lunes, junio 30, 2008
El Apóstol Pablo
El Apóstol Pablo
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro Garcia misionero claretiano
El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.
¡Ya vemos, queridos amigos y amigas, el regalo que el Papa nos ha hecho con la proclamación del Año Jubilar de San Pablo por el Bimilenario de su nacimiento!...
Este Año es una gracia especial para toda la Iglesia. Se celebrarán Congresos, Asambleas de Estudios, Convenciones de Apostolado, Peregrinaciones devotas y Actos de Culto solemnes…
Nosotros, desde nuestras casas, desde nuestros puestos de trabajo e iglesias particulares, estaremos de corazón en todas esas celebraciones.
Aunque queremos hacer también algo más.
Como simples cristianos de a pie, nuestra participación en el Año de Pablo será sencilla, pero eficaz.
Y todo esto lo vamos a hacer y a conseguir siguiendo un programa sobre la Vida, las Cartas y los ejemplos del Apóstol.
Un programa eminentemente popular.
Que lo podamos entender todos.
Que se clave en nuestras mentes.
Que anide en nuestros corazones, por el amor que nos transmitirá a Nuestro Señor Jesucristo y por lo que nos va a estimular en la praxis de la vida cristiana.
Será Pablo quien nos seguirá evangelizando con sus propias palabras, con el acento inconfundible de su voz, con la energía de su carácter y con el fuego que pone al hablar de la Persona y de las cosas del Señor Jesucristo.
¿Quién fue San Pablo?, nos empezamos preguntando hoy.
Pablo fue un apóstol que no conoció de vista a Jesús; pero lo vio Resucitado cuando el Señor se le apareció ante las puertas de Damasco. Y Saulo, Pablo, que era el perseguidor más furibundo del Crucificado y de sus seguidores, se convirtió en su amante más apasionado, en su evangelizador más ardiente, en la figura más grande y emblemática de su Iglesia.
¿Y qué decir de Pablo?... Lo iremos viendo a lo largo de nuestro programa.
Los Hechos de los Apóstoles, uno de los libros más bellos de toda la Biblia, nos recordarán escenas y aventuras interesantes por demás.
Sus Cartas, lo más rico en doctrina que la misma Biblia encierra sobre Jesucristo y su misterio, nos irán descubriendo horizontes cada vez más vastos sobre la Persona de nuestro divino Salvador.
Y los ejemplos de su vida admirable nos estimularán a llevar una conducta cristiana generosa e intachable.
La figura de Pablo se nos presenta, ante todo, como la del gran amante de Jesucristo, y empieza con esta confesión: El amor de Cristo me urge, me apremia, me empuja, no me deja parar (2Co 5,14)
Por eso, sigue confesando Pablo, considero todas las cosas como una pérdida, comparadas con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor; y las tengo todas por pura basura a cambio de ganar a Cristo(Flp 3,8)
Siente de tal manera a Cristo dentro de sí, que dice frases tan atrevidas como ésta: Vivo yo, pero es que ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí (Co 2,20)
Y continúa diciendo lo que a nosotros nos parece el último disparate, lo que nunca diríamos nosotros: que tiene ganas enormes de morir. ¿Qué me interesa seguir en el mundo? ¡Venga la muerte cuanto antes!... Porque " vivir es Cristo, y deseo ardientemente morir y estar con Cristo, que para mí me resultaría una enorme ganancia" (Flp 1,21)
Tanto amaba a Jesús, que no detiene su lengua ni su pluma al lanzar la maldición más trágica, aunque también la más simpática y más bella, cuando dice: "El que no ame a nuestro Señor Jesucristo, que sea maldito" (1Co 16,22)
Y exclama en un arrebato sublime: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros, ni la espada… ¡Nada! Ni la muerte, ni la vida, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que tenemos en Cristo Jesús, Señor nuestro (Ro 8,35-39)
Ese Pablo, que así vivía de Cristo y para Cristo, fue un hombre místico que había sido arrebatado por Dios en visión a lo más alto del Cielo, y confesaba: Vi tales cosas y escuché palabras tan inefables, que al hombre le resultan imposible el referir (2Co 12,4-5)
Con una espiritualidad semejante, parece que Pablo fuera un hombre sólo para el Cielo, un ser extraterrestre. Pero, no; Pablo era muy humano, se mostraba todo un caballero, y quería que los cristianos fueran tal como los describe él mismo: Hermanos, tengan en mucha estima todo lo que hallen de verdadero, de justo, de santo, de amable, de elogiable; toda virtud y todo lo que merece alabanza. Practiquen todo lo que aprendieron de mí, lo que recibieron de mí, lo que oyeron de mí, lo que vieron en mí (Flp 4,8-9)
Se considera a sí mismo una verdadera estampa del Señor, hasta atreverse a decir: Imítenme a mí, como yo imito a Jesucristo (1Co 11,1)Los heroísmos de su vida podrían hacernos estremecer: viajes cansadísimos, naufragios, asaltos de ladrones, muchas noches sin dormir, azotes sin cuento, cárceles tenebrosas, trabajos agotadores, fatigas continuas, muchos días sin comer, con frío y desnudez, o con calores inaguantables, sin contar sus enfermedades tan penosas (2Co 11,23-27)
Pero Pablo lo miraba todo en su desenlace final, merecedor de una gloria inmarcesible e interminable: Estas tribulaciones, momentáneas y ligeras, nos producen con exceso incalculable un eterno caudal de gloria. Por eso no ponemos nuestra mirada en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; pues las que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas (2Co 4,17-18)
Así nos puede decir a todos: ¡Animo! Miren a los corredores del circo y a los atletas de las Olimpíadas: "Los atletas se abstienen de todo. Y ellos, al fin y al cabo, para ganar una corona de laurel que se marchita; en tanto que nuestra corona será inmarcesible" (1Co 9,25)
Entre el amor a Jesucristo, sus ansias por la vida eterna, y el hambre que siente por la salvación de todos sus hermanos, judíos y gentiles, hacen del Apóstol Pablo una figura excepcional, la más admirada y quizá también la más querida en la Iglesia.
Este es el Pablo que vamos a ver en nuestro programa. ¿Vale la pena vivirlo?... Siguiendo la senda que nos indica el Papa en este Año Jubilar de San Pablo, ¡cuántas y cuántas gracias vamos a reportar para nuestra vida cristiana!...
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domingo, junio 29, 2008
Entrevista a San Pedro y San Pablo
Entrevista a San Pedro y San Pablo
Fuente: Catholic.net
Autor: P Mariano de Blas LC
Entrevista a San Pedro en el cielo
Vamos a hacer una entrevista a aquel pescador de Galilea llamado Simón Pedro:
Pregunta: ¿Qué sentiste al negar a Cristo?
Respuesta: Fue el día más triste de mi vida; no se lo deseo a nadie. Yo era muy duro para llorar, pero ese día lloré a mares; no lo suficiente, porque toda la vida lloré esa falta. Sin embargo, por haber negado al Señor un día, lo amé muchísimo más que si nunca lo hubiera hecho. Esas negaciones fueron un hierro candente que me traspasó el corazón.
Pregunta: ¿Prefieres el nombre de Pedro al de Simón?
Respuesta: Sí, porque el nombre de Simón me lo pusieron mis padres; el de Pedro, Cristo. Además, es un nombre que encierra un gran significado. Por un lado me hace feliz que Él me haya hecho piedra de su Iglesia; por otro lado, me produce gran confusión, porque yo no era roca, sino polvo vil. Cristo ya no me llama Simón, Él prefiere llamarme roca; y en el cielo todos me llaman Pedro.
Mi antiguo nombre ya se me olvidó. Cuando pienso en mi nuevo nombre, cuando me llaman Pedro, inmediatamente pienso en la Iglesia. Me llaman así con un sentido muy particular los demás vicarios de Cristo que me han seguido, y yo siento ganas de llamarles con el mismo nombre, porque todos somos piedra de la misma cantera, todos sostenemos a la Iglesia.
Pregunta: ¿Por qué dijiste al Señor aquellas palabras: «Señor, a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna»?
Respuesta: Me salieron del corazón. La situación era apurada, y había que hacer algo por el Maestro; veía a mis compañeros indecisos, y sentí la obligación de salvar la situación y confiar; por eso dije en plural: «¿A quien iremos Señor? Tú tienes palabras de vida eterna». Yo mismo no comprendía en ese tiempo muchas cosas del Maestro. Ni pienses que entendía la Eucaristía, pero dejé hablar al corazón, y el corazón me habló con la verdad.
Yo amaba apasionadamente al Maestro y aproveché aquel momento supremo para decir bien claro y bien fuerte: «Yo me quedo contigo». Y, de lo que entonces dije, nunca me arrepentí.
Pregunta: ¿Qué sentiste cuando Cristo Resucitado se te apareció?
Respuesta: Es difícil, muy difícil de expresar, pero lo ntentaré. Por un segundo creí ver un fantasma, luego sentí tal alegría que quise abrazarlo con todas mis fuerzas. «¡Es Él!» pensé, pero luego sentí cómo se me helaba la sangre, y quedé petrificado sin atreverme a mover. Él fue quien me abrazó con tal ternura, con tal fuerza... Y oí muy claras sus palabras: «Para mí sigues siendo el mismo Pedro de siempre».
Pregunta: ¿Qué consejo nos das a los que seguimos en este mundo?
Respuesta: Puedo decirles que mi actual sucesor, Juan Pablo II, es de los mejores. Hasta aquí han llegado esos gritos: «¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!» Háganle caso y les irá mejor.
Pedro es el típico hombre, humilde de nacimiento, que se hizo grande al contacto con Cristo. El típico hombre, pecador como todos, pero que, arrepentido de su pecado, logró una santidad excelsa.
Entrevista en el cielo a San Pablo
Quisiéramos hoy hacerle algunas preguntas al fariseo Pablo de Tarso.
Pregunta: ¿Qué sentiste en el camino hacia Damasco, caído en el suelo, tirado en el polvo?
Respuesta: Yacía por tierra, convertido en polvo, todo mi pasado. Mis antiguas certezas, la intocable ley mosaica, mi alma de fariseo rabioso, toda mi vida anterior estaba enterrada en el polvo.
Fue cuestión de segundos. Del polvo emergía poco a poco un hombre nuevo. Los métodos fueron violentos, tajantes, «es duro dar coces contra el aguijón», pero sólo así podía aprender la dura lección.
En el camino hacia Damasco me encontré con el Maestro un día que nunca olvidaré.
Aquella voz y aquel Cristo de Damasco se me clavaron como espada en el corazón. Cristo entró a saco en mi castillo rompiendo puertas, ventanas; una experiencia terrible; pero considero aquel día como el más grande de mi vida.
Pregunta: ¿Sigues diciendo que todo lo que se sufre en este mundo es juego de niños, comparado con el cielo?
Respuesta: Lo dije y lo digo. Durante mi vida terrena contemplé el cielo por un rato; ahora estaré en él eternamente. El precio que pagué fue muy pequeño. El cielo no tiene precio. ¡Qué pena da ver a tantos hombres y mujeres aferrados a las cosas de la tierra, olvidándose de la eternidad!
Vale la pena sufrir sin fin y sin pausa para conquistar el cielo. El Cristo de Damasco será mío para siempre; llegando aquí lo primero que le he dicho al Señor ha sido: «Gracias Señor, por tirarme del caballo»; pues Él me pidió disculpas por la manera demasiado fuerte de hacerlo.
Pregunta: ¿Qué querías decir con aquellas palabras: "¿Quién me arrancará del amor a Cristo?"
Respuesta: Lo que las palabras significan: que estaba seguro de que nada ni nadie jamás me separaría de Él, y así fue. Y, si en la tierra pude decir con certeza estas palabras, en el cielo las puedo decir con mayor certeza todavía.
El cielo consiste en: "Cristo es mío, yo soy de Cristo por toda la eternidad" ¿Sabes lo que se siente, cuando Él me dice: «Pablo, amigo mío?».
Pregunta: Un día dijiste aquellas palabras: "Sé en quién he creído y estoy tranquilo". Explícanos el sentido.
Respuesta: Cuando llegué a conocerlo, no pude menos de seguirlo, de quererlo, de pasarme a sus filas; porque nadie como Él de justo, de santo, de verdadero.
Supe desde el principio que no encontraría otro como Él, que nadie me amaría tanto como aquél que se entregó a la muerte y a la cruz por mí.
Pregunta: ¿Un consejo desde el cielo para los de la tierra?
Respuesta: Uno sólo, y se los doy con toda la fuerza: "Déjense atrapar por el mismo Señor que a mi me derribó en Damasco".
Si todos los enemigos del cristianismo fueran sinceros como Pablo de Tarso, un día u otro, la caída de un caballo, una experiencia fuerte o una caricia de Dios les haría exclamar como él: «Señor, ¿qué quieres que haga?».
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El Papa Benedicto XVI convocó, durante la celebración litúrgica de la fiesta de San Pedro y San Pablo (29 de junio), un año jubilar dedicado al apóstol san Pablo, para recordar los dos mil años del nacimiento del apóstol de las gentes, del 29 de junio de 2008 al 28 de junio del 2009.
Conoce todo acerca del Año Paulino
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Pedro y Pablo, Santos
Pedro y Pablo, Santos
Fuente: Catholic.net
Autor: Tere Fernández
Apóstoles y Mártires
Junio 29
Origen de la fiesta San Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.
Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.
El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros.
San Pedro
San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa "piedra" y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.
Pedro era de carácter fuerte e impulsivo y tuvo que luchar contra la comodidad y contra su gusto por lucirse ante los demás. No comprendió a Cristo cuando hablaba acerca de sacrificio, cruz y muerte y hasta le llegó a proponer a Jesús un camino más fácil; se sentía muy seguro de sí mismo y le prometió a Cristo que nunca lo negaría, tan sólo unas horas antes de negarlo tres veces.
Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:
En los Hechos de los Apóstoles, se narran varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden del Sanedrín y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez y aún así, se negó a dejar de predicar y fue mandado a azotar.
Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, a los no judíos.
En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Ahí se encontró con varias dificultades: los romanos tomaban las creencias y los dioses que más les gustaban de los distintos países que conquistaban. Cada familia tenía sus dioses del hogar. La superstición era una verdadera plaga, abundaban los adivinos y los magos. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. En menos de trescientos años, la mayoría de los corazones del imperio romano quedaron conquistados para Jesús. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo.
En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera "cacería" de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del emperador Nerón.
Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como su Maestro. Treinta y siete años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad.
San Pedro escribió dos cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.
¿Qué nos enseña la vida de Pedro?
Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice: "Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado" (I Pedro, 1,15)
Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.
Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.
La Institución del Papado
Toda organización necesita de una cabeza y Pedro fue el primer jefe y la primera cabeza de la Iglesia. Fue el primer Papa de la Iglesia Católica. Jesús le entregó las llaves del Reino y le dijo que todo lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y todo lo que desatara quedaría desatado en el Cielo. Jesús le encargó cuidar de su Iglesia, cuidar de su rebaño. El trabajo del Papa no sólo es un trabajo de organización y dirección. Es, ante todo, el trabajo de un padre que vela por sus hijos.
El Papa es el representante de Cristo en el mundo y es la cabeza visible de la Iglesia. Es el pastor de la Iglesia, la dirige y la mantiene unida. Está asistido por el Espíritu Santo, quien actúa directamente sobre Él, lo santifica y le ayuda con sus dones a guiar y fortalecer a la Iglesia con su ejemplo y palabra. El Papa tiene la misión de enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia.
Nosotros, como cristianos debemos amarlo por lo que es y por lo que representa, como un hombre santo que nos da un gran ejemplo y como el representante de Jesucristo en la Tierra. Reconocerlo como nuestro pastor, obedecer sus mandatos, conocer su palabra, ser fieles a sus enseñanzas, defender su persona y su obra y rezar por Él.
Cuando un Papa muere, se reúnen en el Vaticano todos los cardenales del mundo para elegir al nuevo sucesor de San Pedro y a puerta cerrada, se reúnen en Cónclave (que significa: cerrados con llave). Así permanecen en oración y sacrificio, pidiéndole al Espíritu Santo que los ilumine. Mientras no se ha elegido Papa, en la chimenea del Vaticano sale humo negro y cuando ya se ha elegido, sale humo blanco como señal de que ya se escogió al nuevo representante de Cristo en la Tierra.
San Pablo
Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén.
Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.
En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" ( Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22.).
Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Ahí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro.
La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el "apóstol de los gentiles" ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco.
Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían coraje por "cambiarse de bando". En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.
Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.
Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.
¿Qué nos enseña la vida de San Pablo?
Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras.
Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.
Esta conversión siguió varios pasos:
1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.
2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios.
3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica.
4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.
Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.
Visita el Especial de San Pablo con toda la información acerca del Año Paulino (2008-2009)
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sábado, junio 28, 2008
Laicos: ser Iglesia haciendo el mundo
Laicos: ser Iglesia "haciendo" el mundo
Fuente: Zenit.org
Autor: Miriam Díez i Bosch
A los laicos les corresponde la evangelización a través de los valores humanos y sociales, de la competencia profesional y la amistad, de la vida familiar y de la colaboración en la búsqueda del bien común y la justicia.
Lo cuenta en este entrevista el teólogo Ramiro Pellitero, que ha escrito un libro sobre el laicado, "Ser Iglesia haciendo el mundo. Los laicos en la nueva evangelización" (Editorial Promesa, San José de Costarrica, 2008), en el que explica "cómo vivir la Iglesia en la dinámica misma de la transformación actual del mundo".
Ramiro Pellitero (León, 1956) es doctor en Teología por la Universidad de Navarra, donde es profesor de Eclesiología y Teología Pastoral.
--"Ser Iglesia haciendo el mundo": ¿qué ha querido aportar con este libro?
--Pellitero: He querido presentar las cuestiones fundamentales que afectan a la teología y a la pastoral, referentes a los fieles laicos. Como todos los demás fieles, están incorporados a Cristo desde el bautismo. En su caso participan de los funciones de Cristo de acuerdo con la índole secular, característica teológica de la condición laical. Es decir, que buscan la santidad y participan en el apostolado de la Iglesia precisamente a través de su trabajo profesional, de la vida familiar y la intervención en la vida social, cultural y política. También para todo esto, el Espíritu Santo los enriquece con multitud de carismas al servicio de la misión de la Iglesia.
--¿Cuál es en concreto la contribución específica de los laicos a la evangelización?
--Pellitero: Como digo, la participación de los laicos en la evangelización debe comprenderse a partir del bautismo y de los carismas que reciben y acogen libremente, para la edificación de la Iglesia y el servicio al mundo.
Ellos están como naturalmente insertados en el mundo, en la sociedad civil. Ese es el "lugar" propio donde desarrollan su vocación bautismal y el objetivo principal, si se quiere llamar específico, de su misión.
El Concilio Vaticano II resume esa misión diciendo que les corresponde la ordenación de las realidades temporales al Reino de Dios. Es decir, la evangelización a través de los valores humanos y sociales, de la competencia profesional y la amistad, de la vida familiar y de la colaboración en la búsqueda del bien común y la justicia. Todo ello de acuerdo con los dones y carismas, muy variados, que reciben.
Como todos los fieles cristianos, es lógico que también los laicos participen más o menos intensamente, de acuerdo con sus posibilidades y preferencias, en tareas como la catequesis y la educación de los jóvenes, en las celebraciones parroquiales, la atención a los pobres y a los enfermos, la orientación familiar, y otras colaboraciones pastorales muy diversas.
--¿Qué lazo hay entre el Espíritu Santo y la misión de los cristianos?
--Pellitero: El Espíritu Santo es el principio de la unidad y de la vida de la Iglesia. Actúa en los sacramentos y los carismas, en orden a que todos los cristianos realicen la misión que Cristo les ha encomendado, bajo la guía de la Jerarquía.
Ahora bien, la vida y la misión de la Iglesia no debe entenderse como una actividad rígida y uniforme, sino como una sinfonía, donde caben y deben escucharse melodías e instrumentos diversos, bajo la autoridad del Colegio Episcopal. De este modo, los carismas garantizan la comunión, es decir, la unidad en la diversidad.
--¿Cuál es compromiso de los fieles laicos para una civilización del amor?
--Pellitero: Se podría resumir diciendo que su compromiso es la transformación de la cultura contemporánea, por medio de su coherencia y su presencia en la sociedad, con la santificación de la vida ordinaria: el trabajo, las relaciones familiares y de amistad... el servicio especialmente a los más necesitados, y su participación en la vida cultural y política.
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La Virgen fue la primera cristiana
La Virgen fue la primera cristiana
Fuente: www.reinadelcielo.org
Autor: Oscar Schmidt
El primer cristiano, cuando el mundo todavía no conocía el misterio de la Redención, fue la joven y sorprendida Virgen María. El Angel le reveló ese día el mayor misterio de la historia del mundo, y Ella no podía salir de su asombro. ¡Ella!. ¡Madre de Dios!. Y en ese mismo instante en que se unieron para siempre la Criatura y Su Creador, dio comienzo la mayor historia de Amor que jamás existió ni existirá: la historia de Dios hecho Hombre y entregado por nosotros.
María fue ese día testigo de la unión del hombre con la Divinidad. Dios hizo Su Nido en la Criatura, y la Criatura se transformó en la casa de Dios. María, que siempre había tenido al Espíritu Santo viviendo a pleno dentro de Ella, tuvo desde ese momento al Hombre-Dios creciendo y tomando su humanidad, para caminar en el sendero de la Vida de Cristo desde la primera fila, desde su origen.
La Virgen fue la primer cristiana, la primera pieza humana del Cuerpo Místico de Cristo. Y fue de este modo también punto de partida de otro prodigio de Dios: en la unión de María con el Redentor se inicia el proceso que culmina en el nacimiento de la Iglesia. La Mujer Perfecta en el amor y la humildad recibió en su seno a Dios hecho Hombre, y así cumplió la misión que el mismo Dios le confió. De esta manera surgió la Nueva Jerusalén, el Nuevo Templo que iba a albergar al Santo de los Santos, Jesucristo, por los tiempos de los tiempos. ¡María es la Madre de la Iglesia!.
¡Que perfección!. ¡Que maravilloso es el Plan de Dios!. En la humilde Nazaret, en esa pequeña y desconocida Mujer se formó, con la intervención del Espíritu Santo, la mayor Obra Divina que el Cielo legó al hombre. En el mismo acto y en la presencia del Angel Gabriel y del Cielo todo, que admirado contemplaba, se encarnó Dios y se hizo Hombre, y surgió el primer cristiano. Y este primer cristiano fue luego elevado a la figura de Madre de todos los hombres, y Madre de la Iglesia.
Todo ocurrió en ese instante, en esa fracción de segundo, en la Palestina de hace dos mil años. El antiguo pueblo de Dios y Su Templo dieron paso al nuevo pueblo, el pueblo cristiano, y al nuevo Templo, la Santa Iglesia.
Virgen María, precursora de nuestra Iglesia, Reina del Cielo y de la tierra, puente entre la Divinidad y la criatura, alcánzanos con tu infinita Gracia los dones que nos hagan ser dignos integrantes del Pueblo del que Tu Hijo es Cabeza, Tu Padre es Creador y Tu Esposo es el soplo que le da la Vida.
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viernes, junio 27, 2008
La cruz es triunfo de Jesús por ti
La cruz es triunfo de Jesús por ti
Fuente: Reflexiones Siglo XXI
Autor: Guillermo Ortiz, S.J.
¿Tu crees que la cruz de Jesús es un fracaso?
Si Dios quiere satisfacer el anhelo de amor del hombre con un Pacto de Comunión en el amor, la cruz ya es triunfo. Porque a pesar de la traición, de las negaciones, del abandono de sus discípulos, del sufrimiento físico, moral y espiritual, Jesús sigue ofreciendo su amistad y persiste en su voluntad de consumar este pacto y de sellarlo con su propia sangre, y se entrega entero por sus amigos y también por sus enemigos.
Jesús no ofrece su amistad solamente en las buenas, en la prosperidad, en un momento de satisfacción. Jesús ofrece un Pacto de Comunión en medio de la persecución de sus enemigos, y de la traición y negación de sus amigos, por eso la cruz es triunfo.
Jesús conoce el corazón humano, sabe de qué estamos hechos y sigue adelante. Jesús vence el miedo de perder todo porque 'ser' es más importante que 'tener', y Él 'es' el Hijo de Dios y cuenta con el amor incondicional del Padre. Jesús siente más miedo que Pedro, pero el miedo no lo domina, su voluntad de juntarnos, rompiéndose entero, es más fuerte que el miedo y que la infidelidad de aquellos que se llenaban la boca diciendo que morirían por Él como el mismo Pedro.
A cualquiera de nosotros las dificultades, la agresión, el desprecio, nos hacen un hueco en el corazón, por donde se nos va la fuerza y el sentido de la vida, y nos entra el resentimiento. Pero Jesús sigue adelante, y entrega su vida por sus amigos y también por sus enemigos. Por eso la cruz ya es un triunfo del Amor de Dios, el triunfo de la fidelidad al pacto ofrecido por sobre la infidelidad del hombre.
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jueves, junio 26, 2008
Eucaristía y fidelidad
Eucaristía y fidelidad
Fuente: Catholic.net
Autor: P Antonio Rivero LC
La fidelidad es cumplir exactamente lo prometido, conformando de este modo las palabras con los hechos. Es fiel el que guarda la palabra dada, los compromisos contraídos con Dios y con los hombres y con su propia conciencia.
Debemos ser fieles a Dios, a nuestras promesas, a nuestros cargos y encomiendas, a nuestra vocación, a nuestra fe católica y cristiana, a nuestra oración. Cristo en el Evangelio puso como ejemplo al siervo fiel y prudente, al criado bueno y leal en lo pequeño, al administrador fiel. La idea de la fidelidad penetra tan hondo dentro del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo (cf Hech 10, 45; 2 Co 6, 15; Ef 1, 1).
Hoy se echa de menos esta virtud de la fidelidad: se quebrantan promesas y pactos hechos entre naciones; se rompen vínculos matrimoniales por naderías o vínculos sacerdotales, por incoherencias. ¿Por qué esta quiebra en la fidelidad?
Un fallo fuerte en la fidelidad se debe a la falta de coherencia. Otras veces será el propio ambiente lo que dificulte la lealtad a los compromisos contraídos, la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parece querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona. En otras ocasiones, los obstáculos para la fidelidad pueden tener su origen en el descuido de la lucha en lo pequeño. El mismo Señor nos ha dicho: "Quien es fiel en lo pequeño, también lo es en lo grande" (Lc 16, 10).
¿Qué relación hay entre Eucaristía y fidelidad?
Fue en la Eucaristía donde Dios fue fiel a ese anhelo y voluntad de quedarse entre los hijos de los hombres. En la Eucaristía Dios cumplió lo que dice en el libro de los Proverbios: "Mis delicias son estar con los hijos de los hombres" (8, 13). Dios en Cristo Eucaristía fui fiel a su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos.
La Eucaristía me da fuerzas para ser fiel a mi fe, a mi vocación, a mi misión como cristiano, como misionero, como religioso, como sacerdote. De la Eucaristía los mártires sacaron la fuerza para su testimonio fiel hasta la muerte. De la Eucaristía las vírgenes sacaron la fuerza para defender su pureza hasta la muerte, como lo demostró la niña santa María Goretti. De la Eucaristía los confesores sacaron la fuerza para confesar su fe y explicarla a quienes les pedían razones de su fe. De la Eucaristía el cristiano se alimenta para fortalecer sus músculos espirituales y así ser fiel a sus compromisos como padre o madre de familia, como esposo y esposa, como trabajador, como empresario, como profesor, como estudiante, como líder, como catequista.
¿Cómo va a ser fiel ese matrimonio, si no se alimenta de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel ese joven a Dios, venciendo todas las tentaciones que el mundo le presenta, si no se fortalece con el Pan de la Eucaristía que nos hace invencibles ante el enemigo? ¿Cómo va a resistir la fatiga de la soledad y del cansancio esa misionera o esa religiosa, si no participa diariamente del banquete renovador de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel a su celibato ese sacerdote, si no valora y celebra con cariño y devoción su santa Misa diaria? ¡Cuántos pobres y enfermos se mantienen en su fidelidad a Dios, gracias a la Eucaristía!
En la Eucaristía, Dios sigue siendo fiel a ese esfuerzo por salvar a los hombres, mediante su Palabra y mediante la comunión del Cuerpo de su querido Hijo que nos ofrece en cada Misa. Así como fue fiel a los patriarcas, profetas y reyes, así también sigue siendo fiel a cada uno de nosotros. Y donde Él ratifica su fidelidad es sin duda en la Eucaristía, el sacramento del amor fiel de Dios para con el hombre y la mujer.
El día en que Dios nos retirase la Eucaristía, ese día podríamos dudar de su fidelidad. Pero Dios es siempre fiel.
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Si quieres puedes consultar el libro completo de La Eucaristía del P Antonio Rivero LC
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miércoles, junio 25, 2008
Dios, siempre actual
Dios, siempre actual
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
Una de las cosas que más nos deben importar en nuestra vida es que Dios sea siempre en nosotros Alguien y actual, vamos a hablar así. Que siempre sea de interés. Que nos preocupe siempre. Que nunca lo releguemos al olvido. Que Dios lo llene todo: nuestra oración, nuestro trabajo, nuestro amor, nuestro gozar, nuestras penas y nuestras preocupaciones. Que en todo, absolutamente en todo, esté presente Dios, porque Dios es para nosotros es interés sumo.
Se cuenta de un gran escritor católico que presentó un artículo sobre Dios a una revista francesa para su publicación. Lo lee el director, y dice visiblemente contrariado:
Hubiéramos preferido un artículo de actualidad.
O sea, que Dios era un ser algo pasado de moda, algo que había que arrinconar, algo que ya no interesaba. Afortunadamente, nosotros somos unas personas que decimos todo lo contrario:
¿Dios?... ¡Bienvenido sea su recuerdo! Que no se oscurezca nunca de la mente, ni se escape del corazón...
Esos que así se desinteresan de Dios no reflexionan sobre el mal que se echan encima. Nada más abrir la magna carta de San Pablo a los fieles de Roma, se encuentran con unas palabras que podrían hacerles temblar, y que podemos expresar de este modo:
¿No se dan cuenta de que ni los mismos paganos van a tener excusa en el tribunal de Dios? ¿Es que no ven a Dios en todas sus obras? ¿Tan ciegos están? ¿No saben leer el nombre de Dios en las estrellas, ni adivinarlo en una flor, ni encontrarlo en la sonrisa de una madre feliz, ni descubrirlo en el propio corazón, ni percibirlo en el grito de la conciencia?...
Al revés de esos que se cierran para no descubrir a Dios, vemos cómo los pensadores más grandes han sido creyentes. Los sabios, ordinariamente, son los primeros convencidos de que hay un Dios, y lo respetan, lo veneran, y esperan en Él.
Y nosotros, con muchas o pocas luces en nuestra inteligencia, pero con una fe inmensa recibida de Dios, cultivada por nosotros con esmero, gozamos cuando oímos y leemos algo de Dios, porque así avanzamos en el conocimiento de un Dios inmenso, incomprensible, pero que se esconde entero en nuestro corazón.
A los niños de la catequesis les enseñábamos un canto muy de niños: No hay reloj sin relojero, ni mundo sin Creador. Era un canto para niños, pero lo interesante es que un gran filósofo tenía bastante con este pensar de los niños, y se extasiaba ante un reloj precisamente, mientras se iba diciendo durante mucho rato:
El relojero es anterior al reloj, esto es evidente. Sin un relojero, no existiría el reloj. Y se decía a sí mismo entonces: Por lo mismo, el que ha hecho el mundo es anterior al mundo. Entonces, Dios es eterno.
Este sabio, de la obra del hombre, como es un reloj, ascendía con gran naturalidad a la obra de Dios y a Dios mismo.
Otro de los sabios más grandes, observador del firmamento, y el que determinó la ley de la gravitación universal, se descubría reverente la cabeza cuando oía el nombre de Dios.
La obra de Dios le hacía llegar al mismo Autor del Universo.
Un investigador moderno de la vida de los animales, y cuyos libros son una delicia, decía después de tanto estudio:
Yo no puedo decir que creo en Dios. Yo no puedo creer, porque yo veo a Dios.
Este observador de la Naturaleza, en los animalitos más pequeños encontraba la existencia de Dios de tal modo que casi se le hacía evidente.
Y es que toda la creación no es más que una moneda de oro en la que Dios el Creador acuñó su imagen, para que lo reconozca cualquiera que sepa leer y tenga ganas de interpretarla.
¿Ha pasado de moda esta manera de presentar la prueba de la fe? No; ni mucho menos. Por desgracia, hay todavía ateos en el mundo, y conviene ayudarles a abrir los ojos.
Pero no es esto precisamente lo que ahora nos interesa a nosotros. Nosotros, creyentes, lamentamos otra cosa, como es el disfrutar de la creación y no ayudarnos a tener a Dios mucho más presente en nuestra vida.
Hoy no vivimos estables en un rincón de nuestra tierra, sin más horizonte que unos kilómetros a nuestro alrededor. Hoy nos movemos mucho. Cada día descubrimos nuevos rincones cargados de belleza. La televisión nos ofrece programas estupendos sobre las maravillas del mundo. ¿Somos capaces de elevarnos a Dios aprovechando todos esos medios?
San Ignacio de Loyola acaba sus Ejercicios Espirituales con una magnífica meditación, llamada Contemplación para alcanzar amor.
Cuando se mira una planta, un gusanillo, el cielo tachonado de estrellas, todas las criaturas y todos los acontecimientos, se debe descubrir a Dios, para subir más hacia Él y crecer intensamente en su amor.
Así lo entendió un gran discípulo de San Ignacio, astrónomo de fama mundial, que escribió para su lápida sepulcral:
De la visión del cielo es corto el camino para llegar a Dios.
Volvemos a lo del principio: ¿Queremos que Dios nos interese a lo largo de todo el día? ¿Queremos que su luz se acreciente más en nuestra mente y que su amor encienda cada vez más nuestro corazón?... ¿Por qué no nos empeñamos en descubrirlo en todo, si en todo lo vamos a encontrar?....
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martes, junio 24, 2008
Juan Bautista un gran hombre
Fuente: Archidiócesis de Madrid
Autor: Archidiócesis de Madrid
La madre, Isabel, había escuchado no hace mucho la encantadora oración que salió espontáneamente de la boca de su prima María y que traía resonancias, como un eco lejano, del antiguo Israel. Zacarías, el padre de la criatura, permanece mudo, aunque por señas quiere hacerse entender.
Las concisas palabras del Evangelio, porque es así de escueta la narración del nacimiento después del milagroso hecho de su concepción en la mayor de las desesperanzas de sus padres, encubren la realidad que está más llena de colorido en la pequeña aldea de Zacarías e Isabel; con lógica humana y social comunes se tienen los acontecimientos de una familia como propios de todas; en la pequeña población las penas y las alegrías son de todos, los miedos y los triunfos se comparten por igual, tanto como los temores. Este nacimiento era esperado con angustiosa curiosidad. ¡Tantos años de espera! Y ahora en la ancianidad... El acontecimiento inusitado cambia la rutina gris de la gente. Por eso aquel día la noticia voló de boca en boca entre los paisanos, pasa de los corros a los tajos y hasta al campo se atrevieron a mandar recados ¡Ya ha nacido el niño y nació bien! ¡Madre e hijo se encuentran estupendamente, el acontecimiento ha sido todo un éxito!
Y a la casa llegan las felicitaciones y los parabienes. Primero, los vecinos que no se apartaron ni un minuto del portal; luego llegan otros y otros más. Por un rato, el tin-tin del herrero ha dejado de sonar. En la fuente, Betsabé rompió un cántaro, cuando resbaló emocionada por lo que contaban las comadres. Parece que hasta los perros ladran con más fuerza y los asnos rebuznan con más gracia. Todo es alegría en la pequeña aldea.
Llegó el día octavo para la circuncisión y se le debe poner el nombre por el que se le nombrará para toda la vida. Un imparcial observador descubre desde fuera que ha habido discusiones entre los parientes que han llegado desde otros pueblos para la ceremonia; tuvieron un forcejeo por la cuestión del nombre -el clan manda mucho- y parece que prevalece la elección del nombre de Zacarías que es el que lleva el padre. Pero el anciano Zacarías está inquieto y se diría que parece protestar. Cuando llega el momento decisivo, lo escribe con el punzón en una tablilla y decide que se llame Juan. No se sabe muy bien lo que ha pasado, pero lo cierto es que todo cambió. Ahora Zacarías habla, ha recuperado la facultad de expresarse del modo más natural y anda por ahí bendiciendo al Dios de Israel, a boca llena, porque se ha dignado visitar y redimir a su pueblo.
Ya no se habla más del niño hasta que llega la próxima manifestación del Reino en la que interviene. Unos dicen que tuvo que ser escondido en el desierto para librarlo de una matanza que Herodes provocó entre los bebés para salvar su reino; otros dijeron que en Qunram se hizo asceta con los esenios. El oscuro espacio intermedio no dice nada seguro hasta que «en el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan». Se sabe que, a partir de ahora, comienza a predicar en el Jordán, ejemplarizando y gritando: ¡conversión! Bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Todos dicen que su energía y fuerza es más que la de un profeta; hasta el mismísimo Herodes a quien no le importa demasiado Dios se ha dejado impresionar.
Y eso que él no es la Luz, sino sólo su testigo.
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San Pablo, modelo de discípulo y misionero de Jesucristo
San Pablo, modelo de discípulo y misionero de Jesucristo
Fuente: ZENIT.org
Autor: Rodrigo Aguilar Martínez
TEHUACÁN, sábado, 21 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha enviado el obispo de Tehuacán (México), monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, con motivo del Año de san Pablo que comenzará el próximo 28 de junio.
* * *
Con ocasión de celebrar los dos mil años del nacimiento del Apóstol San Pablo, el Papa Benedicto XVI ha concedido la posibilidad de ganar la indulgencia plenaria. Buen número de personas me han hecho algunas preguntas al respecto. Trato brevemente el tema en mi mensaje de hoy.
Cristo Jesús fundó la Iglesia sobre el grupo de los Doce Apóstoles, a cuyo frente puso a San Pedro. San Pablo no perteneció al grupo de los Doce Apóstoles, incluso en un principio fue perseguidor de los que creían en Jesucristo; pero tuvo un notable cambio en su vida, convirtiéndose en un apasionado discípulo y misionero de Cristo Jesús, difundiendo con valentía y convicción su Evangelio en muchas ciudades del Imperio romano. No se puede entender la vida de la Iglesia en sus primeros años sin la vida y la misión de San Pablo. Quien ahonda en la figura y el testimonio de San Pablo, no puede quedar insensible ante él, pero especialmente ante Aquel que lo transformó: Cristo Jesús. Efectivamente, San Pablo llega a decir: 'Todo lo considero basura, con tal de ganar a Cristo' (Flp 3, 8); y 'ya no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí' (Gal 2, 20); por Cristo y por el anuncio de Cristo, San Pablo padece cárceles, azotes, naufragios, peligros de ríos, de salteadores, días sin comer, noches sin dormir (cf. 2Cor 11, 22-31); pero su fuerza y su gloria está en Cristo Jesús, por eso exclama 'todo lo puedo en Aquel que me conforta' (Flp 4, 13).
Si el Acontecimiento y el Documento de Aparecida nos lanza a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, este Año Jubilar paulino nos da el testimonio de un admirable discípulo y misionero. Veamos ahora qué significa la indulgencia, que el Papa favorece que podamos ganar.
Por el sacramento de la penitencia Dios nos perdona los pecados que hayamos cometido; pero queda la pena temporal, de la cual podemos ser purificados mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia y obras de misericordia en la tierra, o después de la muerte en el purgatorio.
La indulgencia es el perdón que Dios nos concede de esa pena temporal, al aprovechar el 'tesoro de la Iglesia', que es el valor infinito de la redención de Cristo y las oraciones y buenas obras de la Virgen María y de los Santos, unidos a Cristo. Efectivamente, si con Adán somos solidarios en el pecado original, con Cristo somos solidarios en la gracia.
Cada quien puede ganar la indulgencia para sí mismo o también para algún difunto, una sola vez cada día. Se requiere confesión sacramental, participación en alguna Celebración eucarística y comunión o alguna Celebración piadosa en honor del Apóstol San Pablo, oraciones por las intenciones del Papa (Padre Nuestro, Credo, invocaciones a María Santísima y San Pablo) y excluir cualquier apego al pecado, o sea luchar con firmeza por despojarnos del 'hombre viejo', como dice San Pablo, revistiéndonos del 'hombre nuevo' (cf. Ef 4, 17-24; Col 3, 5-15), en otras palabras, con firme propósito de vencer la inclinación al pecado y de crecer en las virtudes.
En la Diócesis de Tehuacán he dispuesto que se pueda ganar la indulgencia plenaria en este Año Jubilar paulino -que va del 29 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009- en los domingos de ese tiempo y en los días 29 de junio y 25 de enero, sea en la Iglesia Catedral como en los cuatro pueblos que tienen como Patrono ante Dios a San Pablo, y son: San Pablo Tepetzingo, San Pablo Zoquitlán, San Pablo Ameyaltepec y San Pablo Tetitlán.
Reitero a usted la invitación para que crezcamos en el conocimiento y la difusión de la vida, la misión y la doctrina de San Pablo, además de ganar muchas veces la indulgencia plenaria.
+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán
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lunes, junio 23, 2008
¿Estás listo para el Año Paulino?
¿Estás listo para el Año Paulino?
Fuente: Catholic.net
Autor: Lucrecia Rego de Planas
Dentro de unos pocos días dará inicio el Año Paulino en la Iglesia. Todo un año, del 28 de junio del 2008 al 29 de junio del 2009, dedicado al Apóstol más grande que ha existido desde la venida de Jesucristo.
El Papa Benedicto XVI quiso hacernos este regalo, a todos los cristianos, cuando se cumplen 2000 años del nacimiento del apóstol.
Y digo "regalo", porque este año será una oportunidad maravillosa para cada uno de nosotros, para conocer, estudiar, profundizar y asimilar la riqueza del testimonio y las enseñanzas de San Pablo.
San Pablo, judío ejemplar, perseguidor de los cristianos, a quien Cristo mismo se le aparece y le hace ver que al perseguir a los cristianos, lo persigue a Él mismo. San Pablo, el apóstol de los gentiles, cuya identificación con el Maestro llegó a ser tan grande que fue capaz de decir: "Ya no soy yo quien vive. Es Cristo quien vive en mí"
¿Estás listo para el Año Paulino? ¿Qué tienes planeado hacer para aprovecharlo? ¿Harán algo en tu parroquia o en el colegio de tus hijos para celebrarlo? ¿Ya has preguntado?
El Papa ha propuesto dos maneras de celebrar este año paulino: La primera, para los que tengan esa posibilidad, es hacer una peregrinación a Roma, a visitar la tumba del apóstol. La segunda, es dedicar este año a conocer más sobre San Pablo y sus escritos.
Hay tanto que aprender de San Pablo! Será muy interesante y divertido aprovechar este año para leer en los Hechos de los apóstoles las aventuras de San Pablo; sus viajes; sus discusiones con San Pedro. Será muy enriquecedor contemplar a Pablo el perseguidor, el apóstol, el misionero, el preso, el hombre. Y será muy fructífero, para cada uno y para toda la Iglesia, que leamos y estudiemos las cartas de San Pablo dirigidas a los cristianos de la Iglesia naciente.
¿Qué vas a hacer tú? ¿Ya has planeado algo?
En Catholic.net queremos ayudarte a sacar el mayor fruto posible de este Año Paulino. Es por eso que estamos preparando un Especial de San Pablo , que estaremos actualizando y complementando durante todo el año y en el que podrás encontrar muchos materiales que te ayudarán a integrarte con la Iglesia en esta celebración: desde reflexiones teológicas hasta servicios turísticos, trivias y concursos.
Para los que prefieren recibir la información en su propio buzón, tenemos un nuevo servicio, exclusivo para este año, que se llama "Aquel Pablo de Tarso" y que ha sido preparado por el P. Pedro García, misionero claretiano. Este servicio consiste en dos envíos semanales de reflexiones cortas, redactadas en lenguaje muy sencillo, que te ayudarán a conocer a San Pablo y el contenido de sus cartas apostólicas. Puedes suscribirte a este servicio en http://es.catholic.net/suscribete
Y, para los que prefieren oír, en lugar de leer, Mauricio I. Pérez, consultor doctrinal de Catholic.net, ha preparado una serie de conferencias que irá dictando a lo largo del año en Seminas ad Seminandum y que nosotros transmitiremos también en Catholic.net Radio
Te recomiendo también visitar el Sitio oficial del Año Paulino en donde encontrarás información para los peregrinos y muchos datos interesantes.
En fin, el asunto es que todos y cada uno de los cristianos nos unamos a esta celebración de la mejor manera que podamos hacerlo, de acuerdo con nuestras realidades particulares.
Si puedes comprar un libro de San Pablo, cómpralo: si puedes rentar una película, réntala; si puedes leer sus cartas, léelas; si puedes viajar, viaja. Si no puedes hacer nada, más que suscribirte a nuestro servicio de Aquel Pablo de Tarso, suscríbete, pero no te quedes sin hacer nada y no dejes que otros se queden sin hacerlo.
Te encomiendo en mis oraciones.
Lucrecia Rego de Planas
Dirección
Catholic.net
Comentarios al autor: lplanas@catholic.net
¿A dónde van los jesuitas?
Fuente: www.revistaecclesia.com
Autor: Federico Lombardi SJ
Los cerca de 19.000 jesuitas constituyen la orden religiosa masculina más numerosa de la Iglesia. Su historia abarca más de cuatro siglos y es rica en acontecimientos ya gloriosos, ya atormentados: grandes epopeyas misioneras en varios continentes, gloriosas instituciones culturales y educativas y mucha oposición, que culminó en la dramática supresión de 1773. No es de extrañar, por lo tanto, que sigan despertando interés y curiosidad, aun cuando ésta se deba a veces a imágenes que hoy en día no responden ya a la realidad, cuando no incluso algo míticas. De ahí la conveniencia de dar de ellos una información lo más completa y segura posible.
¿Por qué una Congregación General?
El motivo más reciente del interés de la opinión pública por los jesuitas ha sido la elección de un nuevo superior general y la reunión de la asamblea que tenía la función de elegirlo y de proporcionarle orientaciones para su gobierno, a la luz de una profunda reflexión sobre la situación actual de la orden. Dicha asamblea, según las Constituciones de la Compañía de Jesús debidas a San Ignacio de Loyola, se llama Congregación General, mientras que las asambleas análogas de otras órdenes suelen llamarse «capítulos».
Tanto la elección como la Congregación General gozan de una peculiaridad propia en el más amplio marco de la vida religiosa en la Iglesia. Y es que las demás órdenes y congregaciones convocan sus Capítulos Generales en plazos regulares, y el mandato de sus superiores está, por regla general, supeditado a los mismos, por lo que es de duración limitada: por ejemplo, de seis años, con posibilidad de reelección; los jesuitas, en cambio, eligen a su superior general de por vida, y la Congregación no tiene un plazo periódico, sino que se convoca cuando se da una necesidad auténtica y seria, lo que acontece en dos casos: la elección de un nuevo General (normalmente por muerte de su antecesor) o la discusión de asuntos de grave importancia para toda la orden, relacionados con sus leyes, o de cuestiones que trasciendan el ámbito de gobierno ordinario del General.
Quería San Ignacio que los jesuitas fueran buenos operarios en la viña del Señor y no emplearan demasiado tiempo en debatir en prolijas reuniones. De ahí que no deseara una convocatoria frecuente de la Congregación. Lo dice explícitamente en las Constituciones: «No parece en el Señor nuestro por ahora que se haga en tiempos determinados ni muy a menudo […]. El Prepósito General […] excusará este trabajo y distracción a la universal Compañía, cuanto posible fuere» (n. 677).
También las motivaciones del generalato vitalicio resultan a la par interesantes y amenas: «Será por vida, y no por tiempo determinado, la elección suya. Y así también se fatigará y distraerá menos en ayuntamientos universales la Compañía, comúnmente ocupada en cosas de importancia en el divino servicio» (n. 719). San Ignacio enumera, además, otras razones: «Una, que apartarán más lejos los pensamientos y ocasiones de la ambición, que es la peste de semejantes cargos, que si a tiempos ciertos se hubiese de elegir. Otra, porque es más fácil hallarse uno idóneo para este cargo que muchos» (n. 720).
Verdad es que también los jesuitas se han preguntado durante los últimos decenios si alguna de las motivaciones de San Ignacio acerca de estas dos cuestiones no había quedado tal vez algo anticuada y si no convenía proceder al igual que todos los demás religiosos, hasta el punto de que, durante la preparación de la reciente Congregación, se había barajado la posibilidad de debatir esto punto; pero el Papa, consultado por el Prepósito General Kolvenbach, dijo claramente que prefería que se siguiera lo que dictan las Constituciones de San Ignacio, es decir que la elección sea vitalicia y que las Congregaciones no se celebren a intervalos regulares.
El Papa ha dado, en cambio, su consentimiento a la propuesta, presentada asimismo por el padre Kolvenbach, de presentar éste su dimisión a la Congregación General, abriendo así en la práctica una vía que hasta el momento se había previsto teóricamente, pero que nunca se había utilizado. Y es que todos los generales anteriores habían terminado su función al morir, excepto el único caso del antecesor inmediato del padre Kolvenbach, el padre Arrupe, quien —aun cuando también había pensado en presentar su dimisión— había terminado su generalato al sufrir un ictus cerebral y no poder, por consiguiente, gobernar.
En cambio, el padre Peter-Hans Kolvenbach, a sus casi 80 años de edad y casi 25 de gobierno, estimó oportuno presentar su dimisión para posibilitar un cambio cuando aún se hallaba en condiciones de gobernar bien, de forma que la Compañía no corriera el peligro de sufrir un vacío de poder o un desgaste en su gobierno. Con ese fin, y siguiendo un prudente procedimiento, una vez recibida la autorización de Benedicto XVI, consultó con los provinciales y los consejeros de la orden y obtuvo su consentimiento. De ahí la convocatoria de esta Congregación General, 13 años después de la anterior, para aceptar la dimisión del general y elegir a su sucesor (1).
La elección del nuevo General
La Congregación se inauguró el 7 del pasado mes de enero con una solemne concelebración en la iglesia del Gesù, presidida por el cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y se clausuró con una emotiva oración ante el altar de San Ignacio, que lucía en todo su esplendor tras la reciente restauración.
La aceptación de la dimisión del padre Kolvenbach, prácticamente dada por descontado tras el primer y atento procedimiento de preparación, fue una de las primeras actuaciones de la Congregación; también se trató de una ocasión para expresar, por parte de los representantes de toda la Compañía, la gratitud profunda y unánime a quien la gobernara durante un cuarto de siglo con gran entrega y sabiduría, con un espíritu de servicio que ha cobrado toda su evidencia precisamente en el momento y en la forma con los que ha vuelto a ser un religiosos como todos los demás.
Después, la Congregación se dedicó sin dilación a la elección del sucesor, siguiendo un procedimiento bien estructurado y experimentado. Ante todo se examinaron y valoraron la situación y el estado de salud de la Compañía de Jesús en el mundo, con la redacción del Informe de statu Societatis (es decir «sobre el estado de la Compañía») por parte de una Comisión designada al efecto y con la correspondiente reflexión de todos sobre el perfil del General deseado. Después seguiría la elección, al término de un proceso de recogida de informaciones y discernimiento, llevado a cabo con atención extremada para evitar la formación de grupos o de presiones que pudieran interferir de una u otra forma con la búsqueda libre en un clima espiritual, por parte de cada elector, de lo que resultara mejor para la Compañía.
Cuatro días de coloquios de información personal de dos en dos, cara a cara —denominados, con pintoresco término latino, murmurationes—, en los que cada uno puede y debe recoger informaciones para orientarse acerca del candidato que considere más adecuado, pero en los que nadie puede proponer sus preferencias ni influir en los demás o intervenir si no se le requiere explícitamente un parecer. Durante esos días no hay reuniones ni de grupo ni plenarias, sino un clima austero de conversaciones personales y de oración que cada elector se administra con total libertad. La experiencia demuestra que este sistema «funciona» muy bien, con gran serenidad y satisfacción de los participantes, que se sienten inmersos en un ambiente espiritual de búsqueda compartida del bien de la Compañía de Jesús.
Pese a que no se celebran reuniones, la información a través de los coloquios circula de manera muy fluida, y al concluirse los cuatro días determina una fuerte convergencia alrededor de un grupo muy restringido de nombres, entre los cuales resulta fácil alcanzar rápidamente la mayoría absoluta exigida. La votación formal tiene lugar el día previamente fijado, y su resultado se comunica inmediatamente al Papa para que sea la primera persona externa a la Congregación en conocer el nombre del elegido.
El nuevo general, elegido en la mañana del 19 de enero, es, como es sabido, el padre Adolfo Nicolás. Español de Palencia, de 71 años, ha pasado prácticamente toda su vida activa en Oriente, entre el Japón y las Filipinas, como profesor de Teología, superior provincial y por último presidente de la Conferencia de Provinciales de Asia Oriental y Oceanía. Es, pues, europeo de origen pero asiático de adopción: se trata, por lo tanto, de una persona que ha crecido y vivido entre muy distintas culturas, acostumbrada a escuchar y a respetar al otro para entablar diálogo con él y, en ese clima, proponer el testimonio y el mensaje del Evangelio.
Surge espontánea la observación de que también sus dos antecesores más inmediatos fueron europeos que vivieron su vida religiosa fuera de Europa: el padre Arrupe —exactamente igual que el padre Nicolás, misionero y provincial del Japón— y el padre Kolvenbach, misionero en el Líbano y provincial del Oriente Próximo. Ciertamente no se trata de una casualidad: la preferencia de los jesuitas tiende a converger espontáneamente en una figura de misionero, en una persona con experiencia en el diálogo con culturas y religiones diferentes; si se nos permite emplear una palabra simbólica, en una figura «de frontera». Y no se puede negar que en la historia e incluso en la actualidad de la orden Asia ocupa un lugar muy destacado: son 64 los electores de la Congregación procedentes de Asia-Oceanía.
En una entrevista concedida a la Radio Vaticana y a «L'Osservatore Romano» pocos días antes de la Congregación, preguntado sobre cuál había de ser, a su juicio, la «chispa» de esa asamblea, el padre Kolvenbach respondió que sería ante todo la elección del nuevo General, toda vez que expresaría de manera concreta las expectativas y las esperanzas, la imagen que los jesuitas se hacen de su modo de ser y de actuar.
Sin querer en absoluto idealizar al nuevo General ni cargarlo con un peso excesivo, hay que reconocer que este discurso tiene fundamento. Aun con todo el realismo que caracteriza a los jesuitas, acostumbrados a ejercer un sentido crítico bastante acusado, es verdad que el padre Nicolás ha sido elegido por ser un hombre a un tiempo profundamente espiritual y activo, misionero y culto, crecido en el diálogo sereno y positivo con culturas profundamente diferentes de la suya originaria; óptimo conocedor de Asia, donde vive la mayor parte de la Humanidad de hoy y de mañana; sensible a los problemas de los pobres, de carácter afable y optimista, capaz de ver en los demás el bien antes que el mal. En resumidas cuentas —y sin pretender canonizarlo antes de tiempo—, es un hombre tal y como querríamos serlo todos los jesuitas, como querríamos que fueran los jesuitas de hoy y de mañana. También las primeras entrevistas concedidas por el nuevo General expresan bien, de manera muy franca y directa, estas características de su personalidad y de su visión de la forma de ser de los jesuitas en el mundo actual.
Misión de la Compañía de Jesús e identidad del jesuita
De lo que queda dicho se desprende una profunda continuidad entre el proceso de elección y la reflexión sucesiva de la Congregación sobre temáticas propias de la misión de la Compañía de Jesús y de la identidad del jesuita. Se trata de cuestiones sobre las que las Congregaciones anteriores ya habían trabajado muy bien, y respecto a las cuales no cabían, por lo tanto, grandes descubrimientos o añadiduras (2). Los jesuitas se habían reconocido «servidores de la misión de Cristo», y habían afirmado que el fin de su misión es el servicio de la fe; que el principio integrador de la misión es la fe orientada hacia la justicia del Reino, y que ambos —fe y justicia— están en relación dinámica con el anuncio «inculturado» del Evangelio y el diálogo con otras tradiciones religiosas como dimensiones esenciales de la evangelización. En síntesis, un entrelazamiento estrecho entre servicio de la fe, promoción de la justicia y diálogo con las diferentes culturas y tradiciones religiosas.
En lo que se refiere a la identidad del jesuita, la reciente Congregación ha querido volver a inspirarse en la experiencia espiritual de San Ignacio y de sus primeros compañeros. Una experiencia que sitúa a los jesuitas «con Cristo en el corazón del mundo», que los induce a ver y a amar a los demás y al mundo a la manera de Jesús, con sus ojos, para buscar y hallar a Dios en todas las cosas. De esta forma, se delinean algunas polaridades características de la espiritualidad del jesuita: ser y hacer, contemplación y acción, oración y vida profética, estar completamente unidos a Cristo y completamente insertados con él en el mundo. Su vida de religiosos, sacerdotes y apóstoles se realiza concretamente en el seguimiento de Jesús, insertado en la Iglesia a disposición del Papa, y en su calidad de miembros de una comunidad religiosa concebida como un cuerpo apostólico de compañeros del Señor, que precisamente por ello son compañeros entre sí.
Por lo que a la misión se refiere, se ha reflexionado principalmente sobre el nuevo contexto del mundo en que vivimos al inicio del tercer milenio: un mundo caracterizado por los procesos de globalización y de desarrollo de las comunicaciones y por graves tensiones y conflictos, y en el que urge desempeñar una labor de reconciliación en varias direcciones fundamentales: reconciliación entre el hombre y Dios, reconciliación entre los hombres y los pueblos, reconciliación entre el hombre y la creación. Se hallan aquí reafirmados los compromisos del servicio de la fe y de la espiritualidad en un mundo secularizado y los del servicio de la justicia y de la paz en un mundo de conflictos y de desequilibrios dramáticos; también se insiste en los nuevos compromisos de educación en la tutela y en la responsabilidad medioambientales, que se imponen cada vez con mayor urgencia a la conciencia de la Humanidad (3).
Muchos temas específicos han sido objeto de reflexión y de discusión por parte de la Congregación, dividida en grupos y comisiones o reunida en Plenaria. No es posible examinarlos todos, y sólo algunos de ellos han hallado al final expresión en los documentos oficiales conclusivos que han sido aprobados, al tiempo que mucho material ha sido encomendado al Padre General y a sus consejeros y colaboradores en concepto de contribuciones y recomendaciones para su gobierno ordinario. A título ejemplificativo, pueden recordarse los debates acerca del tema del fundamentalismo y de las dificultades actuales del diálogo interreligioso (un asunto vivamente percibido por la numerosa representación de la India), o sobre el impacto de las nuevas tecnologías de comunicación en la educación y en la mentalidad actual (4).
El Papa y la Congregación
La gran pasión con la que los jesuitas se sienten implicados en su misión ha hallado un impulso y un estímulo valioso y fecundo en el diálogo con el Santo Padre Benedicto XVI. Un diálogo primero a distancia, desembocado después en un encuentro extraordinariamente intenso, que ha acompañado los dos meses de camino de la Congregación.
Ya en los primeros días de ésta, el 10 de enero, Benedicto XVI había hecho llegar al padre Kolvenbach una larga misiva, que aun cuando no había sido anunciada. guardaba continuidad con sus anteriores mensajes, y en la que manifestaba una estima grande y sincera por la Compañía de Jesús y por su valioso servicio a la Iglesia, expresando también de manera explícita el deseo de que la Congregación reforzara el vínculo especial que la une al Sucesor de Pedro y su voluntad de adhesión plena al magisterio de la Iglesia. Un mensaje leído, no sin motivo, como acicate y admonición a un tiempo, sobre cuyo significado e implicaciones la Congregación se interrogó larga y seriamente, con aplicación y no sin alguna resistencia y dificultad.
Es preciso tomar gran conciencia de lo que representa una gran orden religiosa como la Compañía de Jesús, presente en todo el mundo en situaciones extremadamente diferenciadas, pero siempre con una participación intensa y sincera en los acontecimientos humanos y espirituales que en él se viven. Desde países de cristiandad antigua, marcados hoy por un proceso de secularización profunda, cuando no de descristianización, a países en los que los cristianos constituyen una ínfima minoría y donde el pluralismo religioso y el fundamentalismo desafían día tras día a la identidad y a la propia existencia de la comunidad cristiana; del campo del trabajo intelectual en el mundo científico o artístico al de la investigación teológica en relación con todos los interrogantes propios de una Humanidad implicada en transformaciones tan rápidas como radicales de sus sistemas de vida y de valores; de los campos africanos de refugiados a las pequeñas comunidades cristianas diseminadas por los inmensos territorios del Asia central. En síntesis, la presencia en la «frontera» y la consciencia del compromiso y de las dificultades que ésta implica hacen que a menudo se perciban las llamadas de atención del «centro» como venidas de lejos y que en ocasiones se las considere con cierta suficiencia, cuando no con frialdad. Sería totalmente falso decir que entre los jesuitas hay poco amor a la Iglesia, pero no lo es decir que en la «frontera» existen también personas que piensan que en el «centro» sus problemas (no ya los de carácter personal, sino los de la misión tal y como se presentan precisamente en la frontera) no se ven lo suficientemente comprendidos.
El nuevo Padre General nombró, desde el inicio de la segunda fase de la Congregación (es decir la dedicada a debatir los asuntos, tras la primera consagrada a la elección), una comisión con el objetivo de reflexionar sobre cómo responder a la misiva del Papa. La Comisión preparó diferentes borradores sucesivos, fomentando así de eficaz manera una reflexión continua por parte de la Congregación. Hay que reconocer, sin embargo, que dicho proceso se reveló bastante laborioso y no fue compartido de forma unánime hasta el 21 de febrero, día en que toda la Congregación fue recibida en audiencia por el Santo Padre.
En dicha ocasión, el discurso pronunciado por Benedicto XVI tocó los puntos esenciales de la misión de la Compañía con acentos realmente alentadores, explicando eficazmente cómo la Iglesia y el Papa confían en la ayuda de la Compañía de Jesús para el servicio del Evangelio en las fronteras del mundo actual, adonde «otros no llegan o encuentran difícil hacerlo», y hasta qué punto la adhesión al Magisterio constituye un componente vital de servicio a la unión y a la orientación del Pueblo de Dios en tiempos de desafíos extremadamente difíciles para la Iglesia (5). Era lo que los jesuitas «de la frontera» necesitaban que se les dijera. Un gran aprecio cordial, una comprensión auténtica y un discurso leal y franco, animado por una sensibilidad espiritual profunda, que culminaron en la oración conclusiva de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, que el Papa (como ya hiciera en otra ocasión) confesó rezar siempre con emoción y trepidación por la radicalidad de la entrega que expresa.
El aplauso al término del discurso fue extraordinariamente prolongado, intenso y cordial. De inmediato nos dimos cuenta de que vivíamos una experiencia única, de gran alcance e intensidad. Por la tarde, el debate en la asamblea confirmó esta sensación sin el menor asomo de duda. Desde entonces, el proceso del documento de «respuesta al Papa» tuvo ya el camino expedito hasta cuajar durante los últimos días en una Declaración significativamente titulada Con nuevo impulso y fervor, que intenta responder —también con corazón y calor sinceros— a las palabras y a las exhortaciones del Papa, expresándole la voluntad de una disposición y obediencia «efectiva y afectiva» —es decir no sólo de ejecución, sino también de mente y de corazón—, en armonía con la identidad y el carisma original de la Compañía de Jesús.
El hecho de que un documento de esta naturaleza haya terminado cosechando un consenso prácticamente unánime permite pensar que se trate probablemente de uno de los resultados más significativos de la Congregación, siempre y cuando sea trasladado ahora a toda la Compañía de Jesús con el mismo espíritu que alumbró su nacimiento. En efecto, nada superficial y formal hay en él, sino que ha sido conquistado gradualmente, durante un largo camino al que Benedicto XVI ha dado un impulso determinante con su comprensión profunda y sabia y con su aliento.
Obediencia, cuerpo «universal» de la Compañía, colaboración
Una comprensión más completa del significado de la citada Declaración también se verá favorecida por la lectura del documento sobre la «obediencia», probablemente la aportación más significativa de la Congregación en asuntos de vida religiosa apostólica. Efectivamente, las Congregaciones anteriores habían generado documentos relevantes sobre los otros dos votos religiosos —pobreza y castidad—, pero hacía tiempo que no se llevaba a cabo una reflexión autorizada y actualizada por parte de una Congregación General sobre la temática de la obediencia. Una reflexión cuya oportunidad se hacía patente a la luz de la cultura actual, con sus aspectos positivos —como el respeto a la dignidad de la persona y a su crecimiento— y negativos, como la exaltación de una libertad ilimitada, las ansias de autorrealización, el individualismo... El documento logra mostrar con acierto el aspecto positivo y la naturaleza de la obediencia religiosa como unión con la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre para cumplir su misión, como uso consciente de la propia libertad guiada por el amor. Insiste en la plena transparencia y apertura de la conciencia del jesuita a su superior para que éste pueda conocerlo en profundidad y encomendarle así las misiones y tareas que considere adecuadas. Exige una actitud de disposición plena y generosa, y justamente recuerda la dimensión de compromiso y creatividad que la ejecución con todo el corazón y con todas las fuerzas de la misión recibida necesariamente implica.
La obediencia religiosa es también un vínculo esencial de la unidad del cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús. En efecto, el voto de obediencia de los primeros «compañeros de Jesús» a «uno de ellos» escogido como superior nace precisamente con el fin de conservar un vínculo entre los jesuitas que están empezando a dispersarse por el mundo, enviados en misión por el Papa. De hecho, Ignacio y sus compañeros habían acudido a Roma para ponerse a disposición del Papa para que éste los enviara donde más falta hicieran para el servicio de la Iglesia universal. Cuando el Papa acepta su ofrecimiento y empieza a mandarlos —a la India, a Portugal, a varias ciudades de Italia— surge la necesidad de un voto de obediencia «a uno de ellos» para que el cuerpo permanezca unido y pueda servir con aún mayor eficacia a las misiones que el bien de la Iglesia pueda requerir.
Tenemos, pues, en primer lugar, como fundamento, la obediencia al Papa para el servicio del Evangelio y de la Iglesia universal —expresada por el famoso «cuarto voto» de los jesuitas profesos—, y, seguidamente, la obediencia religiosa en el seno de la orden. Durante la preparación de la Congregación, el Papa había solicitado que se reflexionara sobre el vínculo especial de obediencia al Vicario de Cristo como elemento esencial del carisma original de la Compañía de Jesús: de ahí que este documento constituya también una respuesta a una expectativa precisa del Santo Padre.
Pero el vínculo original y fundamental de la Compañía con el Papa es también signo y garantía de la universalidad del horizonte apostólico de Ignacio, de sus primeros compañeros y de sus hijos, toda vez que el Papa es, por definición, aquél que tiene presentes las necesidades de la Iglesia en todo el mundo. Este aliento de universalidad, esta pasión de mirar al mundo entero, atraviesan toda la espiritualidad ignaciana desde la característica «contemplación de la Encarnación» en los Ejercicios Espirituales (donde la Trinidad contempla «toda la superficie y redondez de la tierra»), y se traducirán después en el espíritu apostólico que inspira las Constituciones de la nueva Compañía de Jesús.
La Congregación General ha advertido la necesidad de reavivar el espíritu universalista de la Compañía, a la luz también de la actual situación mundial: la globalización y las posibilidades de comunicación y de colaboración, cada vez más rápidas y amplias, y, por otro lado, el renacer de particularismos y del sentido de las identidades locales, étnicas y nacionales. Se trata de una situación que también se plantea a una Iglesia en busca del justo equilibrio entre función de la Iglesia local y perspectiva universal. Las consideraciones acerca de la renovación de las estructuras de gobierno de la orden en sus diferentes niveles (general, interprovincial, etc.) apuntan constantemente a la necesidad de animar y guiar a un cuerpo apostólico extendido y articulado por tantas regiones del mundo y que puede actuar con eficacia aún mucho más grande si sabe crecer en la «conexión en red» (¡networking es el santo y seña de hoy en día!) de sus obras e iniciativas, compartiendo sus numerosos recursos (6).
Pese a la convicción viva y profunda del propio don espiritual —o tal vez precisamente debido a ella— los jesuitas saben, con todo, que no deben mirar hacia delante ellos solos, sino acompañados por innumerables personas que con ellos se asocian o con las que pueden colaborar en el servicio de la Iglesia, para la profundización de la fe y para la promoción de la justicia y de la paz. Precisamente para expresar su toma de conciencia de tan fundamental verdad y su gratitud hacia tantos colaboradores de diferente condición e incluso religión (particularmente en los numerosos países de mayoría no cristiana), que trabajan generosamente en todas las regiones del mundo para hacer viable la laboriosidad de la Compañía, la Congregación ha considerado justo dedicar uno de sus documentos a la colaboración con los demás, titulándolo expresivamente La colaboración en el corazón de la misión.
Los puntos principales de esta temática ya habían sido bien enfocados por la Congregación anterior, la XXXIV, pero algunos puntos específicos han podido profundizarse ahora, también a la luz de la experiencia. Entre ellos destacan en especial: los criterios de identidad ignaciana o jesuítica de una obra apostólica; la necesidad de la formación —tanto de los jesuitas como de sus colaboradores— con vistas a una colaboración provechosa en la común misión; la decisión de dar por terminada la experimentación y no aceptar ya la posibilidad de un vínculo especial con la Compañía de Jesús por parte de laicos y laicas que con ella colaboren o que compartan su espiritualidad (7).
¿Adónde van los jesuitas?
«¿De dónde venís? ¿Quiénes sois? ¿Adónde vais?», preguntaba Pablo VI en un famoso discurso —intenso y en cierto sentido también angustiado— a los jesuitas que inauguraban su XXXII Congregación General en 1974.
En el fondo, toda Congregación debe responder a esas preguntas. También la XXXV se ha dedicado a ello.
Ha recordado que los jesuitas son compañeros de Jesús, servidores de la misión de Cristo para reconciliar a los hombres y al mundo con Dios y entre sí.
Ha dado —con la enérgica ayuda del Papa— un paso en firme en la dirección del «sentir con la Iglesia y en la Iglesia» y del más profundo vínculo «efectivo y afectivo» con el Sucesor de Pedro.
Ha confirmado la vocación de los jesuitas a ir a las «fronteras» —no geográficas, sino espirituales, culturales y sociales— del mundo actual y a permanecer en ellas.
Ha procurado reavivar las energías de un cuerpo repartido por todo el mundo, llamado a la universalidad, para servir —con disposición sincera a la colaboración con los demás— a la Iglesia universal en un mundo globalizado.
Ha sonado la hora de llevar a la práctica tan buenos propósitos.
Congregación General 35:
*El Padre Federico Lombardi S.I. es Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, de la Radio y del Centro Televisivo Vaticano
NOTAS
(1) La reciente Congregación General ha sido la XXXV en la historia de la orden. Inaugurada el pasado 7 de enero, se clausuró el 6 de marzo. Hasta la supresión de la Compañía (1773), durante más de doscientos años se celebraron 19 Congregaciones. Tras la restauración de la misma (1814) se han celebrado otras 16, lo que significa que el intervalo medio entre una y otra ha sido de más de 10 años. Algunos de los miembros de la Congregación son designados por razón de su cargo (es el caso de la mayor parte de los provinciales y de los miembros del gobierno central de la orden), pero la mayoría de ellos son elegidos por las Congregaciones Provinciales. La XXXV Congregación reunió a un total de 255 miembros, 217 de los cuales con derecho a voto en la elección del general. La media de edad era de 56 años; la procedencia: 31% de Europa, 28% de Asia-Oceanía, 18% de Sudamérica, 15% de Norteamérica, 8% de África. Los grupos nacionales más numerosos procedían de la India, los Estados Unidos y España. Los idiomas más hablados fueron el inglés y el español.
(2) A partir de la XXXI Congregación General (1965-1966), que desempeñó una labor crucial de aplicación del Concilio Vaticano II a la vida de la Compañía de Jesús y eligió como General al padre Pedro Arrupe, todas las Congregaciones han puesto gran empeño en reflexionar sobre la misión de la Compañía, particularmente la XXXII, caracterizada por el binomio «servicio de la fe y promoción de la justicia», y la XXXIV, que amplía e integra la visión de la misión, llegando a dedicar a ésta hasta cuatro documentos estrechamente interrelacionados.
(3) Al tema de la identidad del jesuita y al de la misión ha dedicado la Congregación dos documentos específicos.
(4) Los asuntos tratados por la Congregación sin llegar a publicar un documento específico, sino insertando referencias en los documentos principales y encomendando los resultados de los debates al «gobierno ordinario» del Padre General, han sido los siguientes: vocaciones, hermanos coadjutores, formación, vida comunitaria, apostolado juvenil, apostolado intelectual, comunicaciones en la era de Internet, fundamentalismo religioso, ecología y medio ambiente, migrantes, pueblos autóctonos, África, China, casas y obras interprovinciales de Roma.
(5) El discurso de Benedicto XVI a la Congregación General, pronunciado el 21 de febrero, ha sido publicado íntegramente en ECCLESIA 3.404 (2008/I), págs. 362-364.
(6) Al gobierno de la orden se le ha dedicado un documento específico, significativamente titulado Un gobierno al servicio de la misión universal. Amén de las indicaciones para la puesta al día del gobierno central, resulta especialmente importante (y ha sido objeto de más profundo debate) su sección sobre las Conferencias de Superiores Mayores, estructuras desarrolladas durante los últimos decenios para favorecer unos horizontes más amplios en la programación apostólica y en la colaboración entre provincias, pero que deben evitar el peligro de convertirse en una nueva instancia de gobierno entre la general y la provincial. Tales Conferencias son seis en la actualidad: África y Madagascar, Latinoamérica, Asia Meridional, Asia Oriental y Oceanía, Europa, Estados Unidos.
(7) La XXXIV Congregación había publicado un documento amplio y articulado sobre La cooperación con los laicos en la misión (Decreto 13), cuya validez sigue siendo grande, por lo que el nuevo documento es complementario y no sustitutivo de él. Pero sí existe una decisión específica de la XXXV Congregación con vistas a poner fin a la experimentación de un posible vínculo especial personal por parte de laicos que quieran comprometerse de forma más estricta y estable a participar en la misión de la Compañía de Jesús. Dicha experimentación había sido inaugurada por la XXXI Congregación General y alentada por el padre Arrupe, pero en la práctica —pese a experiencias positivas— jamás se ha desarrollado de forma significativa más que en poquísimas provincias, y en ocasiones ha dado lugar a equívocos, mientras que la colaboración de los laicos en la misión de la Compañía puede llevarse a cabo de manera tan fructífera como intensa también sin necesidad de semejante vínculo.
(«La Civiltà Cattolica» 3788 [19-4-08], págs. 105-117; original italiano; traducción de ECCLESIA.)
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