viernes, diciembre 19, 2008
Adonai, Dios es el Señor
Fuente: Gama - Virtudes y Valores
Autor: P. Antonio Rivero, L.C.
Adonai, אֲדֹנָי es uno de los nombres hebreos de Dios. Se usa más de 300 veces en el Antiguo Testamento como una designación para Dios como Señor, Amo, Gobernante de todo, Señor de señores, Gran Señor mío. Adonai era el dueño de una propiedad, el jefe de familia, o el gobernador de una provincia. Es un título de jerarquía, honor y autoridad.
En contextos cristianos se considera el uso del nombre Adonai como un reconocimiento claro de que "Dios es el Señor".
En el judaísmo, el nombre de Dios es más que un título distinguido. Representa la concepción judía de la naturaleza divina, y de la relación de Dios con el pueblo judío. Sobrecogidos por lo sagrado de los nombres de Dios, y como medio de mostrar respeto y reverencia hacia ellos, los escribas de textos sagrados «pausaban antes de copiarlos, y usaban términos de reverencia para mantener oculto el verdadero nombre de Dios».
¿Que nos revela, pues, el nombre Adonai?
Adonai es el Dios Soberano lleno de poder y autoridad que desea revelar su voluntad a los siervos que estén dispuestos a creerle y obedecerle, como Abraham (cf. Gn 15, 2), como Josué (cf. Jos 5,13-15), como Gedeón (cf. Jueces 6,14-16). Principalmente el nombre Adonai enfatiza la relación del hombre con Dios como su dueño, su autoridad y su proveedor.
Esto significa que Dios es y debe ser el Señor, el que determina cuál es el propósito para nuestra vida, y nuestra respuesta debe de ser la de rendirnos humildemente a su santa voluntad. El es el Señor, nosotros somos sus súbditos.
Debemos grabar a fuego en nuestra mente y corazón estas grandes verdades:
1. Dios es Señor, yo soy su siervo.
2. Dios diseñó un plan para su siervo, y el siervo le obedece con todas sus fuerzas, su corazón, su inteligencia y su alma.
3. Dios manda con amor y por nuestro bien, nosotros obedecemos sin cuestionarle. Y en nuestra obediencia amorosa y fiel está nuestra realización como hombres, como criaturas y como cristianos. Y está también el equilibrio, la paz y la armonía de toda la creación.
En medio oriente para acercarse al rey uno tenía que hacer un ritual muy elaborado. Cuando uno se acercaba al rey, tenía que hacer un ritual que consistía en tirarse a los pies del rey. Era un gran honor que se permitiera besar el borde de las vestiduras del rey, pues era considerado una de las ofensas mas graves, aparte de las personas más cercanas de la corte del Rey, mirar a los ojos al Rey. Este ritual denotaba la autoridad del Rey sobre todos sus súbditos.
Posición, autoridad, gloria. En estos tres sustantivos se encerraba la esencia del nombre Adonai.
Y con Jesús, el Hijo de Dios vivo, ¿qué pasó? ¿Sigue siendo también Adonai?
Nuestro Dios, en Cristo, vino humilde, hecho Niño, pobre, inerme, necesitado. Dios en Cristo, se quitó el manto de autoridad para que no tengamos miedo. Se despojó de sus títulos de honor para que nos acerquemos a Él con confianza. Se hizo niño para que lo podamos abrazar y acariciar. Se hizo impotente para fortalecer nuestra debilidad. Se hizo finito para que vislumbremos desde aquí el infinito. Se hizo tiempo para que lleguemos a la eternidad. Se hizo Palabra para que escuchemos al Dios de cielo y tierra. Se hizo hombre para que tengamos un modelo a quien mirar, seguir e imitar.
¿No es hermoso este misterio de Dios en Cristo? ¿No es tremendamente fascinante y luminoso? ¿No nos llena de estupor y de gozo íntimo saber que esta tierra fue cuna para este Señor Adonai? ¿No es un honor que hayamos sido escogidos nosotros, y no los animales ni los vegetales ni los minerales, para rendirle pleitesía y obediencia?
Ojalá que en este adviento tengamos una revelación más clara del Señor como Adonai, para que podamos conocer su propósito para nuestras vidas y así someternos con alegría y humildad como siervos de este gran Señor. Y si existiera una zona de nuestra vida todavía no sometida a este Adonai, porque está bajo nuestra égida… es hora de pedir perdón por nuestra insolencia y soberbia, y prometerle vasallaje humilde y obediencia sin condiciones.
Cada día deberíamos pasar tiempo en su presencia eucarística para conocer mejor a este Dios Adonai que está ahí, escondido bajo el velo del sacramento. ¡Cuántos secretos no querrá comunicarnos! ¡Cuántas penas no querrá compartir con nosotros! ¡Cuántas gracias no querrá derramar sobre nuestras almas!
Qué no sería este mundo si todos obedeciéramos a este Señor de los señores.
¡Vence el mal con el bien!
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