hoy, una serie de actitudes muy necesarias frente a las cosas de Dios, pues a lo mejor es posible que nuestra vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos.
Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción. El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados.
Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía.
Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte.
Conclusión. Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios: un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo, una relación con Dios cercana y cordial, una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete.
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Hoy celebramos a san Bartolomé, apóstol Fue uno de los doce apóstoles. Permaneció con los demás después de la Ascensión de Jesús a los cielos.
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Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan P. Ferrer
Vamos a contemplar en la figura del Apóstol Bartolomé el entusiasmo por Cristo de un hombre que poco antes, ante las palabras de Felipe, había dicho: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?.
1. Los hombres de todos los tiempos se han preguntado una y otra vez por la felicidad, aunque tal vez nunca comprendieran qué es realmente eso de la felicidad. Y se han dedicado siempre a buscarla por todos los conductos y todos los medios. Han elaborado teorías tan variopintas que entre unas y otras se dan profundas contradicciones. Y, siempre al final, se tiene la impresión de que no se acaba de acertar: ni la vida fácil, ni el estudio de la filosofía, ni el dinero, ni la fama, ni el progreso, ni muchas otras cosas son capaces de llenar el corazón infinito del hombre. Por ello, es que muchos seres humanos al vuelto los ojos hacia la figura de Cristo y le han preguntado si él puede de veras llenar el corazón humano de paz y de gozo. Hoy se lo queremos preguntar nosotros.
¿Eres tú, Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera? Todos sabemos por la historia que Jesús era un hombre excepcional, pero eso no basta para llenar el corazón humano. Juan Bautista envió a Cristo una legación para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3). Éste es el interrogante que siempre se plantea el ser humano. Cristo responde afirmativamente a la pregunta de Juan Bautista, explayándose sobre sus propias obras que constituyen la prueba ineludible de los tiempos mesiánicos. Él, por tanto, afirma que es lo que el hombre de antaño, de hoy, y de mañana ha esperado, espera y esperará.
¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el corazón humano. ¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.
Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.
En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida del corazón humano.
2. San Juan nos trasmite una historia bellísima en el relato de la vocación de los primeros discípulos (Jn 1, 45-51). Felipe, a quien poco antes el Señor había llamado a su seguimiento, se encuentra con Natanael y le dice lleno de gozo: AAquel de quien, escribió Moisés en la ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret. El bueno de Natanael le responde con un cierto aire de desconfianza: ¿De Nazaret puede haber cosa buena?. Poco después tras el encuentro de Jesús y Natanael, éste último exclama con ilusión y fuera de sí: "Rabbi, tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel", y todo porque el Maestro le había dicho que lo había visto debajo de la higuera. Parece una escena surrealista, pero encierra una gran verdad, que vamos a comentar.
¿De Nazaret puede haber cosa buena? (Jn 1,46). Natanael, tal vez acostumbrado ya a tantos falsos mesías que habían salido como estrellas fugaces en la historia del pueblo de Israel, se extraña de aquellas palabras tan encendidas de Felipe en las que le comunica que un tal Jesús, de Nazaret, hijo de José, es el anunciado por Moisés y los profetas. No es rara esta experiencia para el hombre de hoy y de siempre, que lo ha esperado todo de todo y de todos y casi siempre se ha visto a sí mismo sorprendido por la inconsistencia de las cosas. Por eso, Natanael se sorprende y responde con esa pregunta: ¿De Nazaret puede haber cosa buena?. Este tipo de repuestas se encuentran en los labios de muchos hombres de hoy a propósito de cualquier nueva proposición de dicha ofrecida por la sociedad o por un amigo. La desilusión y la desconfianza se han instalado en ese corazón ya un poco seco y pasota del hombre moderno.
"Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel" (Jn 1,49). Después de que Felipe le invite a acercarse a Cristo y de que Cristo hable de su honradez y rectitud, son esas palabras de Cristo: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi", (Jn 1,48), las que mueven de una forma terrible el interior de Natanael y en un grito de admiración y de reconocimiento llama a Jesús "Hijo de Dios". Para Natanael, tal vez un inquieto rabino o estudioso de las Escrituras, de repente la vida se ha iluminado con la presencia de aquel hombre que le ha presentado su amigo Felipe. En él ha encontrado de repente y de golpe a quien buscaba y lo que buscaba en una armoniosa síntesis. Es como si una vida ya al borde del desencanto se encontrara de repente con esa verdad que lo explica todo y llena de paz y felicidad el corazón. Todavía no sabe cómo, pero Natanael intuye que aquel hombre va a colmar todas sus expectativas.
"Has de ver cosas mayores" (Jn 1,50). Jesús le anuncia que aquella primera experiencia se va a multiplicar. Es como si le dijese: si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. Y es que Dios es mucho más de lo que el hombre puede imaginarse. En realidad la felicidad que el hombre busca no es nada al lado de lo que Dios le ofrece. Dios siempre supera toda expectativa, todo deseo, toda esperanza. Natanael, el desconfiado, de repente ha quedado cogido por Cristo y un sentimiento de entusiasmo se apodera de él. En adelante será un don, una gracia, un privilegio servir a aquel Maestro que ya le había visto cuando estaba debajo de la higuera. Si nosotros dejáramos a Dios entrar en nuestro corazón a fondo, si nosotros hiciéramos una experiencia auténtica de Dios, si nosotros nos liberáramos del miedo a abrir las puertas del corazón a Dios, también diríamos, llenos de entusiasmo y gozo, "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".
3. Este Apóstol, con su admiración por Cristo, nos puede enseñar a nosotros, hombres de hoy, una serie de actitudes muy necesarias frente a las cosas de Dios, pues a lo mejor es posible que nuestra vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos.
Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción. El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados.
Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía.
Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte.
Conclusión. Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios: un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo, una relación con Dios cercana y cordial, una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete.
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Hoy celebramos a san Bartolomé, apóstol Fue uno de los doce apóstoles. Permaneció con los demás después de la Ascensión de Jesús a los cielos.
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sábado, agosto 23, 2008
Con María, y un rosario antes de Misa
Con María, y un rosario antes de Misa…
Fuente: Catholic.net
Autor: María Susana Ratero
Madrecita mía, hace tiempo quiero preguntarte acerca de los regalos que trae al alma el rezo del Santo Rosario antes de la Misa. Y , en este domingo, mi corazón sabe que hallara respuesta, pues, nunca desoyes a tus hijos.
Cavilo en estos pensamientos cuando una joven de la Parroquia me pide que inicie el rezo del Rosario.
Mis dedos y mi corazón van acariciando, una a una, las sencillas cuentas. Y son rosas para ti los Avemarías.
De pronto la campana, que es como tu voz, llena mi alma con tu saludo y la plena certeza de tu presencia.
Desde tu imagen te acercas, me estiras la mano y dices:
- Ven, hija, ven…
Y mientras continúo saludándote con los Avemarías del Rosario, te sigo…
Entonces, para mi asombro y alegría, muy cerquita del altar abres una puertecita que conduce a una amplísima, magnífica y delicada escalera, inundada de flores en sus barandas…
- ¡Madre, que bella escalera! Pero ¿y esta puerta? ¿Desde cuándo está aquí? ¿Por qué nunca la vi? Y la escalera ¿Adónde lleva?
Tu dulce mirada responde, una a una, mis preguntas.
- A ver, vamos despacio. La puerta, hija, siempre estuvo aquí, sólo que recién la ves porque has accionado la llave desde lo más profundo de tu corazón.
- ¿Llave, Madre? ¿Cuál llave? No tengo llave en mis manos, sólo tengo…. ¡El Rosario! ¡Oh Madre! ¿Acaso el rezo del Santo Rosario abre esta puertecita?
Asientes con una sonrisa, mientras en mí se mezclan el asombro, la alegría y el llanto…
- Así es, querida hija, el Rosario abre esta magnífica puerta. Pero aún me resta responderte dónde te lleva la escalera.
Y con el Avemaría como aire para el alma, espero tu respuesta…
- Debes verlo por ti misma.
Y continúo con la oración, lenta y suavemente. Con mi mano en la tuya siento que me llevas, delicadamente.
Y en cada Avemaría vamos subiendo un escalón.
Para mi alegría, no vengo sola. Todas las personas que rezan el rosario vienen junto a mí.
La escalera tiene cinco tramos, con cinco magníficos descansos.
Al comenzar la contemplación del segundo misterio llegamos al segundo descanso. Es grande, espacioso y el piso está lleno de pétalos de rosas, que los ángeles no cesan de arrojar pues, la escalera está poblada de ellos. El perfume es indescriptible.
Uno a uno los escalones llevan a mi corazón, de tu Mano, a una paz intensa y perfumada.
En cada descanso sacas de tu Corazón un pequeño tesoro con mi nombre. No me atrevo a preguntarte por que no me lo das.
Más, como lees mi corazón, me respondes.
- No te lo doy porque no me lo pides.
- Y ¿Qué es, madre?
- La gracia de este misterio. Verás, hija, cada misterio tiene una gracia especial para adornar tu alma.
- Pero, Madre, yo no sé cuál es la gracia de este misterio.
- No importa, hija, Tú pide. Recuerda mi promesa a Santo Domingo de Guzmán:" Toda gracia que se pida por el Rosario se concederá" Pide que la gracia de cada misterio se derrame en tu corazón y en el de cada uno de los que amas, para que puedan alcanzar la santidad. Recuerda que para alcanzar la santidad necesitas la gracia. Cada uno en su medida pues, aunque Dios no da a todos el mismo grado de gracia, da a cada uno lo suficiente…
Vienen a mi alma los consejos de San Luis María Grignion de Montfort "Para hallar la gracia, hay que hallar a María".
Tú, Madre, eres el canal de las gracias de Dios. El Rosario es, por lo que me dices, un gran medio para alcanzarlas.
Tímidamente pero con total confianza, voy pidiendo las gracias de cada misterio, hasta llegar al final.
La Llena de Gracia, que no se deja vencer en generosidad, deja en mi alma, y en la de cada persona que ha rezado el Rosario, preciosos tesoros que irán fortaleciendo la fe, aliviando los cansancios, consolando las soledades e iluminando las noches oscuras del alma.
Hemos terminado el rezo del Rosario. Los ángeles te traen ramos de rosas eternas, con nuestros nombres…
No comprendo… ¿Por qué tantos ramos con mi nombre si sólo rece UN Rosario?
Y me respondes contenta:
- Porque cuando rezas en comunidad recibo, de cada uno de los que me regalan su oración, tantos ramos como personas recen…
¡Vaya, Madre! ¡Que regalo para tus hijos! ¡Qué grande es la misericordia de nuestro Dios!
Nos llevas ahora a un lugar especial en la Parroquia , para oír la misa y participar en ella con el corazón.
No es un lugar físico, más cerca o más lejos del altar, no.
Es un lugar bajo tu manto. Es un lugar cálido, sereno y perfumado, desde donde comienzas a cumplir nuestra súplica de la Salve "Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre"
Comienza la misa. Los ángeles adornan el altar con las rosas del Rosario.
Me acerco a recibir a Jesús Eucaristía. Mi alma se inunda del perfume que se derrama del altar…
La misa acaba. Me acompañas escaleras abajo y cierras la puerta con llave. Pero… ¡Dejas la llave colgada en ella!
No entiendo.
- Madre ¿Por qué cierras con llave si dejas la llave allí?
- Para que esté al alcance de todos, hija. Todos mis hijos pueden subir esta escalera de amor. Lo único que tienen que hacer es tomar la llave con su corazón ¿comprendes?
Madrecita nuestra, que gran gozo siente mi alma con esta enseñanza. Rezar el Rosario antes de Misa es asegurarse un sitio de privilegio (inmerecido por cierto, más, fruto de tu Misericordia) en la Misa.
¡Gracias, Madre! Gracias por tantos regalos al alma. Regalos que nos das para acercarnos más y más a Jesús… gracias.
Amigo, amiga que lees estas líneas. Tu parroquia también tiene una "puertecita escondida". Ahora conoces el "secreto" de su llave. Ábrela, no temas, tu Madre te espera…
NOTA de la autora:
"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
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Ponencia del Cardenal Rodriguez en el Congreso Americano Misionero (CAM3) en Ecuador
Fuente: http://www.cam3ecuador.org
Autor: .
DISCIPULADO: COMUNIDAD DISCÍPULA DE JESÚS
Queridas Hermanas y Hermanos: Nuestro CAM 3 es finalmente una realidad que hemos deseado, preparado ampliamente especialmente con la oración y que ahora vivimos con intensidad.
Mi saludo cariñoso y agradecido a todos, especialmente a la Iglesia del Ecuador que nos recibe con tanto amor.
Y entramos al tema asignado: Como nos ha dicho la Conferencia de Aparecida, estamos llamados a ser discípulos y misioneros.
1. INTRODUCCIÓN
Si en este momento nos preguntamos ¿De quién somos discípulos? Espontáneamente brota la respuesta: ¡De Cristo por supuesto! Pero no debemos apresurarnos tanto.
El Evangelio nos presenta la actitud típica del discípulo en María, la hermana de Marta, sentada a los pies de Jesús y escuchando su Palabra. Entonces nos preguntamos: ¿De quién son discípulos nuestros bautizados? ¿Cuánto tiempo tienen nuestros bautizados para escuchar al Maestro, al Señor Jesús y alimentarse con la Palabra de Dios? Si acaso participan en la Eucaristía dominical y el equipo de sonido del Templo funciona bien y los lectores proclaman correctamente, tal vez ¿diez minutos? Si el sacerdote pronuncia una buena homilía ¿veinte minutos? Pero para muy pocos eso es todo.
Para la gran mayoría casi nada.
Muchos son más discípulos de la televisión, de la prensa, de las ideologías, de la política, de los "Chicago Boys" en economía o de la moda en la globalización y sobre todo del deporte y de todo lo que ofrece la televisión y el internet.
Y por eso se nos repite el gran desafío: ¿Cómo podemos cumplir el mandato del Señor: "Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos…"? La pregunta en este día es: como misioneros de una Iglesia Particular ¿somos auténticos discípulos del Señor Jesús?
2. EL CAMINO DEL DISCIPULADO:
Permítanme comenzar con un recorrido por el Evangelio y así identificar algunos rasgos que nos ayuden a ser mejores discípulos El Señor Jesús vive, como testigo, un proceso de discipulado tanto en referencia al Padre como en referencia a la humanidad: Escucha y Aprende del Padre; y, también Anuncia a la humanidad quién es el Padre. Escucha a la humanidad y aprende de ella Y anuncia a la humanidad a través de la encarnación.
Jesús siendo Dios respeta lo humano en lo cotidiano, le da importancia: permaneció 30 años compartiendo la vida de todos los días en su pueblo.
Estas actitudes tanto hacia el Padre como hacia la humanidad van marcando susdiferentes opciones.
Su vida pública, comienza con un ENCUENTRO (el encuentro de Jesús con sus primeros discípulos).
Vemos como en su primer encuentro llama a pescadores a ser sus discípulos…los llama y los invita para luego enviarlos a la humanidad.
Y esto se sigue repitiendo a lo largo de la historia, ya que el discipulado lleva siempre a la misión.
Lo más bello de todos esos encuentros y formación de sus discípulos es como se va entablando una profunda intimidad y amistad. "Ya no los llamo siervos sino AMIGOS". JESUS llama – invita para que estén con EL.
Los discípulos están en comunión con Jesús y con los demás discípulos y así forman la comunidad de discípulos de Jesús. Además el discípulo va formándose en la comunidad.
3. Trasfondo de la palabra discípulo
La palabra discípulo –"maqhth"- significa originalmente en griego estudioso, persona que aprende en un sentido general. Entre los sofistas es el término técnico para referirse al alumno institucional de un gran maestro. Pronto pasa a significar también el seguidor, el devoto de alguna personalidad intelectual o religiosa.
Al final de la época helenística se va robusteciendo este sentido de "seguidor", devoto, partidario, y ya hacia el siglo III después de 3 Cristo se convierte en un término técnico y desaparece del todo su significado original de alumno o estudiante.
En el contexto del Evangelio prevalece el sentido primario de seguidor o adepto. Los discípulos son ante todo seguidores de Jesús más que alumnos.
Entre los profetas encontramos también el concepto de escuela en la que existe una relación maestro-discípulos. Son los "hijos de los profetas" reunidos en torno a Eliseo. Este mismo tipo de relación se da también entre los escribas que se reúnen en cofradías profesionales.
Las tradiciones sapienciales más que en "escuelas" de pensamiento se van transmitiendo más bien en el interior del clan familiar.
San Mateo es el evangelista que más ha subrayado la labor docente de Jesús. En su evangelio prevalecen los discursos catequéticos, especialmente los cinco grandes sermones que estructuran todo el vangelio. En su vocabulario Mateo distingue claramente entre la proclamación kerigmática, o anuncio del Reino que viene, y la enseñanza de Jesús acerca de la Ley y de la justicia del Reino. Para la proclamación utiliza el verbo kerussein, y para la enseñanza utiliza el verbo didaskein.
Mientras que San Marcos usa el verbo didaskein para referirse a cualquier tipo de enseñanza de Jesús sobre las parábolas, o sobre el sufrimiento del Siervo, San Mateo reserva este verbo sólo para los casos en que Jesús es designado Rabbí, es decir Maestro de la Ley, y lo evita en las parábolas de Jesús sobre el Reino, o en sus catequesis sobre el camino del Siervo. Por tanto, aunque el término maqhth" tenga el significado de adepto o partidario, sin embargo en San Mateo no ha desaparecido del todo el matiz del discípulo como persona que aprende en la escuela de un gran maestro, en este caso del único que merece ser llamado maestro.
Cuando hablamos de Discipulado, es evidente que el tema es amplio.
Vamos a tratar de dibujar algunas pinceladas que retraten el rostro del discípulo de Cristo.
4. DIMENSION TRINITARIA.
Necesariamente hay que enmarcar este tema dentro de la Teología de la Trinidad.
El misterio de la Santísima Trinidad, que nos distingue de cualquier otra religión, nos hace conocer que Dios no es soledad, sino que es un Dios en Tres Personas. Esta revelación de un Dios que es Amor la conocemos precisamente por lo que se llama en Teología, las Misiones de la Trinidad:
Los movimientos, las relaciones, la comunicación dentro de Dios Trino, es lo que llamamos las Procesiones de la Trinidad. Las procesiones son internas y se realizan fuera del tiempo y el espacio, en la eternidad.
Las misiones son algo temporal, y son las que nos permiten conocer como es Dios. Por la forma en que Dios actúa sabemos cómo es Dios.
Del Actuar, llegamos al Ser. Y ya que Dios actuó siendo misionero (las misiones), sabemos que Dios es amor y es Trinidad.
Por medio de este amor demostrado en el tiempo y el espacio, nos asomamos al misterio insondable de Su eternidad.
Y a cada una de las personas de la Trinidad le atribuimos asuntos esenciales para comprender su actuación en nuestra existencia:
- Dios Padre que nos sostiene en el ser
- Dios Hijo que nos invita a seguirle
- Y el Espíritu Santo, que es Amor, nos atrae e impulsa.
De esta manera es que conocemos que cada persona de la Trinidad actúa en el tiempo (misiones) gracias a lo que viven dentro de ella (procesiones).
Veamos ahora el seguimiento, unido a la persona del Hijo. Así empezamos a profundizar el tema del discipulado.
La palabra discípulo -en griego maqhthe – como ya dijimos, significa aquel que se vincula con una persona no tanto a nivel teórico, o por lo que el maestro le transmite a nivel de ideas, sino afectiva y vitalmente, a tal punto que asume su estilo de vida.
Durante mucho tiempo, por motivo de mis estudios, tuve que leer sobre Freud, incluso dar clases sobre él, pero no por eso me considero discípulo suyo. He podido conocer mucho de sus ideas, de sus planteamientos, pero eso no me ha hecho discípulo, eso no me ha hecho freudiano.
San Pablo utiliza una verbo muy descriptivo para expresar esto mismo: Revestirse.
Para nosotros esta figura no nos dice mucho. Pero en algunos pueblos nativos sabemos que el vestido designa la tribu: el vestido los identifica, dice quienes son, dice el lugar a que pertenecen. Esa es la idea de San Pablo.
Lo mismo sucedía en aquellas sociedades, que sin Radio, ni Televisión, ni Cine, poseían el Teatro. Y cuando un actor se revestía con los atuendos del personaje que representaba, se convertía en ese personaje. Tomaba todo de él: sus actitudes, sentimientos, modales, etc.
San Pablo también habla del buen olor de Cristo. Vemos entonces que el discipulado implica Revestirse de Cristo, oler a Cristo. Por eso aún se oye –aunque cada vez menos-aquello de "morir en olor de santidad".
5. QUE SIGNIFICA SER DISCÍPULO
A continuación deseo compartir con ustedes algunos puntos concretossobre lo que significa el discipulado:
5.1. El primer punto es difícil, pero es una realidad innegable de la que debemos partir: Nadie nace discípulo de Jesús.
Para ser discípulo es necesaria la conversión (Metanoia, en griego), el cambio de mentalidad.
Es doloroso decirlo, pero para muchas personas no es normal ser bueno, no es normal pensar cómo piensa Jesús, actuar como actúa Jesús. Lo normal, lo espontáneo parece que es otra cosa...
Ser discípulo, entonces, exige un renacer (Jn. 3, 16). Y si nacer y hacer nacer cuesta (esto pueden confirmarlo las damas que son madres), el renacer también.
"El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio." (Mc. 1, 15) "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único, para que todo el que crea en El no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16) Es difícil porque uno llega a acostumbrarse a todo, incluso –y sobre todo- llegamos a acostumbrarnos a nosotros mismos, a nuestros defectos, a nuestro pecado. Y buscamos cualquier cosa que nos justifique tal y como somos, que no nos incomode, que no cambie nuestro panorama.
Estamos acostumbrados a buscar soluciones fáciles... la eutanasia, el divorcio, el aborto, el matrimonio gay... Todas estas opciones intentan solucionar nuestras insatisfacciones, pero solamente las disfrazan y las aumentan. Por eso la conversión es difícil.
Porque lo único que realmente colma y da entido a nuestra existencia, y soluciona nuestras insatisfacciones, es darnos cuenta que no estamos aquí para este mundo, sino para la eternidad, para buscar la eternidad.
5.2. Con esta búsqueda de la eternidad através de la conversión (metanoia), vamos adquiriendo una mentalidad radicalmente nueva de todas las cosas. Tan radical, que su fundador, Jesucristo, fue considerado un loco.
Por eso el cristiano, si es auténtico, será siempre un exiliado... un signo de contradicción.
Es un pasar de mi mundo, al mundo de Dios; de mi horizonte, al horizonte de Dios… ese es el cambio de mentalidad que origina el discipulado. De luchar por los primeros lugares, a luchar por los últimos… "El que quiera ser el primero… que sea el ultimo".
De modo que lo que nos hace dichosos, sea la pobreza, el ser perseguido. De modo que te convenzas de que la mejor venganza es el perdón... (cf. Mt. 10, 18 ss)
5.3. Esta visión radicalmente nueva se obtiene a partir del encuentro con Cristo.
(Jn 8, 12). Es asunto de encontrarse con Él, de entrar en su mundo, de saberse iluminado por Su luz y así aprender a razonar de otro modo.
Ser discípulo es, entonces, adquirir un modo de razonar que difiere "del mundo", que no busca la gloria humana, que asume la realidad divina aún a pesar de la cruz: Recordemos el pasaje en que Jesús anuncia: "Iré a Jerusalén para ser crucificado". Pedro le dice que no vaya... Y el Señor le increpa con una palabra muy fuerte: "Apártate de mi Satanás..." (Lo llama Satanás...).
Ser discípulo es sentirse contento por ser juzgado en virtud del seguimiento de Cristo. Es entregarse completamente a esta locura del amor. Porque cuando se ama, se hacen locuras, si no, nunca amaste... "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn8, 12).
Esta luz que ofrece Cristo a sus discípulos, no es una luz natural.
"Naturalmente" no escoges el celibato, el martirio, la pobreza etc. Es una luz SOBRENATURAL, y solo la podemos entender y asumir desde ahí, desde la perspectiva de lo sobrenatural.
Y es una realidad eterna. Esta conversión, esta relación de amor, si es verdadera, es para siempre. Si lo dejas, es que nunca te encontraste con Él.
5.4. Este encuentro permite lograr un Misterioso parentesco con Cristo mismo y con los hermanos, a tal punto que Cristo se vuelve padre, madre, hermana, hermano, etc., como leemos en Lc. 8, 19 ss.
"Su madre y sus parientes querían verlo, pero no podían acercársele por el gentío que había". Alguien dio a Jesús este recado: "Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte." Pero Jesús respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica". (Lc. 8, 19)
"A todos los que lo recibieron les concedió ser hijos de Dios: estos son los que creen en su Nombre" (Jn. 1, 12).
Este parentesco es mayor a cualquier otro, porque Dios une más que la sangre (Jn 1, 12). Y la persona que es totalmente de Dios, es también totalmente mi hermano, mi hermana, mi madre. Esto lo ha expresado de una manera maravillosa –incluso a algunos les puede parecer atrevida- san Juan de la Cruz en su oración / poema del alma enamorada:
"Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí."
E insisto en que todo esto: la conversión el encuentro con Cristo, este parentesco, no es natural... es absolutamente sobrenatural.
5.5. Ser discípulo implica –consecuencia inevitable- perseverar. Y se trata de perseverar con Él en sus tribulaciones (cf. Lc. 22, 28 )
"Ustedes han permanecido conmigo compartiendo mis pruebas" (Lc.22, 28)
El discípulo debe estar preparado para la prueba, para enfrentar al enemigo. Pero no estoy pensando tanto en enemigos afuera, sino me refiero al enemigo que yo soy para mí mismo.
Y el peligro es que uno se acostumbra a todo, hasta a uno mismo… me acostumbro a mí mismo, a esta persona que no ha terminado de ser discípulo de Cristo, a este yo egoísta, que busca el primer puesto,que quiere estar siempre al frente. Este es el enemigo contra el que lucha el discípulo.
5.6. El discípulo es enviado como cordero entre lobos. El cristiano es contraste, es profecía, es choque (claro, debido a la conversión). El discípulo es capaz de decir no, de optar en contra del pecado.
Es capaz de comprender, asumir y amar esta opción del bien que se enfrenta al mal sin medir el tamaño o la potencia para enfrentarlo. El discípulo opta por el bien a pesar de la inmensidad aparente o real del mal.
5.7. El discípulo asume cada día más la lógica "de las pequeñas cifras". Es decir, la lógica de Jesús.
- La lógica de la semilla de mostaza… que es la más pequeña de todas.
- La lógica del grano de trigo echado por el sembrador…
- La lógica del pequeño rebaño, como ha llamado a sus discípulos.
- La lógica de la levadura… que no se ve pero que fermenta toda la masa.
- La lógica de la sal… una pizca que cambia el sabor a toda la comida.
Esta lógica que hace que el pastor abandone noventa y nueve ovejas para buscar una que se le ha perdido…
Es la misma lógica retratada en una anécdota de Bernanos (autor de "Diario de un cura rural"). En algún momento, siendo ya famoso,
firmaba autógrafos ante una multitud. Y había una niña que pedía su atención, pero el autor la ignoró.
Arrepentido de su actitud, pide al día siguiente que le busquen a esa niña.
Finalmente la encontraron y se la llevaron. Consciente de esta lógica de las pequeñas cifras, de las pequeñas cosas, Bernanos le dijo: "Todo el mundo te dice "hazte grande", yo te digo "quédate pequeña". Porque el mundo es de los poetas y de los pequeños".
5.8. Finalmente, y quizá lo más duro: Los discípulos son los que están dispuestos a dar la vida por el maestro. (Cf. Jn 15, 13)
"No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos" (Jn. 15, 13)
En el pasaje final del Evangelio de San Juan, cuando el Señor pregunta a Pedro: "¿Me amas más que estos?", se nos ilustra muy bien hasta dónde ha de llevarnos el discipulado.
Porque como Pedro, si amamos al Señor verdaderamente, si le seguimos como Él mismo nos propone (Jn. 21,20), también tenemos que saber que "vendrá el momento en que abrirás los brazos y otro te ceñirá y te llevará donde no quieras". (Jn 21, 19). La propuesta es clara: "sígueme si me amas, y prepárate a dar la vida...".
Ser discípulo implica llegar a pedir la gracia de entregar la vida por el maestro.
6. LA CONFIGURACION CON CRISTO
La historia de la Iglesia, de la teología y la tradición espiritual nos han hablado frecuentemente del seguimiento de Cristo, de la imitación de Cristo. No creo que ninguno de nosotros estemos en contra de estos conceptos tan ricos de la historia de la fe.
Sin embargo, hoy, quiero hacerles otra propuesta, no menos histórica, pero siempre novedosa: la Configuración del discípulo, del misionero,con Cristo.
Ya nos decía el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi, que el encuentro con el Dios que nos ha mostrado su rostro en Cristo, y que ha abierto su Corazón, es para nosotros no sólo « informativo », sino también « performativo », es decir, que puede transformar nuestra vida hasta hacernos sentir redimidos por la esperanza que dicho encuentro expresa.
Es un mensaje que plasma de modo nuevo la vida misma, no solamente «información»de tipo intelectual.
La unción del Espíritu Santo, con la que hemos sido ungidos para evangelizar a los pobres, es participación de la plenitud de Cristo. Por eso, los que hemos sido llamados a seguir al Señor y a colaborar con El en la obra que el Padre le encomendó, tenemos que contemplar asiduamente a Cristo e imitarlo, penetrados de su Espíritu, hasta que ya no seamos nosotros mismos los que vivamos, sino que sea Cristo quien realmente viva en nosotros.
Sólo de este modo seremos válidos instrumentos del Señor para anunciar el Reino de los cielos.
La caridad apostólica es la virtud más necesaria para el discípulo. De tal modo que, si carece de ella, será como una campana que suena o un címbalo que retiñe.
Jesucristo, ungido por un ardiente amor al Padre y a los hombres, se entregó a los trabajos, a la pasión e incluso a la muerte. Del mismo modo, los Apóstoles, testigos de la alegría de la Resurrección de Cristo, impulsados por el fuego del Espíritu Santo, recorrieron el mundo entero.
Movidos por el celo apostólico y por el gozo del Espíritu, esforcémonos también nosotros, con todos nuestros medios y recursos, por conseguir que Dios sea conocido, amado y servido por todos.
Amemos a toda la humanidad, deseándole y procurándole la bienaventuranza del Reino ya iniciada en la tierra.
Para tener los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo, que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, procuren los discípulos la humildad que, por disponernos a la gracia de Dios, es el fundamento de la perfección cristiana y, por lo tanto, una virtud muy necesaria para los ministros del Evangelio. De todos los dones que cada uno crea poseer, dé únicamente a Dios toda la gloria, procurando hacerlos fructificar copiosamente.
Recuerde cada uno sus pecados y defectos y reconozca íntimamente la propia dependencia de Dios. Exprese este conocimiento en el modo
de actuar y en sus relaciones con los demás. Confiese sus errores y defectos, pida perdón a los hermanos y hermanas y présteles los servicios de una caridad operosa, de modo que esté en medio de la Iglesia como quien sirve.
Esforcémonos por imitar la mansedumbre propuesta por el Señor, que es señal de vocación apostólica. Es ciertamente necesario que la caridad de Cristo nos apremie, de modo que amemos a la Iglesia con
el mismo amor con que Dios la ama y con fortaleza de espíritu muramos cada día por ella; sin embargo, a fin de ganar a los más
posibles para Cristo, debemos estar siempre animados por su mansedumbre en el ejercicio de nuestro ministerio.
Asociados a la obra de la Redención, procuremos configurarnos con Cristo, que dijo: «Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo tome su cruz y sígame».
Los auténticos discípulos, guarden con diligente cuidado sus sentidos, glorificando y llevando a Dios en su cuerpo. En la comida y bebida y en el uso de aquellas cosas que favorecen el deleite, elijan las formas de templanza más conformes a las circunstancias de tiempo y de lugar y que mejor corresponden a personas apostólicas. De este modo, en su frugalidad quedará manifiesto que el cuerpo es de Cristo, por cuya virtud Dios nos resucitará.
Recordando las palabras del Señor: "Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará", debemos alegrarnos en toda adversidad, en el hambre, en la sed, en la desnudez, en los trabajos, en las calumnias, en las persecuciones y en toda tribulación, hasta que podamos decir con San Pablo: "Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo".
El mismo Señor, que se identificó plenamente con los que sufren, nos invita a reconocerle como paciente en ellos y a prestarles una ayuda eficaz, dando incluso nuestra vida por nuestros hermanos. Solidarios de los que padecen enfermedad, dolor, injusticia y opresión, soportémoslo todo por ellos, para que también ellos consigan la salvación.
Ya que Jesucristo padeció por nosotros, dejándonos su ejemplo, cuando estemos enfermos soportemos la enfermedad y los dolores con humildad y sumisión al divino beneplácito, sabiendo que con nuestra dolencia completamos lo que falta a la pasión de Cristo.
Llevemos, pues, con gran paciencia la enfermedad y todas las deficiencias provenientes de la pobreza, predicando a todos con el testimonio de la vida.
Nuestra vocación especial en el Pueblo de Dios es el ministerio de la Palabra, con el que comunicamos a los hombres el misterio íntegro de Cristo. En efecto, hemos sido enviados a anunciar la vida, muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva, a fin de que todos los hombres se salven por la fe en El. Es un signo de esperanza el que Su Santidad Benedicto XVI nos haya convocado para un Sínodo sobre la Palabra de Dios, y que el Documento de Aparecida nos recomiende la Lectio Divina como un medio seguro para aprender a ser discípulos.
Compartiendo las esperanzas y los gozos, las tristezas y las angustias de los hombres, principalmente de los pobres, pretendemos ofrecer una estrecha colaboración a todos los que buscan la transformación del mundo según el designio de Dios.
Debemos anunciar la Buena Nueva del Reino en fidelidad y fortaleza,sobre todo porque son muchos los que a él se oponen, por ambición de poder, por afán de riquezas o por ansia de placeres.
La Iglesia cumple su misión suscitando y consolidando comunidades de discípulos, sea convirtiendo a los hombres a Dios por la fe, sea renovando su vida en Cristo y llevándola hasta la perfección.
Para cumplir esta misión, los discípulos deberemos emplear todos los medios que nos sean posibles; pero, ante todo, fomentar en sí mismos: El sentido de intuición para captar lo más urgente, oportuno y eficaz, atendidas las circunstancias de tiempos, lugares y personas, sin anclarse en métodos o nstrumentos de apostolado inadecuados;
. el sentido de disponibilidad, de modo que estén dispuestos a renunciar a todo lo que hasta ahora han tenido, con el fin de realizar la misión de propagar la fe, tanto dentro como fuera de las fronteras de la patria, dóciles al Espíritu y obedientes a la misión;
. el sentido de catolicidad para ir a todas las partes del mundo y con espíritu abierto estimar grandemente las costumbres de los pueblos y sus valores culturales y religiosos.
La acción misionera debe dirigirse, ante todo, a aquellos que más necesitados están de evangelización o a quienes ya son agentes de la misma evangelización o pueden serlo. De buen grado asociamos en el Señor a nuestras obras apostólicas a todos y cada uno de los que, impulsados por espíritu misionero, desean colaborar con nosotros.
Los discípulos deben entregarse plenamente a la obra del Evangelio, dejando incluso la propia familia: recordemos, en efecto, que tenemos un Padre en el cielo a quien más que a nadie debemos agradar.
Los discípulos, respondiendo a las exigencias de su vocación y movidos por la caridad que, por mediación del Espíritu Santo, derrama el Padre en nuestros corazones, hemos de vivir cada día más por Cristo, por la salvación de los hermanos, a semejanza del Salvador que "nos amó y se entrego a Sí mismo por nosotros" (Ef 5, 2).
"Caminemos siempre en el amor" nos dice allí mismo el Apóstol; porque sólo viviendo la vida de Cristo e imitando su caridad, respondemos al mandamiento suyo por antonomasia: "ámense los unos a los otros, como Yo les he amado" (Jn 15, 12).
Como en la Iglesia naciente cuando "perseveraban todos unánimes en la oración con María la Madre de Jesús" (Act 1, 14) fue nota relevante la caridad, porque todos los llamados tenían "un solo corazón y una sola alma" (Act 4, 32), así entre los discípulos debe reinar una caridad afectiva y efectiva sin eclipses, porque son mayores las exigencias de delicadeza, de mansedumbre y servicio mutuo, reclamadas por nuestro bautismo. En la caridad conocerán todos que somos discípulos de Cristo (Jo. 13, 35) y erdaderos Hijos de María; y por la caridad responderemos plenamente a nuestra vocación, porque quien ama al prójimo, cumple toda la ley (Rom 13, 8 y 10).
Pero el discípulo no sabe de barreras y límites en el amor: ama a sus hermanos de la pequeña comunidad y ama a toda la Iglesia. Más aún, con sentido verdaderamente eclesial y ecuménico, nuestra caridad es siempre abierta y da testimonio de la vida de perfección, gracias al trato amistoso y a la cooperación franca con todos, con la Iglesia y, especialmente, con la Jerarquía de la Iglesia. Jesucristo cumplió su misión impulsado por el amor al Padre inmolándose a Sí mismo en sacrificio (Jo 14, 13) y el discípulo sólo es fiel a su vocación cuando siente toda la fuerza del "caritas Christi urget nos" (el amor de Cristo nos apremia), que movía a San Pablo.
La caridad empuja al discípulo a procurar la gloria de Dios, le enardece en ansias de salvar a todos los hombres por todos los medios; le capacita y da unción a sus palabras y le hace incansable en el trabajo.
Por la caridad que es vínculo de perfección (Col 3, 14) el discípulo da testimonio de haber pasado de la muerte (o vida natural) a la vida verdadera de la gracia de Cristo.
El mejor modo de imitar la vida intra trinitaria a semejanza de la cual hemos sido hechos, es realizando la unidad que deseaba Jesucristo:
"Como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, que todos ellos sean uno con nosotros para que el mundo crea que Tú e enviaste" (Jn 17, 21).
Por muchos títulos, la caridad y unión entre nosotros será medio eficaz de apostolado.
Los que hemos creído y experimentado el amor que Dios nos tiene (I Jn 4, 16) sabemos que nos amó hasta enviarnos a su Hijo que sería expiación por nuestros pecados; y eso nos obliga a amarnos mutuamente, porque sólo así permanece Dios en nosotros, y es perfecto nuestro amor a Él (I Jn 4, 10-12).
Pero hay más todavía: la caridad con que amamos a la Iglesia, que es virtud teologal, porque amamos a Dios en el prójimo o al prójimo por Dios, nos hace descubrir cuanto de ser y perfección nos ha comunicado el mismo Dios, aún en el orden natural.
Por eso, un entendimiento reflexivo y un ánimo sensible que nos hagan reconocer y apreciar mutuamente los valores personales, será buen fundamento que disponga el más fácil ejercicio de la caridad y amistad cristiana.
La centralidad de Cristo en la vida del discípulo es la raíz de la identidad misionera, crea y renueva constantemente la comunión fraterna y sostiene el compromiso en la transformación del mundo por medio del servicio misionero.
Este testimonio, como toda la actividad apostólica del discípulo, brota de una configuración exterior e interior con Cristo Evangelizador y de una íntima comunión y amistad con Él.
Como el Señor Jesús mostró siempre en su exterior la plenitud interna de la gracia con que el Padre le había colmado, así nosotros por la afabilidad, alegría espiritual y modestia, hemos de poner de manifiesto la presencia de Dios en el mundo.
Los discípulos han sido llamados para vivir en alabanza de Dios, para predicar el Evangelio del Hijo y para animarse mutuamente en el camino del Señor El discípulo deberá llevar por doquier en su cuerpo la muerte de Jesús, padeciendo juntamente con Aquel con quien nos gloriamos.
Esto es necesario para aquellos que son enviados a anunciar el misterio de la cruz de Cristo y de la gloria del Señor.
7. Para hacer nuestro el modo de vida de Jesús.
También nosotros, los discípulos aquí presentes en Ecuador, elegidos por Jesús y ungidos por el Espíritu Santo, nos sentimos llamados a dar continuidad «hoy» a esta admirable tradición misionera y profética de la Iglesia Sólo cuando hay coherencia entre el anuncio y la vida, la profecía se hace persuasiva. Nuestra vida personal y eclesial es, entonces, nuestro primer acto profético.
Sólo vivimos auténticamente cuando vivimos «en Cristo Jesús». Por eso, hemos de contemplarlo asiduamente e imitarlo, penetrados de su Espíritu, hasta que ya no seamos nosotros mismos los que vivamos, sino que sea Él quien realmente viva en nosotros. Que sea deseo de los discípulos no anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive.
El cambio de época y el pluralismo cultural que se aprecia en el mundo actual nos estimulan a preguntarnos por el modo más idóneo de vivir nuestra configuración con Cristo.
No siempre es fácil encontrar las respuestas adecuadas, pero estamos convencidos de que el discipulado presenta elementos de fuerte contraste y provocación en nuestras sociedades.
Ello hace de la vivencia gozosa y compartida de nuestra vocación misionera un elemento fundamental de nuestra profecía. Es posible cultivar y mantener nuestro estilo de vida dentro de un desarrollo armónico de nuestra personalidad:
- Si fortalecemos mucho más nuestra fe y confianza en Dios, que cuida de nosotros; en Jesús que es nuestro Maestro y Salvador; en el Espíritu, que es el fuego purificador y creador; en María nuestra madre e intercesora; en nuestra Iglesia y en nosotros mismos.
- Si confiamos nuestra interioridad a otra persona, que nos acompañe y aconseje.
- Si el celo apostólico arde en nosotros y entregamos de corazón nuestra vida a los hermanos y hermanas, necesitados de nuestro servicio.
- Si en determinadas circunstancias más graves, recurrimos a las terapias más adecuadas para nuestra recuperación integral.
La Iglesia nos exhorta a cumplir nuestro servicio profético y nos pide cultivar en profundidad la experiencia de Dios; discernir, a la luz del Espíritu, los desafíos de nuestro tiempo y traducirlos con valentía y audacia a opciones y proyectos coherentes tanto con el carisma original como con las exigencias de la situación histórica concreta.
Necesitamos, pues, una sólida espiritualidad de la acción, viendo a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios.
El carácter profético de nuestro discipulado ha de beber en las fuentes de una sólida y profunda espiritualidad. Queremos que nuestra Iglesia sea siempre más una escuela de auténtica espiritualidad misionera desde la inspiración de los santos, particularmente, de aquellos que han recorrido nuestras calles en América latina.
La profecía de la vida ordinaria, frecuente entre nosotros, es la que hace posible la gran profecía de los momentos extraordinarios. Se muestra en la oración, como expresión de amistad con Dios; en la búsqueda incesante de su voluntad; en las relaciones en las que prevalece la ternura, la alegría de vivir, la compasión, la fe en el prójimo, el servicio a los hermanos.
- Queremos anunciar el Reino de Dios y con él a Jesús, mediador del Reino, hijo amado del Abbá y hermano nuestro.
- La predicación del Dios de la Vida y del Amor será anuncio de consolación y esperanza, especialmente para nuestro pueblo herido. Nuestro servicio de la Palabra será profético siempre que vaya avalado por acciones que intenten curar los males que aquejan a nuestros hermanos y hermanas.
- Nuestras palabras y acciones denunciarán el orden económico injusto que pone el lucro por encima de la persona y causa tanta pobreza, deshumanización y muerte; será asimismo denuncia de todo aquello que pueda lesionar los derechos humanos, la paz y la justicia, o destruir la naturaleza.
8. Para colaborar en la evangelización del pueblo
- Nos conmueve, como discípulos, contemplar a tantas personas y pueblos que no conocen la plena manifestación del amor de Dios realizada en Jesús.
- El impulso misionero ad gentes nos ha de llevar a desplazarnos hacia la multitud creciente de aquellos que no conocen a Cristo.
- Nos preocupa, como evangelizadores, la situación de tantos hombres y mujeres que, por diversas causas, se han alejado de la fe cristiana o, por el ambiente de secularización, se han hecho extraños a la fe o al sentido religioso.
Nuestra palabra y predicación serán anuncio de Jesucristo, luz del mundo y tenderán a suscitar la experiencia de fe y a personalizar los valores del Evangelio.
El hecho de que no pocas personas quieran silenciar a Dios, nos invita a purificar nuestra manera de evangelizar y a seguir proponiendo a Dios, predicado por Jesucristo, como el mayor bien del ser humano.
Sigue siendo un gran reto para nosotros el crecimiento de la pobreza que afecta a la mayoría de la población mundial y que es consecuencia de la expansión de estructuras y sistemas socioeconómicos y políticos injustos.
9. CONCLUSIÓN
La llamada a ser discípulo Uno de los rasgos más característicos del discipulado en el Evangelio es el modo como se produce.
Mientras que en el mundo rabínico eran los discípulos quienes escogían a su maestro, Jesús va a romper drásticamente con la cultura de su época al establecer como norma de discipulado, que no son los discípulos quienes le escogen a él sino él quien les escoge a ellos (Jn 15,16).
Lo mismo que en el resto de los Evangelios, también en San Mateo se deja ver claramente esta iniciativa de Jesús en todos los relatos vocacionales. Podemos verlo en la llamada a los pescadores (Mt 4,18-22), o en la del propio Mateo (Mt.9.9-13). Jesús ve y llama por propia iniciativa.
Falta, sin embargo, en San Mateo el pasaje de la elección de los Doce, donde tan claramente explicitaba Marcos que Jesús "llamó a los que él quiso" (Mc 3,13), y Lucas decía que "escogió" a Doce (Lc 6,12).
En el texto de San Mateo no se nos narra la institución del grupo de los Doce. Sólo se nos dice que Jesús llamó a los Doce para confiarles la misión de ir de dos en dos, pero el texto carece de la tonalidad vocacional que hay en la versión de Marcos o de Lucas.
Para reforzar esta tesis de que la iniciativa debe tenerla siempre Jesús, Mateo presenta el caso de alguien que se ofrece voluntariamente a seguir a Jesús, y que sin embargo es rechazado, porque la iniciativa vocacional sólo puede venir de Jesús (Mt 8,19).
Sería el equivalente del relato de Marcos sobre el endemoniado de Gerasa que también se ofreció voluntario para seguir a Jesús sin que éste le admitiera en su compañía (Mc 5,18-19; Lc 8,38-39). Mateo en su relato sobre los dos endemoniados ha omitido este detalle.
La respuesta de las personas llamadas es pronta y generosa, mostrando con ello la autoridad y el poder de atracción de Jesús.
Como señalaba Bultmann el pasaje es más acerca de Jesús que llama que acerca de los discípulos que siguen.
El seguimiento lleva consigo un abandono de la situación previa.
En los relatos vocacionales se nombran las cosas que son dejadas atrás: redes, barcas, padres, todo… Son las cosas que sirven de criterio del éxito o fracaso en la vida, las que le atribuyen a uno su estatus social, las que proporcionan seguridad. Equivale a un suicidio el abandonar las herramientas de trabajo, la familia que era uno de los pilares de la estructura social. Pero en este abandono se muestra la radicalidad del seguimiento, y la autoridad de Jesús que llama.
El estilo profético de vida del discípulo recibe de María, madre de la Iglesia, una característica peculiar. Ella nos enseña que, sin corazón, sin ternura, sin amor, no hay profecía creíble. María profirió la Palabra, porque antes la concibió en su corazón; proclamó un Magnificat profético, porque antes creyó; estuvo junto a la Cruz y en Pentecostés porque fue la tierra buena que acogió la Palabra con un corazón alegre, la hizo fructificar el ciento por uno y pidió a los demás que lo hicieran.
Sea Ella quien haga fructificar este CAM 3 y lo proyecte en la Gran Misión Continental que estamos por comenzar.
Muchas gracias.
Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, S.D.B
Arzobispo de Tegucigalpa. Honduras.
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viernes, agosto 22, 2008
La viuda de Naím, la mujer ante el dolor
La viuda de Naím, la mujer ante el dolor
Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan J. Ferrán
Encontramos este relato en Lc 7, 11-17.
Contemplamos a Cristo siempre en acción, haciendo el bien, de ciudad en ciudad. Ahora se dirige a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. De repente en la puerta de la ciudad se cruza con un cortejo fúnebre. Se llevaba a enterrar a un muerto, hijo único de una madre viuda, tal vez muy conocida en la ciudad, porque la acompañaba mucha gente. Jesús, al ver aquella escena, se conmueve y dijo a la madre: 'No llores'. Luego se dirigió al féretro, lo tocó, y dijo: 'Joven, a ti te digo: Levántate'. El milagro fue espectacular: el joven se incorporó y se puso a hablar. Y Jesús, dice curiosamente el Evangelio, 'Se lo dio a su madre'. Aquel milagro provocó un gran temor y admiración y frases como 'Dios ha visitado a su pueblo' empezaron a ir de boca en boca. Aquel hecho traspasó los límites del pueblo y se extendió por toda la comarca.
En la vida de la mujer, madre, esposa, soltera, viuda, joven o mayor siempre se termina dando una realidad estremecedora que es la aparición del dolor y del sufrimiento. Es una forma de participación en la cruz de Cristo. El dolor por los hijos en sus múltiples formas, el abandono de un marido, la ansiedad por un futuro no resuelto, el rechazo a la propia realidad, en anhelo de tantas cosas bellas no conseguidas, las expectativas no realizadas, la soledad que machaca a corazones generosos en afectos, la impotencia ante el mal constituyen formas innumerables de sufrimiento. Y ante el sufrimiento y el dolor siempre se experimenta la impotencia y la incapacidad. Nunca se está tan solo como ante el dolor.
El mal, el sufrimiento, el dolor han entrado al mundo por el pecado. Dios no ha querido el mal ni quiere el mal para nadie. Es una triste consecuencia, entre otras muchas, de ese pecado que desbarató el plan original de Dios sobre el hombre y la humanidad. Por ello, no echemos la culpa a Dios del sufrimiento, sino combatamos el mal que hay en el ser humano y que es la raíz de tanto dolor en el mundo. Demos cabida a Dios en nuestra vida para que él nos consuele, nos ayude, nos de paciencia. Saquemos del dolor y del sufrimiento la lección que Cristo nos ha dado en la cruz: el dolor es fuente de salvación y de mérito.
No tratemos de racionalizar el sufrimiento y el dolor. Es ya parte de una realidad que es nuestra condición humana. La razón se estrella contra el dolor. Por ello, hay que buscar otros caminos. En lugar de tratar de explicarlo, démosle sentido; en lugar de querer comprenderlo, hágamoslo meritorio; en lugar de exigirle a Dios respuestas, aceptémoslo con humildad. No llena el corazón el conocer por qué una madre ha perdido un hijo o una esposa ha sido abandonada por su marido o una mujer no encuentra quien la quiera. El dolor no se soluciona conociendo las respuestas. El dolor se asume dándole sentido. Eso es lo que el Señor nos enseña desde la Cruz.
Abramos también el corazón a la pedagogía del dolor y del sufrimiento. El dolor es liberador: enseña el desprendimiento de las cosas, educa en el deseo del cielo, proclama la cercanía de Dios, demuestra el sentido de la vida humana, proclama la caducidad de nuestras ilusiones. Además el dolor es universal: sea el físico o el moral, se hace presente en la vida de todos los seres humanos: niños y jóvenes, adultos o ancianos. Nadie se libra de su presencia. No nos engañemos ante las apariencias, si bien hay sufrimientos más desgarradores y visibles que otros. Y el dolor es salvador: el sufrimiento vivido con amor salva, acerca a Dios, hace comprender que sólo en Dios se pude encontrar consuelo.
Jesús es Perfecto Dios y Hombre Perfecto. Por eso, ante aquella visión de una mujer viuda que acompaña al cementerio a su joven hijo muerto, 'tuvo compasión de ella ', como dice el Evangelio. Dios sabe en la Humanidad de Cristo lo que es sufrir. Y, por ello, cualquier sufrimiento, el sufrimiento más grande y pequeño de uno de sus hijos, le duele a Él. Dios no es insensible ante el sufrimiento humano. No es aquél que se carcajea desde las alturas cuando ve a sus hijos retorcerse de dolor y de angustia.
'Sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda'. En pocas frases no se puede concentrar tanto dolor y sufrimiento: -muerto, hijo único-, -madre viuda-. Parece que el mal se ha cebado en aquella familia. Una mujer que fue esposa y ahora es viuda, y una mujer que fue madre y ahora se encuentra sola. ¿Qué más podría haber pasado en aquella mujer? ¿Iba a llenar aquel vacío la presencia de aquella multitud que la acompañaba al cementerio? Después, al volver a casa, se encontraría la soledad y esa soledad la carcomería día tras día. No hay consuelo para tanto dolor.
'Al verla, el Señor tuvo compasión de ella'. El Corazón de Dios se estremece ante el sufrimiento, ese sufrimiento que él no ha querido y que ha tenido que terminar aceptando, fruto del pecado querido por el hombre. Y esta historia se repite: en cualquier lugar en donde alguien sufre, allí está Dios doliéndose, consolando, animando. No podemos menos que sentirnos vistos por Dios y amados tiernamente cuando nuestro corazón rezuma cualquier tipo de dolor. Por medio de la humanidad de Cristo, el Corazón de Dios se ha metido en el corazón humano. Nada nuestro le es ajeno. Enseguida por el Corazón de Cristo pasó todo el dolor de aquella madre, lo hizo suyo e hizo lo que pudo para evitarlo.
'Joven, a ti te digo: Levántate'. Dios siempre consuela y llena el corazón de paz a pesar del sufrimiento y del dolor. No siempre hace este tipo de milagros que es erradicar el hecho que lo produce. ¿Dónde están, sin embargo, los verdaderos milagros? ¿En quién se cura de una enfermedad o en quien la vive con alegría y paciencia? ¿En quien sale de un problema económico o en quien a través de dicho problema entiende mejor el sentido de la vida? ¿En quien nunca es calumniado o en quien sale robustecido en su humildad? ¿En quien nunca llora o en quien ha convertido sus lágrimas en fuente de fecundidad? Es difícil entender a Dios, ya lo hemos dicho muchas veces. Si recibimos los bienes de las manos de Dios, ¿por qué no recibimos también los males?
Tarde o temprano el sufrimiento llamará a nuestra puerta. Para algunos el dolor y el sufrimiento serán acogidos como algo irremediable, ante lo cual sólo quedará la resignación, y ni siquiera cristiana. Para nosotros, el sufrimiento y el dolor tienen que ser presencia de Cristo Crucificado. Si en mi cruz no está Cristo, todo será inútil y tal vez termine en la desesperación. El sufrimiento para el cristiano tiene que ser escuela, fuente de méritos y camino de salvación.
El sufrimiento en nuestra vida se tiene que convertir en una escuela de vida. Si me asomo al sufrimiento con ojos de fe y humildad empezaré a entender que el sufrimiento me enseña muchas cosas: me enseña a vivir desapegado de las cosas materiales, me enseña a valorar más la otra vida, me enseña a cogerme de Dios que es lo único que no falla, me enseña a aceptar una realidad normal y natural de mi existencia terrestre, me enseña a pensar más en el cielo, me enseña lo caduco de todas las cosas. El sufrimiento es una escuela de vida verdadera. Y va en contra de todas esas propuestas de una vida fácil, cómoda, placentera que la sociedad hoy nos propone.
El sufrimiento se convierte para el cristiano en fuente de méritos. Cada sufrimiento vivido con paciencia, con fe, con amor se transforma en un caudal de bienes espirituales para el alma. El ser humano se acerca a Dios y a las promesas divinas a través de los méritos por sus obras. El sufrimiento y el dolor, vividos con Cristo y por Cristo, adquieren casi un valor infinito. Si Dios llama a tu puerta con el dolor, ve en él una oportunidad de grandes méritos, permitida por un Padre que te ama y que te quiere.
El sufrimiento es camino de salvación. La cruz de Cristo es el árbol de nuestra salvación. El dolor con Cristo tiene ante el Padre un valor casi infinito que nos sirve para purificar nuestra vida en esa gran deuda que tenemos con Dios como consecuencia de las penas debidas por nuestros pecados. Pero además desde el dolor podemos cooperar con Cristo a salvar al mundo, ofreciendo siempre nuestros sufrimientos, nuestras penas, nuestras angustias, nuestras tristezas por la salvación de este mundo o por la salvación de alguna persona en particular. Cuando sufrimos con fe y humildad estamos colaborando a mejorar este mundo y esta sociedad.
Ante la Cruz de Cristo, en la que sufre y se entrega el Hijo de Dios, no hay mejor actitud que la contemplación y el silencio. Ante esa realidad se intuyen muchas cosas que uno tal vez no sepa explicar. Para nosotros la Cruz de Cristo es el lenguaje más fuerte del amor de Dios a cada uno de nosotros.
Para Dios nuestro sufrimiento, sobre todo la muerte, debería ser el gesto más hermoso de nuestra entrega a él, a su Voluntad. Dios quiera que nunca el sufrimiento y el dolor nos descorazonen, nos aparten de él, susciten en nosotros rebeldía, nos hundan en la tristeza, nos hagan odiar la vida. Al revés, que el sufrimiento y el dolor sirvan para hacer más luminoso nuestro corazón y para ayudarnos a comprender más a todos aquellos que sufren.
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Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan J. Ferrán
Encontramos este relato en Lc 7, 11-17.
Contemplamos a Cristo siempre en acción, haciendo el bien, de ciudad en ciudad. Ahora se dirige a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. De repente en la puerta de la ciudad se cruza con un cortejo fúnebre. Se llevaba a enterrar a un muerto, hijo único de una madre viuda, tal vez muy conocida en la ciudad, porque la acompañaba mucha gente. Jesús, al ver aquella escena, se conmueve y dijo a la madre: 'No llores'. Luego se dirigió al féretro, lo tocó, y dijo: 'Joven, a ti te digo: Levántate'. El milagro fue espectacular: el joven se incorporó y se puso a hablar. Y Jesús, dice curiosamente el Evangelio, 'Se lo dio a su madre'. Aquel milagro provocó un gran temor y admiración y frases como 'Dios ha visitado a su pueblo' empezaron a ir de boca en boca. Aquel hecho traspasó los límites del pueblo y se extendió por toda la comarca.
En la vida de la mujer, madre, esposa, soltera, viuda, joven o mayor siempre se termina dando una realidad estremecedora que es la aparición del dolor y del sufrimiento. Es una forma de participación en la cruz de Cristo. El dolor por los hijos en sus múltiples formas, el abandono de un marido, la ansiedad por un futuro no resuelto, el rechazo a la propia realidad, en anhelo de tantas cosas bellas no conseguidas, las expectativas no realizadas, la soledad que machaca a corazones generosos en afectos, la impotencia ante el mal constituyen formas innumerables de sufrimiento. Y ante el sufrimiento y el dolor siempre se experimenta la impotencia y la incapacidad. Nunca se está tan solo como ante el dolor.
El mal, el sufrimiento, el dolor han entrado al mundo por el pecado. Dios no ha querido el mal ni quiere el mal para nadie. Es una triste consecuencia, entre otras muchas, de ese pecado que desbarató el plan original de Dios sobre el hombre y la humanidad. Por ello, no echemos la culpa a Dios del sufrimiento, sino combatamos el mal que hay en el ser humano y que es la raíz de tanto dolor en el mundo. Demos cabida a Dios en nuestra vida para que él nos consuele, nos ayude, nos de paciencia. Saquemos del dolor y del sufrimiento la lección que Cristo nos ha dado en la cruz: el dolor es fuente de salvación y de mérito.
No tratemos de racionalizar el sufrimiento y el dolor. Es ya parte de una realidad que es nuestra condición humana. La razón se estrella contra el dolor. Por ello, hay que buscar otros caminos. En lugar de tratar de explicarlo, démosle sentido; en lugar de querer comprenderlo, hágamoslo meritorio; en lugar de exigirle a Dios respuestas, aceptémoslo con humildad. No llena el corazón el conocer por qué una madre ha perdido un hijo o una esposa ha sido abandonada por su marido o una mujer no encuentra quien la quiera. El dolor no se soluciona conociendo las respuestas. El dolor se asume dándole sentido. Eso es lo que el Señor nos enseña desde la Cruz.
Abramos también el corazón a la pedagogía del dolor y del sufrimiento. El dolor es liberador: enseña el desprendimiento de las cosas, educa en el deseo del cielo, proclama la cercanía de Dios, demuestra el sentido de la vida humana, proclama la caducidad de nuestras ilusiones. Además el dolor es universal: sea el físico o el moral, se hace presente en la vida de todos los seres humanos: niños y jóvenes, adultos o ancianos. Nadie se libra de su presencia. No nos engañemos ante las apariencias, si bien hay sufrimientos más desgarradores y visibles que otros. Y el dolor es salvador: el sufrimiento vivido con amor salva, acerca a Dios, hace comprender que sólo en Dios se pude encontrar consuelo.
Jesús es Perfecto Dios y Hombre Perfecto. Por eso, ante aquella visión de una mujer viuda que acompaña al cementerio a su joven hijo muerto, 'tuvo compasión de ella ', como dice el Evangelio. Dios sabe en la Humanidad de Cristo lo que es sufrir. Y, por ello, cualquier sufrimiento, el sufrimiento más grande y pequeño de uno de sus hijos, le duele a Él. Dios no es insensible ante el sufrimiento humano. No es aquél que se carcajea desde las alturas cuando ve a sus hijos retorcerse de dolor y de angustia.
'Sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda'. En pocas frases no se puede concentrar tanto dolor y sufrimiento: -muerto, hijo único-, -madre viuda-. Parece que el mal se ha cebado en aquella familia. Una mujer que fue esposa y ahora es viuda, y una mujer que fue madre y ahora se encuentra sola. ¿Qué más podría haber pasado en aquella mujer? ¿Iba a llenar aquel vacío la presencia de aquella multitud que la acompañaba al cementerio? Después, al volver a casa, se encontraría la soledad y esa soledad la carcomería día tras día. No hay consuelo para tanto dolor.
'Al verla, el Señor tuvo compasión de ella'. El Corazón de Dios se estremece ante el sufrimiento, ese sufrimiento que él no ha querido y que ha tenido que terminar aceptando, fruto del pecado querido por el hombre. Y esta historia se repite: en cualquier lugar en donde alguien sufre, allí está Dios doliéndose, consolando, animando. No podemos menos que sentirnos vistos por Dios y amados tiernamente cuando nuestro corazón rezuma cualquier tipo de dolor. Por medio de la humanidad de Cristo, el Corazón de Dios se ha metido en el corazón humano. Nada nuestro le es ajeno. Enseguida por el Corazón de Cristo pasó todo el dolor de aquella madre, lo hizo suyo e hizo lo que pudo para evitarlo.
'Joven, a ti te digo: Levántate'. Dios siempre consuela y llena el corazón de paz a pesar del sufrimiento y del dolor. No siempre hace este tipo de milagros que es erradicar el hecho que lo produce. ¿Dónde están, sin embargo, los verdaderos milagros? ¿En quién se cura de una enfermedad o en quien la vive con alegría y paciencia? ¿En quien sale de un problema económico o en quien a través de dicho problema entiende mejor el sentido de la vida? ¿En quien nunca es calumniado o en quien sale robustecido en su humildad? ¿En quien nunca llora o en quien ha convertido sus lágrimas en fuente de fecundidad? Es difícil entender a Dios, ya lo hemos dicho muchas veces. Si recibimos los bienes de las manos de Dios, ¿por qué no recibimos también los males?
Tarde o temprano el sufrimiento llamará a nuestra puerta. Para algunos el dolor y el sufrimiento serán acogidos como algo irremediable, ante lo cual sólo quedará la resignación, y ni siquiera cristiana. Para nosotros, el sufrimiento y el dolor tienen que ser presencia de Cristo Crucificado. Si en mi cruz no está Cristo, todo será inútil y tal vez termine en la desesperación. El sufrimiento para el cristiano tiene que ser escuela, fuente de méritos y camino de salvación.
El sufrimiento en nuestra vida se tiene que convertir en una escuela de vida. Si me asomo al sufrimiento con ojos de fe y humildad empezaré a entender que el sufrimiento me enseña muchas cosas: me enseña a vivir desapegado de las cosas materiales, me enseña a valorar más la otra vida, me enseña a cogerme de Dios que es lo único que no falla, me enseña a aceptar una realidad normal y natural de mi existencia terrestre, me enseña a pensar más en el cielo, me enseña lo caduco de todas las cosas. El sufrimiento es una escuela de vida verdadera. Y va en contra de todas esas propuestas de una vida fácil, cómoda, placentera que la sociedad hoy nos propone.
El sufrimiento se convierte para el cristiano en fuente de méritos. Cada sufrimiento vivido con paciencia, con fe, con amor se transforma en un caudal de bienes espirituales para el alma. El ser humano se acerca a Dios y a las promesas divinas a través de los méritos por sus obras. El sufrimiento y el dolor, vividos con Cristo y por Cristo, adquieren casi un valor infinito. Si Dios llama a tu puerta con el dolor, ve en él una oportunidad de grandes méritos, permitida por un Padre que te ama y que te quiere.
El sufrimiento es camino de salvación. La cruz de Cristo es el árbol de nuestra salvación. El dolor con Cristo tiene ante el Padre un valor casi infinito que nos sirve para purificar nuestra vida en esa gran deuda que tenemos con Dios como consecuencia de las penas debidas por nuestros pecados. Pero además desde el dolor podemos cooperar con Cristo a salvar al mundo, ofreciendo siempre nuestros sufrimientos, nuestras penas, nuestras angustias, nuestras tristezas por la salvación de este mundo o por la salvación de alguna persona en particular. Cuando sufrimos con fe y humildad estamos colaborando a mejorar este mundo y esta sociedad.
Ante la Cruz de Cristo, en la que sufre y se entrega el Hijo de Dios, no hay mejor actitud que la contemplación y el silencio. Ante esa realidad se intuyen muchas cosas que uno tal vez no sepa explicar. Para nosotros la Cruz de Cristo es el lenguaje más fuerte del amor de Dios a cada uno de nosotros.
Para Dios nuestro sufrimiento, sobre todo la muerte, debería ser el gesto más hermoso de nuestra entrega a él, a su Voluntad. Dios quiera que nunca el sufrimiento y el dolor nos descorazonen, nos aparten de él, susciten en nosotros rebeldía, nos hundan en la tristeza, nos hagan odiar la vida. Al revés, que el sufrimiento y el dolor sirvan para hacer más luminoso nuestro corazón y para ayudarnos a comprender más a todos aquellos que sufren.
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