miércoles, abril 23, 2008
Meditacion
La providencia de Dios
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Ángel Peña O. A.R
La providencia de Dios es el cuidado y solicitud que Dios tiene sobre todas sus criaturas, procurándoles todo lo que necesitan.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la solicitud de la divina providencia… tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los más grandes acontecimientos del mundo y de la historia (Cat 303). Pero Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. (Cat 306).
Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces, llegan a ser plenamente colaboradores de Dios y de su Reino (Cat 307). Especialmente, la oración cristiana es cooperación con su providencia y su designio de amor hacia los hombres (Cat 2738).
La providencia de Dios es el amor de Dios en acción. Por eso, lo que ocurre en nuestra vida no es fatalismo determinado por el curso de los astros o de las estrellas como dice la astrología. La vida del hombre no depende de un destino ciego o de la casualidad. No estamos abandonados a nuestra suerte por un creador que se ha olvidado de nosotros; sino todo lo contrario, nos guía con amor en cada uno de nuestros pasos, como un Padre, que vigila los pasos vacilantes de su hijo pequeño.
Felizmente para nosotros, el amor y la misericordia de Dios es más grande que nuestros errores y pecados, y siempre nos da la oportunidad de rectificar el camino. Pero debemos entender que Dios no es un dictador despiadado, que nos obliga a seguir su camino a buenas o a malas. Dios quiere el amor de sus criaturas y el amor sólo es válido, cuando se ama en libertad. Ciertamente, Dios es omnipotente, pero su omnipotencia no es para destruir y matar, sino para construir, amar y hacer felices a los hombres. Su omnipotencia es omnipotencia de amor y sólo puede hacer lo que le inspire su amor hacia los hombres.
Hablar, pues, de la providencia de Dios significa hablar del amor de Dios. Creer en su amor significa creer que tiene el control de todos los detalles que nos suceden y de todo lo que pasa en el universo entero. Sí, Dios rige los astros del firmamento, guía el curso de los planetas y controla la rotación de la tierra.
Vela sobre la hormiga que trabaja en su granero, cuida a los insectos que pululan por el aire y sobre cada gota de agua del océano. Ninguna hoja de árbol se agita sin su permiso, ni una brizna de hierba muere sin Él saberlo, ni los granos de arena movidos por el viento. Vela con solicitud sobre las aves y los lirios del campo. En una palabra, creer en su amor providente significa creer que Él cuida de los pasos de cada estrella, de cada ser humano, de cada átomo…, porque su amor omnipotente mueve y da vida a todo lo que existe.
Por eso mismo, hablar de providencia es hablar de seguridad y de tranquilidad existencial, sabiendo que alguien todopoderoso vela sobre nosotros. Y que, por tanto, ningún enemigo, por poderoso que sea, y ninguna fuerza maligna puede hacernos daño, porque nuestro Padre Dios está siempre vigilante. Y, si permite que nos sucedan cosas negativas y que nos toque alguna fuerza del mal, lo hace por nuestro bien.
Santa Teresita del Niño Jesús habla de la providencia de Dios con relación a las distintas vocaciones y dice: Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida... Me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en gran número sin haber oído siquiera pronunciar el nombre de Dios... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que, si todas las flores pequeñas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral, los campos ya no estarían esmaltados de florecillas... Lo mismo acontece en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios, cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos .
La providencia de Dios se ocupa de cada flor del campo y de cada alma en particular, como si no hubiera nadie más en el universo. Todo su amor es para cada uno y vela por cada uno en particular. Podríamos decir que la providencia de Dios dirige a todos y cada uno hacia el amor. Somos flores de jardín de Dios, luces de su divino resplandor, hijos de su gran familia, herederos de su reino, y nos ama a cada uno con todo su infinito amor.
Capítulo 4 del Libro 'La providencia de Dios'
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