miércoles, octubre 22, 2008
El Espíritu en acción.
33. El Espíritu en acción. Los carismas del Espíritu Santo
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Pedro García Cmf
Era en una reunión de líderes católicos, y llevaba la batuta, como siempre, el amigo Miguel, que dijo con desenfado al final:
- ¿Para qué Dios me dio buen oído y he aprendido música? Viviré y moriré tocando y dirigiendo el canto en el culto. Éste es mi servicio a la Iglesia de Dios. Ustedes saben que así la he servido siempre. El día en que no lo haga, mándenme fuera, y que Dios se me lleve pronto. Si no "sirvo", ¿para qué estoy en el mundo?...
Unas palabras muy sencillas, pero que todos entendimos muy bien. Miguel empleaba intencionadamente la palabra "servir", de un significado tan hondo en la Iglesia desde los tiempos de San Pablo. ¿Y queremos saber cuál era el servicio de Miguel en la parroquia? ¡Director del coro!... A esto se reducía toda su acción.
Sin embargo, no podía Miguel expresarse mejor. Dotado singularmente para la música, no faltó nunca en una función ante las teclas del órgano y al frente de los cantores. Un ensayo, una celebración, eran para él tan importantes como la mujer y los hijos. Vivía con profunda convicción lo del apóstol San Pedro:
"Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (1Pe 10-11)
Fuera de San Pablo, que habla de los "carismas" tan abundantemente, nadie en el Nuevo Testamento los ha mencionado sino el apóstol San Pedro con esas palabras que hemos escuchado, tan acertadas, tan estupendas, tomadas indiscutiblemente de su colega Pablo.
Hoy en la Iglesia hablamos mucho de los carismas. Es algo que está felizmente de moda y que hace tanto bien. Porque ha despertado la conciencia en muchos cristianos de que los dones que se han recibido de Dios hay que ponerlos a disposición de todos.
No todos valemos para todo. Pero todos valemos para algo. Y puesto al servicio de los demás aquello para lo cual cada uno vale, es cuando todo el Pueblo de Dios está perfectamente servido y camina con facilidad y alegría hacia el Señor.
Pasamos sin más a San Pablo, y nos preguntamos: ¿Qué son, y cuántos son los carismas en San Pablo?
Para el Apóstol, carismas son esos dones o gracias, cualidades o aficiones, que Dios da a cada uno para que los pueda poner al servicio de los demás. Y cita dos o tres listas en las tres cartas a los de Corinto, Roma y Éfeso (1Co 12-14; Ro 12,3-8; Ef 4, 11-12)
Cita, entre otros, los siguientes carismas como más significativos:
Sabiduría y ciencia, con las que se penetra en los misterios de Dios y se saben exponer.
Fe entusiasta, capaz de emprender obras grandes fiados sólo en Dios.
Curaciones y milagros, para sanar enfermos.
Profecía es el don de enseñar y predicar para edificar, exhortar y consolar.
Discreción de espíritus, que ve en las almas y capacita para dar consejos acertados.
Apostolado y evangelización, para difundir la fe y hacer conocer al Señor.
Pastoreo y gobierno, propio de los que Dios elige y pone al frente de la Iglesia.
Doctorado, que enseña con gran competencia la doctrina de Dios.
Revelaciones de misterios o verdades de Dios para bien de la Iglesia.
Ejercicio de la misericordia, con tantas obras a favor de los necesitados.
Caridad, que reparte los propios bienes.
Como se ve, son muchos y se pueden añadir otros y otros. Al Espíritu Santo no le ata nadie la mano y los prodiga en abundancia insospechada.
Sin embargo, ¿qué es lo que ocurría en tiempos de Pablo, en las Iglesias que él había fundado, y lo que ha ocurrido hoy en las asambleas carismáticas?
Pues, una equivocación que Pablo se encargó de aclarar. Se entusiasmaron los cristianos con carismas llamativos, como el don de lenguas, que era el menos importante.
Valían mucho más otros carismas menos espectaculares y que se ejercitan con mucha humildad, como el ejercicio de la caridad o misericordia y el servicio en las cosas materiales de la Iglesia.
Para Pablo, era un carisma muy bueno la profecía, o sea, el hablar, predicar o enseñar de parte de Dios las verdades de la fe, que instruyen, edifican, exhortan y reparten consuelo. Como lo es también el carisma de gobierno, tan propio de los pastores y de quienes dirigen grupos o comunidades.
Estos dones y gracias no son de santificación personal, sino de servicio social y eclesial. Se emplean y se ejercen para bien de los demás. El que los ejerce se santifica por el amor a Dios y al hermano con que los realiza.
Ponemos un ejemplo que vale por muchas explicaciones: el de la catequista que enseña a los niños la doctrina cristiana.
La catequista desempeña un carisma extraordinario y magnífico. El fruto es todo para los niños a los que ilustra y forma y lleva hacia Jesús. Y ella, ¿no gana nada para sí misma? Con el carisma, no. Pero crece mucho en santidad y en mérito para la gloria, por el amor a Dios, a la Iglesia y a los niños con que lo ejercita.
El Espíritu Santo reparte los carismas para bien de todos. A unos les da unos y a otros les da otros. Y entre los carismas de todos se llega a conseguir el bien de la Iglesia entera.
¡Qué rica es la Iglesia con tanto carisma como el Espíritu reparte entre sus miembros!
Unos carismas son extraordinarios, como el de Karol Wojtyla para convertirse en Papa Juan Pablo II, o el de Margarita María para ver al Corazón de Jesús y enseñar su devoción.
Otros carismas son bien ordinarios, como el del amigo Miguel, para dirigir con amor el coro de la parroquia.
Pero todos son y sirven para hacer que la Iglesia crezca en santidad ante Dios y aparezca ante el mundo como la esposa privilegiada de Jesucristo.
Pablo intuyó esto como nadie; y él, que estaba cargado de carismas, pudo decirnos:
- Ponga cada uno al servicio de la Iglesia sus cualidades.
¡Aspiren a tener los mayores carismas!
Y háganme caso cuando les enseñe yo el camino mejor: ¡Amen! ¡Tengan un corazón abrasado en amor! Que con mucho amor dentro, harán maravillas…
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Fuente: Catholic.net
Autor: P. Pedro García Cmf
Era en una reunión de líderes católicos, y llevaba la batuta, como siempre, el amigo Miguel, que dijo con desenfado al final:
- ¿Para qué Dios me dio buen oído y he aprendido música? Viviré y moriré tocando y dirigiendo el canto en el culto. Éste es mi servicio a la Iglesia de Dios. Ustedes saben que así la he servido siempre. El día en que no lo haga, mándenme fuera, y que Dios se me lleve pronto. Si no "sirvo", ¿para qué estoy en el mundo?...
Unas palabras muy sencillas, pero que todos entendimos muy bien. Miguel empleaba intencionadamente la palabra "servir", de un significado tan hondo en la Iglesia desde los tiempos de San Pablo. ¿Y queremos saber cuál era el servicio de Miguel en la parroquia? ¡Director del coro!... A esto se reducía toda su acción.
Sin embargo, no podía Miguel expresarse mejor. Dotado singularmente para la música, no faltó nunca en una función ante las teclas del órgano y al frente de los cantores. Un ensayo, una celebración, eran para él tan importantes como la mujer y los hijos. Vivía con profunda convicción lo del apóstol San Pedro:
"Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (1Pe 10-11)
Fuera de San Pablo, que habla de los "carismas" tan abundantemente, nadie en el Nuevo Testamento los ha mencionado sino el apóstol San Pedro con esas palabras que hemos escuchado, tan acertadas, tan estupendas, tomadas indiscutiblemente de su colega Pablo.
Hoy en la Iglesia hablamos mucho de los carismas. Es algo que está felizmente de moda y que hace tanto bien. Porque ha despertado la conciencia en muchos cristianos de que los dones que se han recibido de Dios hay que ponerlos a disposición de todos.
No todos valemos para todo. Pero todos valemos para algo. Y puesto al servicio de los demás aquello para lo cual cada uno vale, es cuando todo el Pueblo de Dios está perfectamente servido y camina con facilidad y alegría hacia el Señor.
Pasamos sin más a San Pablo, y nos preguntamos: ¿Qué son, y cuántos son los carismas en San Pablo?
Para el Apóstol, carismas son esos dones o gracias, cualidades o aficiones, que Dios da a cada uno para que los pueda poner al servicio de los demás. Y cita dos o tres listas en las tres cartas a los de Corinto, Roma y Éfeso (1Co 12-14; Ro 12,3-8; Ef 4, 11-12)
Cita, entre otros, los siguientes carismas como más significativos:
Sabiduría y ciencia, con las que se penetra en los misterios de Dios y se saben exponer.
Fe entusiasta, capaz de emprender obras grandes fiados sólo en Dios.
Curaciones y milagros, para sanar enfermos.
Profecía es el don de enseñar y predicar para edificar, exhortar y consolar.
Discreción de espíritus, que ve en las almas y capacita para dar consejos acertados.
Apostolado y evangelización, para difundir la fe y hacer conocer al Señor.
Pastoreo y gobierno, propio de los que Dios elige y pone al frente de la Iglesia.
Doctorado, que enseña con gran competencia la doctrina de Dios.
Revelaciones de misterios o verdades de Dios para bien de la Iglesia.
Ejercicio de la misericordia, con tantas obras a favor de los necesitados.
Caridad, que reparte los propios bienes.
Como se ve, son muchos y se pueden añadir otros y otros. Al Espíritu Santo no le ata nadie la mano y los prodiga en abundancia insospechada.
Sin embargo, ¿qué es lo que ocurría en tiempos de Pablo, en las Iglesias que él había fundado, y lo que ha ocurrido hoy en las asambleas carismáticas?
Pues, una equivocación que Pablo se encargó de aclarar. Se entusiasmaron los cristianos con carismas llamativos, como el don de lenguas, que era el menos importante.
Valían mucho más otros carismas menos espectaculares y que se ejercitan con mucha humildad, como el ejercicio de la caridad o misericordia y el servicio en las cosas materiales de la Iglesia.
Para Pablo, era un carisma muy bueno la profecía, o sea, el hablar, predicar o enseñar de parte de Dios las verdades de la fe, que instruyen, edifican, exhortan y reparten consuelo. Como lo es también el carisma de gobierno, tan propio de los pastores y de quienes dirigen grupos o comunidades.
Estos dones y gracias no son de santificación personal, sino de servicio social y eclesial. Se emplean y se ejercen para bien de los demás. El que los ejerce se santifica por el amor a Dios y al hermano con que los realiza.
Ponemos un ejemplo que vale por muchas explicaciones: el de la catequista que enseña a los niños la doctrina cristiana.
La catequista desempeña un carisma extraordinario y magnífico. El fruto es todo para los niños a los que ilustra y forma y lleva hacia Jesús. Y ella, ¿no gana nada para sí misma? Con el carisma, no. Pero crece mucho en santidad y en mérito para la gloria, por el amor a Dios, a la Iglesia y a los niños con que lo ejercita.
El Espíritu Santo reparte los carismas para bien de todos. A unos les da unos y a otros les da otros. Y entre los carismas de todos se llega a conseguir el bien de la Iglesia entera.
¡Qué rica es la Iglesia con tanto carisma como el Espíritu reparte entre sus miembros!
Unos carismas son extraordinarios, como el de Karol Wojtyla para convertirse en Papa Juan Pablo II, o el de Margarita María para ver al Corazón de Jesús y enseñar su devoción.
Otros carismas son bien ordinarios, como el del amigo Miguel, para dirigir con amor el coro de la parroquia.
Pero todos son y sirven para hacer que la Iglesia crezca en santidad ante Dios y aparezca ante el mundo como la esposa privilegiada de Jesucristo.
Pablo intuyó esto como nadie; y él, que estaba cargado de carismas, pudo decirnos:
- Ponga cada uno al servicio de la Iglesia sus cualidades.
¡Aspiren a tener los mayores carismas!
Y háganme caso cuando les enseñe yo el camino mejor: ¡Amen! ¡Tengan un corazón abrasado en amor! Que con mucho amor dentro, harán maravillas…
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