lunes, junio 23, 2008
¿Estás listo para el Año Paulino?
¿Estás listo para el Año Paulino?
Fuente: Catholic.net
Autor: Lucrecia Rego de Planas
Dentro de unos pocos días dará inicio el Año Paulino en la Iglesia. Todo un año, del 28 de junio del 2008 al 29 de junio del 2009, dedicado al Apóstol más grande que ha existido desde la venida de Jesucristo.
El Papa Benedicto XVI quiso hacernos este regalo, a todos los cristianos, cuando se cumplen 2000 años del nacimiento del apóstol.
Y digo "regalo", porque este año será una oportunidad maravillosa para cada uno de nosotros, para conocer, estudiar, profundizar y asimilar la riqueza del testimonio y las enseñanzas de San Pablo.
San Pablo, judío ejemplar, perseguidor de los cristianos, a quien Cristo mismo se le aparece y le hace ver que al perseguir a los cristianos, lo persigue a Él mismo. San Pablo, el apóstol de los gentiles, cuya identificación con el Maestro llegó a ser tan grande que fue capaz de decir: "Ya no soy yo quien vive. Es Cristo quien vive en mí"
¿Estás listo para el Año Paulino? ¿Qué tienes planeado hacer para aprovecharlo? ¿Harán algo en tu parroquia o en el colegio de tus hijos para celebrarlo? ¿Ya has preguntado?
El Papa ha propuesto dos maneras de celebrar este año paulino: La primera, para los que tengan esa posibilidad, es hacer una peregrinación a Roma, a visitar la tumba del apóstol. La segunda, es dedicar este año a conocer más sobre San Pablo y sus escritos.
Hay tanto que aprender de San Pablo! Será muy interesante y divertido aprovechar este año para leer en los Hechos de los apóstoles las aventuras de San Pablo; sus viajes; sus discusiones con San Pedro. Será muy enriquecedor contemplar a Pablo el perseguidor, el apóstol, el misionero, el preso, el hombre. Y será muy fructífero, para cada uno y para toda la Iglesia, que leamos y estudiemos las cartas de San Pablo dirigidas a los cristianos de la Iglesia naciente.
¿Qué vas a hacer tú? ¿Ya has planeado algo?
En Catholic.net queremos ayudarte a sacar el mayor fruto posible de este Año Paulino. Es por eso que estamos preparando un Especial de San Pablo , que estaremos actualizando y complementando durante todo el año y en el que podrás encontrar muchos materiales que te ayudarán a integrarte con la Iglesia en esta celebración: desde reflexiones teológicas hasta servicios turísticos, trivias y concursos.
Para los que prefieren recibir la información en su propio buzón, tenemos un nuevo servicio, exclusivo para este año, que se llama "Aquel Pablo de Tarso" y que ha sido preparado por el P. Pedro García, misionero claretiano. Este servicio consiste en dos envíos semanales de reflexiones cortas, redactadas en lenguaje muy sencillo, que te ayudarán a conocer a San Pablo y el contenido de sus cartas apostólicas. Puedes suscribirte a este servicio en http://es.catholic.net/suscribete
Y, para los que prefieren oír, en lugar de leer, Mauricio I. Pérez, consultor doctrinal de Catholic.net, ha preparado una serie de conferencias que irá dictando a lo largo del año en Seminas ad Seminandum y que nosotros transmitiremos también en Catholic.net Radio
Te recomiendo también visitar el Sitio oficial del Año Paulino en donde encontrarás información para los peregrinos y muchos datos interesantes.
En fin, el asunto es que todos y cada uno de los cristianos nos unamos a esta celebración de la mejor manera que podamos hacerlo, de acuerdo con nuestras realidades particulares.
Si puedes comprar un libro de San Pablo, cómpralo: si puedes rentar una película, réntala; si puedes leer sus cartas, léelas; si puedes viajar, viaja. Si no puedes hacer nada, más que suscribirte a nuestro servicio de Aquel Pablo de Tarso, suscríbete, pero no te quedes sin hacer nada y no dejes que otros se queden sin hacerlo.
Te encomiendo en mis oraciones.
Lucrecia Rego de Planas
Dirección
Catholic.net
Comentarios al autor: lplanas@catholic.net
¿A dónde van los jesuitas?
Fuente: www.revistaecclesia.com
Autor: Federico Lombardi SJ
Los cerca de 19.000 jesuitas constituyen la orden religiosa masculina más numerosa de la Iglesia. Su historia abarca más de cuatro siglos y es rica en acontecimientos ya gloriosos, ya atormentados: grandes epopeyas misioneras en varios continentes, gloriosas instituciones culturales y educativas y mucha oposición, que culminó en la dramática supresión de 1773. No es de extrañar, por lo tanto, que sigan despertando interés y curiosidad, aun cuando ésta se deba a veces a imágenes que hoy en día no responden ya a la realidad, cuando no incluso algo míticas. De ahí la conveniencia de dar de ellos una información lo más completa y segura posible.
¿Por qué una Congregación General?
El motivo más reciente del interés de la opinión pública por los jesuitas ha sido la elección de un nuevo superior general y la reunión de la asamblea que tenía la función de elegirlo y de proporcionarle orientaciones para su gobierno, a la luz de una profunda reflexión sobre la situación actual de la orden. Dicha asamblea, según las Constituciones de la Compañía de Jesús debidas a San Ignacio de Loyola, se llama Congregación General, mientras que las asambleas análogas de otras órdenes suelen llamarse «capítulos».
Tanto la elección como la Congregación General gozan de una peculiaridad propia en el más amplio marco de la vida religiosa en la Iglesia. Y es que las demás órdenes y congregaciones convocan sus Capítulos Generales en plazos regulares, y el mandato de sus superiores está, por regla general, supeditado a los mismos, por lo que es de duración limitada: por ejemplo, de seis años, con posibilidad de reelección; los jesuitas, en cambio, eligen a su superior general de por vida, y la Congregación no tiene un plazo periódico, sino que se convoca cuando se da una necesidad auténtica y seria, lo que acontece en dos casos: la elección de un nuevo General (normalmente por muerte de su antecesor) o la discusión de asuntos de grave importancia para toda la orden, relacionados con sus leyes, o de cuestiones que trasciendan el ámbito de gobierno ordinario del General.
Quería San Ignacio que los jesuitas fueran buenos operarios en la viña del Señor y no emplearan demasiado tiempo en debatir en prolijas reuniones. De ahí que no deseara una convocatoria frecuente de la Congregación. Lo dice explícitamente en las Constituciones: «No parece en el Señor nuestro por ahora que se haga en tiempos determinados ni muy a menudo […]. El Prepósito General […] excusará este trabajo y distracción a la universal Compañía, cuanto posible fuere» (n. 677).
También las motivaciones del generalato vitalicio resultan a la par interesantes y amenas: «Será por vida, y no por tiempo determinado, la elección suya. Y así también se fatigará y distraerá menos en ayuntamientos universales la Compañía, comúnmente ocupada en cosas de importancia en el divino servicio» (n. 719). San Ignacio enumera, además, otras razones: «Una, que apartarán más lejos los pensamientos y ocasiones de la ambición, que es la peste de semejantes cargos, que si a tiempos ciertos se hubiese de elegir. Otra, porque es más fácil hallarse uno idóneo para este cargo que muchos» (n. 720).
Verdad es que también los jesuitas se han preguntado durante los últimos decenios si alguna de las motivaciones de San Ignacio acerca de estas dos cuestiones no había quedado tal vez algo anticuada y si no convenía proceder al igual que todos los demás religiosos, hasta el punto de que, durante la preparación de la reciente Congregación, se había barajado la posibilidad de debatir esto punto; pero el Papa, consultado por el Prepósito General Kolvenbach, dijo claramente que prefería que se siguiera lo que dictan las Constituciones de San Ignacio, es decir que la elección sea vitalicia y que las Congregaciones no se celebren a intervalos regulares.
El Papa ha dado, en cambio, su consentimiento a la propuesta, presentada asimismo por el padre Kolvenbach, de presentar éste su dimisión a la Congregación General, abriendo así en la práctica una vía que hasta el momento se había previsto teóricamente, pero que nunca se había utilizado. Y es que todos los generales anteriores habían terminado su función al morir, excepto el único caso del antecesor inmediato del padre Kolvenbach, el padre Arrupe, quien —aun cuando también había pensado en presentar su dimisión— había terminado su generalato al sufrir un ictus cerebral y no poder, por consiguiente, gobernar.
En cambio, el padre Peter-Hans Kolvenbach, a sus casi 80 años de edad y casi 25 de gobierno, estimó oportuno presentar su dimisión para posibilitar un cambio cuando aún se hallaba en condiciones de gobernar bien, de forma que la Compañía no corriera el peligro de sufrir un vacío de poder o un desgaste en su gobierno. Con ese fin, y siguiendo un prudente procedimiento, una vez recibida la autorización de Benedicto XVI, consultó con los provinciales y los consejeros de la orden y obtuvo su consentimiento. De ahí la convocatoria de esta Congregación General, 13 años después de la anterior, para aceptar la dimisión del general y elegir a su sucesor (1).
La elección del nuevo General
La Congregación se inauguró el 7 del pasado mes de enero con una solemne concelebración en la iglesia del Gesù, presidida por el cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y se clausuró con una emotiva oración ante el altar de San Ignacio, que lucía en todo su esplendor tras la reciente restauración.
La aceptación de la dimisión del padre Kolvenbach, prácticamente dada por descontado tras el primer y atento procedimiento de preparación, fue una de las primeras actuaciones de la Congregación; también se trató de una ocasión para expresar, por parte de los representantes de toda la Compañía, la gratitud profunda y unánime a quien la gobernara durante un cuarto de siglo con gran entrega y sabiduría, con un espíritu de servicio que ha cobrado toda su evidencia precisamente en el momento y en la forma con los que ha vuelto a ser un religiosos como todos los demás.
Después, la Congregación se dedicó sin dilación a la elección del sucesor, siguiendo un procedimiento bien estructurado y experimentado. Ante todo se examinaron y valoraron la situación y el estado de salud de la Compañía de Jesús en el mundo, con la redacción del Informe de statu Societatis (es decir «sobre el estado de la Compañía») por parte de una Comisión designada al efecto y con la correspondiente reflexión de todos sobre el perfil del General deseado. Después seguiría la elección, al término de un proceso de recogida de informaciones y discernimiento, llevado a cabo con atención extremada para evitar la formación de grupos o de presiones que pudieran interferir de una u otra forma con la búsqueda libre en un clima espiritual, por parte de cada elector, de lo que resultara mejor para la Compañía.
Cuatro días de coloquios de información personal de dos en dos, cara a cara —denominados, con pintoresco término latino, murmurationes—, en los que cada uno puede y debe recoger informaciones para orientarse acerca del candidato que considere más adecuado, pero en los que nadie puede proponer sus preferencias ni influir en los demás o intervenir si no se le requiere explícitamente un parecer. Durante esos días no hay reuniones ni de grupo ni plenarias, sino un clima austero de conversaciones personales y de oración que cada elector se administra con total libertad. La experiencia demuestra que este sistema «funciona» muy bien, con gran serenidad y satisfacción de los participantes, que se sienten inmersos en un ambiente espiritual de búsqueda compartida del bien de la Compañía de Jesús.
Pese a que no se celebran reuniones, la información a través de los coloquios circula de manera muy fluida, y al concluirse los cuatro días determina una fuerte convergencia alrededor de un grupo muy restringido de nombres, entre los cuales resulta fácil alcanzar rápidamente la mayoría absoluta exigida. La votación formal tiene lugar el día previamente fijado, y su resultado se comunica inmediatamente al Papa para que sea la primera persona externa a la Congregación en conocer el nombre del elegido.
El nuevo general, elegido en la mañana del 19 de enero, es, como es sabido, el padre Adolfo Nicolás. Español de Palencia, de 71 años, ha pasado prácticamente toda su vida activa en Oriente, entre el Japón y las Filipinas, como profesor de Teología, superior provincial y por último presidente de la Conferencia de Provinciales de Asia Oriental y Oceanía. Es, pues, europeo de origen pero asiático de adopción: se trata, por lo tanto, de una persona que ha crecido y vivido entre muy distintas culturas, acostumbrada a escuchar y a respetar al otro para entablar diálogo con él y, en ese clima, proponer el testimonio y el mensaje del Evangelio.
Surge espontánea la observación de que también sus dos antecesores más inmediatos fueron europeos que vivieron su vida religiosa fuera de Europa: el padre Arrupe —exactamente igual que el padre Nicolás, misionero y provincial del Japón— y el padre Kolvenbach, misionero en el Líbano y provincial del Oriente Próximo. Ciertamente no se trata de una casualidad: la preferencia de los jesuitas tiende a converger espontáneamente en una figura de misionero, en una persona con experiencia en el diálogo con culturas y religiones diferentes; si se nos permite emplear una palabra simbólica, en una figura «de frontera». Y no se puede negar que en la historia e incluso en la actualidad de la orden Asia ocupa un lugar muy destacado: son 64 los electores de la Congregación procedentes de Asia-Oceanía.
En una entrevista concedida a la Radio Vaticana y a «L'Osservatore Romano» pocos días antes de la Congregación, preguntado sobre cuál había de ser, a su juicio, la «chispa» de esa asamblea, el padre Kolvenbach respondió que sería ante todo la elección del nuevo General, toda vez que expresaría de manera concreta las expectativas y las esperanzas, la imagen que los jesuitas se hacen de su modo de ser y de actuar.
Sin querer en absoluto idealizar al nuevo General ni cargarlo con un peso excesivo, hay que reconocer que este discurso tiene fundamento. Aun con todo el realismo que caracteriza a los jesuitas, acostumbrados a ejercer un sentido crítico bastante acusado, es verdad que el padre Nicolás ha sido elegido por ser un hombre a un tiempo profundamente espiritual y activo, misionero y culto, crecido en el diálogo sereno y positivo con culturas profundamente diferentes de la suya originaria; óptimo conocedor de Asia, donde vive la mayor parte de la Humanidad de hoy y de mañana; sensible a los problemas de los pobres, de carácter afable y optimista, capaz de ver en los demás el bien antes que el mal. En resumidas cuentas —y sin pretender canonizarlo antes de tiempo—, es un hombre tal y como querríamos serlo todos los jesuitas, como querríamos que fueran los jesuitas de hoy y de mañana. También las primeras entrevistas concedidas por el nuevo General expresan bien, de manera muy franca y directa, estas características de su personalidad y de su visión de la forma de ser de los jesuitas en el mundo actual.
Misión de la Compañía de Jesús e identidad del jesuita
De lo que queda dicho se desprende una profunda continuidad entre el proceso de elección y la reflexión sucesiva de la Congregación sobre temáticas propias de la misión de la Compañía de Jesús y de la identidad del jesuita. Se trata de cuestiones sobre las que las Congregaciones anteriores ya habían trabajado muy bien, y respecto a las cuales no cabían, por lo tanto, grandes descubrimientos o añadiduras (2). Los jesuitas se habían reconocido «servidores de la misión de Cristo», y habían afirmado que el fin de su misión es el servicio de la fe; que el principio integrador de la misión es la fe orientada hacia la justicia del Reino, y que ambos —fe y justicia— están en relación dinámica con el anuncio «inculturado» del Evangelio y el diálogo con otras tradiciones religiosas como dimensiones esenciales de la evangelización. En síntesis, un entrelazamiento estrecho entre servicio de la fe, promoción de la justicia y diálogo con las diferentes culturas y tradiciones religiosas.
En lo que se refiere a la identidad del jesuita, la reciente Congregación ha querido volver a inspirarse en la experiencia espiritual de San Ignacio y de sus primeros compañeros. Una experiencia que sitúa a los jesuitas «con Cristo en el corazón del mundo», que los induce a ver y a amar a los demás y al mundo a la manera de Jesús, con sus ojos, para buscar y hallar a Dios en todas las cosas. De esta forma, se delinean algunas polaridades características de la espiritualidad del jesuita: ser y hacer, contemplación y acción, oración y vida profética, estar completamente unidos a Cristo y completamente insertados con él en el mundo. Su vida de religiosos, sacerdotes y apóstoles se realiza concretamente en el seguimiento de Jesús, insertado en la Iglesia a disposición del Papa, y en su calidad de miembros de una comunidad religiosa concebida como un cuerpo apostólico de compañeros del Señor, que precisamente por ello son compañeros entre sí.
Por lo que a la misión se refiere, se ha reflexionado principalmente sobre el nuevo contexto del mundo en que vivimos al inicio del tercer milenio: un mundo caracterizado por los procesos de globalización y de desarrollo de las comunicaciones y por graves tensiones y conflictos, y en el que urge desempeñar una labor de reconciliación en varias direcciones fundamentales: reconciliación entre el hombre y Dios, reconciliación entre los hombres y los pueblos, reconciliación entre el hombre y la creación. Se hallan aquí reafirmados los compromisos del servicio de la fe y de la espiritualidad en un mundo secularizado y los del servicio de la justicia y de la paz en un mundo de conflictos y de desequilibrios dramáticos; también se insiste en los nuevos compromisos de educación en la tutela y en la responsabilidad medioambientales, que se imponen cada vez con mayor urgencia a la conciencia de la Humanidad (3).
Muchos temas específicos han sido objeto de reflexión y de discusión por parte de la Congregación, dividida en grupos y comisiones o reunida en Plenaria. No es posible examinarlos todos, y sólo algunos de ellos han hallado al final expresión en los documentos oficiales conclusivos que han sido aprobados, al tiempo que mucho material ha sido encomendado al Padre General y a sus consejeros y colaboradores en concepto de contribuciones y recomendaciones para su gobierno ordinario. A título ejemplificativo, pueden recordarse los debates acerca del tema del fundamentalismo y de las dificultades actuales del diálogo interreligioso (un asunto vivamente percibido por la numerosa representación de la India), o sobre el impacto de las nuevas tecnologías de comunicación en la educación y en la mentalidad actual (4).
El Papa y la Congregación
La gran pasión con la que los jesuitas se sienten implicados en su misión ha hallado un impulso y un estímulo valioso y fecundo en el diálogo con el Santo Padre Benedicto XVI. Un diálogo primero a distancia, desembocado después en un encuentro extraordinariamente intenso, que ha acompañado los dos meses de camino de la Congregación.
Ya en los primeros días de ésta, el 10 de enero, Benedicto XVI había hecho llegar al padre Kolvenbach una larga misiva, que aun cuando no había sido anunciada. guardaba continuidad con sus anteriores mensajes, y en la que manifestaba una estima grande y sincera por la Compañía de Jesús y por su valioso servicio a la Iglesia, expresando también de manera explícita el deseo de que la Congregación reforzara el vínculo especial que la une al Sucesor de Pedro y su voluntad de adhesión plena al magisterio de la Iglesia. Un mensaje leído, no sin motivo, como acicate y admonición a un tiempo, sobre cuyo significado e implicaciones la Congregación se interrogó larga y seriamente, con aplicación y no sin alguna resistencia y dificultad.
Es preciso tomar gran conciencia de lo que representa una gran orden religiosa como la Compañía de Jesús, presente en todo el mundo en situaciones extremadamente diferenciadas, pero siempre con una participación intensa y sincera en los acontecimientos humanos y espirituales que en él se viven. Desde países de cristiandad antigua, marcados hoy por un proceso de secularización profunda, cuando no de descristianización, a países en los que los cristianos constituyen una ínfima minoría y donde el pluralismo religioso y el fundamentalismo desafían día tras día a la identidad y a la propia existencia de la comunidad cristiana; del campo del trabajo intelectual en el mundo científico o artístico al de la investigación teológica en relación con todos los interrogantes propios de una Humanidad implicada en transformaciones tan rápidas como radicales de sus sistemas de vida y de valores; de los campos africanos de refugiados a las pequeñas comunidades cristianas diseminadas por los inmensos territorios del Asia central. En síntesis, la presencia en la «frontera» y la consciencia del compromiso y de las dificultades que ésta implica hacen que a menudo se perciban las llamadas de atención del «centro» como venidas de lejos y que en ocasiones se las considere con cierta suficiencia, cuando no con frialdad. Sería totalmente falso decir que entre los jesuitas hay poco amor a la Iglesia, pero no lo es decir que en la «frontera» existen también personas que piensan que en el «centro» sus problemas (no ya los de carácter personal, sino los de la misión tal y como se presentan precisamente en la frontera) no se ven lo suficientemente comprendidos.
El nuevo Padre General nombró, desde el inicio de la segunda fase de la Congregación (es decir la dedicada a debatir los asuntos, tras la primera consagrada a la elección), una comisión con el objetivo de reflexionar sobre cómo responder a la misiva del Papa. La Comisión preparó diferentes borradores sucesivos, fomentando así de eficaz manera una reflexión continua por parte de la Congregación. Hay que reconocer, sin embargo, que dicho proceso se reveló bastante laborioso y no fue compartido de forma unánime hasta el 21 de febrero, día en que toda la Congregación fue recibida en audiencia por el Santo Padre.
En dicha ocasión, el discurso pronunciado por Benedicto XVI tocó los puntos esenciales de la misión de la Compañía con acentos realmente alentadores, explicando eficazmente cómo la Iglesia y el Papa confían en la ayuda de la Compañía de Jesús para el servicio del Evangelio en las fronteras del mundo actual, adonde «otros no llegan o encuentran difícil hacerlo», y hasta qué punto la adhesión al Magisterio constituye un componente vital de servicio a la unión y a la orientación del Pueblo de Dios en tiempos de desafíos extremadamente difíciles para la Iglesia (5). Era lo que los jesuitas «de la frontera» necesitaban que se les dijera. Un gran aprecio cordial, una comprensión auténtica y un discurso leal y franco, animado por una sensibilidad espiritual profunda, que culminaron en la oración conclusiva de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, que el Papa (como ya hiciera en otra ocasión) confesó rezar siempre con emoción y trepidación por la radicalidad de la entrega que expresa.
El aplauso al término del discurso fue extraordinariamente prolongado, intenso y cordial. De inmediato nos dimos cuenta de que vivíamos una experiencia única, de gran alcance e intensidad. Por la tarde, el debate en la asamblea confirmó esta sensación sin el menor asomo de duda. Desde entonces, el proceso del documento de «respuesta al Papa» tuvo ya el camino expedito hasta cuajar durante los últimos días en una Declaración significativamente titulada Con nuevo impulso y fervor, que intenta responder —también con corazón y calor sinceros— a las palabras y a las exhortaciones del Papa, expresándole la voluntad de una disposición y obediencia «efectiva y afectiva» —es decir no sólo de ejecución, sino también de mente y de corazón—, en armonía con la identidad y el carisma original de la Compañía de Jesús.
El hecho de que un documento de esta naturaleza haya terminado cosechando un consenso prácticamente unánime permite pensar que se trate probablemente de uno de los resultados más significativos de la Congregación, siempre y cuando sea trasladado ahora a toda la Compañía de Jesús con el mismo espíritu que alumbró su nacimiento. En efecto, nada superficial y formal hay en él, sino que ha sido conquistado gradualmente, durante un largo camino al que Benedicto XVI ha dado un impulso determinante con su comprensión profunda y sabia y con su aliento.
Obediencia, cuerpo «universal» de la Compañía, colaboración
Una comprensión más completa del significado de la citada Declaración también se verá favorecida por la lectura del documento sobre la «obediencia», probablemente la aportación más significativa de la Congregación en asuntos de vida religiosa apostólica. Efectivamente, las Congregaciones anteriores habían generado documentos relevantes sobre los otros dos votos religiosos —pobreza y castidad—, pero hacía tiempo que no se llevaba a cabo una reflexión autorizada y actualizada por parte de una Congregación General sobre la temática de la obediencia. Una reflexión cuya oportunidad se hacía patente a la luz de la cultura actual, con sus aspectos positivos —como el respeto a la dignidad de la persona y a su crecimiento— y negativos, como la exaltación de una libertad ilimitada, las ansias de autorrealización, el individualismo... El documento logra mostrar con acierto el aspecto positivo y la naturaleza de la obediencia religiosa como unión con la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre para cumplir su misión, como uso consciente de la propia libertad guiada por el amor. Insiste en la plena transparencia y apertura de la conciencia del jesuita a su superior para que éste pueda conocerlo en profundidad y encomendarle así las misiones y tareas que considere adecuadas. Exige una actitud de disposición plena y generosa, y justamente recuerda la dimensión de compromiso y creatividad que la ejecución con todo el corazón y con todas las fuerzas de la misión recibida necesariamente implica.
La obediencia religiosa es también un vínculo esencial de la unidad del cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús. En efecto, el voto de obediencia de los primeros «compañeros de Jesús» a «uno de ellos» escogido como superior nace precisamente con el fin de conservar un vínculo entre los jesuitas que están empezando a dispersarse por el mundo, enviados en misión por el Papa. De hecho, Ignacio y sus compañeros habían acudido a Roma para ponerse a disposición del Papa para que éste los enviara donde más falta hicieran para el servicio de la Iglesia universal. Cuando el Papa acepta su ofrecimiento y empieza a mandarlos —a la India, a Portugal, a varias ciudades de Italia— surge la necesidad de un voto de obediencia «a uno de ellos» para que el cuerpo permanezca unido y pueda servir con aún mayor eficacia a las misiones que el bien de la Iglesia pueda requerir.
Tenemos, pues, en primer lugar, como fundamento, la obediencia al Papa para el servicio del Evangelio y de la Iglesia universal —expresada por el famoso «cuarto voto» de los jesuitas profesos—, y, seguidamente, la obediencia religiosa en el seno de la orden. Durante la preparación de la Congregación, el Papa había solicitado que se reflexionara sobre el vínculo especial de obediencia al Vicario de Cristo como elemento esencial del carisma original de la Compañía de Jesús: de ahí que este documento constituya también una respuesta a una expectativa precisa del Santo Padre.
Pero el vínculo original y fundamental de la Compañía con el Papa es también signo y garantía de la universalidad del horizonte apostólico de Ignacio, de sus primeros compañeros y de sus hijos, toda vez que el Papa es, por definición, aquél que tiene presentes las necesidades de la Iglesia en todo el mundo. Este aliento de universalidad, esta pasión de mirar al mundo entero, atraviesan toda la espiritualidad ignaciana desde la característica «contemplación de la Encarnación» en los Ejercicios Espirituales (donde la Trinidad contempla «toda la superficie y redondez de la tierra»), y se traducirán después en el espíritu apostólico que inspira las Constituciones de la nueva Compañía de Jesús.
La Congregación General ha advertido la necesidad de reavivar el espíritu universalista de la Compañía, a la luz también de la actual situación mundial: la globalización y las posibilidades de comunicación y de colaboración, cada vez más rápidas y amplias, y, por otro lado, el renacer de particularismos y del sentido de las identidades locales, étnicas y nacionales. Se trata de una situación que también se plantea a una Iglesia en busca del justo equilibrio entre función de la Iglesia local y perspectiva universal. Las consideraciones acerca de la renovación de las estructuras de gobierno de la orden en sus diferentes niveles (general, interprovincial, etc.) apuntan constantemente a la necesidad de animar y guiar a un cuerpo apostólico extendido y articulado por tantas regiones del mundo y que puede actuar con eficacia aún mucho más grande si sabe crecer en la «conexión en red» (¡networking es el santo y seña de hoy en día!) de sus obras e iniciativas, compartiendo sus numerosos recursos (6).
Pese a la convicción viva y profunda del propio don espiritual —o tal vez precisamente debido a ella— los jesuitas saben, con todo, que no deben mirar hacia delante ellos solos, sino acompañados por innumerables personas que con ellos se asocian o con las que pueden colaborar en el servicio de la Iglesia, para la profundización de la fe y para la promoción de la justicia y de la paz. Precisamente para expresar su toma de conciencia de tan fundamental verdad y su gratitud hacia tantos colaboradores de diferente condición e incluso religión (particularmente en los numerosos países de mayoría no cristiana), que trabajan generosamente en todas las regiones del mundo para hacer viable la laboriosidad de la Compañía, la Congregación ha considerado justo dedicar uno de sus documentos a la colaboración con los demás, titulándolo expresivamente La colaboración en el corazón de la misión.
Los puntos principales de esta temática ya habían sido bien enfocados por la Congregación anterior, la XXXIV, pero algunos puntos específicos han podido profundizarse ahora, también a la luz de la experiencia. Entre ellos destacan en especial: los criterios de identidad ignaciana o jesuítica de una obra apostólica; la necesidad de la formación —tanto de los jesuitas como de sus colaboradores— con vistas a una colaboración provechosa en la común misión; la decisión de dar por terminada la experimentación y no aceptar ya la posibilidad de un vínculo especial con la Compañía de Jesús por parte de laicos y laicas que con ella colaboren o que compartan su espiritualidad (7).
¿Adónde van los jesuitas?
«¿De dónde venís? ¿Quiénes sois? ¿Adónde vais?», preguntaba Pablo VI en un famoso discurso —intenso y en cierto sentido también angustiado— a los jesuitas que inauguraban su XXXII Congregación General en 1974.
En el fondo, toda Congregación debe responder a esas preguntas. También la XXXV se ha dedicado a ello.
Ha recordado que los jesuitas son compañeros de Jesús, servidores de la misión de Cristo para reconciliar a los hombres y al mundo con Dios y entre sí.
Ha dado —con la enérgica ayuda del Papa— un paso en firme en la dirección del «sentir con la Iglesia y en la Iglesia» y del más profundo vínculo «efectivo y afectivo» con el Sucesor de Pedro.
Ha confirmado la vocación de los jesuitas a ir a las «fronteras» —no geográficas, sino espirituales, culturales y sociales— del mundo actual y a permanecer en ellas.
Ha procurado reavivar las energías de un cuerpo repartido por todo el mundo, llamado a la universalidad, para servir —con disposición sincera a la colaboración con los demás— a la Iglesia universal en un mundo globalizado.
Ha sonado la hora de llevar a la práctica tan buenos propósitos.
Congregación General 35:
*El Padre Federico Lombardi S.I. es Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, de la Radio y del Centro Televisivo Vaticano
NOTAS
(1) La reciente Congregación General ha sido la XXXV en la historia de la orden. Inaugurada el pasado 7 de enero, se clausuró el 6 de marzo. Hasta la supresión de la Compañía (1773), durante más de doscientos años se celebraron 19 Congregaciones. Tras la restauración de la misma (1814) se han celebrado otras 16, lo que significa que el intervalo medio entre una y otra ha sido de más de 10 años. Algunos de los miembros de la Congregación son designados por razón de su cargo (es el caso de la mayor parte de los provinciales y de los miembros del gobierno central de la orden), pero la mayoría de ellos son elegidos por las Congregaciones Provinciales. La XXXV Congregación reunió a un total de 255 miembros, 217 de los cuales con derecho a voto en la elección del general. La media de edad era de 56 años; la procedencia: 31% de Europa, 28% de Asia-Oceanía, 18% de Sudamérica, 15% de Norteamérica, 8% de África. Los grupos nacionales más numerosos procedían de la India, los Estados Unidos y España. Los idiomas más hablados fueron el inglés y el español.
(2) A partir de la XXXI Congregación General (1965-1966), que desempeñó una labor crucial de aplicación del Concilio Vaticano II a la vida de la Compañía de Jesús y eligió como General al padre Pedro Arrupe, todas las Congregaciones han puesto gran empeño en reflexionar sobre la misión de la Compañía, particularmente la XXXII, caracterizada por el binomio «servicio de la fe y promoción de la justicia», y la XXXIV, que amplía e integra la visión de la misión, llegando a dedicar a ésta hasta cuatro documentos estrechamente interrelacionados.
(3) Al tema de la identidad del jesuita y al de la misión ha dedicado la Congregación dos documentos específicos.
(4) Los asuntos tratados por la Congregación sin llegar a publicar un documento específico, sino insertando referencias en los documentos principales y encomendando los resultados de los debates al «gobierno ordinario» del Padre General, han sido los siguientes: vocaciones, hermanos coadjutores, formación, vida comunitaria, apostolado juvenil, apostolado intelectual, comunicaciones en la era de Internet, fundamentalismo religioso, ecología y medio ambiente, migrantes, pueblos autóctonos, África, China, casas y obras interprovinciales de Roma.
(5) El discurso de Benedicto XVI a la Congregación General, pronunciado el 21 de febrero, ha sido publicado íntegramente en ECCLESIA 3.404 (2008/I), págs. 362-364.
(6) Al gobierno de la orden se le ha dedicado un documento específico, significativamente titulado Un gobierno al servicio de la misión universal. Amén de las indicaciones para la puesta al día del gobierno central, resulta especialmente importante (y ha sido objeto de más profundo debate) su sección sobre las Conferencias de Superiores Mayores, estructuras desarrolladas durante los últimos decenios para favorecer unos horizontes más amplios en la programación apostólica y en la colaboración entre provincias, pero que deben evitar el peligro de convertirse en una nueva instancia de gobierno entre la general y la provincial. Tales Conferencias son seis en la actualidad: África y Madagascar, Latinoamérica, Asia Meridional, Asia Oriental y Oceanía, Europa, Estados Unidos.
(7) La XXXIV Congregación había publicado un documento amplio y articulado sobre La cooperación con los laicos en la misión (Decreto 13), cuya validez sigue siendo grande, por lo que el nuevo documento es complementario y no sustitutivo de él. Pero sí existe una decisión específica de la XXXV Congregación con vistas a poner fin a la experimentación de un posible vínculo especial personal por parte de laicos que quieran comprometerse de forma más estricta y estable a participar en la misión de la Compañía de Jesús. Dicha experimentación había sido inaugurada por la XXXI Congregación General y alentada por el padre Arrupe, pero en la práctica —pese a experiencias positivas— jamás se ha desarrollado de forma significativa más que en poquísimas provincias, y en ocasiones ha dado lugar a equívocos, mientras que la colaboración de los laicos en la misión de la Compañía puede llevarse a cabo de manera tan fructífera como intensa también sin necesidad de semejante vínculo.
(«La Civiltà Cattolica» 3788 [19-4-08], págs. 105-117; original italiano; traducción de ECCLESIA.)
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