lunes, octubre 22, 2007

 

Cómo formar una conciencia recta











(Autor: César Atuire | Fuente: Toma la vida en tus manos
)


La brújula más segura en todo este campo moral es la adhesión fiel a la voluntad de Dios













Cómo formar una conciencia recta
Cómo formar una conciencia recta

Hay algunos medios prácticos que ayudan al hombre a
formar bien su conciencia y mantenerla siempre recta. Entre ellos
se puede mencionar el examen de conciencia diario para analizar
cómo se ha actuado frente a lo que es más
importante en la vida: la opción por Dios. Tomarse unos
momentos para ver cómo se está llevando a la práctica
lo que se cree. Hecho de una manera consciente y
práctica es un medio muy útil.

El sacramento de la reconciliación,
la dirección espiritual, son medios imprescindibles para formar bien la
conciencia. La actitud fundamental que hace valorar todos estos medios
es la de la vigilancia y sinceridad para reconocer si
uno está viviendo rectamente o si está consintiendo en la
propia vida cosas ajenas a su opción fundamental.

Después de las
ayudas prácticas, es importante también conocer el proceso de un
acto moral para saber dirigir bien la formación de la
conciencia.

Se puede hablar de tres operaciones o fases en
la formación de la conciencia.

La primera, que precede a
la acción, es percibir el bien como algo que debe
hacerse y el mal como algo que debe ser evitado.
Éste es el momento de ver: "Esto es bueno hay
que hacerlo" o "no, esto no está bien, debo evitarlo".


La segunda fase es la fuerza que lleva a la
acción, impele a hacer el bien y evitar el mal.
Se expresa cuando decimos: "Hago el bien" o "no, esto
no lo hago".

Por último la operación subsiguiente a la
acción, el emitir juicios sobre la bondad o maldad de
lo hecho. En esta etapa nos decimos: "He obrado bien"
o "he hecho algo malo".

En el primer paso lo importante
es abrir la conciencia a la ley como norma objetiva.
Es decir, educar una conciencia recta que sabe dónde va
y qué es la verdad. Esto lleva al segundo paso
que requiere trabajo para que la conciencia sea guía de
la voluntad. Se trata de habituarse a la "coherencia", entendida
como la constancia en actuar como pide la conciencia. No
basta percibir que algo es bueno o malo, hay que
saber dirigir la voluntad a hacer lo bueno y evitar
lo que no se debe hacer. Percibir que es bueno
ser paciente y amable con los demás es bueno, pero
es insuficiente; esta percepción debe llevarme a acoger a los
demás con bondad y delicadeza aun cuando me sienta cansado
o de mal humor.

Esto requiere un trabajo de formación especialmente
en el campo de la voluntad y de los estados
de ánimo. Los estados de ánimo tienen que ser educados
para lograr en la persona una ecuanimidad que le lleve
a realizar lo que le pide la conciencia en cualquier
circunstancia. Además, la voluntad tiene que ser formada para que
sea eficaz, es decir, para que logre lo que pretende.

Por
último, y todavía más importante, viene el juicio ulterior sobre
lo hecho. Aquí es donde se juega de modo definitivo
la formación o deformación de la conciencia. El que ha
obrado mal y toma las medidas necesarias para reparar su
falta y para pedir perdón ha dado un paso firme
en la formación de su conciencia, mientras que el que
la acalla, no prestándole atención, puede llegar a dañarla hasta
que un día quizá sea incapaz de reaccionar ante el
bien y el mal.

En conclusión, podemos decir que la brújula
más segura en todo este campo moral es la adhesión
fiel a la voluntad de Dios, compendio supremo de la
ley natural y la ley revelada. La coherencia ante ella
es el camino de la madurez y de la felicidad
que brota de una recta conciencia que vive en paz
con Dios y consigo misma.

Los estados de ánimo son elementos
connaturales a todo ser humano y se manifiestan en el
hombre espontáneamente por motivos diversos (humanos, físicos, psíquicos, espirituales...).

Lo
importante es no dejarse abatir por ellos; lo necesario es
controlarlos y no dejar que se adueñen de las facultades
superiores; lo urgente es no permitir la anarquía interna o
la creación de estados habituales de sentimentalismo.

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