viernes, junio 20, 2008

 

La Eucaristía y la misión





La Eucaristía, Presencia y Don de Cristo al mundo, estará en el centro de la gran asamblea de cristianos venidos de todos los continentes a la ciudad de Québec, para el 49° Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará del 15 al 22 de junio de 2008.

Este tema se encuentra desarrollado en un Documento teológico de base, aprobado por el Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales.

Durante el Congreso, meditaremos cada una de las homilías y las catequesis inspiradas de este texto, que nos ayudarán en la preparación espiritual y animarán a la oración para que podamos unirnos espiritualmente a la celebración del Congreso.




V.- La Eucaristía y la misión


«Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» (Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su Cuerpo y de su Sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio».34

A. La evangelización y la transformación del mundo

«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo».35 Cuando la Iglesia celebra el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, no deja de pedir a Dios: «Acuérdate Señor» de todos aquellos a los que Cristo ha traído la Vida. Esta súplica constante expresa la identidad y misión de la Iglesia, ya que se sabe solidaria y responsable de la salvación de toda la humanidad. Viviendo de la Eucaristía, participa a la intercesión universal de Cristo y lleva a toda la humanidad la esperanza de la vida eterna.

La Iglesia realiza su misión por la evangelización que trasmite la fe en Cristo y por la búsqueda de la justicia y la paz, que realizan la transformación del mundo. Precisamente, la Eucaristía es la fuente y cumbre de la evangelización y de la transformación del mundo. Tiene el poder de despertar la esperanza de la vida eterna en aquellos que son tentados por la desesperación.

La Eucaristía abre al compartir a quienes están tentados a cerrar sus manos. Antepone la reconciliación en lugar de la división. En una sociedad que frecuentemente esta dominada por una «cultura de la muerte», exacerbada por la búsqueda del confort individual, del poder y del dinero, la Eucaristía recuerda el derecho de los pobres y el deber de la justicia y la solidaridad. Despierta a la comunidad al don inmenso de la Nueva Alianza, que llama a la humanidad entera a transformarse en algo más grande que ella misma.

«Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: "Mira que hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5).Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos».36

Desde el centro eucarístico de su vida, la Iglesia de Cristo frecuentemente ha contribuido a construir comunidades humanas, reforzando los lazos de la unidad entre las personas y los grupos humanos. De esta forma, las comunidades cristianas, incluso pequeñas y pobres, han crecido en medio de los pueblos en donde se enraizaban. En muchas naciones, como fue el caso en tierras de América para las aciones indígenas y europeas, la Iglesia de Cristo ha inscrito la fe en el espacio de las nuevas culturas. En este espacio, el cristianismo continúa buscando, por medio de los creyentes, soluciones nuevas a los
problemas inéditos que enfrentan las comunidades humanas allí implantadas. Frecuentemente ha acompañado el nacimiento, evolución y sobre vivencia de los pueblos, como lo ha hecho en el «Nuevo Mundo», mientras que el memorial del Señor marcaba el desarrollo religioso y social. Gracias a su alto valor social y espiritual, el cristianismo ha ayudado a construir un auténtico «estar unidos», en el que el compartir de la Palabra y del Pan se prolongaba en el compartir de otras realidades humanas. El don de Dios se inscribió en la vida del mundo.

Tanto en América, como en otras partes del mundo, la Iglesia comenzó con un proyecto misionero. Aquí, en Québec, la fe y las instituciones eclesiales dieron nacimiento a una Iglesia particular que buscaba inspirarse en la primera comunidad de Jerusalén, y contribuyeron a moldear los rasgos del pueblo que estaba naciendo. La Iglesia local de Québec, como la sociedad en la que está inserta, fue marcada por un impulso inicial: ursulinas y hospitalarias, recoletos y jesuitas, asociados laicos y sacerdotes seculares atravesaron el océano para anunciar el Evangelio de Dios sobre una tierra nueva.

Nuestra Iglesia fue a extraer de la aventura mística de estas mujeres y hombres, aventura llevada hasta los límites de la resistencia física de la determinación y de la fe, su profunda identidad en el país naciente. Este impulso misionero, sacado de la fuente eucarística, que ha marcado tan profundamente la historia de este país, está llamado a continuarse y profundizarse para enfrentar los nuevos desafíos de la secularización.


B. Construir la paz por la justicia y la caridad

La Iglesia es testigo para la humanidad del don realizado «para que el mundo tenga vida». Por lo mismo, la Eucaristía es un desafío constante a la calidad de vida y amor de los discípulos de Cristo. ¿Qué he hecho de mi hermano? ¿Qué han hecho de mí?Tuve hambre, sed, fui un extranjero, estaba desnudo, enfermo, en prisión (cf. Mt 25,31-46).¿Lo que celebran es coherente y consecuente con sus relaciones sociales, familiares, interraciales, interétnicas o con la vida política y económica en la que participan? El memorial de lo que consideran como el acontecimiento central de la historia de la humanidad quita el velo a sus inconsecuencias cada vez que toleran cualquier forma de miseria, injusticia, violencia, explotación, racismo y privación de libertad. La Eucaristía convoca a los cristianos a participar en la restauración continua de la condición humana y de la situación del mundo y, si esto no se vive, son llamados seriamente a la conversión para vivir el llamado del Evangelio: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,24).

La situación actual del mundo interpela de forma particular la conciencia de los cristianos frente al grave problema del respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta su término, al igual que el hambre y la miseria de las mazas. Es una invitación a una globalización de la solidaridad en nombre de la dignidad inalienable de la persona humana, sobre todo cuando seres sin recursos son golpeados por catástrofes naturales, triturados por las maquinas ciegas de la guerra y la explotación económica y confinados en campos de refugiados. Todas esas personas que la miseria, en cierto modo, ha destituido de su condición de seres humanos son el «prójimo» por quien Cristo entregó su vida. Su Corazón «eucarístico» asumió anticipadamente, sobre la cruz, todas las miserias del mundo, y su Espíritu nos urge a tomar partido como Él, pacífica y eficazmente, por los pobres y por las víctimas inocentes.

Siguiendo el llamado de Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI continúa interpelando sin cesar la responsabilidad de los seres humanos, en particular la de los dirigentes y jefes de estado: «Se puede afirmar, sobre la base de datos estadísticos disponibles, que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva esperanza a estas poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de situaciones que dependen de las relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales, que por circunstancias incontroladas».37


«Sin embargo, sabemos que el mal no tiene la última palabra, porque quien vence es Cristo crucificado y resucitado, y su triunfo se manifiesta con la fuerza del amor misericordioso. Su resurrección nos da esta certeza: a pesar de toda la oscuridad que existe en el mundo, el mal no tiene la última palabra. Sostenidos por esta certeza, podremos comprometernos con más valentía y entusiasmo para que nazca un mundo más justo».38




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  1. Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum Domine,n. 24. regresar

  1. Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes,n.1. regresar

  1. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 18.regresar

  1. Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la
    Santa Sede,9 de Enero de 2006. regresar

  1. Benedicto XVI, Audiencia general, 12 de Abril de 2006.regresar



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