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Requeridos hermanos y hermanas, miembros de toda la Familia Salesiana y queridos jóvenes:
Os
escribo con el corazón rebosante de alegría por la beatificación de los
mártires españoles, en la que he podido participar el domingo día 28 de
octubre en la Plaza de San Pedro. El Señor nos ha bendecido con 63
nuevos beatos que vienen a confirmar lo que decía don Rúa: «Que la
santidad de los hijos sea prueba de la santidad del Padre». Todos ellos
son un estímulo para nuestro compromiso de hacer de la santidad un
programa de vida, sobre todo en este tiempo en el que la sociedad tiene
necesidad de testimonios apasionados de Cristo y de servidores de los
hombres.
La alegría se incrementa como un río en crecida con la
próxima beatificación de Ceferino Namuncurá, el domingo día 11 de
noviembre, esta vez en Chimpay, la cuna que vio nacer y que desde hace
años se ha convertido en meta de peregrinos. Su fama de santidad viene
desde el año 1930 cuando don Luis Pedemonte comenzó a recoger y a
publicar testimonios y fue reconocida, en primer lugar con la
declaración de Venerable hecha por el Papa Pablo VI en 1972 y,
posteriormente, con el decreto de beatificación firmado por el Papa
Benedicto XVI del 6 de julio de 2007.
La santidad de Ceferino es
expresión y fruto de la espiritualidad juvenil salesiana, una
espiritualidad hecha de alegría, de amistad con Jesús y María, de
cumplimiento de los propios deberes y de entrega por los demás.
Ceferino representa la prueba más convincente de la fidelidad con la
que los primeros misioneros mandados por Don Bosco lograron repetir
aquello que él había hecho en el Oratorio de Valdocco: formar jóvenes
santos. Éste sigue siendo nuestro compromiso de hoy, en un mundo que
necesita jóvenes impulsados por un claro sentido de la vida, audaces en
sus opciones y firmemente centrados en Dios mientras sirven a los demás.
La vida de Ceferino es una parábola de tan sólo 19 años, pero rica de enseñanzas.
Nació
en Chimpay el día 25 de agosto de 1886 y fue bautizado, dos años más
tarde, por el misionero salesiano don Milanesio, que había mediado en
el acuerdo de paz entre los Mapuche y el ejército argentino, haciendo
posible al papá de Ceferino conservar el título de "Gran Cacique" para
sí, y también el territorio de Chimpay para su pueblo. Tenía 11 años
cuando su padre lo inscribió en una escuela estatal de Buenos Aires,
pues quería hacer del hijo el futuro defensor de su pueblo. Pero
Ceferino no se encontró a gusto en aquel centro y el padre lo pasó al
colegio salesiano "Pío IX". Aquí inició la aventura de la gracia, que
transformaría a un corazón todavía no iluminado por la fe en un testigo
heroico de vida cristiana. Inmediatamente sobresalió por su interés por
los estudios, se enamoró de las prácticas de piedad, se apasionó del
catecismo y se hizo simpático a todos, tanto a compañeros como a
superiores. Dos hechos lo lanzaron hacia las cimas más altas: La
lectura de la vida de Domingo Savio, de quien fue una reciente
imitador, y la primera comunión, en la que hizo un pacto de absoluta
fidelidad con su gran amigo Jesús. Desde entonces este muchacho, que
encontraba difícil "ponerse en fila" y "obedecer al toque de la
campana", se convirtió en un modelo.
Un día - Ceferino ya era
aspirante salesiano en Viedma ─ Francesco De Salvo, viéndolo llegar a
caballo como un rayo, le gritó: "¡Ceferino, ¿qué es lo que más te
gusta?". Se esperaba una respuesta que guardara relación con la
equitación, arte en el que los Araucanos eran maestros, pero el
muchacho, frenando al caballo, dijo: "¡Ser sacerdote!", y continuó
corriendo.
Fue precisamente, durante aquellos años de
crecimiento interior cuando enfermó de tuberculosis. Lo hicieron volver
a su clima natal, pero no bastó. Monseñor Cagliero pensó entonces que
en Italia encontraría mejores atenciones médicas. Su presencia no pasó
inadvertida en la nación, pues los periódicos hablaron con admiración
del Príncipe de las Pampas. Don Rúa lo hizo sentar a la mesa con el
Consejo General. Pío X lo recibió en audiencia privada, escuchándole
con interés y regalándole su medalla “ad principes”. El día 28 de marzo
de 1905 tuvo que ser internado en el Fatebenefratelli (Hermanos de S.
Juan de Dios) de la Isla Tiberina, donde murió el día 11 de mayo
siguiente. Dejando tras de sí una impronta de voluntad, diligencia,
pureza y alegría envidiables.
¡Era un fruto maduro de
espiritualidad juvenil salesiana! Sus restos se encuentran ahora en el
Santuario de Fortín Mercedes de Argentina, y su tumba es meta de
peregrinaciones ininterrumpidas, por que goza de una gran fama de
santidad entre el pueblo argentino.
Ceferino encarna en si los
sufrimientos, las angustias y las aspiraciones de su gente Mapuche, la
misma gente que a lo largo de los años de su adolescencia encontró el
Evangelio y se abrió al don de la fe bajo la guía de sabios educadores
salesianos. Hay una expresión que recoge todo su programa: "Quiero
estudiar para ser útil a mi pueblo". En efecto, Ceferino quería
estudiar, ser sacerdote y volver entre su gente para contribuir al
crecimiento cultural y espiritual de su pueblo, como había visto hacer
a los primeros misioneros salesianos.
Al santo nunca se le puede
comparar con un meteoro que atraviesa imprevistamente el cielo de la
humanidad, sino que más bien es el fruto de un largo y silencioso
engendro de una familia y de un pueblo que quieren plasmar en aquel
hijo sus mejores cualidades.
La beatificación de Ceferino es una
invitación a creer en los jóvenes, también en los que apenas han sido
evangelizados, y a descubrir la fecundidad de Evangelio que no destruye
nada de aquello que es verdaderamente humano, y la aportación
metodológica de la educación en este estupendo trabajo de configuración
de la persona humana que llega a reproducir en sí la imagen de Cristo.
Quien
piense que la fe religiosa es una forma de adaptación o de falta de
compromiso por el cambio social, se equivoca, pues es totalmente lo
contrario ya que se convierte en la energía que hace posible la
transformación de la historia. La santidad, que para algunos evoca la
singularidad de una condición considerada poco adherente a la vida
cotidiana, significa, por el contrario, la plenitud de la humanidad
puesta en práctica. El santo es una persona auténtica, realizada, y
feliz. Los testimonios de los contemporáneos de Ceferino son unánimes
al afirmar la voluntad de su corazón y la seriedad de su compromiso.
"Sonríe con los ojos", decían los compañeros. Era un adolescente
admirable, santo, que hoy puede - debe - ser propuesto como modelo y
ejemplo a los jóvenes. Toda la Familia Salesiana de Argentina,
reconocida a Dios por el extraordinario don que le ha concedido en
Ceferino, tiene la obligación de sentirse responsable de mantener viva
su memoria, y de estar convencida de que puede continuar proponiendo a
los jóvenes itinerarios concretos de santidad.
Mientras alabamos
y damos gracias al Señor por este nuevo pequeño baldosín del bello
mosaico de la santidad salesiana, renovemos nuestra fe en los jóvenes,
en la inculturación del Evangelio y en el Sistema Preventivo.
Con afecto, en Don Bosco
Roma, 1 de noviembre de 2007
Solemnidad de Todos los Santos
D. Pascual Chávez Villanueva, SDB
Rector Mayor
viernes, noviembre 09, 2007
Ceferino Namuncurá, un fruto de la espiritualidad juvenil salesiana
Carta del padre Pascual Chávez Villanueva, SDB, rector mayor de los salesianos
ROMA, miércoles, 7 noviembre 2007 (ZENIT.org).-Publicamos la carta que ha enviado el rector mayor, el padre Pascual
Chávez Villanueva, SDB, a toda la Familia Salesiana, con motivo de la
beatificación del joven argentino de origen mapuche Ceferino Namuncurá.