lunes, junio 16, 2008

 

Introducción: Acordarnos hoy de Dios




Introducción: Acordarnos hoy de Dios

Fuente: Estatuto del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales
Autor: S.E. Mons. Pierre-André Fournier



La Eucaristía, Presencia y Don de Cristo al mundo, estará en el centro de la gran asamblea de cristianos venidos de todos los continentes a la ciudad de Québec, para el 49° Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará del 15 al 22 de junio de 2008.

Este tema se encuentra desarrollado en un Documento teológico de base, aprobado por el Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales.

Durante el Congreso, meditaremos cada una de las homilías y las catequesis inspiradas de este texto, que nos ayudarán en la preparación espiritual y animarán a la oración para que podamos unirnos espiritualmente a la celebración del Congreso.




INTRODUCCIÓN

El Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará en Junio de 2008 en la ciudad de Québec, ofrecerá a la Iglesia local y a la Iglesia universal un tiempo fuerte de oración y reflexión para celebrar el don de la Sagrada Eucaristía. Este 49° Congreso Eucarístico Internacional hace parte de una serie de congresos que han marcado la vida de la Iglesia desde hace más de un siglo; el Congreso coincide, además, con el 400°aniversario de la fundación de Québec, la primera ciudad francesa en Norte América, llamada a ser en el siglo XVII, una etapa y un núcleo misionero muy importantes para el conjunto del continente.

El Congreso Eucarístico será lo que se llama una Statio Orbis, expresión que denota una celebración de la Iglesia universal gracias a la invitación de la Iglesia local de Quebec, para recordar el don de la Eucaristía que Dios ha hecho a toda la humanidad.

La ciudad de Québec con su divisa Don de Dieu, feray valoir (Haré valer el don de Dios), se ubica dentro de la historia de un pueblo cuyo lema es: Je me souviens (Me recuerdo). Este lema evoca las palabras de Jesús a sus apóstoles en la Última Cena: Haced esto en recuerdo mío(Lc 22,19; 1 Cor 11,25).

La Eucaristía conmemora la Pascua del Señor, es su «memorial», cuyo sentido bíblico es no solamente recuerdo sino presencia del acontecimiento salvífico. El Congreso eucarístico será una ocasión privilegiada para honrar este don de Dios en medio de la vida cristiana y para acordarse de las raíces cristianas de muchos países que esperan una nueva evangelización. La Eucaristía ha alimentado el anuncio del Evangelio y el encuentro de la civilización europea con la autóctona en Norte América. La Eucaristía sigue siendo, aún hoy, un fermento de la cultura y una garantía de esperanza para el futuro de un mundo que se mueve por los caminos de la globalización.

El tema central del Congreso, aprobado por el Papa Benedicto XVI es: La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo.

Recordar el don de Dios, tiene una importancia capital en nuestro tiempo, pues el mundo moderno conoce, en medio de los grandes avances técnicos, sobre todo en el plano de las comunicaciones, un vacío interior muy dramático, experimentado como una ausencia de Dios.

El ser humano de esta época contemporánea, fascinado por sus logros creadores, tiende, de hecho, a olvidar a su Creador y a establecerse como único dueño de su propio destino.

Sin embargo, esta tentación de suplantar a Dios no anula la aspiración al infinito que palpita en lo íntimo de su ser, ni los auténticos valores que trata de cultivar, incluso si estos comportan riesgos de desviación. La estima de la libertad, la atención a la igualdad, el ideal de la solidaridad, la apertura a la comunicación sin fronteras, la capacidad técnica y la protección del medio ambiente son, todos ellos, valores innegables que suscitan la admiración, honran al mundo actual y producen frutos de justicia y fraternidad.

El drama de un humanismo que se olvida de Dios

El gran riesgo del olvido del Creador consiste, sobre todo, en que la persona se encierra en sí misma, en un egocentrismo que genera incapacidad para amar y para comprometerse de manera estable y duradera, llevando a una frustración creciente de la
aspiración universal al amor y a la libertad. El motivo radica en que el ser humano, creado a la imagen de Dios y para la comunión con El, «no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» 1

La realización de su persona pasa por este don de sí mismo, el cual implica apertura al otro, acogida y respeto de la vida.

Sin embargo, el hombre actual desborda sin cesar los límites impuestos a su dominio sobre la transmisión y el fin de la vida. La apropiación incontrolada de este dominio sobre la vida y la muerte, aunque técnicamente posible, amenaza peligrosamente al mismo ser humano, porque, conforme a la expresión enérgica de Juan Pablo II, una «cultura de la muerte» domina en muchas sociedades secularizadas. La muerte de Dios en la cultura lleva consigo, casi inevitablemente, la muerte del hombre, lo que se constata no solo en corrientes de pensamiento nihilistas, sino sobre todo en relaciones conflictivas y fenómenos de ruptura que se multiplican a todos los niveles de la experiencia humana, perturbando el matrimonio y la familia, acrecentando los conflictos étnicos y sociales y aumentando la distancia entre los ricos y la inmensa mayoría de pobres.

Aunque hoy en día se tiene una conciencia más refinada sobre la dignidad de la persona humana y sus derechos, sin embargo vemos cómo se multiplica la violación de esos derechos, casi en todas partes del planeta, cómo las armas de destrucción masiva se acumulan, contradiciendo los discursos de paz y cómo una concentración creciente de bienes materiales en unas pocas manos hipoteca el fenómeno de la globalización, mientras que las necesidades fundamentales de muchedumbres de pobres son ignoradas desvergonzadamente. La paz del mundo se encuentra minada por la injusticia y la miseria, y el terrorismo se convierte cada vez más en el arma de los desesperados.

En el plan religioso, ninguna persona quiere ya verse sometida a una autoridad que le dicte su conducta. En razón de la circulación a nivel de la información, la persona se encuentra confrontada a una multitud de creencias y, también, a la dificultad creciente de transmitir a las nuevas generaciones la herencia recibida de su propia tradición religiosa. La fe cristiana no es la excepción, sobre todo porque su transmisión reposa en una revelación que desborda la medida de la razón. Celoso del bien precioso de su propia libertad, el hombre elabora su propia espiritualidad separada de la religión, cediendo así, a veces, a la tendencia excesivamente individualista de las culturas democráticas contemporáneas.

La Sagrada Eucaristía contiene lo esencial de la respuesta cristiana al drama de un humanismo que ha perdido su referencia constitutiva a un Dios creador y salvador.

La Eucaristía es la memoria de Dios en acto de salvación. Memorial de la muerte y de la resurrección de Jesucristo, lleva al mundo el Evangelio de la paz definitiva, que sigue siendo, sin embargo, un objeto de esperanza en la vida presente. Al celebrar la Sagrada Eucaristía, en nombre de toda la humanidad redimida por Jesucristo, la Iglesia acoge el don prometido: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). Es Dios mismo quien, en últimas, se acuerda de su alianza con la humanidad y quien se da como alimento de vida eterna. «Se acuerda de su amor»,
canta la Virgen María en el Magnificat (cf. Lc 1,54).

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  1. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 24. regresar


Si quieres leer el documento completo puedes consultarlo aquí


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