lunes, noviembre 24, 2008

 

Pablo, ¡qué apóstol!




42. Pablo, ¡qué apóstol! Cómo se retrata a sí mismo

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

En la segunda carta de San Pablo a los de Corinto hay un pasaje curioso y lleno de mordaz ironía:

Van diciendo mis enemigos que no tengo elocuencia. A lo mejor tienen razón. Pero, ¿carezco de ciencia, o sé más que todos esos superapóstoles? ¿Me creen ustedes inferior a esos superapóstoles, o es que son ellos unos apóstoles falsos?... (2Co 11,5; 12,11)

Por dos veces usa Pablo la palabra "superapóstoles", cargada de terrible malicia. A esos sus enemigos los describe ahora con un párrafo terrible:

"Esos tales son unos falsos apóstoles, unos trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y nada tiene de extraño, porque el mismo Satanás sabe disfrazarse de ángel de luz. Por tanto, no es mucho que sus ministros se disfracen también de ministros de santidad. Pero su fin será conforme a sus obras" (2Co 11,13-15)

Sus enemigos, los judaizantes, no lo soportaban.

Después de los judaizantes vendrán otros que se recomerán de envidia ante la figura enorme de aquel Saulo perseguidor, convertido en el Pablo admirado por todas las Iglesias. Por pura rivalidad predicarán también de Jesús, sólo para ser alabados ellos mientras Pablo se está consumiendo en su prisión romana.

Pero Pablo, al saberlo, escribirá gozoso:

Y a mí, ¿qué me va?
Según me dicen, algunos van predicando por ahí a Cristo llevados por la envidia y con ganas de llenarme de celos aquí en mi prisión.
¡Qué poco me conocen esos tales! ¿A mí qué me importa su intención tan torcida?
A mí lo que me interesa, lo que me alegra y me seguirá alegrando, es que Cristo sea anunciado de una manera u otra.
¿Lo hacen algunos con hipocresía? ¡Allá ellos! "Son muchos los que buscan su propio interés, y no el de Cristo Jesús"...
Mis colaboradores, al revés, ¿lo hacen con gran amor y llenos de celo santo, con sinceridad y valentía?... ¡Benditos sean!...
(Flp 1,14-18; 2,21).

Estos desahogos de Pablo nos hacen pensar mucho en su apostolado tan singular, en su espíritu gigante, en su generosidad inmensa.

Lo que resulta más curioso es que Pablo, para demostrar la legitimidad y eficacia de su apostolado, no recurre ante sus enemigos al fruto que ha producido en todas partes.
La prueba que da, precisamente en esta segunda carta a los de Corinto, son las persecuciones que ha tenido que sufrir en todas partes. Su manera de pensar, es bien sencilla. Como si dijera:

¿Saben todos ustedes cómo nos salvó el Señor Jesús? Con la cruz, y nada más...
¿Saben cómo hemos de salvar nosotros al mundo, como ministros de Jesús? Con nuestra cruz, y nada más.
Hemos de hacer por la salvación del mundo lo que el Señor Jesús ya no puede hacer ahora: sufrir.
Sus apóstoles hemos de llevar en nuestra propia carne por la Iglesia los padecimientos que le faltan a la pasión del Señor, que la continúa en nosotros
(Col 1,24-25)
Lo demás, mentira. Si no hay sacrificio, no hay apostolado valedero.

¿Qué pensaríamos si hablara así Pablo?

¡Pues, así es como habla!

Y, con el fin de probar sus palabras, pasa de la teoría a los hechos. Para dejar mutis a sus enemigos -dice-, "no tengo más remedio que hacer el loco, y contar lo que debiera tener callado". Aguántenme, porque se lo digo.

Y viene el párrafo famoso, que tantas veces hemos leído:

¿Quieren saber lo que me ha tocado en la vida?
Apenas empecé a predicar en Damasco, el representante del rey Aretas tenía puesta guardia en la ciudad con el fin de prenderme. Por una ventana, y metido en una espuerta, me descolgaron muro abajo, y así escapé de sus manos.
Me he visto en muchos más trabajos que esos mis adversarios, los cuales se tienen por apóstoles tan grandes.
Metido en cárceles, mucho más que ellos. Muchísimos más azotes. Muchas veces, en pe-ligros de muerte.
Cinco veces recibí de los judíos mis paisanos los treinta y nueve azotes; aparte de las cinco veces que recibí los azotes con varas de los lictores romanos.
Una vez, en Listra, fui apedreado y dejado por muerto.
Naufragué tres veces; y hubo ocasión en que pasé un día y una noche en alta mar.
He hecho frecuentes viajes cansadísimos, con ríos caudalosos.
Me he visto en peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos.
Trabajos y fatigas, sin cuento; muchas veces, noches sin dormir.
He pasado hambre y sed; muchos días sin comer; he aguantado frío y desnudez.
Y todo esto, aparte de otras cosas, como es mi responsabilidad diaria y la preocupación por todas las iglesias.
(2Co 11,23-33)

Esto lo escribía Pablo el año 57. Le faltaban diez años para morir, y no figuran en el anterior cuadro las dos prisiones de Cesarea y de Roma, de dos años cada una; el naufragio espantoso que dio con él en las costas Malta; la cárcel última de la cual salió para la muerte, y quién sabe cuántas aventuras más…

¿Le falta alguna cosa a Pablo para presentarnos una vida verdaderamente legendaria?...
Y todo por Jesús, por el Señor Jesús.

El Señor, cuando se apareció a Ananías en Damasco y le mandó ir a visitar a Pablo y bautizarlo, le dijo aquellas palabras:

"Yo le mostré cuánto tendrá que padecer por mi nombre".

A nosotros nos viene a la memoria lo del anciano Simeón a María:

"Y a ti, una espada te atravesará el alma".
Está visto, el Señor que salvó al mundo por la Cruz, no tiene otro sistema con sus grandes elegidos.

Pablo se reía de sus enemigos a los que llamaba irónicamente "superapóstoles".
Esta palabra que se inventó él para ridiculizar a sus adversarios, nosotros la hacemos nuestra y se la aplicamos a Pablo para decirle que sí:

  • que él es el "superapóstol";
  • que él no es un apóstol cualquiera;
  • que él es el apóstol más apóstol que ha tenido la Iglesia de todos los tiempos;
  • que él es "El Apóstol" sin más: gloria nuestra, porque lo admiramos y lo queremos mucho, como una de las glorias más grandes del Señor Jesucristo. 



     


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